Papel Literario

Salón de las tablas (X): Edgar Moreno Uribe

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Por FEDERICO PACANINS

“A veces prefiero ir al ensayo general a ver con cuidado y calma para así desentrañar las intenciones de la pieza y su montaje”. Tal la confesión de Edgar Moreno Uribe —periodista, crítico y dramaturgo colombo-venezolano—, al momento de solicitar el libreto de alguna obra para, como bien deja entrever, iniciar su labor crítica: constatar las evidencias de una puesta en escena dirigida al público y, al hacerlo, pues también ir obrando su idea de preservar una indispensable documentación —libretos, programas de mano, reseñas, entrevistas, afiches, fotografías, fichas técnicas de las obras— útil para la historiografía del teatro venezolano.

Desde la década de los años setenta del siglo XX, Moreno Uribe ha ofrecido crítica teatral a través de columnas en los diarios El Mundo, Últimas Noticias, La Verdad, El Diario de Caracas, La Voz, el semanario Todos adentro y, durante la presente década, en El Universal. Varios libros dan cuenta de su labor como investigador y ensayista: Carlos Giménez, Tiempo y Espacio; Sida, homosexualidad y otros teatros; Rodolfo Santana como es; ¡Bravo! Primera Década de la Compañía de Teatro y Carlos Giménez, antes y después. Su blog digital http://elespectadorvenezolano.blogspot.com/ da a conocer novedades informativas sobre artes escénicas y literatura nacional e internacional.

Como autor dramático su pieza Novia en rojo tuvo puestas en escena en el Festival de teatro de Mar de La Plata (2009) y en el Festival Caracas (2011). El grupo Veneteatro ofreció El fantasma de Bonnie en la sala Rajatabla (2011). El carnaval de Marilyn y Manzanas heladas en sonetos densos son piezas de Moreno Uribe a la espera de futuras puestas en escena.

El orden y la precisión informativa caracterizan las críticas con la firma de Moreno Uribe. Y justamente la compilación ordenada de esas críticas, presentadas conforme a una cronología anual, ha dado materia a la serie de libros titulados Teatro: apuntes para su historia en Venezuela. Procuran esas ediciones la memoria de un importante número de puestas en escena de distintos grupos teatrales venezolanos, desde el año 1992 hasta la segunda década del actual siglo. Datos correspondientes al qué, cómo, cuándo, dónde y con quién consiguen así espacio editorial para que el mismo autor, en su libro 25 correspondiente al año 2011, al prologar el contenido, exponga el alcance de su acucioso trabajo:

“Siempre tenemos que repetir lo mismo, por si acaso hay lectores nuevos. En diciembre de 1992 nos propusimos iniciar la compilación de una serie de apuntes útiles para la historiografía del teatro venezolano, con miras a realizar no sólo un trabajo de mayor investigación sino también pensando en la utilidad de esa información para los trabajos cotidianos de periodistas y estudiantes de artes escénicas, además de servir como fuente de documentación para artistas o cultores y cultoras involucrados en este interesante e inédito proceso cultural, político y económico que vive Venezuela desde 1999. También hay que subrayar que gracias a nuestro blog (http://elespectadorvenezolano.blogspot.com) la mayoría de los textos de esta publicación han sido difundidos dentro y fuera de Venezuela. Seguiremos, pues, publicando en la prensa capitalina venezolana y en nuestro blog. Para colocar ahí además nuestras publicaciones, con lo cual el teatro criollo tendrá mayor difusión”.

A continuación compartimos tres significativos trabajos críticos del maestro Moreno Uribe: el primero, titulado Antologías criollas (10 de agosto de 2005), destaca dos interesantes criterios acerca de posibles obras fundamentales en la historia del teatro venezolano contemporáneo. El segundo contiene una reflexión conceptual en torno a La producción teatral (25 de julio de 2018). La tercera selección lleva por título La verdad de una traición (3 de septiembre de 2019) y presenta el riguroso ejercicio del crítico en torno a la puesta escena de Alta traición, obra de nuestra autoría dirigida por José Tomás Angola.

