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Septuagésimo aniversario de la UCAB y yo

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Por CORINA YORIS – VILLASANA

Entre Veroes y Montalbán

Ya desde niña estaba relacionada con los jesuitas; bien, porque mis padres tenían una estrecha relación con los Barnola, incluido el inolvidable Pedro Pablo Barnola, sj; bien, porque en el San José de Tarbes de El Paraíso, donde estudié desde Kínder hasta graduarme en bachillerato, tuvimos a Jenaro Aguirre, sj, como guía espiritual. Así que ir a estudiar a la UCAB era un hecho predecible. Y en mi mundo infantil y adolescente, donde la mayoría abrumante era de varones, inclinados a la Ingeniería o a la Arquitectura, no fue de extrañar que empezara por inscribirme en la Facultad de Ingeniería. Fue en la vieja edificación de Veroes a Jesuitas donde caminé mis primeros pasos universitarios y donde nació mi sello ucabista.

Allí conocí a amigos que aún siguen siéndolos, aunque a algunos ya ni canas les quedan. Pude sentarme como alumna de profesores cuyos nombres hoy son legendarios en la universidad. No me alcanzarían los caracteres para mencionarlos; pero hay figuras imborrables de mi memoria y de mi corazón. Vaya mi primer recuerdo a Guido Arnal Arroyo, mi profesor de Geometría Descriptiva. De él guardo recuerdos muy gratos: cuando en nuestra actualidad algunos profesores ponen el grito en el cielo porque los estudiantes están jugando dominó en algún sitio del campus, yo les he recordado que, en más de una oportunidad, me senté en el famoso cafetín de la UCAB de la esquina de jesuitas, a jugar dominó con Guido Arnal. A ese gran profesor, quien después fue mi rector y de quien recibí dos de mis títulos ucabistas, es mucho lo que la UCAB le debe. No solo era un profesor fuera de serie, fue un caballero, extraordinario hombre de familia; jugaba dominó de manera fenomenal y yo había aprendido a jugar con mi papá desde muy niña. ¡Vaya epítetos que me gané en aquel mundo masculino, donde la misoginia no estuvo ausente! Yo había aprendido a fumar y eso, aunque no era bien visto por ser mujer, no estaba prohibido. Un día, en una clase, no diré el nombre del “profesor”, me gritó, exasperado al verme encender un cigarrillo, ya estábamos en Montalbán, por cierto: “Señorita Yoris, salga del salón, las mujeres y la sartén, en la cocina están bien”. Yo no me lo podía creer, a pesar de mis pocos años, jamás había pensado que en un recinto universitario pudiese suceder algo así. Pero un compañero, amigo hasta el día de hoy, se puso de pie y defendió el papel de las mujeres y reclamó de manera contundente lo que me había dicho el profesor. Yo me salí de la clase y presenté mi queja ante las instancias correspondientes, que no pasó de ser ligeramente atendida, pero nada más supe del asunto. Yo formé parte del Centro de Estudiantes de Ingeniería; hice las prácticas de Topografía con Polanco Alcántara en los terrenos donde hoy se levantan los puentes que unen el tercer piso con el estacionamiento. Mi recordado amigo, vicerrector administrativo hasta hace pocos años, Rafael Hernández, me describe diciendo “Corina era la Novia de Ingeniería”.

Esa etapa también tiene un nombre muy significativo para mí, Luis Kowalski, de trato fuerte, muy exigente y una nota muy peculiar como profesor era que en sus exámenes siempre había preguntas de cultura general de obligada respuesta. Preguntaba sobre obras de Shakespeare, nombres de ópera, músicos clásicos. Ya sabíamos que no pretendía tener solo alumnos que supieran de números, quería que de sus aulas salieran profesionales integrales. Son características que fueron dejando en mí recuerdos imborrables.

¿Qué decir del inolvidable John Stone (el “gordo” Stone)? De una simpatía arrolladora.

