Papel Literario

Salón de las tablas (II): José Ignacio Cabrujas

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Por FEDERICO PACANINS

Desde el estreno de El día que me quieras –26 de enero de 1979, Teatro Alberto de Paz y Mateos de Caracas–,  para muchos aficionados y críticos la pieza ganó la impronta de ser “la mejor obra de teatro venezolana de todos los tiempos”. Y esa condición de ícono por fervor colectivo se extendió a su autor, el dramaturgo y actor José Ignacio Cabrujas (Caracas, 1937–Porlamar, 1995), ratificándole el título de “maestro” gracias a la agridulce comedia enclavada en un sencillo pero significativo entorno sociopolítico caraqueño, que toma como punto de partida y llegada la visita de Carlos Gardel a la Caracas de 1935. 

Pero José Ignacio Cabrujas tal vez el más caraqueño de nuestros dramaturgos fue bastante más que el autor de El día que me quieras. La condición de actor de teatro acompañó su carrera como director y dramaturgo, cofundador de El Nuevo Grupo en compañía de Isaac Chocrón y Román Chalbaud, y competente libretista de cine y de afamadas telenovelas (La señora de Cárdenas, Natalia de 8 a 9, Gómez, Las dos Dianas, El paseo de la Gracia de Dios, entre otras). Su interés en la música escénica lo llevó a presidir el Taller de Ópera de Caracas y a dirigir producciones del Elixir de amor, Don Pascuale, Sonámbula y Don Giovanni. También fueron icónicas sus crónicas publicadas en El Nacional y en El Diario de Caracas, al igual que las frecuentes intervenciones en radio y televisión cual eminente comunicador cultural. 

En cuanto a la obra dramática del maestro Cabrujas versiones de obras clásicas, comedias y dramas teatrales, comprende alrededor de unas veinte piezas publicadas; entre ellas destacamos El extraño viaje de Simón el malo (1959); Los Insurgentes (1961); en Triángulo.(co-autor): Tradicional Hospitalidad (1962); En el nombre del rey (1962); Yo, William Shakespeare (1965); Venezuela Barata (1966); Fiésole (1967);  Profundo (1971),  en Los siete pecados capitales (co-autor), La soberbia milagrosa del General Pío Fernández (1974), Acto Cultural (1976),  El día que me quieras (1979), Una noche oriental (1983), El americano ilustrado (1986), Autorretrato de artista con barba y pumpá, Reverón (1990), Sonny, diferencias de Otelo el moro de Venecia (1995).

A continuación,  rescatamos un fragmento del poco conocido monólogo del maestro Cabrujas que lleva por título Sobre la costumbre de hacer poemas, publicado en el número inicial de la revista PAPELES del Ateneo de Caracas (julio, 1966, Caracas). También ofrecemos una escena de Acto Cultural, y dos de  El día que me quieras, que bien pueden preludiarse con su poema de 1978 “No Hay fanfarrias solemnes”:

Conviene recordar a veces

que se trata de un valle

y de unas gentes

y de un lugar de paso.

Que nadie vino a quedarse demasiado

porque todos los carteles que medían la distancia

hablaban de exilio y mientras tanto… 

Que las casas se extendían en los planos

con esa facilidad de los cuadrados.

Que no hubo un ser con imaginación de triángulo,

que fue un lugar de obstinados terremotos,

que catedral fue un por decir

y no una torre.

Que la compra es deprisa

y que cualquier constancia

partió de una derrota.

Conviene recordar que fue ciudad de locos

al norte de una quimera.

Que entrar en ella era

bajar de la montaña

y que todo iba a ser mejor mañana.

Que una cosa antes de ser, se parecía.

Así la gente,

así esta música,

así esta historia,

siempre al norte,

mientras tanto

y por si acaso.

Fragmento inicial del monólogo SOBRE LA COSTUMBRE DE HACER POEMAS (1966)

                             He aquí mi vida y mi amor: ¿Qué hacer con ellos?

