Por FEDERICO PACANINS
Un fino borde que acerca la prosa al casual pensamiento filosófico y a la revelación poética se advierte en los ensayos literarios de Santiago Key Ayala (Caracas, 1874-1959). Su espíritu de humanista siempre presto a recrear el conocimiento lo llevó desde temprana edad a cursar estudios de diversas especialidades en la Universidad Central de Venezuela: Filosofía, Matemáticas y Ciencias Naturales fueron sus focos de atención académica cuando, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, ya publicaba sus primeros trabajos en El Cojo Ilustrado. Luego cursó estudios universitarios en Ingeniería y en Ciencias Políticas, mientras se relacionaba literariamente con la revista Cosmópolis. Asumió en su vida profesional cargos diplomáticos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, fue ministro plenipotenciario de los Estados Unidos de Venezuela en el Reino de Italia —1936—, representante venezolano en la Conferencia Plenipotenciaria que trataría los límites con Colombia, delegado ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones, en el Tribunal de La Haya y en la Conferencia Panamericana en La Habana.
En Venezuela su curiosa y distinguida obra de crónica y crítica histórica o literaria lo llevó a ser miembro de la Academia de la Lengua y de la Academia Nacional de la Historia. Vida ejemplar de Simón Bolívar, Premio Municipal de Literatura en 1942 (Caracas: Edime, 1970), y Bajo el signo del Ávila (Caracas: Editorial Ávila Gráfica, 1949) son un par de obras que dan ejemplo de su particular quehacer literario compilado en Obras selectas (Caracas: Edime, 1955); pero es en Monosílabos trilíteros de la lengua castellana (Caracas: Línea Aeropostal Venezolana, 1952) donde acaso mejor apreciamos el arte de un escritor de personal estilo y profunda sencillez, no exento de un sutil y muy criollo sentido del humor con rebordes de iluminación poética: significativas palabras de solo tres letras —sus “monosílabos trilíteros”— dan lugar a ingeniosos ensayos cuya esencia, mediante fragmentos escogidos, a continuación compartimos.
Hoy
Las más logradas profecías son las que se hacen sobre seguro, después que ellas están cumplidas. Abundan los profetas hábiles de este tipo que hacen hoy, mañana del ayer y se pavonean engreídos de tal post-visión del futuro. Aunque, entre los profetas, dada la variedad de los acontecimientos, se encuentra quien atina en realidad. De mil flechas lanzadas al mar, alguna puede dar en el blanco. Además hay el recurso de una filosofía, que hace del tiempo una ilusión. Ayer y mañana son ilusorios como hijos del tiempo ilusorio. También el hoy, nuestra existencia individual, lo sería. Mas, todavía en tal caso, el hoy puede existir con exclusión del tiempo. Es un hecho independiente de la noción del cambio, incluida en la del tiempo.
El hoy sería, como la noción de existencia en el axioma de Descartes, lo único firme en la ilusión de nuestra vida. Hoy por hoy, no podemos prescindir del hoy.
Dos
La naturaleza, en sí, y como interpretación humana, ha puesto el dos en el punto de divergencia de sus combinaciones. Casi pudiera decirse que el universo ideológico, tanto como en el universo objetivo, reposan sobre el dos. Como ejemplo, la especie humana existe por obra del dos. Y hemos visto cómo, en el terreno de la ideología, para el alumbramiento del uno se requirió la paridad. Ocurre igual para nuestra especie en el terreno biológico. Mis lectores saben muy bien que se requieren dos para hacer uno. Si nos atenemos a los libros sagrados, encontramos que el Creador mismo se dio cuenta de la tiránica necesidad. ¿Qué iba a ser de la Creación y de su ser más perfecto después del Creador, con Adán solo? El Creador salvó el porvenir de su gran idea, convirtiendo el uno estéril en el dos fecundo. Entregó a Adán y Eva una simple regla de cálculo, compuesta, como es bien sabido, por dos reglillas acopladas. Les ordenó practicar determinados ejercicios aritméticos y les enseño la teoría de las progresiones crecientes, con la razón geométrica dos. Es, ni más ni menos, un “deber” inventado por el Gran Maestro para hacer amena y amable la vida. Los alumnos de la escuela se han encariñado con el “deber”, acaso el único de los deberes señalados por Dios a los humanos que ellos cumplen con celo y buena voluntad. Consúltense las estadísticas mundiales de población. El poder del dos ha ido acaso demasiado lejos.