Era decano el legendario Francisco Vera Izquierdo y el rector, Carlos Reyna, sj. El día del fallecimiento de mi papá, Ángel Yoris, Arnal, Vera y Reyna fueron a la vieja casa de mis padres en El Paraíso a acompañarnos en ese triste e inesperado momento. Era una universidad más pequeña, más familiar, si se quiere.

Al poco tiempo, ya habían comenzado en mí las dudas sobre si mi opción por la carrera era acertada. Salí de la UCAB y después ingresé a la muy querida Universidad Simón Bolívar a estudiar lo que realmente me atraía, Matemáticas.

De la USB de vuelta a Montalbán

Presenté el examen de admisión y fue aceptada. Quedé entre los primeros lugares y, sin duda alguna, puedo afirmar que esos años en la USB me dieron una formación tan sólida que nunca tendré cómo retribuirle a esa Casa de Estudios todo lo que en ella aprendí. Mi Alma Mater es la UCAB, pero sería muy injusto de mi parte no reconocer lo que la USB me dio y me ha seguido dando, a pesar de la trágica etapa por la que hoy transita.

¡Éramos la generación de los perros calientes! No había dónde comer, los carritos por puesto no llegaban a Sartenejas y muy pocos tenían automóvil propio. Apareció el cafetín de Soto en uno de los galpones y allí almorzábamos y tramábamos todo lo que se nos podía ocurrir con tal de llevarle la contraria al rector Ernesto Mayz Vallenilla. Formé parte fundadora de un movimiento estudiantil de nombre “Fórmate y Lucha”, que, entre otro de sus grandes logros, fue conseguir que la GN, custodia de la universidad —hoy comprendo mejor su presencia—, fuese sacada del campus universitario.

Allí pertenecí al equipo de esgrima, del teatro, actué en obras, fui alumna de Castillo Arráez y de Gustavo Rodríguez, el actor, pero también capté que eso me quitaba mucho tiempo para una carrera tan difícil y exigente como las Matemáticas. Hay nombres imposibles de obviar, como Andrés Gruebler, Aldanondo, Luis Báez Duarte, Ignacio Iribarren, Eduardo Lima de Sá y el gran Enrique Planchart. Ellos, los matemáticos; pero hay que nombrar a los humanistas, José Santos Urriola, Efraín Subero, Joaquín Marta Sosa, Tosca Hernández, Jesús Mañú y muchos más.

Las universidades son canteras de amistades eternas y de la USB tengo muchos amigos todavía muy cercanos a mí. Incluso, luego de finalizar mi camino estudiantil, aunque nunca se termina de verdad, me hice muy amiga del rector a quien tanto habíamos adversado. Un recuerdo especial a don Ernesto. A él, por cierto, le debo que hizo nacer en mí aquello que él llamaba «el técnico humanista».

En este Papel Literario, octogenaria publicación, mi gran amigo Nelson Rivera me pidió un texto sobre una “conversación memorable” de mi vida, que salió publicado hace pocas semanas atrás. Yo lo titulé «Música, Matemáticas y Filosofía». Reproduzco algunas líneas por venir como anillo al dedo para ese ir y venir a la UCAB:

«Durante mi etapa de estudiante de Matemáticas en la USB, un día, acuciada por la inquietud de estudiar paralelamente Filosofía, me acerqué a un excelente profesor del Departamento, Julio Cano, y le comenté que tenía la intención de inscribirme también en alguna de las Escuelas de Filosofía que funcionaban para ese momento en Caracas.

—Profesor Cano, llevo un tiempo pensando en estudiar paralelamente Filosofía. He estado averiguando dónde inscribirme.

—¿Y cuál es su duda, Corina?

—No es una sola, profesor. Son muchas. Unas, vinculadas con la posibilidad de hacer ambos estudios a la vez. Otras, sé que nosotros en Matemáticas precisamos conceptos, pero yo vivo cuestionando todo y no encuentro con exactitud la relación entre ambas disciplinas.