Antologías criollas (2005)

Se “cocina” una nueva antología del mejor teatro venezolano y está tan adelantada su elaboración que durante la Feria Internacional del Libro de La Habana, pautada para febrero de 2006, se le hará su adecuada presentación. La nueva compilación del mejor teatro criollo es una selección del teatrero Alberto Sarraín y de Lillian Manzor, la cual además contará con un ensayo crítico suscrito por Beatriz J. Rizk. Ese libro, del cual aún no conocemos su título, tendrá 13 obras, a saber: Lo que dejó la tempestad de César Rengifo, La revolución de Isaac Chocrón, Los ángeles terribles de Román Chalbaud, Acto cultural de José Ignacio Cabrujas, Los fantasmas de Tulemón de Gilberto Pinto, La empresa perdona un momento de locura de Rodolfo Santana, Vida con mamá de Elisa Lerner, Los pájaros se van con la muerte de Edilio Peña, Reinaldo de Ugo Ulive, Los hombres de Ganímedes de Néstor Caballero, Dos amores y un bicho de Gustavo Ott, A barrio vivo de Franklin Tovar y Último piso en Babilonia de Xiomara Moreno. Ahí, pues, están todos los que son, sin embargo hace falta uno importante: José Gabriel Núñez, reciente Premio Nacional de Teatro. ¿Aún pueden incluirlo? ¡Gracias!

Coincidirá su “bautizo” con los primeros 35 años de una de las más notables antologías de textos venezolanos, realizada precisamente por el teatrólogo cubano-español Carlos Suárez Radillo. Con Trece autores del nuevo teatro venezolano, publicada hacia 1971 por Monte Ávila Editores, ese intelectual que conocía como pocos la literatura dramática hispanoamericana sentó cátedra en Caracas con su publicación y resaltó a los autores más destacados de la época, algunos de los cuales, ahora cuando ya hemos avanzado en la nueva centuria, terminaron por ser los más importantes del siglo XX. En ese grueso texto, de 535 páginas, figuran: Ricardo Acosta Agualinda, José Ignacio Cabrujas (Fiésole), Román Chalbaud (Los ángeles terribles), Isaac Chocron (Tric-trac), Alejandro Lasser (Catón y Pilato), Elisa Lerner (En el vasto silencio de Manhattan), José Gabriel Núñez (Los peces del acuario), Gilberto Pinto (El hombre de la rata), Lucia Quintero (1×1=1, pero 1+1=2), César Rengifo (La esquina del miedo), Rodolfo Santana (La muerte de Alfredo Gris), Elizabeth Schön (Intervalo) y Paul Williams (Las tijeras). Pudimos conocer a Suárez Radillo, que había nacido en La Habana, pero quien estaba radicado en España desde 1953, durante su larga pasantía en Caracas. Aquí, a la par que ejercía la docencia, investigaba para ulteriores publicaciones siempre sobre autores hispanoamericanos entonces poco conocidos en España, como el venezolano César Rengifo, la chilena Isidora Aguirre, el colombiano Gustavo Andrade, el peruano Enrique Solari Swayne, el cubano Virgilio Piñera, el boliviano Guillermo Francovih, entre otros. Viajó extensamente por América Latina y Estados Unidos, donde también extendió su labor difusora del teatro español contemporáneo. A su labor de director teatral unió la de investigador. Entre la veintena de libros que publicó sobresalen: Teatro Hispanoamericano contemporáneo (1971), El teatro barroco hispanoamericano (1981), El teatro neoclásico y costumbrista hispanoamericano (1984) y El teatro romántico hispanoamericano (1992). También era poeta y novelista. Sus últimos años los dedicó a recoger sus memorias en una serie de cuatro volúmenes. Su último libro estuvo dedicado a la capital española (Por qué me enamoré de Madrid, 2000), ciudad de la que se sentía ya tan hijo como de La Habana. En el año 2000, la Comunidad de Madrid, las universidades Autónoma de Madrid, de Las Palmas de Gran Canaria, de Sevilla y de Cádiz, entre otras instituciones, le rindieron homenaje por su 80 cumpleaños. Falleció a los 83 años, en Madrid, el 18 de abril de 2002. Sus restos fueron incinerados y depositados en el cementerio de La Almudena. ¿Quién cuidará de su vasto legado cultural? No lo sabemos. Por ahora, bienvenido sea el libro de Sarraín.

La producción teatral. Nuevos productores para el teatro venezolano. (2018)

La creación y la producción de teatro en Venezuela no han tenido jamás una delimitación específica. La escasa profesionalización de nuestra actividad teatral ha confundido funciones, superpuesto áreas de acción y, cabe decirlo, disminuido el valor de una en dependencia de otra.

