Papel Literario

Salón de relegados XXXVIII: Matilde Mármol

por Avatar Papel Literario

Por FEDERICO PACANINS

La belleza rebelde cobra estimulante imagen en una poeta relegada; o al menos, en los claroscuros de una atractiva “Rosa de Luxemburgo” enfocada en la poesía.

Los retratos fotográficos de Matilde Mármol (Barcelona, estado Anzoátegui, 1921–Caracas, 2011) dejan saber la combinación de sensibilidad e inteligencia, unida a cierto ademán insurgente propio de la autora de una obra acaso breve, confesional, poco divulgada, pero meritoria en su tono y destreza lírica: Confín de sueños (1948), Humana dimensión (1956), Letanía solar (1959), Los sinlogismos de Sofocleto (1968), Solo la noche (1969) y Humo del tiempo (1969) son seis libros escritos durante sus andanzas por Puerto Rico, Perú, Argentina y Venezuela, en décadas que la vieron ejercer cargos diplomáticos, y también posturas políticas a tono con la íntima subversión subterránea de su voz poética:

La ciudad construye un humo

espeso y largo.

 

El ruido borra la ciudad,

la apaga.

Matilde Mármol

 

COMO SI TAL COSA

 

Vas. Vienes. Caminas.

Te sientas en una silla exacta.

Echas los ojos por la ventana

a un charco,

un perro te lo sorbe y se marcha

orillándose al muro.

¡Francamente!

 

Afuera todo ocurre como si

nada, como si no te estuviera

doliendo hasta la sombra.

Todo afuera está en orden,

la gente pasa, saluda,

en fin, se comporta

con toda exactitud:

─ Buenos días, señora, cómo van

por su casa.

─ Buenos días, bien gracias

Pasa la gente impávida,

como si nada. La gente…

 

Es dentro donde todos están

muriendo a sorbos,

donde tú te aniquilas,

donde caes y te quedas

caída,

donde gritas para que no

te desgarre tanta cosa inútil,

donde tomas el lápiz y

escribes todo esto

y tú misma te asombras de ser

tan solitaria, de ser

un leño que arde,

un ser humano apenas,

aquí donde te hundes

como si tal cosa.

Afuera todo en orden:

─ Buenos días, Matilde, cómo estás.

─ Buenos días. Bien, gracias.

 

QUISIERA HOY

 

Quisiera hoy recorrer las calles

de la ciudad

con mi amor a cuestas,

santiguarme con nieve la frente,

inaugurar hasta su origen

la esperanza

y echarla en aluvión,

divulgar panes y estrellas.

 

Quisiera hoy que cuanto habita

en las miradas pudiera ser

un bien innumerable.

Iría hasta el final

Inventando corderos para mí hermano,

profundidad para las cosas sórdidas,

fusiles inocentes para el niño,

roscas de harina y lámparas.

 

Por la calle iría

con herramientas dóciles

y puñales sumisos

a proteger las puertas

de la aurora,

a esparcir su crecimiento ineludible.

 

A cada uno pondría un girasol

entre las manos,

le abordaría el corazón,

extendería un talonario de rocío

para todos,

una golondrina para todos.

 

Quisiera, en suma, sentirme

completamente inocente como el mar.

 

 

 

VENEZUELA UNÁNIME

 

1

A lo lejos te levantas, creces al Norte

de mi sangre,

allí donde la noche se amanece

esperándome.

 

Puede ser que yo imagine, puede ser

que no necesites de mí

para alzar tu sollozo.

 

Pero hasta aquí sube tu vientre

Acongojado

y enloquece no saber

donde empieza tu lloro

ni cómo te socava.

 

Y tampoco poder iluminarte,

ni centrar tu meridiano,

ni establecer tu cuerpo

hermosamente sin sangre y sin blasfemia.

 

Sólo aullarte, gemirte, padecerte,

gruñir y barbotar tu inocencia

patria lejana mía.

 

2

Te escribo

desde lejos, te peino, te medito,

te esculpo labriegos y colinas,

te sufro inagotable.

 

Es para sufrir

que destapo tu duelo,

para poner al día mi conciencia.

Jadeo en tus prisiones,

pongo el oído a tu dolor,

rezo y tiemblo.

Porque no puedo morirme

rezo y tiemblo,

porque no puedo despeñar un trueno.

 

Pero tengo mi angustia

y puedo

soliviantar las cifras con mi lloro,

zumbar desde mi cueva,

gruñir con versos y palomas…

 

Pienso en tu inocencia,

en la desnuda pureza del Ávila

y quisiera

llorar de memoria tus calles,

tus piedras, tus cimientos,

tu cuerpo herido de mercaderes,

para que nada tuyo quedara de rodillas.

            

RESEÑA

 

El búho medita

en mi cabeza

y extiende un mapa

poblado de memorias.

Da mi nombre al fuego

Derruye con enigmas el amuleto

─ ícono triste ─

Del solar donde se extinguió mi gente.

 

 

OFRENDA DOS

 

Ahora

todo lo que nos fue negado

resplandece

como astro más suave que el fuego,

quizás relámpago que nadie recuerde,

acaso también que nadie olvide.

 

 

NEGADA FELICIDAD

 

Yo no provengo de rústicos

sino de ancestros

hasta cierto punto

especiales.

 

Toda gente de intelecto

doctores en algo

letrados

poetas

eruditos

y cosas así.

 

Por eso

apenas abrí un ojo de pescado

y vive

rodeada de metáforas

sin titubeos

tomé mis credenciales.

 

Mientras

de manera ostensible y sin recato

el ángel

guardábase la dicha

bajo un ala.

 

 

BALADA DE INSECTOS

 

Hay en mi jardín

pequeños seres crueles

duros

como piedras

de esas que el mar

arroja.

Entes minúsculos

que arrastran grandes moles

hiervas-catedrales-veleros

y a veces

simples migas de pan.

Yo miro la diaria epopeya

la potente vida

trabajando

a poquitos.

Seres ínfimos

con un perfeccionado

sistema de señales

que vuelan

saltan

se arrastran

yendo y viniendo

en acarreos vehementes.

Diminutas tenazas

trituran

machacan

sin cesar.

Y hay mandíbulas

como macanas

que muelen

muelen

muelen.

 

 

MONÓLOGO DEL AHORCADO

En general repugna mi manera de hacer comentarios sobre cualquier acontecimiento, hecho o episodio de mi vida: nada capaz de provocar blasfemias, injurias o, lo que sería peor, aplausos o cosas parecidas a la aprobación de gentes que en absoluto puedan caerme simpáticas.

Normalmente los elogios suenan en mi oreja como un zumbido de moscas, algo imposible de tolerar. Soporto mejor el agravio porque ─proyectado en su propio aire vertiginoso y triste─ me entra por un oído y me sale por el otro. Sin embargo, de tiempo en tiempo, por perversidad o momentánea obcecación, puedo escuchar atentamente algún material descompuesto o simplemente inmundo. En esas circunstancias siento tal congoja que, casi sin quererlo, me echo a llorar con una trivialidad abyecta y deplorable. Pero son momentos precarios. En seguida me apaciguo, restauro mi lesión subterránea y me conforta el convencimiento que nada, en el futuro, habrá de afectar mi impavidez. De este modo acumulo grandes reservas de espíritu que distribuyo a conciencia en aquellos instantes, más o menos conmovedores, cuando condesciendo a ser una persona enteramente normal y urbana.