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Salón de las tablas (IX): Rodolfo Santana

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Por FEDERICO PACANINS

Los años setenta del pasado siglo ofrecieron en Venezuela importante turno escénico a las piezas de Rodolfo Santana (Guarenas,1944-Caracas, 2012), dramaturgo y director teatral capaz de dar sustento dramático al primer comediante y cantautor Simón Díaz para convertirlo en intérprete cinematográfico de una obra de incuestionable reconocimiento colectivo: La empresa perdona un momento de locura.  Podía también una obra de Santana, dirigida por Ibrahim Guerra, dejar boquiabierto al público del Ateneo de Caracas con el precioso busto de Haydée Balza exhibido en su controversial pieza Baño de damas, o lograr los máximos galardones críticos de su tiempo: el Premio Nacional de Teatro, con la obra Barbarroja (1970); Premio Juana Sujo a la mejor obra del año por su obra El sitio (1970); mención de honor con la obra Tarántula en el Premio Internacional León Felipe (1972); el Premio Juana Sujo a la mejor obra por el montaje de su obra La farra; el Premio Nacional de la Crítica a la mejor obra por el espectáculo experimental llamado El Gran Circo del Sur (1975); Premio Nacional de la Crítica del Teatro Alternativo de España (1978) y, finalmente, obtuvo en Cuba el Premio Casa de las Américas en la mención teatro por Ángel perdido en la ciudad hostil (2002).

Rodolfo Santana es un dramaturgo fundamental para la crónica que da continuidad al teatro contemporáneo venezolano, cuyo bautismo en los años sesenta del siglo XX quedó marcado por el quehacer de sus predecesores de la llamada Santísima Trinidad, conformada por los dramaturgos Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas y Román Chalbaud. Con unas ochenta obras estrenadas y representadas tanto en Venezuela como en otros países de hispanoamérica, Santana ofreció tramas ligadas a nuestra realidad social, inspiradas en la denuncia de perniciosas costumbres o del poder político y su negativa influencia comunicacional, que a veces deja entrever un velado anhelo educativo hacia el país por parte  del autor.

En el devenir de su carrera de unos cincuenta años como hombre de teatro, desarrolló una especial habilidad para crear diálogos de mucha agilidad escénica; de allí que sus obras fusionen con naturalidad los parlamentos de los personajes como parte misma de las acciones escénicas.  Y tal vez gracias a esa destreza, pues sea que también haya abordado con éxito el oficio de  guionista de cine que lo llevó a trabajar con el director venezolano Clemente de la Cerda en las películas El reincidente (1975), El crimen del penalista (1976), Compañero de viaje (Premio Municipal al mejor guion cinematográfico, 1979) y Los criminales, basado en un obra teatral de su autoría (1981). Para Mauricio Wallerstein, cineasta mexicano radicado en Venezuela, escribió el guion cinematográfico de su icónica obra teatral La empresa perdona un momento de locura (1978), protagonizada en el cine, como ya se mencionó,  por Simón Díaz. También llevan la firma de Santana los guiones de la telenovela Amores de Barrio Adentro (2004) y el filme El Caracazo (2005), ambos dirigidos por Román Chalbaud.

Ofrecemos, en primer término, un fragmento de la escena inicial de La empresa perdona un momento de locura, según su libreto original de 1974; luego va la  escena # 19 de Baño de damas, pieza estrenada en 1984. De su etapa inicial, reproducimos el texto de una escena de Algunos en el Islote, escrita en 1967 y estrenada en el Teatro de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Por último, compartimos un fragmento del ensayo Golpes de Humanidad y Tesón recopilado por el crítico Edgar Moreno Uribe en su libro Rodolfo como es Santana (1995).

