“En uno de nuestros habituales encuentros dominicales, hace casi 20 años, SAC me invitó a su estudio para conocer un proyecto que tenía en mente y del cual mostró un bosquejo que progresaba en su computadora. Era una colección de biografías de personajes de influencia en la vida nacional, seleccionados con el objeto de asegurar representatividad en función de un conjunto de criterios ya formados en su pensamiento, que fueron luego moldeándose con el beneficio de la experiencia”
Por CARLOS HERNÁNDEZ DELFINO
En la tarde de aquel 11 de marzo, requerimientos editoriales de último minuto pospusieron para siempre nuestro intento de comunicación con el amigo entrañable a quien encontramos inerte más tarde ese día. Era el maestro en el saber y en el vivir, el intelectual de múltiples planos, el demócrata comprometido e integral, el ciudadano con un sentir genuino por esta tierra y su gente, en quien habitaban aristas humanas plenas de matices que lo hacían crecer continuamente en nuestro afecto y admiración. Aquel desvanecimiento fugaz, alguna alteración repentina, el pliegue indiscreto de una alfombra, lo que fuese, nos apartó de Simón Alberto Consalvi (SAC) cuando sentíamos que todo lo que significaba su presencia entre nosotros nos acercaba al país posible, por el que mucho hizo y al que tanto ofreció.
Su afán de comprender cómo se fue formando o transformando esta sociedad hasta la realidad de hoy, que nos estremece y nos convoca, no fue pura contemplación sino un impulso para la acción política que guiara al país hacia grados superiores de democratización y de progreso. En SAC encontramos al activista valiente, combativo y tenaz en tiempos de dictadura; al periodista de siempre, desde su temprana juventud, sin interrupción durante el encierro carcelario y hasta el último instante; al político prudente en momentos convulsos, tolerante y noble frente a las inconsecuencias de la vida partidista; al diplomático que traspasó nuestras fronteras con capacidades cultivadas pero presentes en su propia esencia, como autorizado intérprete de la geopolítica mundial donde fue un referente doctrinal y un promotor de la paz; al pensador profundo, lúcido y sereno que nos brindó con su dilatada obra una comprensión del país y de las complejidades de un mundo en permanente transformación; quien en más de una experiencia política y de servicio público impulsó cambios necesarios para un orden más justo y adecuado a los tiempos; al hombre que promovió e insertó la cultura en los planos fundamentales de la vida nacional con proyecciones hacia y desde lo externo, descubriendo oportunidades para artistas plásticos y escritores. SAC fue un intelectual prestado a la política, donde sin duda dejó una estela de dignidad, pero con los años ese balance le resultó ampliamente favorable a lo primero. Fue también un servidor público dinámico, innovador, previsivo, de correcto proceder y convencido de la necesidad de reformar al Estado. La suya fue una existencia provechosa, una trayectoria de sabiduría, en el sentido integral del término, que se mostró con generosidad y apertura en una multiplicidad de dimensiones, en su hacer por los demás y en su condición medular como comunicador. En este rol SAC transmitía en expresiones ingeniosas, luminosas, elegantes y a veces con ribetes de fino humor, lo que su imaginación y su prodigiosa capacidad investigativa podía producir.
Desde sus años jóvenes el arte, la literatura y la historia fueron en SAC factores dinamizadores de sus talentos. Más allá de los autorretratos que bosquejaba en momentos de encuentro consigo mismo, cultivó una sensibilidad poco común para apreciar el arte, para reconocer valores y abrir caminos. Desde las posiciones que ocupó, entre ellas, como presidente del Inciba, creó condiciones favorables para la creación literaria y su difusión en aquella extraordinaria experiencia que fue Monte Ávila Editores, obra suya y de su acertado discernimiento para convocar colaboradores capaces y comprometidos. Entendemos que la historia estuvo siempre en su pensamiento como una responsabilidad que esperaba. Cuando recibió el premio de la Academia Nacional de la Historia por su trabajo a propósito del sesquicentenario de la Independencia, tenía algo más de 30 años. Pero fue a partir de fines de la década de 1980 cuando intensificó su nutrida producción, que con justicia y acierto lo llevó a ocupar el sillón “C” en la Academia Nacional de la Historia.
