Papel Literario

Slavko Zupcic: «Bajo el paraguas del medritor»

por Avatar Papel Literario

Por KAREN LENTINI

Existe una conexión entre ciencia y literatura. Robert Graves en Los mitos griegos 1 señala que, en la época clásica, Apolo era el dios de la medicina y la poesía. Si tuvieses que elegir…

—Sí, es que medicina y literatura son hermanas que duermen en camas contiguas. Pero también es cierto que, como en las mejores familias, basta un mal profesor de filosofía o un pensum de estudios inadecuado para enemistarlas y hacer creer que entre ciencia y arte no hay ningún hilo conector. Y para unirlas a veces solo se requiere de un buen libro. Yo tuve la fortuna de estudiar medicina en una facultad cuyas aulas estaban al lado de la coordinación de literatura. Uno de sus profesores era el gran José Solanes, autor de Los nombres del exilio; en sus pasillos yo hablaba casi todos los días con el poeta Reynaldo Pérez So, que también era estudiante de medicina y rememoraba sus batallas con Alejandro Oliveros; y a través de las ventanas veía a un jovencísimo Javier Téllez, que no estudiaba medicina pero era hijo de mi profesor más querido y luego haría estallar ante mi mirada atónita su maravillosa Extracción de la piedra de la locura. Fue una fortuna infinita que viví como natural y, junto a Pedro Téllez Pacheco, continuaba clases teóricas de farmacología con largas sesiones de redacción de La Tuna de Oro, como si se tratase de la misma cosa, el mismo saber, la misma maravilla. Por eso nunca tuve que elegir y no lo haré ya. Fusioné poco a poco una y otra mirada, una y otra manera de pensar. Si hay una elección posible, no me voy a mentir, y es una elección escritural. La verdadera escritura médica no es la de artículos de divulgación, ni siquiera la de libros médicos, sino la de la historia clínica del paciente. En alguna ocasión, desde la admiración me propuse buscar sesgos literarios en la escritura médica de médicos escritores que admiro y no los encontré. Producto de la presión asistencial, del deber médico o la posible urgencia, esta escritura es limitada y concisa, indicativa de que en algunas ocasiones frente al paciente solo es necesario ayudar y si es posible curar. Ya llegará el momento de escribir.

Tengo curiosidad por saber por qué un médico escritor necesita «guarecerse» bajo el término de «medritor»

—La medritura es un invento sano y bonito, un paraguas para explicar lo que hago a los míos y a mí mismo cuando me pongo torpe. No es otra cosa que un pacto con el oficio para continuar trabajando en él, para preservar la ilusión de la escritura diaria y compaginarla con el trabajo médico. Ha sido gasolina para despertarme en las mañanas y subir al tren. Me ha mantenido despierto en noches que parecían imposibles. Si llegase a mermar, le pondría agua o nutrientes, quizá suero glucosalino o un suero expansor directamente. Le tengo cariño y me gusta. Si le tocase faltar, me compraría otro paraguas. Aquí lo importante es seguir escribiendo.

Sobre tu libro Cementerio de médicos editado en España, comentas que el narrador es médico y va a serlo siempre: En ello estriba su comprensión del mundo. Se apropia de la noción de que luego de la música la medicina es el único otro idioma universal existente y, como si todos los médicos del mundo tuvieran dificultades para auscultar el murmullo vesicular, hace de la medicina misma un cementerio del médico que emigra. ¿Nos ampláas esta idea del médico que emigra? ¿Te refieres a emigrar del territorio real, metafísico o ambos?

—Cuando vivía en Barcelona intenté comprender y quizá emprender como escritor, desde mi situación de migrante, mi (im)posible integración a la sociedad catalana. Fue un intento infértil por mis precariedades y porque Barcelona ya estaba demasiado ocupada en sí misma como para permitir ese tipo de digresiones de un recién llegado. Después de unos años en Salerno y otros en Caracas, vividos ya siempre como extranjero, que es una coletilla que no te suelta a partir del momento en que las coges por primera vez, mi intento de comprensión del entorno (en este caso del valenciano) ha sido desde la medicina. Esta tiene, a pesar de sus tecnicismos, un lenguaje universal que no solo viene del griego y el latín. Un ejemplo de ello es que, de cara al estetoscopio o a una radio imagen todos los tórax, los de todo el mundo, son iguales en su normalidad o en su patología. Reconforta saberlo y pensarlo. Reconforta saber que en otro tórax tú puedes escuchar un sonido que aprendiste hace casi treinta años y a diez mil kilómetros de distancia. Se trata entonces de una reflexión sobre la migración real, pero también sobre la virtual.

