Por FEDERICO PACANINS
Prolífica es la obra literaria de Luis Beltrán Guerrero (Carora, 1914 ─ Caracas, 1997); poeta, historiador, abogado, cronista, periodista, humorista, crítico y, fundamentalmente, ensayista de incontables temas culturales expuestos por varias décadas en su columna Candiceces del diario El Universal.
Fue profesor fundador del Pedagógico de Caracas, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Nacional de la Lengua. Miembro de las Reales Academias Españolas de la Lengua y de la Historia. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas y de los Centros de Historia de Lara y Trujillo. Recibió varias distinciones a los largo de su carrera: Caballero de las Artes y las Letras de Francia (1969), Orden Francisco de Miranda y Orden Andrés Bello, entre otras. Obtuvo galardones literarios de prestigio: Premio Municipal de prosa con la serie Candideces, 1963; Premio Nacional de periodismo Juan Vicente González, 1965; Premio Nacional de Literatura, mención ensayo, 1968.
Además de sus incontables trabajos para importantes revistas culturales nacionales e internacionales, dejó editados más de cincuenta libros de poesía, historia, sociología, crítica de artes y derecho; entre ellos podemos mencionar: La ignorancia de la ley (1937), Secreto en fuga (1942), Palos de ciego (1944), Anteo (1952), Razón y sin razón (1954), El visitante (1958), Perpetua heredad (1965), El tema de la revolución (1970), Poema de la tierra (1970), Humanismo y romanticismo (1973), Primera navegación poética (1975), El Jardín de Bermudo (1986), Prosa crítica (1993), y la serie antológica de dieciseis libros titulada Candideces.
La diestra y diversa obra periodística de Luis Beltrán Guerrero proviene de su sencilla pero culta habilidad para relacionar datos y textos que evidenciaron, desde la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, cómo era posible establecer refinados vínculos literarios con los mejores exponentes de la cultura universal.
Va a continuación una pequeña selección de fragmentos de nuestras Candideces favoritas, recopiladas en la serie de libos homónimos, prestos a exponer parte de la ingeniosa obra de este fundamental humanista venezolano.
De paseo con un can (Primera serie, 1959)
Pareciera que todas esas dietas de adelgazamiento que ahora pululan sólo sirven para amargar la vida. Yo sigo el consejo de San Felipe Neri que era mejor ordinariamente dar al cuerpo algo más de comida que algo menos, porque lo más se puede quitar fácilmente: pero cuando el hombre por comer demasiado poco se ha estragado el estómago, no puede con facilidad recobrarse. Los preceptos son fáciles de enunciar, difíciles de seguir. Ni grasas, ni féculas, ni azúcares. Con una negación y tres sustanciosos se pretende enflaquecernos. A la verdad, a algunos gordos no nos molesta la gordura, sino que nos digan que estamos gordos. El año ha comenzado; pesamos ciertamente unos kilos de más, pero, felizmente, habrá por donde pasearse.
Los venezolanos somos poco amigos del paseo. Los caraqueños, principalmente. Se dirá que la función hace el órgano. ¿Y por dónde podíamos pasear los habitantes de Santiago de León? Ya existe un Parque del Este. Los Chorros reviven. El Calvario será renovado. Cuidemos de que en este viejo y evocador parque guzmaniano no nos asalten melancolías. Allí se suicidó el poeta Juan Durán, allí se quitó la vida mi amigo el periodista carabobeño Alejandro Maduro. Nadie ha escrito aquí, ni podía escribirlos, una especie de “recuerdo de un pasante solitario” como los de Rousseau. Debemos aprender a pasear; esto es tan importante como aprender a convivir.
Buen compañero de paseo es un can fiel. No nos equivoquemos. Los perros tienen una forma de inteligencia que llamamos instinto. Pueden ejecutar operaciones mentales de gran precisión: asociaciones de ideas, recuerdos, comprobaciones, resoluciones. Poseen prodigiosa memoria y no están ausentes de la facultad de soñar. El sueño es la proyección de un pensamiento activo en estado de vigilia, y prueba la conjunción de la inteligencia y del recuerdo. Duque, el perro de Rousseau, solía devolverle, entre sus dientes, los objetos que el filósofo dejaba olvidados en el campo. En esta forma recobró la pieza La Alameda de Silvia. No se limitan los perros a probar la existencia de los reflejos condicionados, como en el experimento del sabio ruso. Hay “perros sabios”. Perros que comprenden el lenguaje del hombre. Perros que hablan entre sí. Tristán Bernard dijo que los perros tenían sobre los hombres la gran ventaja de no hablar(…).
Los perros se entienden unos a otros. El perro no carece de sentido cósmico: se orienta, tiene el sentido de la dirección, posee cierta especie de clarividencia, sabe cuándo va a morir y se esconde para buscar rincón propicio. Para escoger el mejor de los perritos, Montaigne aconsejaba seguirse por la propia selección de la madre: el primero que ella atrae y lleva consigo será siempre el mejor.
