Por FEDERICO PACANINS
Magaly Salazar Sanabria (La Asunción, Margarita, 1953) ofrece una voz contemporánea de particular esencia femenina —que no feminista—, con un cuidado balance entre la formación académica y su emotivo tránsito existencial por el país que le ha tocado vivir.
Licenciada en Letras en la UCV, magíster en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Barcelona, España; doctora en Cultura Latinoamericana y del Caribe de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador son algunos de los títulos académicos de la poeta, que también ha desarrollado una destacada labor docente y de gerencia cultural en diversas instituciones nacionales. En el año 2018 fue designada miembro correspondiente por el estado Nueva Esparta en la Academia Venezolana de la Lengua.
Su obra poética evidencia más de 40 años de publicaciones: No apto para los ritos de la sacralización (1978), Ardentía (1992), Cuerpos de resistencia (2006), Caudalía (2010), El Pez Soluble (2016), El vuelo y la claridad (2020) son los títulos de algunos de los poemarios que fundamentan nuestra selección.
-De ARDENTÍA (1992)
La trama de la vida
Trama y urdimbre,
pasivo y activo.
Hilos verticales y horizontales
que se atraviesan
como la cruz cósmica,
lo femenino y lo masculino,
todo en las manos de Cucha:
Creación, vida y belleza en las hamacas
y chinchorros de La Vecindad.
Como Penélope, Cucha teje y desteje
y el trajín de años
le pasa hilos profundos
por la cara.
Más blancos que las hebras del algodón,
sus cabellos.
XVII
Lo espacial en el tiempo marcado por las olas
forma el recinto divino.
¿Por qué hemos reducido nuestras casas a paredes y techos?
Devuelvo la cabeza para saber quién viene
y solo mi sombra adelanta y observa los paisajes antiguos,
pero la mirada funda cocoteros en la otra orilla
y designa nombres a las barcas con desmedido color en la pupila.
XIX
Derramada la tarde,
el saxo libera la pasión
y en la cresta, la mística levita
sobre el fraseo despierto
más allá del oído y el jazz
permanece en deleitosa entraña
soplando a la existencia
a manera de sonrisa.
– De CAUDALÍA (2010)
Entre trueno y trompeta
Sarah Vaughan canta
Y la mañana fantasea.
Me ocupa la cocina
Y me despeja el jazz
“El amor está aquí para quedarse”, pensé.
Tal vez podría encontrarte en las especias
O en la piel de la fruta que muerdo
O en New Orleans, con Ella Fitzgerald
Sonando “Cuan alta la luna:
Como si el bajo pudiera alcanzar las estrellas.
Entre trueno y trompeta,
Fue grave el sonido del viento
Y del agua que confundía las calles con los ríos
Y la muerte con desesperación.
De unos labios llenos de cicatrices,
Surge “Saint Louis Blues” y para siempre “Indiana”
Y jamás se cansa la trompeta y los broncos vibratos
Del “Satchmo”, Louis Armstrong,
Porque además de amarnos,
Quiere espantar los huracanes
Hay varias llamadas para contestar,
Incluso, citas para andar el mundo,
Pero le ofrezco una mano a la piedad
Y una oración para cortar lo adverso
De este lamento
Estremecido,
Doliente,
Entre el cielo y la tierra.
Hombre con sed
Difícil es caminar bajo el sol
sin intuir las horas de la salvación.
De tanto andar nos acercamos al pozo
“do tiene su manida”
el agua.
Alguien nos pidió de beber.
Era un Hombre con sed
pero sin cubo para la hondura del agua
y nosotros gente cibernética y con prisas;
algo diferimos entre la compasión y el amor.
El hombre era el Poeta Mayor
y nos dio agua de vida
y escribimos,
nos apacentamos,
observando el mundo
desde la aspiración de la gaviota.
Y la cima se hizo amiga de la mar.
-De CUERPOS DE RESISTENCIA (2006)
XXXIII
A Caracas, en su cumpleaños. 25 de julio de 2003
Caracas tiene temple de gata,
olisquea entre los limoncillos florecidos,
iza los bigotes cuando el estrépito
hace las ranas infalibles
y trepa la contundente verdura de su espacio
para importunar lagartijas y grillos.
Pero el intruso asedia el territorio
donde los desechos y el ocio propician la rapiña,
hoy muchos comen piltrafas
para engañar la hambruna.
Así retrocedan tus fronteras
y aunque la arquitectura se tarantinice,
los añicos del mapa
antendrán sublevado el corazón.
Pero seguirás de pie: antañona y superlativa
inflamando la calle cuando trampa y farsa
oficien por la acera.
Y nosotros, que no somos sabios,
aceptamos con sencillez a la belleza
y de alguna certidumbre, no tan pasajera,
musitamos una canción que te exorcice:
Usted tranquila, Señora,
primero Sultana, jamás buhonera;
Gatísima ciudad. Estiras el cuerpo por el valle
y tus rayas se pierden entre pulpos, arañas, ciempiés,
como alguien que traza un viaje con exageración
Y yo, que te halago como deseo y corola,
invoco a Sor Juana Inés: “Porque no diera la audiencia
motivo a la tibieza”.
¿Y quién aconseja al viento
si el Guaire es una cloaca irremediable?
