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Salón de relegados XXV: Ernesto Luis Rodríguez

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Por FEDERICO PACANINS

“Poesía nativista, costumbrista o popular” han sido rótulos críticos para etiquetar un arte aparentemente distinto a la  poesía escrita, puramente literaria. Algunas veces estos rótulos se hacen peyorativos, y olvidan al “Canto” como distinguida forma literaria presta a la oralidad de cierta poesía escrita pero sonora —regida por las reglas de la métrica, el ritmo y la rima—, con evidente musicalidad que favorece su recitativo y hasta de su conversión en canción popular.

Ernesto Luis Rodríguez (Zaraza, 1916 – Caracas, 1999) es uno de los más afamados cultores de la poesía enfocada en el arte del “Canto”, con una obra significativa tanto para la música venezolana como para el quehacer lírico del país.  Un ejemplo de esa resonancia espiritual y sonora está en el poema “Rosalinda”, que dio voz a una generación de trovadores aficionados y de profesionales que al recitar el poema hacían suya una expresión amorosa de tono “llanero”. Otro tanto sucedió y continúa sucediendo con la canción “Rosario”, repertorio fundamental de todo quien comienza a cantar acompañándose con el cuatro.

El poeta Rodríguez tuvo cargos públicos que lo llevaron desde la jefatura civil de Zaraza hasta al Congreso de la República. También fue prolongada su carrera en el periodismo, destacándose como columnista de Fantoches, La Verdad, Élite, 2001, El Mundo, La Esfera, El Universal, El Camaleón y El Nacional. Sin embargo, su trascendencia va unida a la obra poética y musical con que nutrió el espíritu juglar de toda una generación.

Su obra poética, declamada y grabada profesionalmente, proviene de más de una docena de libros publicados desde los años treinta hasta los años setenta del pasado siglo, compilados y  editados en Caracas por la Editorial Librería Piñango en 1978. Compuso, además, las letras de conocidas canciones del maestro Juan Vicente Torrealba: “Barquisimeto”, “Valencia”, “Luna y Lejanía”, “Junto al Jagüey”, “Por el camino real”, “La Jardinera” y “Rosario”; también su “Glosa del amor intransigente” inspiró la conocida canción de Ilan Chester.  Dio letra y poética a himnos de importantes instituciones como la Universidad de Carabobo (1959) y la Universidad Metropolitana (1995), ambos con música del maestro Antonio Lauro; la Universidad de Guayana (1990), con música del maestro Inocente Carreño; el  “Himno del Sesquicentenario de la Independencia”, con música de Antonio Estévez, además de los himnos de los municipios caraqueños de Baruta (1994) y Chacao (1994)… Curiosa —por no decir injusta— ha sido, pues, la condición de relegado “poeta nativista o costumbista” que  ha recibido por parte de los estudiosos y críticos literarios de recientes generaciones.

A continuación hemos seleccionado, por una parte, el poema “Romance del Negro Primero”, con clara intención de elegía histórica, escrito en tiempos donde la palabra “negro” bien podía elevar la condición racial sin cortapisas “afrodescendientes”. Por otra parte, ofrecemos los poemas de amor “Pares o nones”, “Glosa del amor intransigente” y “Rosalinda”. En cuanto al quehacer lírico-musical del poeta, reproducimos las letras de la canción “Rosario” y del “Himno de la Universidad Metropolitana”.

Romance del Negro Primero (1938)

Negro, este negro es tan negro

que hasta el pellejo le brilla,

relumbre de sombra cruda

que es bautizo de glorias,

prefacio de guerra a muerte

que hizo crujir las contiendas,

asombro de los combates

tatuados de independencia,

centauro de vientre duro

que es latido en la gesta.

 

Negro, este negro es tan negro

que hasta la sombra se asusta…

 

Fantasma de los realistas

entre cuarenta peleas,

protesta de sangre pura

que dio a las balas el pecho,

relámpago de proezas

en campos de Carabobo,

donde hasta Páez tuvo miedo

de ver lo que era este negro…

 

Negro, qué negro este negro…

 

Lancero a punta de pruebas

echó al peligro la vida,

llevando en los hombros negros

la carga de un continente,

y cien héroes por delante

con pechos llenos de plomo

semblantes sucios de tierra,

vientres sembrados de pólvora,

y unas medallas de sangre

para las novias ausentes.

 

Negro, renegro de negro

que ha puesto blanca la historia.

 

Y es por eso que la gente

que vive entre las audacias,

dice que han visto de noche

en campos de tierra brava,

donde en un grito valiente

puso lealtad en protesta,

que pasa este negro guapo

sobre un caballo de bronce.

 

Negro duro, bravo, crudo.

¡Cómo estaría Carabobo

bajo tu potro y tu lanza!


Pares o nones (1948)

Miro tus manos tranquilas

y que los pozos más claras.

¡Tan negras las paraparas

relucen cual tus pupilas!

Tú las recoges. Vacilas

mientras la risa despuntas;

tu voz me tira sus puntas

y a pleno sol meridiano

cerrando toda la mano:

¿Cuantas habrá?, me preguntas.

