Sergio Ramírez
Sergio Ramírez / AFP

Por TULIO HERNÁNDEZ

Tulio Hernández: En este ciclo de conferencias he compartido con los entrevistados la práctica de comenzar, como en el beisbol, “calentando el brazo”, con algunos lanzamientos-palabras que nos serán de utilidad a lo largo de la conversación. Comencemos hoy con “Distopía”.

Sergio Ramírez: Lo contrario a la sociedad perfecta, la Utopía, a la que siempre hemos aspirado. Distopía es la idea de un futuro muy oscuro. Un futuro que siempre vimos como algo muy lejano, pero que ahora está aquí, en el presente. Nos ha caído encima de pronto.

De repente yo me siento como si estuviese dentro de las páginas de la novela de Margaret Atwood El cuento de la criada. Como si viviéramos en una ciudad y un país ocupado por las fuerzas siniestras que ella describe en esa distopía que es su novela. Porque estamos viviendo una realidad paralela a la que generalmente conocíamos. Y esta nueva realidad es incierta. Por lo tanto, siniestra. La distopía tiene mucho de siniestra.

TH: “Diario del año de la peste”.

SR: Bueno, Daniel Defoe era un novelista extraordinario que sabía darle a la imaginación los relieves de la realidad, y con la ya vieja referencia de la peste que asoló a Londres en el siglo XVI, en el siglo XVII concluyó una novela en la que lo inventa todo. Hasta tablas estadísticas, datos, el número de muertos, el lugar de concentración de las víctimas, de los refugiados de la pandemia. Pero todo el aparato de respaldo científico estadístico que tiene la novela es totalmente falso. Sacado de su cabeza. Aunque se esté refiriendo a un hecho histórico muy real.

Esa fue una gran escuela de escritura para mí. Cómo transformar la realidad, o apariencia de realidad, y contar en términos convincentes, de forma creíble, la mentira. Esta es la gran lección que con base en una pandemia de entonces nos dejó un gran novelista como fue Daniel Defoe.

TH: “El miedo a la muerte”.

SR: Es algo que llevamos siempre dentro de nosotros. Tenemos eso que a los capitanes romanos montados en sus carros de guerra, cuando desfilaban por las calles de Roma, viniendo de sus batallas triunfales, les iban diciendo al oído “memento mori”: “recuerda que somos mortales”. Para que no se fueran a envanecer. Era un rito, pero no había nada más cierto.

Nosotros eso lo sabemos, siempre tenemos en nuestra cabeza dando vueltas ese disco. Es el caso del poema de Rubén Darío que dice “y no saber hacia dónde vamos, ni de dónde venimos”, que es un memento mori también. Y la exacerbación de ese recuerdo es lo que hoy nos tiene en vilo. El hecho de que la muerte ronda alrededor de nosotros. Que estamos creando un cerco protector de nuestras vidas con el aislamiento. Con no tocar las manos de los demás, con no sentir de cerca el aliento de los demás, con retraernos dentro de nosotros mismos, tratando de crear unos muros alrededor nuestro en recuerdo de esa muerte que anda suelta por las calles y a la cual obviamente le tememos. Sobre todo, los más viejos.

TH: “Amigo, ¿no le han dicho que usted se parece a Gregory Peck?”. 

SR: A bueno, ese es un parlamento de un viejo cuento mío, de los 18 años, que se llamaba “G. P”. Yo era desde entonces un gran cinéfilo. Al igual que el personaje de Cinema Paradiso, la película de Giuseppe Tornatore, fui operador de cine en mi pueblo. Porque mi tío era el dueño del cine, entonces a los 12 años yo era responsable de los proyectores del cine. Esa caseta fue mi reino, y nombres como Gregory Peck, Clark Gable, Pedro Infante, Jorge Negrete, para mí eran muy familiares. Entonces yo tomé a este Gregory Peck, gran actor de cine, de mi memoria, y lo transformé en el personaje de este cuento de alguien que se parecía a Gregory Peck y todo el mundo se lo recordaba.

TH: El cine es recurrente en tu vida. En algún lugar leí que mientras veías Asesinato de Julio César, y Bruto daba el discurso frente al cadáver de Julio César, hubo un terremoto en Managua muy fuerte.

SR: Es cierto. Dichosamente, en el castellano, nosotros distinguimos entre temblor y terremoto. Lo que ocurrió fue un temblor muy fuerte, no un terremoto. Yo me había ido a estudiar a Managua, a terminar la primaria. Viniendo de un pueblo de dos o tres mil habitantes, para mí descubrir la ciudad era una fiesta. Me la pasaba de vago todo el día, y me iba a meter a los cines, y ese día me fui al cine González, que era un enorme cine de mil localidades, de los grandes cines de entonces, de los años 50 (1950) y estaba viendo Julio César, con Marlon Brando y James Mason, cuando empezó a temblar. Todo el mundo corrió menos yo porque, efectivamente, estaba fascinado con el discurso de Marco Antonio frente al cadáver de César.