Tul
Lo principal y constituyente del tul es, a mi ver, su ligereza y transparencia. Transparencia pícara, porque es y no es. Pudiera llamársela una transparencia ideológica. Dice y no dice. Vela y no vela. Calla y no calla. El tul está hecho para la mujer. Es decir, para el hombre. ¿Cómo entender tal paradoja? Problema sencillísimo. Está hecho para que lo use una mujer. Por esa razón, es para ella. Con las ambigüedades y trampas del tul, se caza al hombre. Por tan encantadora razón, está hecho para él. Disfrutan él y ella por igual los encantos del tul.
Voz
A propósito de voz y teatro, un episodio. Se refiere a que iba a representarse una tragedia a la antigua. En ella, Sansón aparecía dando grandes voces, fiero el ademán, listas las fuerzas indomables. Y aterraba a los filisteos. Según tengo entendido, hacía de Sansón el gran Talma. Los ensayos de la escena no marcharon bien. El director se desesperaba. La comparsa, apática e ignorante, iba a echarlo a perder todo. Cansado Talma, dijo al director: “No ensayemos más. Fiémonos a la ventura”. Se representó la tragedia. El director veía con angustia acercarse la escena culminante. Sansón apareció y encarándose con los filisteos dio tan tremendo grito, el que hubiera dado Sansón mismo, que el público se llenó de terror. En cuanto a la comparsa de filisteos, no ya de ficción, sino poseídos de espanto, huyeron, en la más realista de las fugas en los anales del miedo.
Tos
Hay el derecho de toser, pero el uso del derecho es en algunos sitios controvertible. A lo menos, quien tose donde no se puede o debe, se expone a graves consecuencias. En lugares y ocasiones alguien se reserva el derecho de toser, una suerte de monopolio. Quien se atreve a toser allí sin permiso del monopolista, lo desafía. Entonces, la tos es un reto. “Aquí, el que tose soy yo”. “En mi patio no canta sino un solo gallo”. “A mí nadie me tose”. Cuando la cosa ocurre en medios rurales, el araguaney, simbólico palo nacional, tiene la palabra.
Non
Guzmán Blanco tomó Caracas el 27 de abril de 1870. Dos sietes le abrieron las puertas del poder, la riqueza y la gloria. Empero, el siete del año era un non emboscado: el cero lo escondía. El año de 1877, Guzmán se echó en brazos de Alcántara. No lo aconsejaron bien los dos sietes. Vinieron la reacción, el primer derribo de las estatuas y otras etcéteras. El impar completó el error de Guzmán. Mas el impar siguiente reivindicó al caudillo. Volvió Guzmán al poder y a los etcéteras. En el año de 1881 (dos unos contra dos ochos), llegó al máximo de la fortuna y del orgullo. Se casó con la suiza y vio de nuevo su imagen sobre la colina de El Calvario y en la plaza de San Francisco. Celebró en 1883 la gloria de Bolívar y la suya propia. Tan seguro se sentía que ensayó de nuevo el juego del presidente tenedor. No salió del todo bien ni tampoco muy mal. Pero el siete de 1877 fue definitivo: le volvió para siempre la espalda. Es que detrás del siete estaba duplicado el terrible ocho, al que le atribuyen los agoreros virtudes transformadoras. Guzmán había extraído todo el jugo de sus nones. Sus épocas de esplendor y aciertos duraron, una, siete; la otra, cinco años: se llaman el Septenio y el Quinquenio. La Aclamación fue un relámpago sordo. El año de 1888, riquísimo en pares, le asestó el golpe de gracia.
Son y ton
Abundan en los países donde imperan las tiranías, sin disfraz o con embozo, quienes bailen al son que les toquen, y son para tales las dignidades y prebendas. También al son de los adulones, pocos resisten y ellos, los adulones, lo saben. Gimnastas del consabido baile, los bailarines cambian con la mayor facilidad de ritmo, se ponen al unísono con el director de orquesta o con la voz cantante; hacen las cabriolas que se les pidan o las ejecutan de propio marte, por su sola cuenta, para conciliarse las buenas voluntades de quienes poseen el dinero o el poder. El son resulta así corruptor en alto grado y al amparo suyo hacen su agosto las mediocridades y las nulidades engreídas. Quien no sabe plegarse al son o no lo sigue con destreza, está condenado a ser por lo menos pisoteado por los bailarines. La historia de la ínfima política está contenida en el son que se toca arriba y se baila abajo. Si se cambian las circunstancias y sobre todo si cambia el director de orquesta o de banda, hay que amoldarse al nuevo son. Y son entonces las palinodias con escándalo, o las silenciosas inconsecuencias, pronto recompensadas con honores y ventajas.