Cultura y masas (Décimosexta serie, 1969)
El hombre, más que un sujeto de deberes y derechos, es un sujeto de necesidades. Necesidad de comer, de vestir, de albergarse; necesidad de amar, de instruirse, educarse; de cultivar los sentidos: saber ver (pintura), saber leer, saber oír (música), saber gustar. El Estado está obligado a satisfacer esas necesidades primarias y secundarias. Ninguna inversión mejor que en el hombre, cuerpo y alma. Necesidades materiales y espirituales. El hombre dotado de un buen oficio o profesión es el mayor capital, reditúa más que cualquier otro bien. Aparte de la solidaridad humana por la dignidad de la especie.
Fascismo embrutecedor (Sexta serie, 1968)
¿Cómo escribir bien? Escribe como hablas es el concepto de Juan de Valdés en su Diálogo de la Lengua. Lessing, en su carta fechada en diciembre de 1743, repite: Escribe como hablas. Santa Teresa tiene un estilo suelto, desgarrado, que parece habla viva y dinámica. Miguel de Unamuno reacciona contra los preciosismos modernistas y semeja escribir como habla por entre baches y durezas de expresión, que el concepto profundo y el juego semántico salva. Nuestra Teresa de la Parra parece escribir como habla, tanta es la naturalidad femenina de la expresión.
Pero a la verdad no se puede sostener como ideal de la lengua el escribir como se habla. “Son dos regímenes distintos al coloquio y el paraloquio, el hablar y el escribir”, concluye Alfonso Reyes. Ya Goethe, en Poesía y verdad, libro VI, indica: “Oí que se debía hablar como se escribe, y escribir como se habla; pero a mí el hablar y el escribir me parecían, en todo momento y para siempre, dos cosas distintas que podían sostener cada una sus derechos propios”.
Trabajo intelectual (Segunda serie, 1959)
José Ortega y Gasset, en aquella atormentada carta de juventud, decía a don Miguel de Unamuno que leía dieciséis horas diarias. Talento sin cultivo, se agota prematuramente. Puede el escritor desempeñar las funciones más aparentemente impropias, pero ha de haber siempre, en la juventud, el tiempo necesario para crear el órgano expresivo, y luego el tiempo de estar consigo mismo, para echar a andar los fantasmas que pueblan nuestro interior, para hacer el diario examen de conciencia y saber si se tiene algo, útil o bello, que decir a las gentes.
De ahí la esclavitud del periodista. Ningún trabajador de la pluma es más siervo del ambiente, del vértigo de las horas, de la obligación de producir, que el articulista. Ya ha señalado esa angustia y esa servidumbre, entre otros, José María Salaverría en La Intimidad Literaria. Artejos, conforme a la filiación vulgar con vocablo, más que artículos, porque son más hechos con las articulaciones de las manos en el teclear apresurado que con el emocionado movimiento de los neurones y el cerebro.
“Deus ex maquina” (Décimo quinta serie, 1990)
La historia contemporánea de Venezuela se rige por el Deus ex máquina de la tragedia griega. Por medio de una máquina teatral, el Dios baja para resolver los intrincados problemas del odio, la ira, la ambición, el resentimiento, graves males morales; o aquellos físicos: catástrofes, caos, holocaustos, heladas, huracanes, terremotos, todos estos extraños a la impagable deuda. Un ser sobrenatural baja a la escena y resuelve —en apariencia, si no ponemos de nuestra parte— todos los tropezones, abismos, marejadas, solución tan feliz como inesperada que, a los pícaros tanto como a los honestos, entusiasma, si bien de diverso modo. Grave que después incurramos en las mismas fallas, sin enmendarnos jamás.
Hilos de seda (Sexta serie, 1967)
Bolívar escribía a Sucre el 9 de abril de 1824: “Cada día se confirma la idea de que Colombia se conservará unida mientras los libertadores se conserven unidos a mí; pero después habrá guerras civiles, y el Río de la Plata correrá por nuestras tierras. Esto, si algún río de la Costa de África, como el Senegal, no se metiere en el Apure.”
Imperaba entonces la anarquía en Buenos Aires, y el Libertador temía, con justa razón, el contagio del desorden. Cuando el Senegal se mete en el Apure, o el Volga en el Caribe, y el Caribe en el Guaire, urge estar alertas para que no se rompan aquellos que Guillermo Ferrero llamó los hilos de seda de las costumbres, de la tradición y de la legalidad, porque, rotos esos hilos de seda, los hombres han de atarse con cadena de hierro.