TH: Para entrar de lleno en nuestro tema, concluyo que desde entonces guardas una asociación entre cine y catástrofes. En el artículo que da título a esta conversación, “El coronavirus como superproducción cinematográfica”, comienzas diciendo que la industria del cine americano siente una gran pasión por las catástrofes.

SR: Claro, eso comenzó antes de Hollywood. La industria de la catástrofe comienza en Coney Island, en los Estados Unidos, a finales del siglo XIX cuando, por supuesto, no existían las superproducciones cinematográficas. Entonces, los espectáculos se montaban en vivo, en escenarios reales con miles de extras, donde se protagonizaban todo este tipo de invasiones marcianas, de catástrofes y hasta de cacerías a caballo de migrantes mexicanos que querían entrar a los Estados Unidos. Entonces los jinetes iban corriendo y los lanzaban, los cazaban, eran extras mexicanos pobres, y se los ponían frente al público.

Ese era uno de los espectáculos de catástrofes que se presentaban, y de allí las catástrofes pasaron al cine. Por eso después llegaron todos estos grandes espectáculos terroríficos que cuestan muchísimo: las superproducciones de que a la Tierra se le va a detener el eje o va a chocar con un meteorito; viene una gran pandemia, un virus, que no se sabe si un sabio asesino lo ha inoculado adrede o una potencia enemiga de los Estados Unidos. O se abre la falla de California y California se va hacia el océano convertida en una isla. Hay una fascinación del público por el terror.

TH: ¿Y por qué el tema tiene tanto éxito taquillero? ¿Por qué gusta tanto? ¿A la gente le gusta sufrir? ¿O es que da tranquilidad que las cosas malas le ocurran a otros y no al espectador?

SR: La catástrofe te gusta en la medida que la pantalla está de por medio. En la medida que eso está sucediendo en un territorio que es totalmente ajeno al tuyo. Y tú estás sentado en tu sillón, frente a la pantalla, viendo esta película que te está pasando Netflix, o te vas al cine y ves estas grandes catástrofes proyectadas: un terror que disfrutas viéndolo de lejos pero no quisieras que llegara a tu vida.

Cuando llega a tu vida es distinto. Y eso es lo que está pasando hoy en día, que no es un terror ajeno, es un terror que nos cerca a todos.

En Nicaragua, hoy cuando la pandemia va en ascenso, todos los días estoy viendo los nombres de amigos que han muerto, de gente que yo conozco, la noticia de que los hospitales están saturados, de que no hay respiradores. Todo eso es parte del terror que antes veíamos reflejado en el cine y ahora está metido dentro de nuestras vidas. Por eso la pandemia es la catástrofe de nuestras propias vidas. Como nunca antes conocimos otra.

Personalmente, en mi tiempo de vida, que ya es bastante largo, no he conocido nunca algo semejante. Yo nací en el año 1942, que eran los años de la Segunda Guerra Mundial. No viví esa Guerra Mundial, que es la catástrofe más grande y cercana a nosotros que podemos imaginar. Y, aunque se libraba en un escenario lejano a la América Latina, que era el océano Pacífico, por un lado, y el teatro europeo por el otro, esas catástrofes tenían límites, escenarios geográficos muy precisos.

Pero esta catástrofe de hoy no tiene límites ni escenario fijo. La pandemia del covid-19 abarca a todos los países, nos abarca a nosotros mismos, avanza y retrocede. Países enormes y en condiciones sanitarias muy precarias como la India, por ejemplo, que se creían milagrosamente libres, hoy ya comienzan a estar afectados. Pero el gran epicentro de la pandemia es hoy en día América Latina, mañana no sabemos. Porque la epidemia se supone que comenzó en China, luego se trasladó a Italia, España, y de allí saltó a Nueva York. Y hoy en día, por el número de casos, por el número de muertos, América Latina, nosotros, somos el verdadero epicentro.

TH: Por eso sugieres que la novedad de esta epidemia es que se parece a una superproducción. Pero yo te preguntaría; ¿no parece más bien un reality show del que somos actores y testigos, y que, como tú dices, por primera vez en la humanidad vivimos dentro de la distopía?

SR: Claro, pero no te olvides de que los reality shows se hacen con base en un grupo muy selecto de personas, seleccionadas para meterlas en una casa, encerrarlas en una cueva o bajarlas en un helicóptero en medio de la selva virgen y hacer que experimenten la supervivencia.

