Por NELSON RIVERA
-Su experiencia con las redes sociales. ¿Le estimulan, le inquietan? ¿Le han provisto de alguna interlocución? ¿Han tenido alguna utilidad para Usted?
Es casi imposible aislarse, en estos tiempos de opresión, de las redes sociales, es lo primero que puedo decir. Sin embargo, la depuración que implica estar ahí es lo que más me interesa. La depuración de lo que se lee, específicamente en noticias, pues las opiniones, eso son: lecturas desde el yo o al menos así las veo.
En las redes sociales hay de todo, desde los más aislados o felices, hasta los más necesitados de atención y esto último con un sonoro eco. No me estimulan, por ejemplo, las redes como un importante foco de polémica, pues creo que a través de una pantalla uno siempre tiene una máscara, sin embargo, he tenido el gusto de intercambiar ideas con otro que no conozco y que han sido provechosas. A veces no se da esa interlocución y aun así, parece que lo que lees, al menos en Twitter, puede ser de tu interés.
La utilidad pasa entonces por un tamiz. Es impensable creer que siempre serán ventajosas, aunque uno encuentre lecciones incluso de lo que está muy mal dicho en tanto la radicalidad. O grandes hallazgos en lecturas que se comparten y de las que uno se apropia con el fin de darle alguna salida en su propio trabajo.
-Un tema, cada vez más recurrente, es la degradación del lenguaje en redes sociales, intercambios políticos y, en una perspectiva más amplia, en su uso cotidiano. ¿Siente ese deterioro? ¿Debemos alarmarnos?
Sin lugar a dudas, el deterioro está. Y creo que es un factor redundante en el mundo actual. Lo veo cuando leo un examen de un estudiante y está escrito en lo que uno puede llamar «lenguaje de redes sociales». ¿Alarmarnos? Más que eso, creo que se trata de que preservemos las formas, de ver que la raíz está en la precaria educación en nuestro caso; ahora a nivel más amplio, creo que se debe a la propia transformación del lenguaje, a su indiscutible cambio y en ese sentido, lo entiendo. Pero cuando hablo de preservar, intento al menos prestar atención a verbos que no existen o adjetivaciones absolutamente dislocadas. De lo que se trata, creo, es de entender, en una exploración del lenguaje, su riesgo en transformarse para bien y para mal. A eso, justo a eso, hay que prestarle atención y acción.
-Un fenómeno, asociado al anterior: la corrección política. ¿Tiene impacto entre los escritores? ¿Ha corregido el impulso de una primera frase para evitar los ataques de los defensores de la lengua políticamente correcta?
Indudablemente es más lo que escribo y borro antes de publicar que lo que escribo en cuanto a esos temas. Lo político se ha convertido en una espiral que, en algunos casos, abstenerse de opinar resulta lo más provechoso, pues uno compensa con acciones. Con ello no quiero decir que haya que callarse, sino volviendo a la pregunta anterior, no ser el foco de una polémica que en pocos casos puede rebatirse con coherencia y respeto.
-Los expertos sostienen que estamos lejos de comprender los riesgos del cambio climático. En su espacio cotidiano, ¿está presente la preocupación por el cambio climático?
Todo lo que implica el mundo me interesa. Llámese cambio climático, subdesarrollo o dictaduras. En cuanto al cambio climático estamos ahora ante una suerte de moda, disculpa el desparpajo, en esa defensa. Creo que tener el mínimo de discreción al emplear los recursos naturales podría dar con un gran cambio, pero no soy defensora del uso de otros recursos como aviones para viajar y de algunos logros de la tecnología. Eso también es parte del mundo en el que vivimos.
-Está en desarrollo una tendencia planetaria que promueve derechos: para las minorías, animales, plantas y más. ¿Cómo experimenta Usted este fenómeno? ¿Tiene sentido preguntarse por los deberes?
Soy una defensora de los animales, no solo porque tengo mascota, sino porque me parece que ante la indefensión de un ser vivo hay que ser firmes. En ese sentido, me preocupa ahora cómo se van del país algunos, abandonando a sus animales o la falta de recursos para esterilizar los que están en la calle. Todo cuanto atente contra la salud de lo natural en ese sentido específico, me afecta. Y debo agregar que esa «minoría» es mi mayoría.
-Inevitable la pregunta por las distintas formas de acoso y violencia, ahora en auge. ¿Le han afectado de alguna manera? ¿Qué efectos produce?