¿Cuál es el propósito de la estructura fragmentaria de tus relatos?

—Me encantan los fragmentos, los cortos y los largos. Y trabajo para que encajen en el texto como piezas de un rompecabezas o de un cubo mágico. No es solo habilidad, es también torpeza. Veo con envidia los narradores que página tras página sostienen la línea y, coma tras coma, no la sueltan hasta terminar de describir el ala de la mariposa. Yo nunca he podido leer así ni tampoco escribir. Quizá tampoco he podido vivir así y, obviamente, no estoy hablando bien de mí mismo. Tampoco mal, simplemente es lo que soy. Necesito el salto, el barranco, la estrella y el tremedal para poder continuar.

El protagonista de Curso (rápido y sentimental) es un filólogo de familia árabe, nacido en Barcelona, España, que se traslada a Italia. Eres venezolano, de padre croata, has vivido en Italia y afirmas que el idioma de tu casa es el italiano, el de tu esposa y tus hijos. Además de conocer el idioma, ¿Slavko Zupcic se identifica en algún aspecto con el personaje?

—Hablo italiano en casa y conozco Salerno, es la ciudad en que transcurre la novela. De hecho he vivido allí pero no la siento una ciudad mía como sí lo siento con algunas, aunque nunca ninguna lo haya sido. Pero, aunque Youseff Benalfi viva situaciones que conozco bien, es un personaje que solo se parece a sí mismo, capaz de soportar situaciones que yo nunca habría tolerado. En él, de mí reconozco el interés por las historias amorosas binacionales y de mi familia la parte más escabrosa del duelo. Hay en la novela una escena de cementerio que a mí me tocó vivir, que no le deseo a nadie y que solo endosándosela a un personaje valiente como Benalfi pude superar.

¿Se sigue notando la influencia del médico como narrador en esta novela?

Un amigo psiquiatra alguna vez me comentó las ventajas narrativas de la psiquiatría. Yo nunca le di valor al asunto pero con esta novela intenté profundizar en el conflicto psíquico que supone la vida para Benalfi. Yo sigo pensando que el psiquiatra es un médico. De hecho, creo que ser médico es su fortaleza, su punto más fuerte, pero sé que hay muchos psiquiatras que piensan lo contrario y de hecho hace pocas semanas me encontré discutiendo con uno que en un pasillo hospitalario lo gritaba: «Yo no soy médico, no soy médico». Creo que lo decía para no trabajar, no porque lo creyese verdaderamente.

A los 16 años escribiste Dragi sol, ganador del Premio de Narrativa de la Casa de la Cultura de Maracay. En 2019 con Curso (rápido y sentimental) de italiano obtienes el XVIII Premio Anual Transgenérico. ¿Qué comparten el autor de 16 años y el autor de hoy?

Ha pasado tiempo, es cierto, mucho tiempo. Son más de treinta años, con muchos cambios, los naturales y los propios de una vida en movimiento y con vocación migratoria. Del muchacho que yo era, como habría dicho Miguel Otero Silva, solo reconozco intactos el amor familiar, la fuerza que me da caminar por las montañas y el deseo permanente de ser un escritor. Hablar con mi madre, acelerar cuando veo una cuesta y escribir lo sigo haciendo todos los días.

Escribes cuartientos y aclaras que «Los cuartientos no son ni artículos, ni cuentos, ni articuentos o cuentartículos». ¿Pudiésemos llamarlos cápsulas literarias, concebidas en esos pequeños espacios de tiempo del médico de urgencias?

Lo de articuentos y cuentartículos es un robo a mano armada, un atraco a Juan José Millás, un escritor que mayormente admiro. Cuartientos en realidad es un conversatorio entre dos labios. Un soliloquio alargado a través de los años. Seguramente, si tuviera con quien hablar, si fuera un escritor de taberna como Pepe Hierro o tuviese una peña, no lo haría. Pero, como no puedo (ni quiero) tenerla, pues escribo cuartientos, que en efecto son unas cápsulas en que se funden el médico, el escritor y el hombre que voy siendo.

Los conflictos políticos, sociales e históricos, como las guerras mundiales, la guerra civil española, las guerrillas de los diferentes países latinoamericanos, han sido abordados por gran cantidad de autores. Ocurre lo mismo con los escritores venezolanos, que desde hace más de diez años destacan escribiendo sobre el tema político, el exilio y la identidad. En tu opinión, ¿cuál es el método o la clave para sobresalir entre la multitud de obras y autores? ¿Qué ingrediente hace atrayente y diferente una narración?