LA EMPRESA PERDONA UN MOMENTO DE LOCURA. Fragmento de la escena inicial (1974)

Un consultorio de psicólogo. Pulcrísimo. Un escritorio ejecutivo, un sillón ejecutivo. Sentada en el sillón la psicóloga industrial, joven y bonita. Una silla de visitante, giratoria. Sentado en ella Orlando. Obrero. Adentro, muñeco de goma correctamente ataviado, que la psicóloga hará aparecer en el momento que implemente la terapia. Orlando sentado en la silla, muy derecho. Viste un modesto traje gris, zapatones grandes. Su actitud es nerviosa, de notoria preocupación. 

Pausa. La psicóloga escribe y estudia varios papeles. Orlando observa inquieto a la psicóloga esperando su atención. 

PSICÓLOGA: (sin mirar a Orlando, sigue escribiendo) ¿Por qué lo hizo?

ORLANDO:     ¿Ah?… Bueno. ¿Se refiere a la cosa? Pues, vaya, usted no camina por las ramas. Va directo al…

PSICÓLOGA: ¿Por qué lo hizo? Pausa larga. Orlando se muestra indeciso. La psicóloga guarda plumas y lápices. Acomoda los papeles. Ve a Orlando.

ORLANDO: Mire, señorita, yo siempre he sido pacífico. ¿Sabe? Nunca he atacado a nadie.

PSICÓLOGA:   ¿Ha tenido peleas o discusiones con sus compañeros?

ORLANDO: No.

PSICÓLOGA: ¿Nunca ha peleado?

ORLANDO: Nunca. (Pausa. La psicóloga lo observa con desconfianza sonriente. Orlando lo percibe). Ah, bueno, en cierta ocasión, pero eso fue hace ya muchos años. (Pausa). Me pasé de traguitos en una fiesta. ¿Sabe? (Pausa corta). Era joven y cortejé a una muchacha,… digamos, un poco a la cañona.

PSICÓLOGA: ¿Bruscamente?

ORLANDO: Eso. Le falté el respeto.

PSICÓLOGA: ¿Cómo?

ORLANDO: No recuerdo. Tenía muchos tragos en la cabeza. Puede ser que me le haya recostado demasiado. Estaba el padre y me dio unos golpes. (Pausa). Yo no tenía miedo. Lo recuerdo. Intenté disculparme pero no me escucharon. El hombre era viejo y no pegaba muy duro. Pude haberlo tumbado de un solo manotazo y no lo hice.

PSICÓLOGA: ¿Por qué?

ORLANDO: Había faltado y me quedé con mis golpes. Desde ese día controlo la bebida para no irrespetar a nadie. (Pausa). No he tenido más peleas. (Pausa). No me gusta pelear. (Pausa). Pienso las cosas.

PSICÓLOGA: ¿Dónde vive?

ORLANDO: Es un rancho como cualquiera. Usted sabe.

PSICÓLOGA: No. No sé.

ORLANDO: Cierto. Usted no vive en un rancho. ¿Quiere visitarnos? Claro, tendrá que subir muchas escalinatas.

PSICÓLOGA: Me gustaría que describiera el lugar.

ORLANDO: ¿Describiera?

PSICÓLOGA: Sí. Que lo explicara. Me lo dibujara con sus palabras.

ORLANDO: (Levemente incómodo)     Pues un rancho, señorita. (Agresivo). ¿Es que usted no sabe lo que es un rancho?

PSICÓLOGA: ¿Está nervioso?

ORLANDO: ¿Nervioso?

PSICÓLOGA: Sí. Usted está nervioso. (Se levanta y camina hacia el centro). Venga por aquí.

ORLANDO: ¿A dónde?

PSICÓLOGA: (Arquea su cuerpo y coloca sus manos en las caderas, de frente al público). Venga. Colóquese así.

ORLANDO: (sorprendido ante la iniciativa de la psicóloga. Ríe)  ¿Y eso?

PSICÓLOGA: (Abandona su posición y va hacia Orlando obligándolo prácticamente a adoptar la postura indicada)  A ver, las manos en la cintura. Doble las rodillas. El cuerpo hacia atrás.

