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Sergio Dahbar: Es más fácil hablar de Ucrania que del padecimiento venezolano

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Por NELSON RIVERA

Tengo la percepción de que se está produciendo un marcado interés entre los lectores venezolanos por los libros que hablan de la actualidad, así como por la historia de Venezuela. ¿Es así? ¿Qué explica este fenómeno?

No hay una respuesta única para esta pregunta. Es verdad que autores como Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Tomás Straka, por citar sólo algunos, han tenido éxito y han acumulado lectores. Un libro como Historia mínima de Venezuela, editado por Elías Pino Iturrieta, ha funcionado muy bien en bachillerato, porque ofrece en 250 páginas una síntesis muy inteligente y precisa de Venezuela, con tres autores (Inés Quintero, el mismo Iturrieta y Manuel Donis) que dan cuenta de períodos fundamentales de la historia de Venezuela. Y sin duda los trabajos periodísticos de investigación también han generado interés, porque se acercan a asuntos tortuosos como la corrupción y la violación de los derechos humanos. Con datos certificados. Con contextos e interpretaciones. Detrás de todos estos libros, crece una sombra como una nube negra. La gente quiere saber qué le pasó a Venezuela. Por qué un país que vivió un crecimiento inusitado entre sus pares de América Latina, en los años sesenta y setenta, comenzó a caer hasta alcanzar su mayor decadencia y crisis en las dos primeras décadas del siglo XXI. Este interés por los libros de actualidad —hay que reconocerlo— queda restringido a un público lector disminuido, golpeado por la severa crisis económica. Si el país se deterioró, no podíamos pretender que su capacidad de adquisición de libros y sus tiempos de ocio fueran los mismos de antes. Hoy el venezolano piensa primero que nada en cómo sobrevivir. Salvo una pequeña burbuja caraqueña que disfruta de una vida de fantasía.

En un ambiente saturado por las redes sociales, que produce en las personas la sensación de saber y entender lo que ocurre, ¿qué papel cumplen los libros que producen los periodistas? ¿Qué añade un libro, por ejemplo, dedicado a la violación de los derechos humanos, al conocimiento promedio del tema?

Interesante esta pregunta. Hoy mucha gente cree que sabe lo que ocurre en el país porque se asoma a las redes. Son el canal del desahogo social. Un desahogo que apela a la exasperación, a la mentira y al linchamiento. Los libros que producen muchos periodistas, cuando son buenos, proponen información verificada y profundidad en medio de este aquelarre comunicacional de disparos breves. En Venezuela las redes comentan casos de violaciones de los derechos humanos. Pero ningún tuit puede acercarse a los talones de un texto como el de Kaoru Yonekura, incluido en el libro Ahora van a conocer al diablo, sobre el caso de Emirlendris Benítez Rosales, joven torturada de manera salvaje, quien perdió un bebé en esas sesiones de tortura, y que finalmente fue condenada a 30 años de prisión el pasado 4 de agosto de 2022. Un tuit denuncia una situación, pero jamás podrá explicar la complejidad de esa situación, ni todas las aristas que están en juego. El mejor periodismo aporta datos investigados y una narrativa que convierte esa historia en una denuncia poderosa.

La editorial que usted dirige pone especial foco en el trabajo editorial sobre libros que publica. ¿En qué consiste ese trabajo editorial? ¿Qué requisitos debe cumplir un libro de periodismo, dedicado a la política o al ámbito de las ciencias sociales, para lograr el interés de los lectores?

Editorial Dahbar publica libros en dos direcciones: textos que ayuden a construir una memoria de lo que hemos padecido en 24 años de chavismo en el poder. Es muy importante que cuando toda esta pesadilla acabe, porque va a acabar, podamos revisar textos que retratan lo que hemos vivido. Son testimonios invalorables. No todos los que se han escrito en el país, pero algunos resultan fundamentales. La otra línea tiene que ver con denuncias sobre violaciones de derechos humanos y casos de corrupción.