Ahora, en cambio, todos estamos en la superproducción, porque somos miles de extras, de actores secundarios. Los grandes protagonistas son siempre los políticos, que son los que tienen que tomar las medidas de lo que se va, o no, a hacer (los casos más terribles son cuando deciden no hacer nada, ignorar la catástrofe), y los científicos, ya que por primera vez la ciencia ha pasado a un primer plano. Hoy estamos esperando que aparezca el epidemiólogo para que nos dé los consejos, las cifras. Esos son los protagonistas de primera línea, pero luego están los actores secundarios, y luego todos los miles de extras que estamos actuando en esta película sin paga alguna.

TH: Hay algo que mencionaste, el papel de los políticos. Como este ciclo de conferencias se llama “Los dilemas civilizatorios del coronavirus”, uno de los dilemas que se han planteado es preguntarse si el coronavirus no ha sido el pretexto para un retorno del autoritarismo, del estatismo y del control de los ciudadanos con el pretexto de la cuarentena y del aislamiento social.

SR: A mí me gustaría ver el poder en dos perspectivas. Hablemos del poder democrático, el gobernante que es electo por un período de cuatro-cinco años sabe que el final de su período se va a ir, que no va a poder resolver los problemas estructurales que tienen nuestros países.

El que llega, sabe que solo va a estar un período, quiere dejar una huella, una memoria de su paso por la Presidencia, de su paso por el poder y ya. Ahora, quien se quiere quedar, comienza desde el primer momento a tramar artimañas para reformar la Constitución, falsificar la voluntad popular o entregarse a la demagogia o al populismo para ser reelecto. Esos son dos tipos de visiones del poder que tenemos en el presente en América Latina y cae la pandemia, en medio.

Entonces para el que se iba de todas maneras, en tres o cuatro años, del poder, estando en medio de su período, este es un asunto serísimo. Porque la pandemia no solo significa un problema que hay que enfrentar con medidas que pueden o no ser desacertadas, sino que significa una interrupción profunda en cualquier plan de cualquier gobernante, le puede arruinar todo su período.

Y están después los gobiernos que están basados en la demagogia. Y aquí no hay identidad ideológica para unirlos, igual se comportan Bolsonaro, Maduro u Ortega. Como no quieren que su reinado sea arruinado por ninguna mala noticia, a pesar de las muchas que tienen detrás, entonces ignoran la pandemia, o la ocultan. No existe. “Es un pequeño catarro”, “Este país está blindado por la Virgen María para que aquí no entre”, y esta mentira se convierte en desastre, se convierte en tragedia, porque el número de muertes se multiplica.

Pero para el que ya tiene vocación dictatorial esto no le importa mucho porque quiere sobrevivir con su poder precario. Nada más. No importa cuántas muertes queden detrás mientras tenga en sus manos la fuerza armada, tenga la policía, tenga los hilos de la corrupción cogidos por las riendas.

Pero al final de cuentas lo que resalta aquí es la crisis sanitaria, primero, y después la crisis de la institucionalidad. Porque vamos a ver, cómo se enfrenta la pandemia, quiero poner el ejemplo de El Salvador, donde llega un presidente muy joven, muy carismático, con un estilo nuevo, gobernando por Twitter, por las redes sociales, y de repente le cae encima la pandemia, y él ¿cómo la enfrenta?, con autoritarismo, trata de resolverlo todo y si se siente estorbado por el Congreso o por los jueces, comienza a ignorar las leyes y la Constitución, y quiere hacerlo todo por su propia mano.

Esta herencia en un país como El Salvador, que depende de equilibrios muy frágiles —basados en un pacto de paz de comienzos de los años 90 (1990), que creó un equilibrio muy precario—, es una muy mala noticia. Este equilibrio se puede romper por el autoritarismo que se está queriendo imponer. Entonces, ¿cuál es el saldo que nosotros queremos preservar en América Latina? Esta crisis va a pasar necesariamente, es muy incierto decir cuándo, pero lo que debemos tratar de alcanzar es que las fortalezas del sistema institucional, las pocas que tenemos, no terminen dañadas.

TH: ¿No es un dato curioso que hayan coincidido en la manera de reaccionar por lo menos en la inicial Bolsonaro, Ortega, AMLO en México y Trump en los Estados Unidos, siendo de ideologías tan diversas?

SR: Claro, pero no te olvides de lo que hay detrás siempre como denominador común: el desprecio a la institucionalidad. Que ya se veía desde antes. No es que ellos acudieron al desprecio a la institucionalidad para enfrentar la pandemia o para ponerse de cara a la pandemia, sino que esos rasgos ya los habíamos visto antes.