Mientras los mangos y el café legitiman la gloria,
las piñas presumen en la esquina
y la basura eructa.
Sin embargo, la cabeza está alerta
y no se humilla la arisca
por su brava elegancia.
Pero a la ciudad se le eriza el espinazo;
es de noche
y las sombras se vuelven morisquestas
sobre las paredes.
La gata monta en guardia,
acecha con su garbo taimado.
Llegan las Erres Mayúsculas.
las sirenas, los tiros,
el ¡Ay! Con su madre y la ¡la tuya!
Luego el amanecer planea en lo oscuro
y los pájaros asumen la mañana.
La felina salta sobre ellos.
Pero El Ávila tiene los vuelos controlados.
“Toy’ contento, yo no sé que es lo que siento”,
abre paso al hombre que cruza la posibilidad.
Ahora, él mismo, escondido tras la Plaza Mayor,
apunta con un arma de hacer muertos
y un gañote de escupir la vida.
¿Qué circunstancias debemos salvar
para conservar nuestra alegría?
¿Cómo marcha un pueblo sin cercenar su pacificidad,
el humor, lo generoso, lo valiente
y hasta su desfachatez?
¿A quién le debemos lo triste, la separación?
Ladina y bella, Caracas gulusmea el infortunio:
la gasolina aporrea la candela
y el disparo es jaez de la muerte.
Como si fuera poco,
las bombas lacrimógenas apestan
a ultraje, vinagre
y frecuencia.
Además, el monóxido,
además llueve, sin poder distinguir
entre el agua y el cielo.
El pantano arremete entre omisión y furia
y cuarenta corotos y ranchos que antes se pagaron
como cosas domésticas, se van al mal que es el sufrir.
La fiera se vuelca patas para arriba
y desde allí todo es rotura y lágrimas.
Después,
mucho pueblo sin techo, aguas con ganas de beber,
y caminos son modos de llegar.
Alguien se lava las manos con un poco de bla, bla con bla.
Escampa.
Y la esperanza gana en los predios gatunos.
Sobre sus dos patas,
la voluptuosa lame y redime el pelaje.
La palma de ceilán observa con flores únicas,
mientras sus aspiraciones astronómicas
prefieren subir al teleférico.
La calle aplaude la estampa de una caraqueña,
porque una mujer que se contonea
Es apenas, la conjetura de la felicidad,
como si cuerpo y pasión tuviesen
un “tumbao” alucinado.
Entonces, la gata frota los ojos para encandilar las estrellas,
y atavía el giro de su cabeza con donaire.
A gusto, las luces deslumbran la montañas.
Caracas,
Si hoy te festejo,
Es por el relámpago que nos subyuga.
¡MIAU!
– De la Antología poética EL VUELO Y LA CLARIDAD (2020)
Ínferos del tiempo
Mientras las mujeres tejían la trama de la vida;
hilos verticales y horizontales
atravesados como la cruz cósmica,
lo femenino y lo masculino se entendían
así, la creación y la vida.
La respiración del ser todo lo trascendía,
también la palabra.
Circe, la bruja, se empeñaba en sus hechizos y venenos
desencadenaba borrascas y virus
y las ausencias empezaron a agrietar las casas.
De pronto, las mujeres dejaron el tejido para inventar el tapabocas.
Penélope desataba sus hilos y Circe reía.
Escribimos la historia mortificadas por la necesidad
y asustadas por la muerte.
Yo recordaba la casa de mi infancia, allí cabían todas las dichas
y todo asunto feo moría al traspasar sus puertas.
Allí aprendí a ser libre y la palabra democracia
sonaba con las campanas de la iglesia
Los amaneceres se empeñaban en reconciliarnos.
Una tórtola enseñaba a volar a su pichón desde su nido.
Mi ventana era el apeadero de los pájaros.
Pero Circe no se daba por vencida,
le grité que mi palabra sería voz
de las voces prisioneras de la desgracia.
No quiero cruzar los brazos como espectador,
la vida no es un teatro. El hombre que sufre no es actor.
Porque somos signo, símbolo, sentido,
carne y espíritu.
En la medida en que todo muere mi conciencia se ensancha.
Y el buen humor nos asiste para sobrevivir.
En estos días de aislamiento una niña de 9 años me enseñó
cómo subir un archivo a la nube
y cuando este llegó, yo estaba allí desde hace tiempo.
La tecnología se pasea por las redes,
por los espacios desquiciados,
por nuestros ojos y oídos sin rencores.’
y nos une la mañana de Caracas con la tarde sevillana
Ávila y Giralda: voces y rostros hechos querencias al teléfono.
Entretanto el agua canta como un secreto: está ausente.
Aprendemos, leemos, escribimos, cocinamos sin rendirnos.
Trato de asir las visiones de mi amor
cuando despiertan en mi mente
para olvidarnos un rato de la cuarentena.
Menos mal los pájaros no han gastado su vuelo
y los abrazos nos esperan.
A veces nos equivocamos pero estudiamos
la ruta contraria.
Yo respiro para soportar la alegría del monstruo
y el dolor del hombre. La cuarentena es un viento sucio
en un implante de exilio.
El Coronavirus es una peste cierta por la muerte
la pandemia, un pretexto incierto por la vida.
Señor: llena mi corazón de amor y libertad.