Por FEDERICO PACANINS
Rafael Ángel Insausti (Barinas 1914-Caracas 1978).
Poeta, diplomático, ensayista, traductor y crítico literario. Correspondió a las Ediciones Casa de Bello publicar su obra completa en 1984. El prólogo de esa edición, a cargo del poeta Eugenio Montejo, remarca un particular entretejido de poesía y prosa en la obra de Insausti: «La evolución de su escritura poética, tal como en compendio la hemos seguido, corre pareja con la de su obra en prosa, donde también se cumple un lento desarrollo que culmina en cláusulas exactas y sobrias de su última época».
Seis poemas de los libros Conjuros de la muerte (1954), Estar vivo (1969) y Se llevarán la noche (1975) preceden las selecciones de Prosa mínima (1970), libro que da cuenta de esas «cláusulas exactas y sobrias», señaladas en la obra de Insausti.
Detrás del muro
Detrás del muro un agua inmóvil
inscribe en su memoria las nubes,
el sol, los pájaros, las noches.
Detrás del muro un país claro
aprisiona todo lo que huye.
Detrás del muro una escalera
liquida se hunde, paso a paso.
Por ella iré a mirar, furtivo,
los pájaros y las noches,
el sol, las nubes de allá abajo.
Lienzo
Este pueblo sin nadie,
que como un secreto
se quiere instalar en la tarde,
este pueblo no tiene un canto, no tiene un grito,
no tiene un gallo que le dé la hora
y coloquen en el tiempo sus árboles, sus calles.
Flores de un cuadro
Da miedo, de tan frágiles, mirarlas.
Pero muerte y olvido no las tocan.
Por no herirlas detiénense las brisas
Y se quedan inmóviles las horas.
Después
Para que yo tenga luz
Baila
Delante del sol o del fuego.
Después entre tus llamas quédate
Para que no apague mi sed.
Primavera
No hay muerte,
no hay
descanso.
Todo va
a distinta luz,
siempre.
A otros pájaros.
A otro azul.
Más puro y verdadero.
Más exactos;
más vuelo y canto aún.
Exilio
Tan sólo he atesorado piedras cándidas
arbitrarios nidos o ilusoria neblina.
(Esto es el hombre. El mundo aún no está bien.
Cuando esté bien el mundo
exigiré más vida)
Me preparé indulgente un blando espantapájaros.
El viento mueve ridículos
en el aire los brazos de mi melancolía.
Indagad minuciosos en mi pecho:
fumo desde hace siglos y echo allí la ceniza.
A ese júbilo ingenuo de arriba
opongo el fácil contrapeso
de mis dificultades y trastornos.
Me iré, me voy callado
éste será mi más audaz recuerdo.
No hay viajes y no hay sueño.
No hay adiós. Y descanso no hay.
Enterremos aquí nuestro temblor de gozo
y olvídate y olvídeme. Si preguntan,
tú ya no estás, yo ya no estoy.
En «Prosa mínima»…
La soledad, isla superpoblada.
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¡Amor, soledad mía: reino de piedras blancas!
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Se apaga mi sangre para que cantes, se enciende para oírte gemir.
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Beneficia al poeta que una mujer sea testigo de lo que hace. Inteligente o tonta, da lo mismo. Lo importante es que los ojos de ella estén sobre cuánto él escriba. Como una lámpara. O como un pisapapeles.
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Trata de escribirlo todo ahora,
para que un día no queden flotando en el aire,
como ánimas en pena,
tus palabras.
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Sueño: buscaba un caballo blanco y hallé en la oscuridad un río.