Es decir, hay un trasfondo demagógico, populista, autoritario que estos regímenes ya tenían en el desprecio absoluto por las leyes. Podemos examinar cualquiera de los casos que me estás mencionando y en todos ha habido desprecio por la ley, por la libertad de expresión, por la gente que construye la noticia allí, por la gente de prensa; el desprecio a las instituciones, presiones para doblegarlas, irrupción dentro de los sistemas democráticos, unos casos más extremos que otros, o que gobiernan, como en Venezuela y en Nicaragua, sobre las ruinas del sistema democrático. Cuando llega la pandemia estos sistemas ya están en ruinas

TH: Una de las reacciones más estrambóticas, para decir lo menos, ha sido la de la pareja Murillo-Ortega que gobierna a Nicaragua. Convocan a la gente a la calle, y con un nombre casi literario, realizan una caminata de empleados públicos que llaman “Amor en los tiempos del covid”. ¿Nos ayudas a entender tamaña barbaridad?

SR: Es muy difícil explicar los delirios de la mente. Pero aquí hay un grave desajuste en donde la voluntad personal, el capricho o las concepciones del mundo se vuelven dominantes a la hora de enfrentar algo que corresponde a todos.

Yo puedo tener en mi cabeza ideas extravagantes y si soy novelista las pondré reflejadas en algunos de los personajes de mis novelas. O, si soy extravagante, dispondré mi casa de cierta manera que, pues, la veré yo, la verán mis hijos y se extrañarán, y me dirán algo o no me dirán nada. Pero cuando esas políticas de extravagancia y de ruptura total de la lógica se aplican a todo un país desde el poder político, entonces se vuelve gravísimo.

Eso de decir “la pandemia no existe”, “aquí vamos a celebrar toda la lucha contra la pandemia”, “vamos a salir a la calle”, usando como lemas “Todos juntos a la calle a luchar contra la pandemia”. Es decir, “mientras estemos juntos, la pandemia no nos va a doblegar”, codo con codo que es lo que está prohibido por la Organización Mundial de la Salud, cuando lo que se recomienda es alejarse, y aquí más bien se dice “a juntarse en las calles”, pues eso trae terribles consecuencias que son las que estamos viendo: la pandemia está golpeando aquí indiscriminadamente a moros y cristianos, se está llevando a muchísima gente de esa secta que ha ordenado salir a las calles, se ha llevado a ministros, directores ejecutivos de entes autónomos, embajadores, jefes de policía, militantes de base. Porque la pandemia no sale a preguntar quién está a favor y quién está en contra de la pareja que gobierna, no es un asunto de afiliación política, es un asunto de salud pública y son días muy terribles los que estamos viviendo a consecuencia de esa irresponsabilidad irrefrenada.

TH: En este momento conviven dos visiones en el pensamiento occidental. Un ataque de “buenismo”, de quienes creen que de ahora en adelante todo va a ser mejor; que la pandemia nos va a enseñar mucho y ahora vamos a ser buenos, vamos a tratar al planeta con respeto, que ahora sí tendremos consciencia y seremos mejores. Y los que sostienen, por el contrario, que esto fue una cosa planificada, malévola, para acabar con el capitalismo, piensan unos, otros con la democracia o con los pobres. Entre esos dos polos, el del catastrofismo futuro y el del buenismo que nos hará mejores, ¿dónde se ubica Sergio Ramírez? 

SR: Primero, antes de responder, quisiera decir unas palabras sobre el catastrofismo, porque es un mal de nuestro tiempo que ha sido exacerbado por las redes sociales. Creo que el ser humano, cuando no se puede explicar las cosas recurre a la tesis de la conspiración. Es una tendencia que todos tenemos. Cuando no entendemos algo que está pasando decimos “es que esto es el resultado de que China quiere dominar al mundo a través de una enfermedad”. Entonces caemos dentro del rango de la película del científico que siempre está inventando algo malo, que manipula dentro de un laboratorio un virus que se le escapa accidentalmente o que lo va a inocular para acabar con la humanidad o para dominarla. Esta es la teoría de la conspiración ligada a la fantasía.

La otra también no deja de ser una fantasía, de que una catástrofe de este tamaño va a volver bueno a todo el mundo, consciente, de que todos vamos a respetar la naturaleza, de que vamos a pagar los salarios justos, de que vamos a limitar la ganancia de los capitalistas. Esto sería convertir a todo el mundo a la santidad.