 

Clavel de trémulos dones

pone a sangrar tu corpiño,

y hasta mi propio cariño

juegas al pares o nones.

Quizás te muevan razones

que confesar no has querido;

por eso al verme perdido

dices con aire señero:

 

Tiras mi suerte en azares

que son un grave tormento;

tus dedos cuento y recuento

y van saliéndome pares.

De dos en dos tus lunares

llevan atrás mis antojos.

 

Pares tus ósculos rojos

que le robé a la fortuna,

y como aljibes con luna

me dicen pares tus ojos.

 

Hasta los dengues sencillos

en ti son mimos ardientes,

y pues son pares tus dientes,

pares los blancos tobillos,

pares los senos saltones;

pienso por muchas razones

que tu cariño me gano.

Pero al abrirte la mano,

tu corazón dice: ¡Nones!


Glosa del amor intransigente (1948) (musicalizada como canción por Ilan Chester)

Te quiero porque te quiero,

te amo porque te amo,

y mucho más te quisiera

si no te quisiera tanto.

 

Que todo el mundo lo diga,

que la perdiz lo reproche,

que lo enlucere la noche

y el arenal lo maldiga;

que lo dialoguen la espiga

y el girasol mañanero;

que el espinito señero

se lo suspire a la senda.

Deja que nadie comprenda;

¡Te quiero porque te quiero!

 

Que el cigarrón lo comente,

que lo salpique la ola,

que la engreída soisola

por el rastrojo lo cuente;

que el remolino impaciente

lo eleve como un reclamo;

que el aire donde te llamo

sobre la rosa lo espine.

Deja que el odio camine.

¡Te amo porque te amo!

 

Que el alba sobre el corozo

como un denuncio lo escriba;

que todo el llano de arriba

lo azule dentro del pozo…

Diles que amar es retozo

de luna en agua viajera;

que si olvidarte pudiera,

como las sombras al día,

más corazón te daría

y mucho más te quisiera.

 

Que la llovizna lo alfombre

de luces en el plantío;

que el humo sobre el bohío

al escucharlo se asombre…

Diles que llevo tu nombre

ceñido al pie de mi canto.

Quererte alegra mi llanto,

hace sortera mi suerte,

y no quisiera quererte

si no te quisiera tanto.


Rosalinda (1938)

Me voy con la tarde linda

recordando a la mulata.

Un soplo de brisa ingrata

de la copla se me guinda.

¡Se llamaba Rosalinda!…

Un romance del jagüey,

que en este llano sin ley

se prendó de mis corríos,

y entre amores y amoríos

me la robé de un caney.

 

Tenía los senos bonitos

como las rosas abiertas;

su voz en las cosas yertas

fue como el sol de los mitos.

Era apretada de gritos

cuando la tuve al encuentro;

pulpa de amor era el centro

de sus pupilas saltonas,

como las frutas pintonas

que dicen mucho por dentro.

 

Vino un joropo llanero,

se puso lindo el caney.

Yo jugué mi araguaney,

mi cobija y mi sombrero;

perdí todo mi dinero

—me quedé sin un centavo—,

y para sacarme el clavo

con los nervios amargados,

en la ley de un par de dados

se la jugué a un indio bravo.

 

Se amontonaron los peones

para ver quién la ganaba;

cada fibra me saltaba

de los soleados pulmones;

se ovillaron mis canciones

en los silencios ignotos,

y dije entre sueños rotos:

“voy jugando a Rosalinda”,

¡y el dado en la noche linda

me devolvió mis corotos!


Rosario (1959) (canción con música de Juan Vicente Torrealba)

Pasaste ayer, como brisa fugaz

y me quedé, con tu dulce mirar,

después te vi, una clara noche

cerca de mí, como llama de amor…

 

Rosario, toda la luz del mundo

Parece, que se fundiera en ti…

Te vi pasar, como rumor, viajero

y quise hablar, para decir, te quiero

 

Rosario, eres rayo de luna

Que pasa, queriendo florecer…

 

Rosario, provoca

Mi vida, besar…

Tu boca.


Himno de la Universidad Metropolitana (1995) (pieza coral con música de Antonio Lauro)

CORO (repite tres veces luego del Solista)

Esta casa de amor se ilumina

para darnos la luz del saber:

aquí hacemos fecunda la vida

por caminos que llevan al bien.

 

I  (Solista)

Profesores y alumnos unidos,

en ti vemos surgir la verdad:

somos ramos de sueños altivos

al encuentro de un coro ideal.

 

(Repetición del Coro inicial)

 

II (Solista)

 

Venezuela en tus aulas palpita

caudalosa de anhelos la voz:

y el Samán es hermosa consigna

de inquietud, convivencia y honor.

 

(Repetición del Coro inicial)

 

III (Solista)

 

Jubilosos alcemos la frente

levantando el acento feliz

¡Aquí vive la fe del presente

y en nosotros está el porvenir!

 

(Repetición del Coro inicial)

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