A estos paradigmas conceptuales, hay que sumarle que nos interesan textos bien escritos, mejor pensados, oportunos, donde se pueda agradecer como lector esa máxima ya convertida en lugar común del buen periodismo: cada línea un dato, cada párrafo una idea. Necesitamos todos los días mejorar el periodismo que publicamos. Necesitamos verificar cada línea que se publica, para evitar las celadas de quienes inventan una realidad para acomodarla a sus intereses.

Hay varias prácticas en las que confío. Evitar ser el único que toma las decisiones, que revisa los textos, que reescribe una narración que necesita limpieza y ritmo. Cuando más ojos trabajan para mejorar el trabajo cotidiano, mejores logros se alcanzan.

Alguna vez oí a un creador de best sellers internacionales en una conferencia que dio en una feria del libro. Me llamó la atención el cuidado que prestaba a la verificación de los hechos, a la construcción de un ritmo narrativo, al peligro de que ese cuento en algún momento se vuelva aburrido. Sentí que estaba oyendo a un profesional, que apelaba a un historiador o a un guionista de Hollywood, para mejorar el cuento que deseaba echar. Después están los autores, que creen en muchos casos que su texto es intocable. Los mejores escritores, esos que leemos una y otra vez, nos han enseñado que no existe texto intocable. Toda línea es susceptible de ser mejorada. Es importante aclarar que todo esto es aspiracional y que no siempre logramos el mejor estándar.

La desaparición de las librerías en Venezuela es una realidad que no ha cesado desde el año 2014 en todo el país. ¿Existen datos al respecto? Sin librerías, ¿cómo circulan los libros en Venezuela?

Estos son los datos. Había cerca de 200 librerías en el país hasta 2014 o 2015. A partir de 2016 la crisis fue reduciendo los negocios a su mínima expresión y como si eso no fuera suficiente, vino la pandemia. Deben quedar —si somos optimistas— veinte librerías que trabajan mayoritariamente con libros. Son héroes no reconocidos. Gente que defiende el libro, frente a un país que se derrumba todos los días de una forma diferente. Dicho esto, los libros circulan en estas veinte librerías. En nuestro caso, vendemos libros también a través de nuestra página web, a través de Mercado Libre, Amazon y de Podiprint, una red de imprentas por demanda que surte a más de 400 librerías en América Latina y Estados Unidos.

Cabe una reflexión mayor sobre esta pregunta. ¿La desaparición de librerías, y por ende, del libro del horizonte cultural del venezolano, es una consecuencia de la realidad económica o un efecto buscado para hacer desaparecer las ideas, los debates, o en otras palabras, la articulación de la democracia en la vida cotidiana para darle paso a una sociedad plana y autoritaria? Me atrevo a decir que ambas cosas. Es una consecuencia y un efecto buscado. Este gobierno ha demostrado un desprecio notable por todas las ideas que son contrarias a su manera de entender el mundo. Ya sea en bibliotecas públicas desmanteladas, en prohibiciones a la importación, en limitaciones para la compra de papel, en la nula promoción de escritores en ferias de libros y actividades internacionales.

La política de hegemonía comunicacional, asociada a la destrucción sistemática de los medios de comunicación en Venezuela, ha tenido un efecto neto para la sociedad venezolana: desinformación, censura, autocensura, un escenario generalizado de control de la información. ¿De qué modo esta realidad afecta a los autores, a los lectores y a la industria del libro venezolana?

Esto que mencionas es grave. Aunque pocos desean hablar de esta realidad por miedo a perder el poco trabajo que existe, la realidad comunicacional ha sido devastada. Hay desinformación (no se habla de todo lo que ocurre en Venezuela). A veces es más fácil hablar de Ucrania o de las manifestaciones de Francia que de lo que ocurre con los maestros o los médicos en Venezuela. Hay censura (cuando vas a entrar a un programa te advierten que hay palabras prohibidas). Hay autocensura (la gente se ríe, pero no habla de lo que sabe que le va a traer problemas). El control de la información es brutal. Pero hay algo más que tiene que ver con cierta viveza nuestra. Hay gente que se aprovecha de un ambiente como el que vivimos en la actualidad para censurar incluso antes que le envíen desde Conatel el edicto anunciando que no se podrá hablar de un tema. Es decir, corren paralelas la censura del gobierno y la de algunos que desean eliminar temas, por flojera o por algún interés escondido. A todas estas enfermedades, que crecen en dictadura, hay que agregarle la sensación de que los medios se volvieron planos. No hay diferencias de puntos de vista, ni matices singulares. Todos parecen hablar de lo mismo. Todos se callan ante lo mismo.