                                                                            Chejov, Tío Vaña, II

Odio, señor, tener que hablar de todas estas cosas. Por lo tanto quiero ser tan breve como sea necesario. Concédame entonces un tiempo y no lo gaste en interrumpirme, porque así vamos a continuar sin sentido. (BREVE PAUSA). He comprado esa botella de brandy. Yo diría que para encaminar mis palabras.  Naturalmente, habría podido suprimirla, pero estuve pensando acerca de todo este asunto, hasta que al fin me decidí y la traje conmigo. Sírvase. (PAUSA LARGA).

Escuche, mientras usted contaba esa historia del general Peñaloza y la silla de montar, yo hice dentro de mí un poema, podrá parecerle ridículo pero había algo que me esperaba por dentro. Al general, le cambiaba la silla, y yo continuaba… ¿Cómo le explicaría?, continuaba perteneciéndome. (BREVE PAUSA). No, no…, usted no lo entiende, estoy seguro… por más esfuerzo que haga no podrá entenderlo. Es tan personal… (BREVE PAUSA). Hubo un día en que sentí eso que trato de explicarle: habían puesto en la pizarra una ecuación de segundo grado… y el tipo era un zambo gordo, como un sapo estripado, se quejaba de todos los alumnos, se quejaba de mí especialmente, tiraba la tiza sobre el borde del pizarrón e iba señalándonos con el dedo… tú, tú, tú, tú,… ¡tú! El último era yo… “Resuelve”; me dijo… y se puso a verme. Yo me levanté… por supuesto, no sabía nada… a, b, x era igual… Tomé la tiza oyendo aquel “resuelve” familiar, imperativo… Me sentía tan solo  en ese momento… no podía resolver… Era imposible, demasiado vasto… demasiado triste. (BREVE PAUSA). Puse la tiza en el mismo lugar, y dije: “No sé…” “Él estaba esperándome, viví esas cosas, eran los mejores momentos de su profesión, traía consigo todas las palabras necesarias… “No sé… ̶  me dijo ̶  ¿Cómo que no sé? Así no se responde… no sé… ¿Qué significa no sé? ¿Significa que usted no puede? ¿Significa que usted no razona? ¿Significa que es inútil su presencia en este lugar?… ¡Observe bien! ¡Inténtelo! No diga “no sé”. Si el hombre hubiese contestado de esa forma ante los problemas de la vida, ¿qué sería de nosotros? (PAUSA). Allí me comenzó la cosa… allí pensé que todo se debía a un error, un error estúpido… una casualidad estúpida… Claro que me sentía mal, ¿comprende? Claro que desconocía el asunto… pero claro también que era yo mismo como nunca lo había sido… demasiado casual como para ser tomado en cuenta… “NO SÉ”…, como Bonaparte… “Mire, general, ¿cuáles son sus planes para el día de mañana? Respuesta: no sé… (PAUSA). ¿Me entiende? (ENÉRGICO). No, no responda. Usted no sabe. Cree saberlo, pero en realidad no sabe… (PAUSA). Le he contado de esa vez, podría haber utilizado otro ejemplo para explicarle lo que yo llamo distancia, ese paréntesis entre el riñón y el ojo, algo que me va separando, que me estira… (ANIMADO) como si en ese momento pudiera escuchar mi propia digestión y fuera capaz de alegrarme al sentir que vivo… (PAUSA). Usted no, ¿verdad? Usted piensa que debe llenarse con su “caramba”, o con su “así es”… o con su “en realidad”… ¡Como me repugna cuando usted dice “en realidad”, como me repugna… (LARGA PAUSA).

Me habla de la Federación de Estudiantes, cuando el general Peñaloza montaba en aquella silla, cuando el diputado Rojas discutía entre “tráfico” y “tránsito” para beneficiar al idioma… La Federación de Estudiantes… los actos de homenaje a Andrés Bello, el símbolo civil contra la silla de montar de Peñaloza. Me habla de los golpes, cuando la multitud no sabía adónde ir… las cachiporras, las peinillas… ¡Si supiera lo que he sentido mientras lo oí comentar…! (PAUSA). Aquellos… aquellos… usted es tan cronista, tan suplemento dominical… Tengo que nutrirme mientras escucho… tragar galletas de soda, cerciorarme de que no hay por allí más nadie… y tragar… y tragar… (PAUSA). Me pedirá una respuesta, claro está… le estoy viendo en un instante… reconozco mi propia confusión… concédome entontes un pequeño tiempo para ordenarme problemas de moral… ¡Moral! ¿Se da cuenta? No es moral, su actitud. Resulta obsceno contar de alguien después de veinticinco años… Son cosas que se olvidan, entiéndalo… Usted debería entenderlo… No mi moral (LARGA PAUSA).

