Apóyanos

Seis poemas de Juan Martins

Maracay, 1960. Dramaturgo y poeta. Ha sido premiado por “Caperucita ríe a medianoche”, “Dollwrist”, “Caramelo de Nueva York”, “La tarde de la iguana” y “Sara bajo lágrima” (teatro). En poesía, ha publicado “Deseos de casa”. Presentamos poemas de “Soy una herida que se deja atenuar”, recién ganador de la III Bienal Abraham Salloum Bitar

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También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.

Jorge Luis Borges (Elogio de la sombra)

Soy una herida que se deja atenuar

por la abertura del otro,

donde el amor detiene al mundo,

donde mi garganta se cierra

y el nudo no deja oprimir el dolor

de aquella costa lejana

que me corta el recuerdo de su idioma

suave y lúcido que en fenicio

navega con la ceguera de tu texto,

transcrito en tu vientre, voltea este mar

del lado hundido,

donde la ciudad se transparenta

por debajo de tus ojos

como un gesto de esta mañana

en mis labios.

**

Es una premura odiar al deseo

que descansa en el residuo de la espera.

No sé por qué la mirada tiene que lidiar con el rezo.

Habrá que darle un lugar al pensamiento

a pesar de la lujuria.

Al pie del catre queda limitado su canto

para tu noche antigua,

o el verbo alejado en el desasosiego de Dios.

Y de la secreta luna sobre los cuerpos

tendrás la duda del cielo

y el inexorable pecado.

Al pie del catre queda limitado este deseo.

**

Te duele de tanto mirar al cielo

para no herir la claridad

que se mete en tu boca

y desgarras las horas

mientras miro la que ya no eres.

Te duele de tanto mirar la pesadumbre

de mi habitación,

donde lo fallido de la carne

se desviste por tu respiración,

como si el día no terminara para nadie.

Entre la vedija y tu cintura,

el tiempo no será suficiente

cuando crece hasta exhalar

el sudor de tu inicua

soledad. Distante ahora en el perdón.

Te duele de tanto esperar

tu humilde ceguera.

**

La noche. El signo plural de tus manos.

Vendrá entonces a besar

los pies de tus dioses

hasta el yugo materno del muro.

En la orilla del río

he recogido tus nombres

para saber que estás hecha

de esta vanidad

que penetra mis párpados

–como si la penumbra fuera el día–,

sobre aquella redención

que se entrega ausente a tu goce

cuando hundimos nuestro

follaje en la corriente.

Siempre corre el agua y

nada cambia por debajo de tu piel

en la ingravidez de tus labios.

**

Se ha extendido sobre el versículo

este adjetivo insonoro que anda desnudo

por la huida de los sueños.

Los sueños, al otro lado de la escritura,

muestran las frases de la derrota

como deshacer el mundo por las horas.

La piel en la disección lame de tus ojos el olvido

o el anhelo me devuelve tu cuerpo

como un gesto de la palabra.

Tu deseo es una frase en el borde mis labios.

**

Has venido para recordar que tu reino ha sido perdido

en el extremo de un Oriente

que nadie conoce por su nombre de Dios.

En la cima de ese viaje, al paso de hierro, sonríes

sobre la historia de la noche cuando repito el título

de esa escritura persa que te olvida.

Mi corazón es un alfabeto inclinado al que nadie acude.

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