Soneto intuitivo /
Estoy en mi vivir como sabiendo
el destino de gentes y ciudades,
las hoscas gentes de mis soledades
que en mi secreto ayer van padeciendo.
Mi despojada sombra voy siguiendo
sobre números, puertas y ebriedades
de anaconda ceñida a las edades
inconsoladas de algo persistiendo.
Algo de mí que cruza, se atraviesa,
se vuelve silla azul, tacta el aroma
donde estuvo el color y hace la rosa.
La rosa de mis huesos que no cesa;
exacta, tumultuosa, prediciendo
algo de mí que besa a quien no besa.
**
A un árbol de mi casa /
Surge profundamente silencioso;
zona de la lealtad y el libre vuelo,
espacio más oscuro en el desvelo
de ilimitada noche sin reposo.
Y se percibe en todo un portentoso
cabeceo estelar de cara al cielo.
Nadie se oculta en nada; solo el duelo
de lo fugaz unido a lo dichoso.
Árbol errante, puro y a deshora
que se afirma en el viento y enaltece
vibraciones de música infinita.
Árbol ella también, sombra descrita
por un afán de sombra anunciadora
donde lo combatido permanece.
**
Ella es letra inicial en cada mano /
Si las flautas recogen la dichosa
huella del colibrí; si del lamento
nacen cabellos de agua sigilosa
y rostros hondos que apacigua el viento;
si crece hasta tocar el pensamiento
el apretado cauce de la rosa
y cabe en las esquinas todo un lento
semblante y una frente silenciosa;
si la noche modula en el manzano
su redondez más libre y encendida:
allí la flor es oro taciturno;
dejadla con la gracia concedida.
Ella es letra inicial en cada mano
y pulso abierto del panal nocturno.
**
Ya no me ofende el aire /
Ya no me ofende el aire, pero siento
que fuiste una vez más tierra dolida.
Hasta cuándo tu mano malherida
a riesgo de sangrar azota el viento.
Y descubre en el claro pensamiento
un trasfondo de niebla inadvertida
y labra en la estatura conmovida
una presencia de marfil sediento.
Amor: dile a tu mano que no hiera
a esos que suele usar la primavera
donde relata un cielo sorprendido;
los reconocerás en la ribera
por algo fugitivo de pradera
que denuncia un arcángel perseguido.
**
Elegía a un samán /
Recuerdo cómo fuiste y dónde fuiste
mezcla de viento y cielo enfurecido
y entresoñado silabario triste.
Tu musical urdimbre de colmena
era a la niña tiempo desceñido
y monedero de la luna llena.
Hubo patio interior y barandales
que traspasaste libre y encendido
con tu amarilla venda de turpiales.
Hubo gente de amor y la hermosura
rescató tu silencio del urgido
memorizar de la simiente oscura.
A más tiempo se acorta la distancia
entre el hoy y un ayer como de olvido
construyendo tu noche y tu fragancia.
Tu fragancia, suavísima redoma
labidental como lo verde ha sido
y vaciados zureos de paloma.
Corteza abajo penetraste el suelo
húmedo, lentamente acontecido
por tu raíz avizorando cielo.
Aún después de ti mismo sigue alerta
tu inmensa sombra de ángel desvestido,
tu verano, tu lámina despierta,
tu enmarañado traje florecido
como el umbral de un aire que presiento
avergonzado, fiel, sobrevivido;
suerte de ausencia, copa en movimiento
cuando del cielo fuiste desprendido
esparciendo tu cálido argumento
de follaje quebrado, malherido
ya para siempre en alto pensamiento.
**
Soneto cincuenta /
Definitivamente estoy despierta
en un claro de patria donde abrazo
mis dos casas terribles y rechazo
planchada luz de página desierta.
Digo y lo dicho me asegura el paso
que atraviese la rosa y la convierta
de creatura perenne y entreabierta
en ave fija de enlutado trazo;
digo como una planta que obedece
en sueños y en seguida restablece
bestia tupida, sorda, desligada,
inútilmente libre, enmarañada.
Sobre lo escrito, girasol o nada.
Sin embargo lo escrito permanece.
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