Desgraciadamente el ser humano no es así. Desde hace unos ocho mil años, desde que se establecieron las relaciones sociales hace tanto tiempo. Yo me conformaría con un término medio, claro que debemos aspirar siempre a los cambios mejores que van más allá pero un término medio sería muy bueno. Es decir, que se hiciera una reflexión sobre las relaciones equivocadas que hasta ahora hemos llevado con la naturaleza y que tratáramos de frenar el abuso contra esta, que tratáramos de limitar la ganancia desmedida, que tratáramos de ajustar ese abismo tan grande que hay entre tan pocos ricos y tantos muchos pobres, por la distribución injusta que hay de la riqueza en el mundo, pero eso no depende de una voluntad caritativa, sino de una conciencia profunda que está arraigada de tal manera que se necesita cambiarla. Y eso no ocurre de un día para otro, ni por la más grande de las catástrofes.

TH: No puedo dejar de preguntarte por Nicaragua. ¿Es una película de catástrofe lo que ha ocurrido en esta última década en la vida de Nicaragua?

SR: Sí, yo diría que es una película de terror, filmada de noche, lo que se llamaba en el cine de Estados Unidos “la noche americana”, que es transformar el día en noche por medio de los filtros en los lentes. Es decir, que hemos vivido aquí en una situación de nocturnidad. Necesitamos ver el sol y el sol no se verá si no con un cambio profundamente democrático. Nicaragua va a quedar muy mal después de esta pandemia, la economía va a caer hasta un 8 por ciento, según los cálculos de los organismos financieros internacionales. Ya venía cayendo el año pasado, después de la crisis que provocó la masacre de los jóvenes en las calles en el 2018. A partir de abril de 2018, fueron asesinados más de 500 jóvenes, entonces ese año la economía cayó 5 por ciento. El año pasado cayó 6 por ciento, de manera que el acumulado de retroceso económico es muy grande. Es un país que va a quedar en ruinas y bueno, no importaría tanto la precariedad económica, sino el espíritu con que se pueda enfrentar. Aquí la gente quiere un cambio muy profundo para poder enfrentar el futuro que nos espera, y uno de los grandes obstáculos para ese futuro es que necesitamos salir del régimen actual.

TH: Para terminar. Eres guionista, escritor, autor de novela negra. ¿Cómo sería el final adecuado para esta película en la que todos participamos?

SR: Bueno, las películas que más nos gustan siempre tienen finales felices. Todo se resolvió y entonces al final hay una pareja joven que va llevando a sus niños de las manos caminando hacia el sol: el sol que se levanta iluminando la tierra. Eso quiere decir que toda la noche oscura quedó atrás. La vida no es así, desgraciadamente. Esa es la visión iluminada y optimista que siempre queremos tener de la historia de las cosas.

En la película del presente, un guionista tendría que preguntarse primero cuál es la situación real de este momento. Y esa situación es la de la incertidumbre. Esta pandemia es muy evasiva. Este virus es evasivo y traicionero. No sabemos si volverá. O si no volverá. O si volverá mutado. No sabemos cuándo nos abandonará, cuándo nos dejará salir a la calle.

Vemos con mucho temor como en España e Italia comienza a repuntar la enfermedad de nuevo, cuando la gente ya había salido a la calle. En los Estados Unidos está repuntando, cuando dieron fin a la emergencia y declararon abiertas las puertas. Entonces, esta incertidumbre, a mí como guionista, me obligaría a darle a mi película un final como el de Los pájaros de Hitchcock. Si tú recuerdas bien, esta película es sobre el terror que generan unos pájaros que se lanzan sobre la gente a picotearla y las matan. No la dejan salir de sus casas. Y al final, al amanecer, los pájaros se han quedado quietos, y la pareja de protagonistas puede salir y caminar entre los pájaros hasta llegar con todo cuidado al vehículo en el que va a huir.

Hitchcock nos está diciendo en esa escena que solo es una tregua, que no ha terminado la amenaza. Y cuando el vehículo se aleja, se ven todos los árboles llenos de pájaros esperando. Ese es el reflejo de la incertidumbre.

Y más allá —y esta es una escena que no sé por qué recuerdo, porque se quitó de la película—, está el puente Golden Gate de San Francisco absolutamente lleno de pájaros negros. Eso es lo que te da la idea más terrorífica de cómo será el futuro. Entonces, este, desgraciadamente, sería el final, que reflejara la incertidumbre sobre el futuro. Ese sería el final de mi película. Los pájaros de Hitchcock aguardando por nosotros desde un puente.


*La entrevista, que forma parte de un nuevo ciclo de la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas, fue concebida por Tulio Hernández en el marco del XX Aniversario de la Fundación para la Cultura Urbana.


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