Haz
Cuando una ley justa y el consentimiento general libre, son el lazo flexible, suave, que mantiene el haz, cobra este la forma del símbolo y posee la fecundidad del haz de espigas que lleva el grano a los molinos. Se hace heráldico. Asciende al campo de las banderas, a los lemas de las naciones. Ocupa el cuartel de un escudo. Simboliza el poder de los magistrados. Junta en la garra del águila americana las flechas de libertad.
Ley
Aconteció que un gobernante ordenó por su cuenta y ningún riesgo la detención de un joven ciudadano. Se quería forzar la voluntad del preso en un asunto que ninguna relación tenía con la política. El funcionario carecía de facultad legal para intervenir. La detención era arbitraria. Un abogado experto, interesado a favor del preso, y amigo del gobernante, fue a abogar por el joven. Explicó al ejecutivísimo funcionario los hechos, razonándolos.
—Bien, bien —replicó el gobernante—. Eso no es nada. ¿Sabe usted lo que ha hecho además ese joven? Una cosa gravísima, de la mayor gravedad…
—¿Qué ha hecho? —dijo el abogado, inquieto en su fuero interno—. Dígame, ¿qué ha hecho?
—Ya va a saberlo usted —. ¿Qué ha hecho? Ha tenido la audacia, mejor dicho la insolencia, de invocar la ley…
Es muy conocida la sabrosa anécdota del español que detuvo la carroza de su soberano. El Rey lo oyó con benevolencia porque el hombre era un antiguo soldado, valeroso y colmado de méritos.
—Bien, ¿qué quieres? Deseo complacerte.
–Muy poca cosa. Casi nada, Señor. Solo quiero que Vuestra Majestad me firme este papelito.
El papelito decía sencillamente: “Este español puede hacer dondequiera, y a cualquiera hora, lo que le dé la gana”.
Luz
Luz, vocablo, merece bien la representación que ejerce en nuestra lengua. Es tan bello como lumière, y más expresivo que light y luce. No podemos verlo como voz oscura. La “l” no golpea sino acaricia a la “u”. Esta amabilísima vocal recuerda el color azul y la bella voz de las contraltos. La “z” prolonga con su flexible cinta de terciopelo la dulzura de la “u”. Nos parece que el monosílabo se difunde; vuela por los espacios, se pierde en los vacíos cerúleos, como el agente que en él viaja.
“¡Luz, más luz!”, clama el gran poeta moribundo, tal como Fausto clamó por juventud. Era el mismo clamor. La juventud, “divino tesoro”, es luz. Ilumina, guía, colora, puebla de reflejos y encantos la vida.
Ser
Hemos llegado al corazón de las ideas absolutas. Estamos frente a la palabra que lo comprende todo. Ni Dios, la concepción más gigantesca alcanzada por el hombre, escapa del concepto ideológico del ser. El ser encierra el mayor y más hondo de los misterios del mundo y de la idea. Dios “es” el Ser Supremo. Es tan misterioso, tan absoluto, que incurrimos sin escapatoria posible en lo que llaman los lógicos “petición de principio”, cuando intentamos definirlo. Porque el ser “es lo que es”, como la “Verdad” en la definición fracasada de San Agustín (…)
Ha fracasado el hombre en la definición del ser, como fracasa siempre en definir ideas abstractas absolutas. Cuando cree acercarse a ellas, está incurriendo en la petición de principio. Resulta que lo definido está incluido en la definición.
Fin
El individuo corriente deja a los pensadores la empresa de descubrir el fin universal y se preocupa de su propio fin y a lo más, en el de las personas amadas. Seguro de que la vida engaña, espera en la muerte. Espera en la segunda vida. En verdad, la muerte no engaña. ¿Qué ha de engañar, si no ha prometido nada? Es la vida la que sigue engañando. Endosa contra la muerte el pagaré que no puede pagar. El más allá responde. Lo más curioso es el acuerdo inesperado entre espiritualistas y materialistas. Estos últimos se conforman con la perdurabilidad de la materia, que tampoco es eterna.
Todo tiene fin. Solo Dios puede ser eterno, porque no tuvo principio. La creación puede finar, porque hubo un momento, según las Escrituras, en que Dios resolvió sacarla de la Nada. Y así como lo hizo entonces, puede deshacerla, cualquiera de estos días. A lo menos para este petulante planeta y a la más petulante humanidad que en él hormiguea, la cosa puede estar más cerca de lo que pensamos (…) Hasta el carnaval del mundo tiene fin. ¿Cómo no habría de tenerlo esta comparsa de trilíteros, de los cuales yo estaba tan cansado como el Padre Eterno de los humanos? Cierra el desfile, quién debía cerrarlo:
FIN