Así pensaba, y con mucha razón y experiencia propia, el director Carlos Giménez, hace ya largos 25 años, tal como lo escribió en su artículo El director, creación y producción (1). Decía que la producción teatral en Venezuela ha estado sujeta a un proceso compulsivo, cualitativamente inestable, desprovisto en general de planificación, con evidente ausencia de objetivos que cubran integralmente este espacio fundamental del hecho artístico.

Y preguntaba: ¿Cuál es la función de un productor en Venezuela? ¿Existe alguna definición sobre su campo de acción? ¿Específicamente en el teatro el productor qué es? ¿Un mecenas que pone dinero? ¿Un profesional que busca el dinero? ¿Un auxiliar del director, sin derecho a voz ni voto en el proceso creativo?  ¿Un utility que lo mismo consigue un descuento en telas, zapatos gratis, local para ensayar?  ¿Cómo gestiona y gerencia los pocos recursos asignados al proyecto? ¿Existe una clara definición al respecto? ¿Existe la profesión de productor en la escena venezolana?  ¿Qué se intenta delimitar cuando se dice, por ejemplo, productor artístico, productor ejecutivo, jefe de producción, o productor general? Trataremos de encontrar algunas respuestas a estos interrogantes, o, por lo menos, hacer un diagnóstico tentativo de tal situación que vive el sector. No hubo, por supuesto, respuesta alguna para Giménez por parte de sus contemporáneos y rivales. No les interesa teorizar sino “producir”, como fuera, sus montajes a cualquier costo, precisamente cuando muchos de sus recursos provenían de un Estado benefactor.

Y reiteraba que existen en un orden que podemos llamar “universal” en el mundo del espectáculo, más allá de las limitaciones y/o imposiciones de la realidad venezolana, dos tipos de productores que inciden en el campo de la creación, desarrollo y difusión del hecho artístico: el vendedor de espectáculos y el promotor de la creación artística.

Y puntualizaba que “el vendedor” tiene como objetivo esencial “el negocio del espectáculo”. Legítima actividad comercial y por ende orienta sus esfuerzos a la presentación y difusión del trabajo del artista, sin establecer compromisos esenciales o parciales con el artista y/o su obra. Mientras que “el promotor” es un hombre o mujer del sector íntimamente ligado al conocimiento del hecho creador, un creador en sí mismo, que se une con lazos sensibles e intereses profundos a la causa del artista.

Al paso de los años, la única respuesta teórica, a tan importantes interrogantes sobre la creación y la producción  del teatro proviene de una reflexión pública propiciada por el teatrero integral Luis Bernal, quien, durante tres semanas del mes de julio de 2018, en el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, realizó, gratuitamente y para dieciséis interesados, su Taller Montaje/ Producción de espectáculos teatrales o Cómo producir un espectáculo sin dinero y no morir en el intento, el cual contó con el apoyo y respaldo de Carmen Jiménez. Y nosotros estuvimos allí para aprehender esos conocimientos al lado de Valery Pérez, Glorybert Entrena, Oriana Reyes, Mayerling Rodríguez, Kenyer Gudiño, Keily Sionney Lozano, Hernán Rubín, Rosi  Valera, José Ángel Parra, Abraham García, Misael Carpio, Gladys Specier, Angélica Rinaldi, Nefertiti  Ruz y  Javier Messia.

Igual que antes

Todo lo que Gimenez apuntó en su artículo sigue vigente y lo pudimos comprobar a medida que Luis Bernal, quien no conocía esas formulaciones del texto que hemos citado, dictaba sus amenas charlas, las cuales tuvieron aderezadas con las participaciones en vivo de reconocidos productores como Jorgita Rodríguez, fundadora y directora de Vayaalteatro y Talento Femenino, con más de 25 años en la producción Teatral. Angélica Escalona, productora y fundadora del grupo Theja y con más de 30 años de experiencia. María Brito, gerente del Teatro San Martín, primera actriz e integrante de la Compañía Nacional de Teatro y más de 40 años de experiencia en el medio artístico. También estuvieron presentes: Erika García, abogado especialista en Propiedad Intelectual y Derecho de Autor, en representación de  Sacven de Venezuela. Williams Castellano, especialista en Redes Sociales, y Armando Zullo con más de 30 años de experiencia como realizador y escenógrafo en el Teatro Teresa Carreño.