Todo esto impide que se hable de los libros que critican al gobierno, que comenten violaciones de los derechos humanos. No hay crítica ni reseñas. Imagínate, un autor que ha pasado tres años de su vida en una investigación. Si tiene suerte y se publica, nadie hablará de su trabajo. Es tan severa la censura y el miedo generalizado, que rara vez encuentras un tuit personal de un periodista recomendando un libro. Se ha internalizado la censura. Es como la peste.

Además de la crisis económica, social y de los servicios públicos, además de la hiperinflación, todos factores que castigaron severamente a la industria editorial venezolana, en el 2020 apareció la pandemia. En España el confinamiento produjo un incremento de la venta de libros y, dicen algunos expertos, un aumento del número de lectores. ¿Es posible saber qué ha ocurrido en Venezuela desde comienzos del 2020?

Lamentablemente, ese fenómeno no se produjo en Venezuela. Lo que se produjo aquí desde el año 2020 fue una acelerada desaparición de los libros del alma del venezolano.

Recientemente, la Asociación de Editores Estadounidenses le ha otorgado a la editorial que usted dirige el Premio Internacional a la Libertad de Publicación 2022/Jeri Laber. ¿Podría hablarnos del premio y de las razones por las que se lo otorgaron?

Este premio ha confirmado el sentido que tiene el trabajo que hacemos en Venezuela. No dejo de agradecerle a todos los que estuvieron presentes, que nos postularon y analizaron nuestro caso. A todos los que hicieron llegar sus felicitaciones. La Asociación de Editores Estadounidenses (AAP) nos otorgó el AAP International Freedom to Publish 2022 | Premio Jeri Laber. Se otorga todos los años. El premio reconoce a un editor fuera de Estados Unidos que “ha demostrado valentía y fortaleza en la defensa de la libertad de expresión’’ (esas son sus palabras). La AAP se ha guiado durante mucho tiempo por este principio: “Si a uno de nosotros se le niega el derecho a publicar, esa amenaza nos afecta a todos’’.

Lo primero que tengo que decir es que apenas conocía de referencia a la institución que otorga el premio, la AAP. El premio lleva el nombre de Jeri Laber, una activista muy valiosa que fundó Human Rights Watch en Estados Unidos. Otra cosa importante en relación con el premio: exige una responsabilidad muy seria a la hora de seguir trabajando para que la gente pueda leer aquellos libros que no se consiguen fácilmente, para que circulen las ideas que otros censuran y tratan de aniquilar.

Me ha llamado la atención el comunicado de la AAP al dar a conocer el premio. Tienen un conocimiento de la realidad venezolana que sorprende. Prefiero citarlo: “La mayoría de las editoriales abandonaron Venezuela a mediados de la década de 2000, en parte como respuesta a problemas económicos, pero también como resultado de una nueva ley contra el ‘discurso de odio’ que otorgó a las autoridades amplios poderes para silenciar el discurso que criticaba al gobierno. Como una de las pocas editoriales que aún opera en el país, Editorial Dahbar y sus autores enfrentan el peligro tanto de los sindicatos del crimen organizado que trabajan con el gobierno como del gobierno mismo. Algunos de los autores de Editorial Dahbar se han visto obligados a huir del país. Además del hostigamiento a los autores, el Estado venezolano tiene un historial de aplicar presión económica a sus críticos. Como ejemplo, las librerías venezolanas con vínculos con el Estado se niegan a vender libros de Editorial Dahbar’’.

Me siento muy honrado de aparecer en esta lista. Los ganadores anteriores del premio incluyen a F&G Editores, con sede en Guatemala, en 2021; a Jagriti Publishing House, con sede en Bangladesh, en 2020; a NB Publishers con sede en Sudáfrica en 2019, y en 2018 a Azadeh Parsapour, editorial con sede en Londres de autores iraníes censurados.

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