ORLANDO: (Extrañadísimo) ¿Y esto para qué es, señorita?

PSICÓLOGA: Es un ejercicio de bioenergética.

ORLANDO: ¿Bioqué?

PSICÓLOGA: Bioenergética. Le ayuda a eliminar la tensión.

ORLANDO: Sí. Pero me están empezando a doler los riñones.

PSICÓLOGA: Doble más las rodillas. El cuerpo más arqueado. Bien. (Se dirige al escritorio). Ahora cuénteme como es su casa.

ORLANDO: Así lo que parezco es un maromero.

PSICÓLOGA: Nada de eso. Está perfecto. Vamos a su casa.

ORLANDO: Señorita. ¡Pero si casi no puedo ni hablar!

PSICÓLOGA: Abandone la resistencia, señor Núñez. Encuéntrese con lo más profundo de usted mismo y cuénteme.

ORLANDO: Usted sí que tiene cosas, de verdad.

PSICÓLOGA: Lo escucho, señor Núñez.

ORLANDO: (Con dificultad) Bueno, yo vivo en un rancho, como le dije. Tiene ya dos habitaciones. De ladrillo. Las hice yo mismo, poco a poco. Compraba algo de arena, el cemento, algunos ladrillos y las iba levantando. Era un poco fastidioso, porque mientras se construía no podíamos utilizar aquel espacio y nos arrinconábamos mucho. Pero por otro lado era bonito. Primero una pared, luego otra, otra y otra. (Sintiéndose mal abandona la postura y protesta). ¡Ah no! Qué va, señorita, a mí me duele mucho la espalda.

BAÑO DE DAMAS. Escena # 19 (1984)

Carmen Antonia limpia el piso en el baño de damas del bar Hipopótamo, distinguido local nocturno donde noche tras noche acuden a exponerse, cortejar, embriagarse y seducir las más prestigiosas figuras del mundillo social, artístico y político.

Carmen Antonia viste un uniforme pulcrísimo y calza zapatos negros, bajos. Su físico es un tanto opulento. Rostro sereno. Mueve enérgicamente el instrumento de limpieza otorgando al piso del baño una película húmeda y brillante. El baño es suntuoso, con grandes espejos y lavamanos. La entrada se encuentra en el centro, luego de subir tres escalones alfombrados. El acceso al lugar dispone de un pasillo que se prolonga a la derecha y se adivina tras el ornamentado dintel. Hay casetas provistas de pocetas. En el lado derecho, al fondo, Carmen Antonia dispone de una mesa y un pequeño aparador donde se encuentran perfumes, toallas, servilletas, pastillas, támpax, etc. Carmen Antonia trata de disimular que Rolando, su ayudante, está encerrado en una de las casetas. Entra Aurora, una de las clientas del bar…

AURORA: (Tras una pausa en que ve a Rolando salir con cierto sigilo) ¿Otro?… Estos baños son un criadero de mesoneros… (Avanza en el baño). Estoy con los cabellos de punta… (Se sienta en los escalones alfombrados). Acaban de tocar el rock que utilizó la mierda de Salvador para declararme su amor… (Pausa corta). “Simpatía por el Diablo” de los Rolling Stones. Para mí es como un himno nacional que eleva el patriotismo de mis glándulas endocrinas… (Ve a Carmen Antonia). ¿Usted tiene marido?

(Entran otras mujeres. Van al baño. Se maquillan. Lavan la cara, etc.)

CARMEN ANTONIA: Desde hace veinte años y dos meses.

AURORA: Entonces debes tener tu rock.

CARMEN ANTONIA: Rock no. Bolero. Soy dominicana.

AURORA: ¿Bolero?

CARMEN ANTONIA:(Canta) Son tus cartas mi esperanza

Mis temores, mi alegría

Y aunque sean tonterías

Escríbeme, escríbeme

Es un bolero que habla de cartas de amor. Él vino aquí antes que yo, a preparar el hogar. Después, cuando la casa estuvo lista, fue a la isla y nos casamos.