De siempre existió una estrecha vinculación entre SAC y la literatura, especialmente el género biográfico, no como la narrativa rectilínea de hechos trascendentales en la vida de los personajes elegibles para ser biografiados, sino en toda la complejidad de las interrelaciones históricas. Así también lo apreciamos en las obras que brotaron de su ilustrada formación en materia de relaciones internacionales, las de su tiempo y las pretéritas. Encontramos, además, en estos y otros aportes de SAC, esa expresión de sus ideas que funde el rigor con el tacto de un lenguaje atractivo, corolario de la fluidez que existió en el periodista, asentada a su vez en un pensamiento estructurado.
En uno de nuestros habituales encuentros dominicales, hace casi 20 años, SAC me invitó a su estudio para conocer un proyecto que tenía en mente y del cual mostró un bosquejo que progresaba en su computadora. Era una colección de biografías de personajes de influencia en la vida nacional, seleccionados con el objeto de asegurar representatividad en función de un conjunto de criterios ya formados en su pensamiento, que fueron luego moldeándose con el beneficio de la experiencia. Un proyecto de amplias miras y considerables exigencias pues su creador tenía previsto publicar dos biografías cada mes, lo que en efecto ocurrió. De inmediato acogimos la iniciativa que tomó forma en el marco de la alianza conformada por El Nacional y Bancaribe. Así nació y se desarrolló la Biblioteca Biográfica Venezolana (BBV) que reunió 150 títulos en seis etapas consecutivas.
En los más de siete años que dieron existencia a la BBV, fueron muchas las satisfacciones y la estimulante sensación de logros a medida que la colección crecía en volúmenes y en la receptividad de todo un universo de lectores. En la etapa preparatoria, bajo la certera conducción de SAC, se definieron las pautas de elaboración de las biografías y se adoptaron criterios de selección de biografiados y de quienes podrían asumir el papel de biógrafos. En la aplicación de esos criterios no podían escasear las dificultades, escollos y desencuentros, comenzando por el hecho de seleccionar nombres dentro de ambas categorías, con la inevitable exclusión de quienes en otras mentes deberían ser incluidos, activándose así ciertas sensibilidades. Esas situaciones fueron solventadas con las habilidades, aptitudes y el temperamento de SAC, asistidas por una indiscutida objetividad, y por ello se le admitía como última instancia con respetuosa aceptación.
SAC captaba adhesiones y ejercía una influencia determinante en el ánimo de quienes él esperaba un compromiso de hacer, como fue el caso con los futuros biógrafos que habrían de asumir la retadora tarea de la BBV. Una de las resultantes de la BBV fue la revelación de nuevos perfiles para la labor de biografiar en compañía de plumas ya consagradas, no porque él pensara que cualquiera podía reunir esas condiciones, sino más bien porque podía anticiparse en la selección sin que quizás algunos de los escogidos por él lo hubiesen previsto, siquiera en sus sueños más audaces. En una de tantas reuniones de seguimiento del dinámico rumbo de la colección, no se había identificado aún al biógrafo de uno de los próceres civiles de mayor relevancia y tal vez menos conocido: el Dr. José Rafael Revenga. Con evidente seguridad comentó que ya tenía identificado a quien redactaría esa biografía. Cuando le pregunté quién fue el escogido, me respondió: tú. Y así fue en ese y en muchos casos, sin margen posible de refugio.
La BBV fue un logro sin precedentes que abona a la valoración que ya nos habíamos formado de nuestro SAC como visionario que acomete con resolución grandes e innovadores proyectos. Así lo revela su propia existencia. Cuando él falleció acordamos con Libros El Nacional publicar su biografía como un volumen homenaje de la BBV que fue acertadamente asignada a Diego Arroyo. No fue una continuación de la BBV pues esa fue obra de SAC nació y concluyó con él. Mientras progresaba la BBV, estuvimos trabajando juntos en otro proyecto de amplios alcances sobre cultura en Venezuela, con foco en las artes, que daría sus primeros frutos ya avanzado el año 2013.