Balance teórico

De lo oído y conversado con Luis Bernal y los talleristas, además de los planteamientos de Carlos Giménez, nos quedan, como una especie de avío para el camino del productor en Venezuela, estos conceptos:

A) La producción es una plataforma sobre la cual se construye y desarrolla una concepción artística, lo cual implica una serie de compromisos éticos, a saber: comprensión intelectual del productor hacia el proyecto artístico, así como una total integración al mismo y la solidaridad crítica.

B) El productor debe ser, como lo repetía Giménez todo el tiempo, el alter ego del artista con quien trabaja. Debe ser el puente con la realidad, ya que el productor debe ser un generador de proyectos. El productor debe manejar áreas específicas, delegar responsabilidades y generar una autonomía laboral, pero conservando el control general del proyecto a través de una comunicación horizontal entre sus más cercanos auxiliares.

C) Hay tres tipos de productores: el ejecutivo, el artístico y el promotor. El productor ejecutivo administra, planifica, ejecuta el proyecto a nivel gerencial y por ende controla las áreas de diseño y ejecución. El productor artístico ejecuta el diseño artístico del proyecto, es el puente entre el creador y los realizadores, mientras que el productor promotor es el que crea la imagen pública del proyecto y la difunde, es una especie de comunicador.

Para Luis Bernal esta fue una experiencia inolvidable que “me llenó de mucha satisfacción no sólo por haber alcanzado los objetivos pautados, sino que surgieron de dicho taller cinco proyectos teatrales donde cada productor pondrá a prueba los conocimientos y herramientas adquiridas, contando con el apoyo y tutoría de mi parte como productor general. Dichos proyectos pretendemos estrenarlos en el transcurso de lo que resta del año 2018”.

Finalmente, en memoria de Giménez, recordamos que un romanticismo maniqueo obnubiló durante muchísimo tiempo el desarrollo del sector artístico por intermedio de unas reglas dogmáticas que hacían del creador un elemento marginal en el desarrollo social. Y así reiteramos ahora: la producción es, dada la variedad de formas y sistemas de comunicación social, un trabajo en equipo, con delegación específica de responsabilidades, donde la promoción y creación de imagen es un elemento fundamental en la concepción, elaboración, desarrollo y ejecución de un proyecto.

1 E.A.Moreno-Uribe, Carlos Giménez, Tiempo y espacio. Hermanos Vadell Editores, Caracas, 1994.

La verdad de una traición. Tres comediantes en compleja obra venezolana (2019)

Adolfo Hitler y Benito Mussolini, los apocalípticos guerreros de los años 30 y 40 del pasado siglo XX están ahora, cual fantasmas, en un selecto club cultural de alemanes radicados en Venezuela desde hace unos 70 años. Sí, pero su presencia ahí es más compleja y esperamos que los lectores/eventuales espectadores así lo asimilen.

Llevamos muchos años sabiendo, de antemano, cómo concluiremos la reseña o la crítica de un espectáculo, pero siempre tenemos problemas en cómo empezar y eso nos ha ocurrido ahora con Alta traición, memorable trabajo artístico del autor Federico Pacanins y el director José Tomas Angola Heredia, el cual hace una breve temporada, en el teatro Humboldt, en la calle Juan Germán Roscio, en San Bernardino.

Hoy hemos optado exaltar, inicialmente, al elenco conformado por el respetable Rolando Padilla como el mefistofélico poeta estadounidense Ezra Loomis Pound, a quien, luego de habérsele condenado a muerte, se le conmutó la pena declarándosele loco, por lo que fue encerrado en un psiquiátrico de Nueva York y liberado 12 años después, para emigrar a Italia y nunca volver a su patria. Asimismo participa el conmovedor Gerardo Soto, quien encarna al germano Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura en 1929; mientras que Sandra Yajure se encuentra cómoda en el rol de la periodista, especie de alter ego del propio Pacanins o quizás aquel necesario puente entre ambos personajes y el público, para quien se hizo todo aquello a muy buena hora por la metáfora que mana de todo aquello, a partir de una obvia reflexión sobre el fascismo europeo, el de Hitler y Mussolini.