Fragmento de ACTO CULTURAL (1976)

Primer tiempo (PRIMER ACTO)

Purificación: (Antes de salir) ¿No ha llegado mi madre todavía? (Breve pausa). ¿Estás ahí, mamá?

(Purificación espera en vano. Y sale con actitud compungida).

Herminia: Vienen en seguida. Que no se desanime nadie. Va a procederse ahora a la velada. Pero claro, hay cambios… se disfrazan… se maquillan…

¡Qué bello el teatro!, ¿no? Tan antiguo, tan como es y como debe ser. El arte, mi amor, que te llena, que te invade y tú ahí sintiendo y estrujándote como si fuera un hombre, un macho de piedra que te pasa la mano y te aprieta y te golpea y te muerde desquiciándote. Y una, transida, como decía Petit, mi marido, el que está a la izquierda de Santa Rosa de Lima, en la parcela. (Recuerda). Petit. Petit era el arte, de origen francés por supuesto. Petit, tan recordado, tan imprudente en eso de morirse, íntimo de Mauricio Ravel. Todo es arte, Herminiá… era él hablando así y llamándome Herminiá… todo es arte y ritual… ¡Los rituales de Petit! La ablución, el despojo, la partícula… porque no era tomar champagne que cualquiera toma… era el manejo, la presión, el dedo, la cultura. ¡Y yo encontrándome a cada momento del día! ¿Cómo no va una a llorar a un hombre así? Encontrándome como un documento perdido en cada rincón de Petit y especialmente en las axilas de Petit. La vida entera se me hizo un escondrijo, una vida japonesa en los detalles de Petit. Me habló de armonía, pero más que hablarme, me armonizó, me orquestó como a una partitura seca que se llena de oboes y clarinetes y violas de gamba y arpegios.

Descubrió mis aguas, Petit, esas humedades de que estamos hechas las mujeres de Ejido, unas resonancias que tú tienes, mi amor, y salpican como cascadas… ¡El teatro, Herminia…! ¡Qué bello el teatro! Así me dijo, y yo me sentí en el kamasutra del inmenso Petit, y lo amé todas las noches de cuarto en cuarto de hora, como Athalic, como Fedra, como Jimena, como Clitemnestra y siempre con las mismas uñas de aquel eterno orden conyugal… ¡Qué viudez! ¡Qué desamparo! Peor que una muerte, fue una afonía su ausencia… ¡Más que una soledad, me dejó un ocio!… ¡Pobre Petit…! (Breve pausa). Seis meses más tarde, al concluir las solemnidades funerales, ingresé a la Sociedad Pasteur de este poblado. Al menos, se pueden recitar poemas. (Mira hacia el sitio de los preparativos). ¿Cómo va todo? (Se escuchan ciertos gruñidos y hasta una bofetada). No hay que hacerlos esperar, ¿me oyen?

(Herminia se acerca a la salida del escenario. Purificación se asoma).

Purificación: Ya salen. Y mamá, como de costumbre, sin aparecer

Dos fragmentos de EL DÍA QUE ME QUIERAS (1979)

1) Segundo tiempo (SEGUNDO ACTO): TUT-ANKH-AMON

La sala y el patio de las Ancízar a las doce de la noche. Elvira enciende la luz de la sala. Con ella, han entrado María Luisa y Matilde. Vienen del Teatro Principal, después de asistir a la apoteosis de Gardel.

Matilde: (Grita, desde la entrada y antes de encenderse la luz) ¡Es que no te lo pueden contar! ¡Reúnes a los escribas y a los fariseos de Jerusalem, y al doctor Fortoul y al doctor Vallenilla y les pides el cuento de esta noche… y no te lo pueden contar! (En el patio) ¡País, qué grandeza!