AURORA: (Se levanta, feliz y se acerca a Carmen Antonia) . ¡Qué bonito!… Bueno, a República Dominicana la conozco por postales.

CARMEN ANTONIA: Mi marido es Daniel Olivares. ¿No lo conoce?

AURORA: No.

CARMEN ANTONIA: Hace años le grabaron un disco.. Bueno, a él no…

AURORA: ¿Es cantante?

CARMEN ANTONIA: Sí, pero en el disco sólo tocaba las tumbadoras. Le dicen “El Rumbero”.

AURORA: (Jubilosa) ¡Yujuuu…!

(Ríen. Recuerdan. Entra Shirley)

AURORA: ¿Y te enamoraste con el bolero de las cartas?

CARMEN ANTONIA: Sí, pero estoy un poco triste porque está en el hospital.

(Shirley penetra en una de las casetas. Ruidos de nariz.)

AURORA: Así es la vida. Cada quien con su cruz… Yo, aquí donde me ves, amiga… sin que se me note y abriéndote el corazón, te digo que… ¡Sí…! ¡Sí, señor, estoy despechada!

CARMEN ANTONIA: Ya se le pasará.

AURORA: Eso no pasa. ¡Arrasa!

(Aurora se dirige a la salida. Sale Shirley de la caseta.)

AURORA: Parezco pendeja. Con buenos tragos y hombres como granos de arroz. Y yo despechada.

CARMEN ANTONIA: Demasiados hombres hacen daño, señora. (Aurora sale del baño). Producen picazón, que se lo digo…

—ALGUNOS EN EL ISLOTE. Una escena (1967)

Es de mañana en el basurero. La luz del sol brilla entre los desechos con la misma intensidad con que son iluminados los vitrales de los  templos. A la derecha hay un gran montón de basura. Latas. Cajas. Tras la basura un cajón. A la izquierda cuatro cilindros de plástico. Dos colocados sobre los otros dos y un cajón reforzando el cilindro que posee menos sustento. En los cilindros superiores, como pequeños contenedores, duermen Rómulo y Lola, personajes-mendigos, cada uno en su pequeño hogar. Otro personaje-mendigo llamado Nadie también vive en la basura… De pronto reciben a otro mendigo, El Visitante, que llega sin aviso y se va quitando la ropa. Lola la recibe y la guarda en un saco donde deposita  las latas. 

VISITANTE: Es muy distinto “ver” el basurero que “habitar”  en él. Si vengo a vivir aquí, con ustedes, no temeré a los terremotos ni a las inundaciones. Ni a las garitas ni a los guardias armados.

Nadie le alarga una franela manga larga un tanto sucia. El Visitante  la viste. Luego se quita los pantalones y los zapatos pulidos. Los sustituye por prendas rotas y sucias. Al final, el Visitante parece un pordiosero, con cierto toque de Cantinflas.

LOLA: (Tomándole la cara y besándolo) ¡Quedaste lindo!

ROMULO: Ya nadie se fijará en ti. ¡Y si se fijan, huyen!

NADIE: ¡Antes de que te vayas queremos hacer algo por ti!

LOLA: ¡Eso es! ¿Qué quieres?

NADIE: ¡Pide por esa boca!

RÓMULO: (Ven al Visitante. Pausa) Lo que desees, algo grande o pequeño.

NADIE: Alguna cosa íntima o muy conocida.

LOLA: Algo nunca visto. Pide.

VISITANTE: ¿Pedir? ¿Qué podría? No comprendo… ¿Cómo puede ser posible?

RÓMULO: Si pides un diamante puedes estar seguro que no te lo daremos (Risas).

VISITANTE: Yo tampoco lo pediría.