Las máximas pesimistas (Primera serie, 1958)
—¿Cuál cree usted que es la nación más grande del mundo? —preguntó al Canciller Bismark el periodista español Eusebio Blasco.
—¡Venezuela! Porque a pesar de todos los malos gobiernos que ha padecido, no han logrado acabar con ella —fue la respuesta.
“No se considera libre el venezolano mientras no esté oprimiendo a los demás”, pronunció el presbítero Nicanor Rivero, uno de los fundadores de La religión.
“Venezuela es un país sin memoria”, exclamaba el poeta Manuel Pimentel Coronel ante Eduardo Carreño, cuya Vida Anecdótica de Venezolanos, ofrece una mina de sentencias semejantes. Desgraciadamente no se quedan en la simple anécdota, porque trasuntan realidades insoslayables.
“Venezuela es el país de las nulidades engreídas y de las reputaciones consagradas”, escribió en un número impar de la impar revista El Cojo Ilustrado, el autor de Peonía, Manuel Vicente Romero García. “En Venezuela lo provisional es lo eterno, y la Constitución un librito que se reforma todos los años y se viola todos los días”, dijo Gil Fortoul.
El lírico parnasiano Jacinto Gutiérrez Coll, moribundo, decía que Venezuela era un “vergajal”, como un terreno sembrado de trigo es un trigal. Cuando Pedro Emilio Coll examinó a un alumno, al preguntarle si Venezuela era un lago, un mar o una montaña, el alumno respondió: un mar. “Tienes razón de sobra —le respondió Pedro Emilio—: Venezuela es un mar… de vainas”.
Para don Vicente Amengual la política en Venezuela era un gallinero en el que unas gallinas soportaban hoy las excrecencias de otras gallinas, que mañana, a su vez, sobrellevarían las excrecencias de las alzadas de ahora.
“En Venezuela mandando, o si no fuera de ella”.
“En Venezuela las leyes tienen nombre y apellido”.
“Aquí los elogios se escriben en contra, no a favor”.
Son tres apotegmas de César Zumeta.
En este país…, el título de una novela de Luis M. Urbaneja Achepohl, usado en forma reticente, ha sido usual respuesta para justificar muchas calamidades.
“¡Murió el Gran Loquero!”, dice que exclamó el autor del Cesarismo democrático (Laureano Vallenilla Lanz), cuando supo, en París, la muerte del general Gómez. Después, hemos tenido locos por loqueros.
El Trópico de los monos (Novena serie, 1974)
La circulación sanguínea y comenzó a crear un cerebro pensante que dictaba a la boca órdenes para el habla, ¿sería que no lo hizo tan bien como el simio ascendiente de los sajones? Pero pronto me arrepentía de estos pensamientos. La diferencia entre hombre y animal es de especie, no de grado; tenemos espíritu, me decía yo, entre mayúsculas preocupaciones interiores. Tenemos la x que nos religa al origen y al fin, la x que llevan en la frente los mexicanos, como los venezolanos llevamos en la nuestra la z de Venezuela.
El poeta imperial inglés Rudyard Kipling describía así el país de los monos: “No tienen ley. Carecen hasta de lenguaje propio y emplean palabras robadas, que oyen a los demás cuando escuchan ocultos… Les falta memoria. Son jactanciosos y charlatanes, y constantemente alardean de que van a ejecutar grandes cosas, pues consideran de suma importancia, con asuntos magníficos que están a punto de realizar… pero basta la caída de un fruto seco para distraer su atención, hasta que rían a carcajadas y se olviden de todo”. Recordemos que Kipling protestó del bloqueo imperialista contra Venezuela en 1902.
Imitar las buenas cualidades, las acciones ponderables, me parece una virtud. La mayor virtud es perfeccionarnos, sí, pero dentro de nuestra misma esencia, dentro de nuestra propia personalidad. No imita el ánade el vuelo perfecto del zamuro, ni cambia el gallo su quiquiriquí por el trino del canario. Un hipopótamo quiso imitar el ondular de una serpiente, y rieron los caimanes echados la orilla. Ni la orquídea imita al clavel, ni viceversa. La República de las Abejas sí que es, por su laboriosidad permanente, ejemplo para la sociedad humana.
Siempre hay que aprender de los demás, si no sacrificamos nuestra idiosincrasia, y las circunstancias particulares que nos rodean.
Bertha Singerman (Quinta serie, 1966)
La prensa argentina anuncia que Bertha Singerman prepara una nueva gira artística por tres continentes; y que este año estará, entre otros países, en Venezuela. En la adolescencia, la primera vez que vimos y oímos a Bertha Singerman en Caracas, se nos reveló el milagro de la palabra: ¡qué hechizo en el gesto, en la dicción, en el vuelo de la túnica, en el movimiento de las manos, en los pasos de la nueva danza de la expresión! La vimos, más cercanamente, en alguna reunión en casa del poeta Enrique Planchart, quien, como Jules Renard a Sara Bernhardt, parecía decirle a Bertha como la mayor lisonja: “Yo, Bertha, iría detrás suyo hasta el fin del mundo… acompañado por mi mujer”.