—Corina, nosotros ejecutamos la música; usted se va a buscar de dónde sale. Hágalo y después nos ayuda a comprender lo que hacemos.

Han pasado unos cuantos años. Mejor no lo contamos. Pero esa conversación marcó mi vida. Decidí emprender ese camino, no exento de piedras, zancadillas y muchos obstáculos misóginos.

Ha sido un recorrido que bien podría equipararse con el viaje del protagonista de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier. Este personaje busca el origen de la música y se encuentra con la selva venezolana donde hace su gran descubrimiento: allí es donde se siente mejor conectado consigo mismo.

Yo también he girado en el cosmos filosófico, buscando esa conexión del mundo de los números con el Ser. Así me relacioné con los Pitagóricos para encontrar la Harmonía; paseé con Platón por la Caverna buscando el número para distinguirlo de la apariencia física sensible; caminé peripatéticamente con Aristóteles para adiestrarme en Lógica; visité a los escolásticos en el medievo; volé en medio de Descartes y Kant; aterricé de un plumazo en Wittgenstein y, hoy, trato de “argumentar” que, si he tenido conversaciones memorables en mi vida, la sostenida con Julio Cano fue paradigmática. Ellos, los matemáticos, siguieron ejecutando magistralmente la «música matemática».

Hoy, en la selva venezolana, a lo Carpentier, yo pude encontrar esos pasos perdidos de mi primera juventud donde he logrado conjugar la Música, las Matemáticas, la Literatura y la Filosofía, hermanadas en una hermosa Tierra de Gracia».

Y así, volví a la UCAB, ayudada por el consejo de Cano, y de una hermosa conversación entre mi mamá y su viejo amigo, Pedro Pablo Barnola, sj.

Montalbán y otros espacios

Entrar a Filosofía no fue nada fácil. Tuve que inscribirme en Letras, pues la crisis del año 72 había cobrado su factura en la pequeña Escuela de Filosofía. Ingresé en el mundo literario y viví otra de esas fabulosas etapas que la UCAB me ha brindado. No dudo en calificarla como la «Edad de Oro» de Letras. F. Arellano; J. Olza; J. Gazo; C. Salvatierra, jesuitas de formación fabulosa, me dejaron una invaluable herencia. Allí me encontré de nuevo con mi gran maestro Efraín Subero; y qué decir de Pascual Venegas Filardo, de Manuel Bermúdez, y la inigualable Elizabeth Auvert, responsable de mi escogencia como libro de cabecera a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sus lecturas eran de una riqueza y originalidad imposibles de describir.

Durante esos años, veía con tristeza y horror como en la vecina Escuela de Filosofía se iba cerrando el ingreso al primer año; en dos períodos más quedaría técnicamente cerrada. La lucha de los pocos estudiantes que tenía fue acogida por mí y varias de mis compañeras. Teníamos un “periódico” llamado Pandemónium, sacado con multígrafo, y en él yo tenía una “columna” que la llamaba “La puerta cerrada de la Escuela de Filosofía”. Con ello, tratábamos de sensibilizar a los lectores para que se unieran a la lucha por impedir su cierre.

Un día, caminando por el tercer piso del edificio de aulas, saludé a quien fue para mí un papá, Francisco Arruza, sj, que en ese entonces era del director de Filosofía. Todos los que lo conocieron saben que era muy controversial; o lo querías, o lo detestabas. Yo estaba en la etapa de no quererlo mucho, por culparlo de inacción ante el posible cierre. Lo saludé y me respondió casi que con un ladrido. Le dije algo sobre el gruñido y me dijo: “¿Qué quiere usted, una sonrisa Pepsodent?”. A lo que le respondí casi sin pensarlo: “Yo diría que sí, porque usted va a vivir siempre muy triste recordando que bajo su dirección se cerró la Escuela de Filosofía” y seguí mi camino.