LOLA: (Alzando unas baratijas) Y sin embargo, aquí hay varios. Son falsos, pero son diamantes. Engarzados en oro…

VISITANTE: Falso también…

LOLA: ¿De qué color es el oro?

VISITANTE: Amarillo.

LOLA: Esto también es amarillo.

(Pausa)

VISITANTE: ¡No sé qué pedirles! Es tan sorprendente. Es como si de repente un genio, tres genios fantásticos brotaran de una botella y se colocaran a mi disposición.

LOLA: ¡Vamos, busca!

NADIE: ¡Rebusca en tu mente!.

RÓMULO: ¡Hurga las inquietudes de tu alma!.

VISITANTE: (Estudia a Rómulo, a Lola y a Nadie)    Quizá mañana, pero hoy, créanlo, no tengo nada que pedir. Tengo paz en mi corazón.

(Pausa. De pronto, un disparo. El Visitante cae herido. Lola y Rómulo se le acercan.)

VISITANTE: ¡Me dieron! ¡Me dieron!

RÓMULO: (Observa la herida) ¡Calma, David! ¡Quieto!

(Pausa. Lola rompe un trapo que carga en uno de sus bolsillos. Tapa el rasguño.)

VISITANTE: (Riendo) ¿Me voy a morir?

RÓMULO: ¡Para nada, fue un rasguño!

VISITANTE: ¿Rasguño? (Se queja) ¡Pero  duele qué jode!

LOLA: Sostén el vendaje.

(El Visitante aprieta el vendaje en la zona de su cuello).

RÓMULO: (Observándole el reloj costoso) Ya sé por qué te dispararon, a pesar de tu nueva apariencia.

VISITANTE: ¿Sí?

NADIE: ¿Por qué?…

RÓMULO: ¡El reloj!

LOLA: ¡Claro, papito!

RÓMULO: ¿Cómo puede un pobretón como tú cargar un Rólex?

NADIE: ¡Tenían que dispararte porque sí!

(Lola enciende un cigarrillo y lo coloca en los labios del Visitante)

VISITANTE: Gracias. ¡Qué bruto! ¿Cómo pude quitarme todo, menos el reloj?

(Lola ayuda a El Visitante a quitarse el reloj, que luego arroja a la basura).

RÓMULO: Nos cuesta desprendernos de las cosas.

NADIE: Y más si es un reloj fino. Eso es lo más difícil de vivir en este mundo: saber desprenderse de las cosas y quererse uno mismo.

LOLA: (A Visitante) Te sugiero que te quites igual el anillo ese, con el brillante.

VISITANTE: (Se lo quita como si fuera un insecto repugnante) ¡Por supuesto! (arroja la sortija en la basura. Ninguno le presta atención. Se incorpora y se muestra). ¿Qué tal me veo ahora?

NADIE: ¡Impecable!

ROMULO: La cara y el cabello. Demasiado limpios.

(Lola lo detalla. Afirma. Busca en su cilindro.)

LOLA: El profeta tiene razón.

VISITANTE: (Viendo a Rómulo) El profeta…

(Lola sale con dos tarros. Se acerca al Visitante. Toma cremas de los tarros y embadurna la cara de El Visitante).

ROMULO: “Bumajés…”

VISITANTE: ¿Puedo ser tu discípulo?

RÓMULO: Pues no se me había ocurrido tener discípulos…

VISITANTE: Los buenos profetas los tienen.

RÓMULO: Te vas a exponer a riesgos.

VISITANTE: Vivir es siempre algo jodido, por donde lo veas.

NADIE: Mucho peligro, David.

VISITANTE: ¿Peligro? ¡Me gusta!

(El visitante se asoma ante la visión de las garitas. Lola busca los binoculares y observa).

LOLA: ¡Te están estudiando! ¡Hay rifles apuntándote!

VISITANTE: Pero, ¿crees que van a disparar?

RÓMULO: Es muy peligroso exponerse.