Corre, conejo, a ver a Satanás (Décimo quinta serie, 1991)
John Updike estuvo en Caracas en 1981. Conocía a Gallegos, lo entrevistó Lorenzo Batallán y oyó hablar al presidente Herrera. Entonces dijo: “Los refranes nos dicen lo que debemos hacer, nos ayudan a ser ¡mejores mosqueteros!”. De golpe reflexionaba, pesaroso, en alta voz: “No hay nada en el ancho mundo comparable a una mujer con buen carácter”. Yo corrí tras él y me dijo:
—Eres de la tierra del Diablo. Todos los cristianos debemos sostener conversaciones con el Diablo, como Cristo en el desierto; debemos aprender sus métodos, oír su voz. Esta tradición, trasmitida por los primeros cristianos, significa que el sufrimiento, abstinencia, la esterilidad, las dificultades y carencias forman parte indispensable de la educación, de la iniciación de todos los que quieran seguir a Cristo. Un colega tuyo me ha chismeado —agregó— que eres un humorista fracasado. Lo malo de los humoristas es que lo mezclan todo, lo que cree con lo que no, a fin de crear en efecto. Mejor que seas humorista fracasado, pero sigue admirando a Zapata (…)
El Negro Oropeza (Duodécima serie, 1985)
(….) Citando viejos periódicos de mi terruño, recojo de El Libre Albedrío, que dirigía mi inmediato antecesor Alejandro J. Meléndez, N° 6, marzo 25 de 1911, esta receta para medrar en el mundo, que, sin haberla leído, ha sido demasiado aprovechada por bancarios y banqueros, políticos y politicastros, actuantes y actuarios, figurantes y figuradores, personalidades y personajes.
Para medrar en el mundo. Récipe: De audacia un kilo;/ desvergüenza, cien mil gramos;/ charlatanismo, un millón;/ de educación, un decagramo;/ de talento, media gota;/ y de buena presencia, algo/ Hágase pasta homogénea/ con el favor de los hados/ y con moldes de influencias/ cápsula de cuatro gramos;/ tómese cincuenta al día/ por espacio de dos años/ y al fin de ellos… se estará/ poco menos que reinando.
¿El mundo marcha? ¿O cambia? ¿Para lo mejor o peor? ¿O es el mismo siempre? Dígalo en secreto el Diablo de Carora.
El doctor Juan Carmona (Novena serie, 1974)
Ha muerto el doctor Juan Carmona, jurisperito, periodista, educador, empresario, todo en grado eminente, por su talento, laboriosidad, capacidad de estudio, tesón, honestidad y espíritu de lucha.
En el prólogo de su obra máxima Cuestiones Prácticas de Derecho Civil, Mercantil y Procesal (tres tomos, Caracas, 1970), el doctor Juan Carmona asentó que “entre el jurista teórico, que sueña con la justicia inmutable, y el abogado práctico, que trafica con las normas del Derecho, existe el tipo intermedio, el jurisperito culto, quien ha estudiado los principios eternos de la justicia, pero que no da la espalda a la realidad, y trata también de conocer las enseñanzas y prácticas del Foro. De este último será siempre el mundo de los éxitos”. Por eso, Juan Carmona fue un triunfador en todos los campos a los que dedicó su actividad.
JUSTICIA (Versos Olicornios, Décima cuarta serie, 1990)
Ante el Palacio deslumbrante.
¿Dónde la balanza?
Antes pobre, vendada, ciega.
Nosotros ahora enceguecidos.
No es ciega porque no ve.
Ciega porque no la ves.
Programación cultural (Novena serie, 1973)
Si agricultura es cultivo del campo, cultura es cultivo del hombre: de la mente, del corazón, de las manos, en vías de constante perfeccionamiento. ¿Para qué? Una cosecha de flores, que como tales, son bellas e inútiles. Flor de la mente: comprender al prójimo: tolerancia; flor del corazón: bondad, generosidad, tanto material como espiritual; flor de la mano: el objeto, la cosa, forjada con amor y libertad, desde una escultura a una pajarita de papel.
ANGUSTIA (Versos Olicornios, Décima cuarta serie, 1990)
Por dar vida
A las palabras
Tengo perdida la vida
No sé si ganada la muerte.
CCC (Versos Olicornios, Décima cuarta serie,1990)
Cama: Duermo. Como. Leo. Miro. Oigo. Escucho.
Curso: Pea. Diarrea. Papel. Sanitario. Desodorantes.
Caída: Salgo. Hoyo. Charco. Tropiezo. Grito. Amén.