Hay que subrayar que la balsámica música, el cuarto personaje del montaje, que se escucha y toca en vivo es de la autoría del dramaturgo, con arreglos del maestro Albert Hernández, al tiempo que los fantásticos solos de violín corresponden a Martín Figueroa. La integración de un grupo de bailarines (Ahina Figueroa, Jorge Escobar y Juan Mora), quienes interpretan una danza contemporánea, coreografiada por Carolina Wolf, le brinda a esta exótica Alta traición una fantástica y hasta cinematográfica visión sensorial y lúdica, enriquecida, a su vez, con algunas técnicas de circo que le otorgan una poco frecuente poética visual. La precisa escenografía es del maestro Freddy Belisario, además que  el innovador diseño de mapping, grabaciones de video y operación son de José Martínez; la  adecuada iluminación es de Manuel Troconis; el audio es de Ángel Fernández; la producción artística y el vestuario son de Edisson Spinetti; la producción es de Yessica Serrano; la dirección general y la puesta en escena, como ya lo habíamos señalado antes, son  de José Tomás Angola, quien lleva en 80 minutos un mensaje muy oportuno para esos vientos que soplan en este planeta para amargarnos la existencia a todos.

En resumen, hemos optado por remarcar primero a los artistas, porque ya hemos afirmado, en crónicas anteriores, que Federico Pacanins es generosa noticia para el teatro y las artes venezolanas en general, especialmente por su obra escénica, pues, en los últimos 25 años ha escrito y dirigido variadas crónicas teatrales que involucran sensatamente al género musical, el drama y la comedia. Como director teatral ha puesto en escena otras tantas obras, propias y ajenas. También es productor de programas radiales, discos, conciertos y ciclos de conferencias dedicados a la música y a la difusión cultural venezolana. Tiene una labor respetada como productor de documentales. Ha alternado la escritura y la producción de eventos teatrales y conciertos con su labor de locutor y conductor de diversos programas de radiales. En cuanto a su labor docente, es profesor de las cátedras de Teatro y Venezuela y su circunstancia, ambas en la Universidad Monte Ávila de Caracas. Actualmente es presidente de la Asociación Cultural Humboldt y profesor en ESCÉNICA. Es, pues, un importantísimo trabajador cultural con envidiable hoja de vida, orgullo para su familia y su patria, por supuesto. No anda pavoneándose como muchos que no tienen con qué hacerlo.

Montaje

Dos intelectuales, de ideologías enfrentadas, son los protagonistas de Alta traición, el cual permite una reflexión urgente y oportuna al público venezolano. Pacanins encontró extrañas coincidencias en esos iconos literarios de la cultura universal. Y todavía más fascinante resultan esas coincidencias dando lugar a una trama con personajes en tiempos de conflicto, que asumen activamente la propaganda de signo contrario: durante la Segunda Guerra Mundial.

Ezra Pound (1885-1972) toma el micrófono radiofónico en Italia ofreciendo programas para advertir a sus compatriotas de las bondades del fascismo y nazismo. Del otro lado, el alemán Thomas Mann (1875-1955), Premio Nobel de Literatura, también ofrece programas radiofónicos advirtiendo a sus compatriotas del error en que incurren al seguir el liderazgo de Hitler. Dos valientes posturas que, en tiempos de guerra, suponen delitos de alta traición hacia sus respectivas naciones. Al concluir la guerra, tanto Pound como Mann deben asumir las consecuencias de sus respectivas posturas como intelectuales en tiempos bélicos. Y las consecuencias, por cierto, son aleccionadoras, por decir lo menos.

Esa deslumbrante coincidencia, que Pacanins ha resaltado, permite desarrollar una trama dramática que muestra a estos intelectuales en tiempos de conflicto, y también a una periodista como vocera de un  extraño «cuarto poder» que propone la reseña y al veredicto social.

Pacanins aclaró que buscó llevar al público caraqueño una trama escénica con emociones y pensamientos aleccionadores, producto de tiempos de conflictividad extrema. No lo dijo, pero sí hemos detectado que la lectura del filósofo Platón, y en especial de su electrizante Fedón, sanamente le han contaminado de la lógica incertidumbre sobre los tiempos venideros, no solo para su obra artística sino también para su país venezolano. ¿Y usted qué opina, estimado lector, eventual espectador? Vaya a verlos y saque sus conclusiones.