LOLA: ¡Bajan los rifles! ¡Ya no te prestan atención! No te distinguen (ve a Visitante. Pausa corta) . Eres una basura más

(Visitante ríe. Todos ríen. Se abrazan).

VISITANTE: Me siento en paz. Sin temor, por vez primera en mucho tiempo. Todos estos años el miedo me aferraba la garganta. Temía cerrar los ojos y que me despertará un terremoto. O una inundación. O un árabe con un virus. O un chino con una bomba. Amaba cosas que no valían la pena (ve a Rómulo, a Nadie y a Lola). Adiós.

LOLA: Adiós. Y no le temas a los árabes o a los chinos.

RÓMULO: Son pacíficos. Adiós.

VISITANTE: Ahora lo sé. Adiós.

(Nadie lo despide con un gesto. Pausa. El Visitante sale).

— GOLPES DE HUMANIDAD Y TESÓN. Fragmento del ensayo homónimo (1995)

(…) Escribir teatro en América Latina  requiere superar una serie de estadios. Primero: la absoluta indefensión en los campos instrumentales y conceptuales que pueden definir a un dramaturgo. Si nos atenemos a las bibliografías existentes hay que concluir que el dramaturgo en nuestro continente es una especie extraña que nace sin que nadie sepa quien riega su flora. Inventamos el teatro y nos construimos a golpes de humanidad y tesón. Fenómeno extraño este del dramaturgo latinoamericano, desoído y desconocido por nuestros críticos literarios, donde el drama no figura o figura tangencialmente en sus ensayos, sobre cubierto por apreciaciones literarias.

Conociendo los niveles de la crítica europea y norteamericana, donde el teatro es objeto de estudios meritorios, he concluido que el teatro latinoamericano es tierra incógnita para nuestros estudiosos del panorama literario. No lo estudian pues no lo conocen. Encontrar un poeta o narrador en una obra de teatro en Venezuela es todo un hallazgo. Además, el teatro posee niveles de estudio que, modestia aparte, saltan un poco más allá de las consideraciones aplicadas a la narrativa o la poesía. Un metalenguaje que se expande en la puesta en escena. Universos autónomos, con complicaciones excesivas si se desea estudiar. Es por ello que en varios países de América Latina existe un vacío imperdonable sobre la influencia estética del teatro en el campo cultural. Hemos llegado a representar momentos decisivos en las culturas de nuestros pueblos —la creación colectiva, en Colombia, y el Teatro Abierto, en Argentina, por sólo nombrar dos eventos— y eso, para ciertos críticos, es moneda falsa.

El teatro es intrincado. Tanto, que su acceso se vuelve misterioso por lo que abarca. Ante las complicaciones que ofrece, lo más habitual es ubicar sus aportes a nivel de maricones exhibicionistas u orgías postestreno. Me perdonarán los poetas y narradores venezolanos, pero Cabrujas, Chocrón, Chalbaud, Rengifo, Ott, Rojas, Viloria, Agüero y otros más constituyen una parte sustancial de la cultura venezolana. No digo la mejor para no provocar resquemores. Esta afirmación lapidaria, es así.

Lo que pasa, también, es que el dramaturgo latinoamericano posee una minusvalía extraordinaria. Por lo general se considera un extraviado entre la literatura y el mal decir. Una excrecencia al pie de una columna dórica.

He visto dramaturgos extraordinarios como Tito Cossa —estrenado en todo el mundo— confesando atributos de galeote y peón de arte. Y eso no es raro. Los dramaturgos latinoamericanos, con buenas obras, debemos enfrentarnos a la estulticia de los directores, a los planos de lenguaje convencional de las instituciones, al terrible hermetismo de las editoriales. Rubén Monasterios a los dramaturgos de los setenta nos denominó “dramaturgos de gaveta”, un término que, personalmente, he utilizado para saltar sobre la humillación de crear sin ningún sustento. Y fue en los finales de los sesenta, cuando conocí a Gilberto Agüero, Paul Williams, Andrés Martínez, Ricardo Acosta, Daniel Alvarado, Julio Jáuregui y José Gabriel Núñez. Nos intercambiamos las obras y vivíamos la época maldita donde la sugerencia de un aporte del Estado era un oprobio. Una canallada reaccionaria que abría brecha en la mística del intelectual. La revolución avanzaba y había que ser consecuentes. La consigna era, pues:

—Pelabola y monta las obras con lo que consigas en la calle.

