Por ELISA LERNER
1 «La danza de pájaro de la silenciosa bailarina lleva la curación del mundo en la levedad de plumas de sus movimientos», dijo un amante de los espectáculos de arte.
2«La conciencia produce las mismas molestias que las picadas de zancudo propias de nuestro poco afable trópico», dijo una periodista tenida por insobornable.
3 «¡Ah, las escaleras sin concluir de los laberintos!», dijo el arquitecto desesperado.
4 «Se ha hecho tarde. Desde la ventana de mi alcoba, antes de disponerme a coger el sueño, miro los edificios de enfrente. Al verlos todos con las luces apagadas, siento que somos oscuros pájaros necesitados de reposo. ¿Qué otra cosa son nuestras almohadas sino las alas de un vuelo demasiado breve?», dijo una dama algo insomne, díscola ciudadana de la noche.
5 «Era una dama muy agraciada, pero caía en ira con enorme facilidad. De modo que resultó ser como el lindo juguete que el niño lanza al vacío en un acto de malcriadez», dijo el experto en concursos de belleza.
6 «Los folios breves ahítos de citas literarias nos traen el recuerdo de antiguos sobres epistolares atiborrados hasta no más poder con coloridas estampillas de testas coronadas», dijo un sujeto muy criticón.
7 «Las estrofas de los poetas de un país sumido en el agravio son como rezos para el corazón», dijo un gran conocedor de poesía venezolana.
8 «Nuestras familias siempre eran sorprendidas por las desavenencias de la historia. Las definía una ciudadanía sanguínea. Detrás de ellas no se atisbaban tierras, selvas o ríos visibles. Las expediciones, si las hubo, fueron las de la memoria. De pequeña fui sorprendida por las desangeladas casas de muchos vecinos. A ellos los respaldaba un país. A nosotros tan solo una geografía sonámbula. Por eso en nuestros padres (aunque fuesen de medianos recursos) había el esmero por acicalar nuestras viviendas. El hogar era nuestro insomne país. El que, dentro de nuestras familias, no dormía nunca», dijo Renata, cultivada médica de origen judío.
9 «Pájaros imprevistos visitan el árbol solitario y gustan de alimentarse de un alpiste en que el viento ha dejado un tesoro de sales lejanas», dijo un joven poeta.
10 «Con el ascensor echado a perder, subí y bajé por las escaleras como una trapecista de circo sin empleo», dijo la vecina algo obesa del último piso.
11 «El país se ha quedado a solas con su petróleo», dijo un escritor al que conozco desde días juveniles.
12 «La memoria es una herida que cada vez cicatriza peor en nosotros», dijo un periodista al que no veía desde hacía mucho tiempo.
13 «Mi oso blanco fue la vieja nevera que sacó fuera el hombre de las mudanzas. Suficientes los años de su escondite. Con mi colaboración decidió la vuelta a los bosques fríos», dijo una amiga que se lleva muy mal con la anécdota doméstica.
14 «Mi primo el de Nueva York fue hombre de maneras suaves. Hablaba con la voz –casi en susurros– de una persona muy gentil o como apaleada en su infancia por pertenecer a un pueblo al que le daban duro, muy duro, como en un ring de boxeo», dijo la que fue joven.
15 «El té negro a la hora de la merienda alivia las viejas maldades inglesas y, de paso, maldades propias e impropias», dijo una elegante frecuentadora a tea parties.
16 «El insomnio es la costurera que no logra pegar los botones al alegre chaleco de la noche», dijo la obligada consumidora de somníferos.
17 «¡Este vestido compite en belleza con los más primorosos jardines de Francia! ¡Así se me hace más llevadero llegar a los sesenta! ¡Qué marido sin par tengo en Alonso! ¿A quién se le ocurre que puedo distraerme en tontas aventuras con poetas famélicos, de esos que pululan en los ambientes literarios? ¡Primero mi casa, mis sirvientas, las cenas que doy, mi chofer, mi encantador apartamentito en la playa, los viajes anuales a París instalada, por supuesto, en el Hotel Lutecia! Preciosas dádivas como envueltas en el papel movedizo de las sorpresas. ¡Qué dichosa soy!», dijo la novelista rica a la que le acaban de regalar un traje fastuoso.
18 «Algunas lluvias son como hilachas de un tren descarriado», dijo un sempiterno viajero por ferrocarril.
19 «Las montañas de soledad del escritor son como los más helados y apartados riscos del país», dijo el geógrafo solitario.
20 «¡Ah, la vejez, esa casa en abandono desde donde los huéspedes radiantes han emprendido la huida! Casa que, en algún momento, pudo ser bella. El paso de los años la minó de grietas y de lamentos», dijo una anciana en el parque.
21 «El verde de los árboles en profundo coloquio con la tierra», dijo el jardinero en plena faena.
22 «La escritura debe fluir como agua transparente manchada solamente por la sangre de la vida», dijo un escritor admirado.
23 «Un país que confunde sus nombres trastoca su destino», dijo un urbanista con algo de azoro.
24 «Después de una visita al palacio de las decisiones, una legión de reputados especialistas en fonética fue repentinamente llevada al manicomio», dijo un loquero.