Su talento para activar voluntades y movilizar energías se manifestaba casi siempre en formas tangenciales pero efectivas, dando por descontada la perspicacia de sus interlocutores; esa era una de las características resaltantes de su carácter prudente sustentado en ese halo de autoridad que transmitía. Así funcionaba su impronta para motivar reacciones en varios niveles, desde lo más simple como cuando, en no pocas ocasiones, dejaba caer a media tarde el comentario: ¿no cree usted que es hora de un buen café? Lo que debía entenderse como: “Por favor, dispóngase a prepararlo”. O cuando lo apremiaba su afición por la buena comida que le venía de su herencia materna.
SAC era reservado y por esa característica habían de reconocerse los límites que marcaban un espacio íntimo, muy propio, hacia el cual propiciaba ocasionalmente incursiones necesarias para esclarecer situaciones o procurarse opiniones que calibraba con especial cuidado. Cauteloso en la crítica hacia quienes formaban parte de su periferia más cercana, pero implacable en el enjuiciamiento de las causas que explican la crisis en que está sumida esa Venezuela que vivía en sus dolencias y sus anhelos. Su conversación era animada, estimulante, con propósito. Pausado en el hablar y sosegado, pero en ocasiones cedía al impulso de dejar fluir en otra tónica sentimientos o reacciones subyacentes. Sus silencios eran parte de la conversación, como el compositor que en una partitura decide excluir el sonido donde podría esperarse una nota, una decisión que nadie discute. Así, esas pausas, dictadas por la reflexión, infundían respeto, inhibían cualquier intento para interrumpirlas y creaban una sensación de expectativa. En ocasiones dejaba fluir un agudo sentido del humor que apreciamos como uno de los rasgos de su inteligencia. Eran intervenciones ingeniosas, espontáneas, breves, a veces con un certero toque de picardía.
SAC era un hombre de especial sensibilidad, enmascarada por la reciura de quien ha sentido muy adentro el dolor. No es difícil imaginar sus aflicciones cuando abrimos nuestra mente a las ausencias del entorno familiar, sin dejar de lado a los amigos, que fueron muchos. Su hermano José Rafael, una partida trágica y absurda; la prematura y dolorosa separación de su hija Silvia que le causó un pesar muy denso, instalado para siempre en su espíritu; la de María Eugenia con quien se fundió el amor, la pasión por el arte, la compañía en todos los planos de la vida; la de su hermana Teresa, su nuera Carmen y, añadimos, su pesadumbre por Venezuela, siempre visible. Decíamos en otro lugar que se nos crea un sentimiento de consideración y especial afecto por la cualidad descollante de SAC de sobreponerse a golpes que, como diría César Vallejo, se empozan en el alma. La tarea continúa, la obra no se detiene, parecía decirnos SAC.
En sus juicios sobre los demás percibíamos balance, objetividad; una capacidad de apreciar cualidades merecedoras del estímulo que sabía dispensar y que lo hacían participe, en su propia satisfacción, de los logros asociados a las virtudes que sabía reconocer en otros. Podía advertir en las conductas observables aquello que mueve las acciones humanas. Para SAC la amistad existía en torno a los afectos, a intereses que no entran en pugna; un ámbito en el cual tiene plena entrada la solidaridad, la lealtad, la generosidad. La amistad crece en momentos de infortunio compartido, se valora de otra forma y se estrecha el compañerismo; así fue en la cárcel, con sus amigos de siempre, a muchos de los cuales vio partir.
El cometido de estas líneas ha sido el deseo de compartir lo que da existencia a nuestros sentimientos de amistad, de afecto, de reconocimiento hacia SAC. También, propiciar un mejor conocimiento de este venezolano de excepción cuyas contribuciones dentro y fuera de nuestras fronteras están todavía en proceso de justa valoración. A ese propósito destacamos los valiosos aportes de las obras Contra el olvido. Conversaciones con Simón Alberto Consalvi, de Ramón Hernández; El enigma SAC. Travesía vital de Simón Alberto Consalvi, de María Teresa Romero, ambos de Editorial Alfa, además de la biografía de Diego Arroyo, publicada como el primer volumen homenaje de la BBV.
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