Los dramaturgos teníamos dos, tres, cinco obras engavetadas y los directores no nos prestaban la menor atención. Éramos un exotismo ante las virtudes de Brecht, Grotowsky, Ionesco o Durremant. Por eso, comenzamos a dirigir nuestras obras. Saltando sobre un ambiente totalmente negado a nuestra existencia. Esto no es raro. Se ha repetido en Latinoamérica montones de veces. Carlos Gorostiza —el notable dramaturgo argentino— estuvo durante años bregando por montar su obra El puente. Se la ofrecía a las compañías argentinas y ninguna se la montaba; en cierta oportunidad, cuando a una agrupación le faltaron los derechos de un autor francés para escenificar una pieza y abrir así la temporada, se arriesgaron con El Puente y la montaron. Duró año y medio en la cartelera de Buenos Aires, rompiendo la estructura del teatro argentino acostumbrado a presentar obras de jueves a domingo.

Carlos Gorostiza, Carlos José Reyes, José Ignacio Cabrujas, Eduardo Rovner, Marco Antonio de la Parra, Mauricio Kartun, Roberto Ramos Perea, Salcedo, Disla y otros dramaturgos latinoamericanos describen un mundo que es el mundo ideal de mis aventuras, ya saltadas las premisas de Salgari, Verne y Montgolfier.

Sigo escribiendo teatro, pues en la canción que me rodea no hay un suceso que conlleve mayor angustia, muerte y humor. Además, escribir teatro en este momento es una de las pocas aventuras que existen. La avalancha de los mercaderes, la supersaturación de la información hedonista. La versatilidad lúdica. El poder que cada día se concentra más en un conocimiento de mercados y sugerencias, tiende a hacer del teatro un tiranosaurio rex, hambriento, en una cristalería.

Afortunadamente para la humanidad, existimos los dramaturgos. Pues en los próximos años, en las persecuciones y horrores que vendrán, hasta que el hombre logre la integridad de su alma, el teatro se presenta como el medio por excelencia para mostrar que las pasiones, el amor, los equívocos, la salud y la muerte serán nuestro norte, siempre.

Ya Palomares, González León, Trejo, Liscano, Arráiz Lucca, están en mi biblioteca como una melancolía y una magia. Pues a medida que pasa el tiempo me vuelvo más irracional. Busco una locura consecuente. Un gesto inusitado que me disuelva los nudos después del sueño. Todos estos creadores son para mí, ahora, magia. Aplico bibliomancia en sus construcciones para solucionar mis dilemas. Tomo el volumen de Palomares o Liscano y lo abro al azar, pensando en mi exigencia. ¡¡¡Y allí está, la maravilla!!!

Un grupo de frases, un concepto que me conduce sabiamente en el delirio de intentar escribir. Me enfrento, igual que todos los dramaturgos del mundo, a la inaudita aventura de escribir teatro en un tiempo donde todo atenta contra él. Nunca antes la actividad dramatúrgica había vivido una circunstancia semejante.

Hoy, el teatro se enfrenta a los enredos turbios de las grandes corporaciones de la comunicación. Un espacio televisivo nos azota con cinco, seis o diez millones de espectadores. En el tiempo que dominan pueden presentar cualquier cosa; están en la sala, en el comedor y los dormitorios, son Eurípides devaluados, vendiendo detergentes, administrando la conducta y los modos de ser.

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