María Luisa: (Alarmada por los gritos) ¡Matilde!

Elvira: (Risueña) ¡Tengo veinte años diciéndolo! ¡Aquí no se ha visto nada semejante! ¡Aquí se detiene el viento, cuando ese hombre abra la boca y diga! ¡Porque no es el canto ni el repertorio! ¡Es él! ¡Y lo que emana de él! ¿Le vieron los dientes? ¿Qué dije yo de los dientes? ¿Se ha contemplado alguna vez en el planeta una porcelana semejante? ¡Es un espejo lo que tiene en la boca!

Matilde: Viene alguien, ¿verdad, María Luisa?, y te dice, terciopelo, caramelo, cristal, lágrima, bruñido, tañido, suponte y te revuelcas fracasadísima en las palabras, como un camello en la arena del Nilo. (Grita) ¡Tutankamón! ¡Tutankamón!

María Luisa: Matilde, baja la voz…

Matilde: ¿Y por qué voy a bajar la voz? ¡No quiero bajar la voz! ¡Quiero que me oigan! ¡Quiero que se despierten! (Grita) ¡Tutankamón! ¡Tutankamón! ¡Qué maravilla es Tutankamón!

María Luisa: ¡Pero estás loca!

Matilde: ¡Ebria, como la Borgoña en París! ¡Ebria…! ¡Absoluta y definitivamente ebria! ¡Tutankamón! ¡Tutankamón! ¡Cuando cantó Tuth-ank-amón, ¿ah, Elvira?, yo me sentí una vestal de bandeja, cadena y perro lobo! Y me dieron ganas de subir al escenario con la única intención de rescatarlo de las aguas al igual que la madre de Moisés en el Penúltimo Testamento. ¡Dios del Sinaí! ¡Qué humedad de hombre!

Elvira: ¡Ahora quiero ver a Bertorelli, cara a cara! ¡Mañana llegaré a la taquilla a las diez y media, o tal vez a las once… y cuando esa alimaña alce los ojos por debajo de la visera y me pregunte por mi tardanza, le diré: Consúmome de la pena, Bertorelli, pero ayer estuvo Gardel en mi casa y hay ciertos compromisos que imponen una ligera tardanza! ¡No creo que esta desazón burocrática entorpezca la marcha de las comunicaciones nacionales! ¡Si así fuere, muérome y extíngome del pudor, honorable superintendente!

2) Segundo tiempo (SEGUNDO ACTO): Gardel, de visita en la casa de los Ancízar y con la presencia de Matilde, confronta la despedida de María Luisa y de Pío Miranda .

Gardel: Pero, cómo… ¿se va la dulzura? María Luisa: (Maravillada) ¿Yo?

Pío: (A Gardel) Señor Gardel, me alegra que la presentación haya sido positiva.

Gardel: Gracias.

Pío: Su presencia en esta casa es un gesto afortunado propio de un gran artista popular. De cualquier manera, permítame decirle que hemos soportado durante veintisiete años una brutal dictadura, y que las cárceles de este país están llenas de gente decente. (Inspirado) Que nuestro pueblo se muere de hambre y de paludismo mientras los jerarcas del régimen derrochan el dinero a manos llenas. Pero que en todas partes hay un espíritu combativo que en poco tiempo logrará imponerse al recobrar las masas una definitiva conciencia histórica bajo la conducción del glorioso proletariado nacional. Cuando esto ocurra, y ocurrirá, téngalo por seguro, el gobierno popular lo invitará nuevamente a la ciudad de Caracas a un recital gratuito y en la Plaza Bolívar, para que su arte pueda ser escuchado por el pueblo y no por la banda de criminales que mayoritariamente llenó hoy el teatro Principal.

Matilde: Amén.

Gardel: (Espléndido) Por favor, cuando ocurra, escríbame a Buenos Aires.

María Luisa: (Por si acaso) ¿A qué dirección?

Gardel: Ponga en la carta, simplemente, Carlos Gardel… Buenos Aires… Sus Manos. Sucede que todo el mundo me conoce y mi viejita me guarda la correspondencia.

Pío: Así lo haremos.

Matilde: Tía María Luisa, ¿y no te puedes ir mañana?