Sinceramente no lo sé. Pienso que el tiempo es fundamental para curar las heridas y la pena nuestra aunque se nos hace tan larga como seres sufrientes está transcurriendo ahora mismo y lamentablemente no se sabe cuándo ni cómo terminará. Nuestra guerra es terrible y hedionda como todas las guerras. Nuestras heridas están llenas de pus. Duelen incluso desde la luna y solo genera destrucción, mayormente imposible de sublimar. Hubo un tiempo en que pensaba que salir del nido ayudaba a escribir, pero obviamente no es así, mucho menos cuando se sale roto y fracturado, imposibilitado de volver. Uno, diez o mil libros que salgan de esta tragedia no lavan el dolor de una madre que muere sin sus hijos migrantes o de un padre que lo ha perdido todo, incluso la fe. La literatura lo vale todo, pero no vale más que el amor.

Mis compañeros de escritura, en la cercanía y en la distancia, siempre se han burlado de mí o han creído que yo me burlaba de ellos a la hora de decir que sobresalir es lo de menos. Pero lo pienso verdaderamente. No es ni siquiera un asunto secundario. Sencillamente no importa. Se escribe para escribir. Por la necesidad de crear, lo cual incluso es más importante que comunicar. Quien crea vuela y navega. Se siente vivo porque lo está, se multiplica. En ese sentido, escribir es como amar. Se ama por la necesidad de hacerlo, por compromiso y sinceridad, por placer, por amor puro. Luego quizá el amor trae ceremonias, hijos y jardín, pero quien los busca amando quizá se equivoca. Así es el sobresalir. Pretendiéndolo se me antoja imposible. No pretendiéndolo quizá también. Pero lo fundamental ha de ser la sinceridad con la pulsión creadora.  Ser sincero a la hora de crear, no importa que se esté diciendo una mentira. Y crear, continuar creando sobre lo creado, aceptándose parte y no todo.

Carlo Levi, Alfred Döblin y Felisberto Hernández, tres de tus referentes literarios. Me gustaría que señalaras similitudes  entre ellos que hayas amalgamado  en tu escritura.

¿Sabes que recuerdo perfectamente la situación en que leí por primera vez a unos y otros? A Felisberto, a los dieciocho o diecinueve años, en la edición de sus cuentos de la Biblioteca Ayacucho. Leyéndole supe que era pianista y, a partir de allí, lo sentí cercano y familiar porque yo venía de una familia de pianos y pianistas. Mis hijos se niegan a creerlo pero en la casa en que crecí había siete pianos y ningún carro. Mucho más tarde fue el encuentro con Alfred Döblin y Carlo Levi. Leí Berlin Alexanderplatz por recomendación de Roberto Bolaño. Yo había ido a Blanes a entrevistarlo para el Papel Literario por el Premio Rómulo Gallegos y a media tarde me lo dijo clarito: «¿Cómo es posible que seas médico y escritor y no hayas leído a Döblin?». En persona y en sus libros, un consejo de Bolaño era mucho más que un consejo y, cuando regresé a la universidad, en Barcelona, el primer libro que pedí en préstamo fue Berlin Alexanderplatz. Con Carlo Levi me topé viviendo en Italia mientras terminaba la tesis doctoral que era sobre médicos escritores. Desde el primer momento Cristo si è fermato a Eboli me resultó cercano y familiar porque Eboli está a treinta y cinco kilómetros de Salerno y porque algunos abuelos de la familia política provenían de un pueblo cercano a Agliano, el lugar al que fue confinado Levi y  donde le tocó volver a la medicina. De cada uno de ellos me aproveché para integrar el sentido de fusión que impregna mi vida, la mesa en la que como y también mi obra. Gracias a Felisberto me gané el perdón de mí mismo por no haber sido un alumno aplicado ni de piano ni de violín y entendí que a pesar de ello podía ser escritor. Y gracias a Alfred Döblin y Carlo Levi vivo y trabajo: de ambos aprendí cómo se podían integrar medicina y literatura en un único ejercicio. Leerles en un momento de la vida en que, por la forma en que había asumido la circunstancia doctoral yo no tenía pacientes, fue como volver a ver, como si de las páginas de sus libros saliera una voz que, clarificando todas mis dudas, me impeliese a no parar hasta encontrar mis pacientes, ayudarles y nutrirme de ellos en un único gesto.

Una frase que se parezca a lo que piensas sobre la literatura venezolana

No es mía sino de Kotepa Delgado: «Escribe que algo queda». Escribir siempre, escribir y escribir.