Al día siguiente, Manuel Arrieta, sj, mi profesor en la USB, y profesor de Lógica en UCAB, me preguntó: «¿Qué le dijiste a Arruza que anda alborotado diciendo que la escuela no se va a cerrar?»

El asunto es que el Decano de Humanidades de esa época, José del Rey, sj, nos puso como condición que se inscribieran 15 alumnos. ¡Misión cuasi imposible! Con la complicidad de Lyll Barceló, directora de Letras y mis compañeras del segundo año, pedimos permiso para estudiar las dos licenciaturas y logramos la autorización oficial. Además, los de Filosofía también habían hecho su trabajo. Nos inscribimos 30; nos graduamos tres: Alexis Alzuru, Miguel Márquez y yo.

Fui delegada estudiantil, preparadora de Lógica de Arruza, finalicé ambas licenciaturas; en Letras, con F. Arellano como tutor, hice la tesis La lengua alfonsí: un estudio gramatical y sintáctico; en Filosofía, con E. Piacenza, Cambios de teoría en la lingüística a la luz de tres filosofías de la ciencia (Popper, Kuhn y Lakatos). En esos trabajos se refleja cómo combiné las matemáticas, la lógica, la filosofía y las letras. Así logré poner un punto a esas etapas de primer nivel, que terminaron por encauzarme en las líneas de investigación que hoy trabajo.

Pero ¡esos peros!, yo volví a la USB y allí me gradué también en la Maestría en Literatura Latinoamericana con el trabajo Identidad cultural en la literatura del Caribe anglófono: Jean Rhys.

¡Matemáticas, Filosofía, Literatura! Faltaba un pie en ese conglomerado disciplinar, la Historia. Por herencia familiar, he sido muy cultivadora de la política, en teoría y en práctica. Mi amistad con Hermann González Oropeza, sj, me ayudó a entender que mi formación “cuasi renacentista” necesitaba de la Historia. Me dediqué a estudiar por qué se había producido el caudillismo y el pretorianismo en el país y terminé el doctorado con una tesis que casi la aplazan, Legitimidad y ruptura del hilo constitucional. Estudio del movimiento insurgente del 18 de octubre de 1945 en Venezuela. Esa defensa fue un escándalo; el Dr. Ramón J. Velásquez no podía creer lo que estaba pasando, menos mi tutor, Herbert Koeneke, el gran especialista en militarismo del país. Terminó siendo aprobada, y luego publicada por la Academia de la Historia y la propia UCAB. Lo mejor de todo es que la recomendación de publicación vino del inolvidable Simón Alberto Consalvi. Goces que da la vida.

Un hasta luego, que no un adiós

Mi incansable deseo de estudiar me llevó a Salamanca y allí cursé el Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia y cursé el Doctorado.

Mi vida en la UCAB ha estado llena de logros, de éxitos y de algunos tropiezos. He dejado de último dar un justo y merecido recuerdo a mi gran maestro y padre, en el sentido de papá, Francisco Arruza, sj. Sin él y su apoyo, jamás hubiese logrado lo que logré.

Y a quien también quiero agradecer su confianza y su sincera amistad es a Luis Ugalde, sj, con quien no pocas diferencias de criterio he tenido y sigo teniendo, pero que, justamente, hacen valer más la amistad.

Hoy, como ya pasó hace muchos años, Filosofía está a punto de un cierre técnico. Y en estos momentos críticos, a «alguien» se le ocurrió sugerir mi nombre para ayudar a evitarlo, otro «alguien» respondió: «Corina es historia». Yo no sé quién fue ese alguien. Yo le respondo: «Sí, eso soy, pero con un añadido: soy HISTORIA VIVA Y LA SIGO ESCRIBIENDO». Tan es así que hoy, queriendo devolverle al país lo que tanto me ha dado, he dedicado mi vida a ayudar a rescatar a Venezuela para que puedan seguir existiendo en todas partes Escuelas, Maestrías y Doctorados en Filosofía, tal como yo ayudé a crearlos dentro de la UCAB.

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