Me han afectado. El acoso es una violencia latente al que pocos les han hecho el debido caso. Sin embargo, trato siempre de deslindarme apartándome. No ser el centro de la polémica no es no ser centro de los abusos. Nadie está exento. Y sí, siempre afecta, pero debes permitirte en esa experimentación tu propio carácter de precaución y alerta.
-Hemos ingresado en una nueva era: el capitalismo de vigilancia. Sus defensores sostienen que vivimos un tiempo donde la intimidad ha perdido valor. ¿Cómo lo vive? ¿Protege su intimidad? ¿Es un bien necesario para su actividad creativa?
La intimidad es el valor que más afecta en las redes sociales. Si usas redes sociales hay que dar por descontado la preservación de tu vida íntima de forma intacta, aunque existan niveles en esto último. Hay quienes exponen sus vidas ahí a través de lo que dicen o fotos; lo más íntimo. Hay otros más reservados que no se toman fotos en su casa pero que los vas «conociendo» por su forma de pensar. De escribir en las redes.
Debo agregar que hay quienes también tienen redes sociales y parecieran que no las usan, pero soy de las que cree que no por no tener actividad no ingresan a ver al otro, a opinar aunque sea en privado. A esos les temo más.
Sin lugar a dudas, no he sido quizá la más discreta y en ese sentido, creo que es un capital a conquistar porque ciertamente la actividad creativa va de la mano con eso. La vida creativa y la vida en general, agregaría.
-En 25 años, de acuerdo a las proyecciones de los demógrafos, entre 72 y 75% de la humanidad vivirá en ciudades. ¿Disfruta Usted de la gran ciudad? ¿Se ha propuesto vivir en un espacio distinto al de una gran ciudad?
Soy citadina, hasta ahora, de corazón, justamente porque viví mi infancia en Catia La Mar y me perdí de muchas cosas de la ciudad. Me gusta el centro y no la periferia, pero tal y como han ido los años en mi vida, estoy segura de que a medida que tenga más edad, voy a querer estar en un lugar menos bullicioso. Debo decir que recientemente comencé a escribir mi trabajo de ascenso para la universidad y he elegido las horas de la madrugada para huirle al ruido de la ciudad. Justamente eso me da una idea de que en algún momento ganará la idea de aislarme de las ciudades. He pensado incluso en Fabriano, en el centro de Italia, como lugar entrañable para escribir como lo he hecho antes. Es un hermoso lugar, poco poblado en el que obviamente no hay mucha actividad. Me he sorprendido a ratos pensando en largas temporadas ahí. Siempre quiero volver. Aún no sé si para quedarme.
-¿Qué percepción tiene del estado de la democracia en su entorno inmediato? ¿Se la valora? ¿Se la percibe amenazada? ¿Se la entiende como opuesta del modelo populista?
Simplemente no hay, no existe democracia en mi país. Estamos al acecho de la muerte civil por todos lados. La prerrogativa del régimen nos ha tocado hondamente a todos de formas comunes y particulares. Personalmente vivo más aislada que en público, pues lo que se halla en la calle es motivo de desasosiego. La única forma que he logrado para preservar mi alma es estando fuera de casa solo lo justo y no más de la cuenta, pues también agota quejarse y escuchar quejas. No creo que esto sea simplemente un modelo populista aunque así se venda. Se trata de la manifestación más cruel de opresión y odio al ciudadano dentro y fuera de su país. Una red interminable de asaltos a cualquier forma de estabilidad que no sea la hegemonía de un poder corrupto e ilegítimo. Vivimos devastados.
-Por último, ¿cuál es su sentimiento general hacia este tiempo que le tocó vivir? ¿Le preocupan las incertidumbres? ¿Qué le gusta de las realidades en curso y de las que se anuncian? ¿Es mayor su malestar que sus expectativas?
Soy una persona poco optimista en cuanto al futuro de mi país. Creo que en algún momento terminará expulsándome sin remedio. Sin embargo, veo surgir muchas cosas que podríamos denotar como resistencia, no siempre de gran nivel, debo decir. Pero que, sin lugar a dudas, apuestan por un reconocimiento del venezolano en su cara más amplia y enérgica contra la opresión. La creación literaria así lo ha demostrado en determinados casos, los emprendimientos personales que gestan una forma de vivir en esta crisis inagotable.
Mis expectativas son ondulantes como lo es el propio país. Hago mi trabajo lo mejor que puedo en la Universidad Central de Venezuela, insisto desde ahí en forjar el pensamiento crítico, al menos, a una persona para que culmine su carrera. Eso me motiva. Pero agotada también, te digo, no es fácil la tarea en un entorno tan deteriorado y cercado. No lo es.
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