De todos los conflictos que agobian a nuestra época tal vez ninguno tan complejo, tan prolongado y tan difícil como el que desde 1948 enfrenta a israelíes y palestinos.
Son comunes entre nosotros las explicaciones fáciles y las versiones interesadas de los hechos que, desde ópticas opuestas, no hacen sino confundirnos o, peor aún, tomar partido en un sentido o en otro sin mayores elementos de juicio que los que brindan la propaganda o las simpatías religiosas o políticas.
Estas limitaciones se complican con la dimensión geopolítica del problema que ha ido cambiando de actores mas no de importancia: el proyecto de dominación mundial del nazismo, signado por el exterminio de la judería europea, las potencias coloniales contra el mundo árabe, la Unión Soviética contra los Estados Unidos, hasta el islamismo contra “Occidente”.
Tal vez sea una simplificación exagerada decir que en la raíz de este conflicto se encuentra el tema de las identidades, sean étnicas, nacionales, religiosas o de clase, pero no por simple o exagerada esta consideración es falsa.
Precisamente la identidad, su naturaleza, gestación, desarrollo, contradicciones y peligros, constituye el tema de la más reciente novela de Ricardo Bello, Sacramento de la guerra. A medio camino entre el bildungsroman clásico y los modos narrativos de W.G. Sebald o David Grossman, un entrelazamiento de historias cuyo trasfondo es la Caracas de los años sesenta y el Medio Oriente de la Guerra de los Seis Días, historias que despliegan y hacen visibles de maleabilidad de eso que consideramos nuestro fundamento, la identidad. Bello nos ayuda a pensar la sustancialidad, o la falta de ella, de lo que creemos es el núcleo de nuestro ser, pero no lo hace desde la neblina del postmodernismo o la banalidad de las modas literarias, sino desde una perspectiva personal en la que lo espiritual, las tradiciones y la valoración del sufrimiento humano son centrales.
Sacramento de la guerra narra la historia de un joven venezolano que crece en la Caracas de la década de los setenta del siglo pasado en una familia de clase media alta de origen sefardí aunque por generaciones practicante de la fe católica, como la mayoría de las familias venezolanas. La conciencia de su lejana vinculación con el judaísmo, aunada a sus lecturas y su pasión por el misticismo, la cábala y temas afines lleva al protagonista a identificarse con la causa de Israel en la guerra de 1973. Contra la voluntad de su familia viaja a Israel donde se incorpora a la sociedad y al ejército de ese país y participa en encuentros bélicos con los ejércitos árabes. El protagonista es capturado por el ejército sirio y luego de un prolongado proceso en el que se combinan los tormentos sufridos a manos de los militares con discusiones, que poco a poco se convierten en conversaciones, de carácter religioso, con un líder musulmán, sufre una segunda, y aparentemente definitiva, conversión, esta vez a la fe de la media luna. De católico a judío, de judío a musulmán, el desarrollo espiritual pareciera reproducir en su alma una versión transmutada del conflicto bélico, con resultados sorprendentes. ¿Es el Islam la paz tan anhelada de su adolescencia, llena de seguridades materiales y la confianza de la clase media venezolana? El amor, la belleza de las tradiciones, el encuentro de nuestra parte más secreta y verdadera se despliegan en la lectura con el trasfondo terrible de la guerra.
Tal vez como sucede con toda obra literaria que aspire a ser algo más que entretenimiento, esta novela puede ser leída en varios niveles, dos de los cuales resultan los más obvios. Puede ser leída como una serie de relatos entrelazados en una historia con sorpresas, intrigas, desarrollo y una parcial anagnórisis que le da un carácter deliberadamente incompleto o abierto, tal vez anunciando una segunda parte. Pero también puede recorrerse en otro nivel, que evidencia un profundo conocimiento de los mundos judío y musulmán, una minuciosa investigación histórica, donde destacan detalles aparentemente insignificantes como los nombres de los unidades militares, el armamento usado y los escenarios de las batallas, unidos a una reflexión profunda y desafiante, personal y original.
Tanto en la forma como en el contenido (suponiendo que tal diferencia tenga algún sentido fuera de las viejas preceptivas) se trata de una obra única en nuestros predios, tan volcados sobre sí mismos. Al igual que en su anterior novela, El año del dragón, Bello explora los temas que lo obsesionan incorporando escenarios geográficos y culturales remotos, que exigen del lector una atención a los detalles y un conocimiento del contexto que no siempre es fácil de obtener. Estas exigencias se atenúan levemente, en la presente obra, con la inclusión de un glosario de términos propios del judaísmo y del islam, así como de algunos hechos históricos que, si bien no son imprescindibles para la comprensión del argumento, sin duda amplían el horizonte del lector. Es posible que estas características limiten el acceso al aficionado a los best-sellers aunque seguramente será un atractivo adicional para el interesado no solo en el conflicto árabe-israelí sino en los problemas del desarrollo espiritual, la naturaleza de la identidad individual y colectiva y la búsqueda de la paz, la felicidad y el entendimiento, temas recurrentes en la obra de Bello.
Un valor de esta novela que deseo resaltar, es que contrasta, tanto por su sensibilidad como por su conocimiento, con la obscena ignorancia que sobre estos temas impera en muchas partes, ignorancia que alimentan y de la que se sirven los enemigos de cualquier progreso. Es verdad, como sostienen muchos israelíes, que los adversarios del sionismo suelen ser antisemitas y también es verdad, como denuncian los palestinos, que la acusación de antisemitismo contra cualquiera que critique a Israel es una forma de propaganda. A esta descalificación simétrica se unen una dosis de teorías conspirativas y ejercicios torpes de geopolítica que hacen más difícil una reflexión lúcida sobre el tema. La mirada de Ricardo Bello surge de un lugar totalmente distinto. Su empatía con el pueblo de Israel y las tradiciones del judaísmo así como con el pueblo palestino y las bellezas del islam, su búsqueda de una perspectiva humanista inspirada por su devoción católica y su amplia cultura, dan a esta obra un valor testimonial y de reflexión que, estamos seguros, encontrará un lugar en la curiosidad de todos aquellos que buscan la justicia, la igualdad y la libertad sin las cuales ningún conflicto tiene solución.