También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.
Jorge Luis Borges (Elogio de la sombra)
Soy una herida que se deja atenuar
por la abertura del otro,
donde el amor detiene al mundo,
donde mi garganta se cierra
y el nudo no deja oprimir el dolor
de aquella costa lejana
que me corta el recuerdo de su idioma
suave y lúcido que en fenicio
navega con la ceguera de tu texto,
transcrito en tu vientre, voltea este mar
del lado hundido,
donde la ciudad se transparenta
por debajo de tus ojos
como un gesto de esta mañana
en mis labios.
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Es una premura odiar al deseo
que descansa en el residuo de la espera.
No sé por qué la mirada tiene que lidiar con el rezo.
Habrá que darle un lugar al pensamiento
a pesar de la lujuria.
Al pie del catre queda limitado su canto
para tu noche antigua,
o el verbo alejado en el desasosiego de Dios.
Y de la secreta luna sobre los cuerpos
tendrás la duda del cielo
y el inexorable pecado.
Al pie del catre queda limitado este deseo.
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Te duele de tanto mirar al cielo
para no herir la claridad
que se mete en tu boca
y desgarras las horas
mientras miro la que ya no eres.
Te duele de tanto mirar la pesadumbre
de mi habitación,
donde lo fallido de la carne
se desviste por tu respiración,
como si el día no terminara para nadie.
Entre la vedija y tu cintura,
el tiempo no será suficiente
cuando crece hasta exhalar
el sudor de tu inicua
soledad. Distante ahora en el perdón.
Te duele de tanto esperar
tu humilde ceguera.
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La noche. El signo plural de tus manos.
Vendrá entonces a besar
los pies de tus dioses
hasta el yugo materno del muro.
En la orilla del río
he recogido tus nombres
para saber que estás hecha
de esta vanidad
que penetra mis párpados
–como si la penumbra fuera el día–,
sobre aquella redención
que se entrega ausente a tu goce
cuando hundimos nuestro
follaje en la corriente.
Siempre corre el agua y
nada cambia por debajo de tu piel
en la ingravidez de tus labios.
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Se ha extendido sobre el versículo
este adjetivo insonoro que anda desnudo
por la huida de los sueños.
Los sueños, al otro lado de la escritura,
muestran las frases de la derrota
como deshacer el mundo por las horas.
La piel en la disección lame de tus ojos el olvido
o el anhelo me devuelve tu cuerpo
como un gesto de la palabra.
Tu deseo es una frase en el borde mis labios.
**
Has venido para recordar que tu reino ha sido perdido
en el extremo de un Oriente
que nadie conoce por su nombre de Dios.
En la cima de ese viaje, al paso de hierro, sonríes
sobre la historia de la noche cuando repito el título
de esa escritura persa que te olvida.
Mi corazón es un alfabeto inclinado al que nadie acude.