25 «En la montaña, la densa neblina se ha convertido en leche para consuelo del hambre que sufre la ciudad», dijo un tipo que patea la calle.
26 «En medio de los chubascos de una lluvia tropical, los paraguas vuelan de la mano de la gente como maridos que se han ido de fiesta», dijo la poetisa que perdió el marido a pleno sol.
27 «La muerte, esa incorrección, únicamente tiene en la escritura una desesperada vida paralela», dijo un escritor que sufre enfermedad crónica e incurable.
28 «El humor y la fantasía son almas gemelas. Una es traviesa y la otra bella», dijo un hombre sin humor y sin fantasía.
29 «Los nombres que, en medio de una conversación, no acuden rápidamente a la memoria son como los botones que se dejan caer, de a poco, en una chaqueta que hemos tenido abandonada», dijo la dama olvidadiza.
30 «Guijarro ensimismado no volcado por los caminos», dijo el biógrafo de un escritor.
31 «Con el paso de los años, tendemos a empequeñecernos un poco. Es como la visión de una calle que se nos va haciendo precaria, todo más difuminado. Esto incluye la torrecilla del campanario de la iglesia más próxima que parece ahora la invención de un arquitecto enano», dijo la técnica en densimetría.
32 «Un libro con citas por doquier es como un río con demasiadas piedras dentro», dijo el crítico literario caprichoso.
33 «¡Oh, yeso, nieve de los inválidos efímeros!», dijo la mujer que se ha fracturado el brazo.
34 «De jóvenes, un celofán reluciente parece cubrirnos como si fuéramos una hermosa dádiva al mundo. Poco a poco, ese celofán tan endeble, ese celofán de la belleza, se va rompiendo ante nuestros ojos y nos deja sin su frágil protección», dijo una antigua reina de belleza con voz apenas audible.
35 «Quien apuesta por la escritura no se deja embaucar por la anécdota», dijo una novelista.
36 «Pequeños enigmas criminales guardados por las mujeres en los abismos del corazón», dijo un apasionado lector de novelas negras.
37 «El país es la casa de la infancia, roca contra toda desolación. La sangre bella de los recuerdos. El primer periódico que leí. A los catorce años, el paraíso inmediato de una enorme librería en la esquina de uno de los bloques de El Silencio, que se encargaba de vender las ediciones Sopena. La prosa de Teresa de la Parra. Los poemas de Eugenio Montejo. Venezuela herida para siempre en el cuerpo sangrante de Leonardo Ruiz Pineda durante la dictadura de Pérez Jiménez. El bello mensaje de tonalidades moradas que el Ávila envía a nuestra ciudad, antes de que comience una noche sin compasión. Ese ser alucinado que somos nosotros mismos cuando perdemos el rumbo político. Añoranza de civilidad, oraciones maternales para conjurar el mal», dijo una escribidora.
38 «Hilo dorado de la vida del que, a veces, tiramos demasiado, a punto de destruir el pequeño ovillo a partir de donde todo comienza», dijo una tejedora casi siempre falta de estambres.
39 «Esta amarga fiesta militar que tanto ha aturdido nuestro íntimo destino», dijo un poeta amigo que sufrió presidios y exilios desde muy temprana edad.
40 «En un hombre grande y robusto, su nariz es como una temible amenaza a punto de saltar al rostro del niño indefenso», dijo un sujeto tremendista.
41 «Cuando oigo una lluvia sostenida que dura por algún tiempo, me alegro, estoy de viaje», dijo una señora que no gusta de preparar maletas y emprender largas travesías.
42 «Nunca pudo ahuyentar de sí el halo de pobreza que siempre le acompañó. Su fluxecito de rayas taciturnas contaba las historias», dijo quien conoció a un notable novelista des- de la juventud. (A Atanasio Alegre, in memoriam)
43 «Los ojos de esa muchacha eran ranuras donde la mirada do- rada brotaba como una moneda de oro», dijo un economista.
44 «El temblor de los días solo se afinca en folios de la escritura», dijo el experto en movimiento de tierras.
45 «La condición solitaria aviva la fantasía», dijo un poeta negado al visiteo.
46 «Las citas literarias son como semáforos que detienen nuestra aventura con el lenguaje», dijo una escritora que se de- canta por las metáforas.
47 «La belleza es mudable como un vuelo frágil de mariposas. Huye como un cervatillo al fondo de los bosques a fin de no ser sacrificada por los cazadores», dijo un corredor en maratones.
48 «De alguno de los personajes femeninos de los relatos de Truman Capote emana el fuego modesto que mantiene encendido el horno del hogar, el calor con el que las solteronas se protegen en lugares apartados de los sobresaltos de la vida. De pronto, en homenaje a Truman Capote me apetecía llamar Alabama a una dama solitaria que conocí. Desde su soledad, quizá, hubiera atendido a mi llamado», dijo un ilusionado lector.
49 «La novelista que corrige demasiado sus textos antes de entregarlos a la imprenta evocan en mí a esas amas de casa compulsivas, maniáticas hasta el detalle en la limpieza del hogar o damas con cirugías plásticas algo acentuadas», dijo el editor misógino.
50 «Las citas a troche y moche en una novela o en un artículo son como alfileres en un traje que no termina de estar confeccionado», dijo una narradora que confecciona sus propios vestidos.
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