Se cumplen este 2024 dos aniversarios del escritor, historiador, político y editor Rufino Blanco Fombona: 150 años de su nacimiento y 80 de su fallecimiento. El ensayo del historiador y biógrafo Rafael Ramón Castellanos (1931-2019), que reproducimos a continuación, se centra en la asombrosa historia de Blanco Fombona como el creador y prolífico gestor de la Editorial América
Por RAFAEL RAMÓN CASTELLANOS
Son muchos los nombres que ilustran el aporte de la lengua castellana a la difusión de las ideas por el orbe. Entre todos participa un venezolano que se destaca con propia dimensión y jerarquía consubstancial.
Es un poeta enraizado con la política venezolana desde la edad de diez y siete años, sin apartarse de ella en la práctica combativa y partidista y con un sumando dentro de su recia filosofía para defender en el exilio la dignidad nacional hasta la hora en que regresa a América a continuar la jornada. Jamás dejó de ser ante todo un literato, y más allá de ello: un difusor de la cultura, un enamorado del idioma y de las ideologías de avanzada en todos los tiempos.
A partir de los comienzos de 1915 y durante cuatro lustros completos, resistido a doblegarse ante las persecuciones y los desaires, optó por librar varias batallas a la vez, y la mejor, la que lo afinó en la historia de la literatura universal, fue la de editor, amén de ser poeta grande del romanticismo que destrozó un día su barca de oro y con Darío y con Casal, emulando a José Martí, en el Ismaelillo, desanda el camino y se afinca en la dimensión modernista; pero es también cuentista consagrado, novelista, dramaturgo, biógrafo y políglota.
Entrelazó a Europa y América con la mágica secuencia del lenguaje de Cervantes, y en una osada intención política y cultural, le demostró al mundo que en Venezuela más allá de la tiranía existía una inmaculada cúspide intelectual y que cada país americano tenía escritores capaces de soportar el nombre de las patrias en ascuas para salvarlas del menosprecio por la imagen que otros veían a través de un ambiente donde vomitaban torturas los caudillos bárbaros. Y esa élite intelectual le dio argumentos y libros y figuras cimeras para la internacionalización en grande del pensamiento hispanoamericano, o mejor para amalgamar un intercambio decisivo de entes directrices en la contienda de las ideas contra los flagelos del analfabetismo y de la ignorancia; de entes con patronímicos europeos vertidos en sus obras al castellano, con personalidades americanas volcadas al inglés, al francés, al italiano, al ruso, al portugués y al sueco, para así demostrar lo que daba América en compensación a lo que América recibía de Europa.
Tarea de maestro para un gigante del idealismo que soñaba venir a su patria a gobernar con un fuete y con un libro entre las manos. Primero ensayó editar obras de suramericanos en París, y comenzó por el más grande de todos: Bolívar. Pasó luego a traducir al francés ensayos y poemas de sus coterráneos de Suramérica, sin perder de vista que debía cumplir dos tareas: la de abanderado contra aquellos sistemas políticos que envilecen el alma y se vuelven gobierno desde la ignorancia hasta la bayoneta y en segundo lugar darle impulso al hábito de la lectura, con la palabra viril, con las formas del fuego de las que habló José Antonio Ramos Sucre, apegado a una norma de Bolívar: la luz que se concentra debe ser la luz que se difunde.
En esa circunstancia llegó a Madrid en las postrimerías de 1914. La primera conflagración mundial abismaba. La diáspora de los suramericanos que disfrutaban la bonhomía de París tomó cuerpo universal. El insigne venezolano hace bártulos y abandona un gran proyecto: la Biblioteca Hispanoamericana en la ciudad luz, bajo su dirección y la de los hermanos Francisco y Ventura García Calderón. Tres meses después es un español más entre aquel mundo entusiasta del Madrid impenitente, del Madrid azoriniano, del Madrid de Canovás del Castillo, de Federico Carlos Sainz de Robles, de Ramón de Mesonero Romanos (El curioso parlante) y de Mariano José de Larra (Fígaro). Hace los primeros contactos con los revolucionarios venezolanos diseminados por todo el universo terrenal y con los intelectuales del mundo entero que forman ya parte integral de sus amistades. Se puede decir de él lo que el citado Sainz de Robles ha dicho de Felipe II: «Toda su vida no fue sino una mirada inquisidora y un latido precipitado por encontrar un lugar desde el que encararse con el único mundo aún no conquistado. Y por fin lo encontró: Madrid. Un castillo derruido sobre una peana de pedernal. Una tierra con la esterilidad de las tres maldiciones bíblicas. Un delgado cielo azul, fácil de ser desgarrado por la mirada» (1).
Cualquiera piensa que la acción de Blanco Fombona se hacía sentir solamente para conspirar, porque su obsesión era la de derrocar al dictador venezolano, pero no, convoca en 1914 a sus amigos para consolidar la revolución de la inteligencia, y no tiene miramientos; ejemplos vitales cimentan argumentos de su dignidad ecuménica como escritor; razona perspectivas imperecederas y arguye elementos de creación que identifiquen la patria: edita libros de Pedro Manuel Arcaya y José Gil Fortoul, representantes valiosos de la política del dictador general Juan Vicente Gómez, pero por sobre todo, figuras de la dignidad intelectual del continente americano, conductores, ductores y maestros en una América tan desavenida de caminos, de nortes y de factores impulsivos en los círculos de penetración de las áreas populares o colectivas.
En ciento cincuenta días Rufino Blanco Fombona crea la Editorial-América, y el 16 de junio de 1915, en su cumpleaños cuarenta y uno, la inaugura, con tres títulos de las diferentes Bibliotecas que la integraran; el 24 de julio siguiente rinde homenaje a Bolívar con un libro de proyección sobre los basamentos que éste consolidó para la libertad de América, y cuando cesó la empresa notable, en la Navidad de 1935, en razón de que tomaba el camino del retorno al lugar de origen, circulaban en el medio intelectual europeo-indoamericano trescientos noventa y dos títulos, proeza que apenas hoy, con concepciones modernas, con el recurso de la tecnología más avanzada, se pueden hacer en ediciones como las de él, que fueron de cuatro mil a cuarenta mil ejemplares por título, lo que significó más de un millón de ejemplares de libros en idioma español para dos continentes polarizados.
En las apreciaciones que biógrafos y críticos han hecho sobre su obra, coinciden todos en asentar que fue un escritor desordenado, no solamente en su propia traducción, sino en la que corregía, anotaba, prologaba y seleccionaba como editor. A tanto llega esta aseveración que resulta arduo y difícil enumerar los volúmenes que integran cada Biblioteca de la Editorial-América. Un verdadero caos. Para decir exactamente cuántos títulos integran la Editorial-América, es obligante concebir un estudio a largo plazo y con dedicación exclusiva por muchos años, pero a Blanco Fombona eso no le importó jamás y se le puede aplicar una frase de Mesonero Romanos: «Desdeña la crítica periodística por incompetente, la autoridad del maestro por añeja, los consejos de los inteligentes por parciales y enemigos; y con una filosofía estoica, responde a la adversidad con el sarcasmo, a la fortuna con el más altivo desdén” (2).
Se enfrenta a todo y empuja siempre hacia adelante su tarea. Alguna vez subrayó en una vieja edición de las Obras Completas de Fígaro (3) una esquemática apreciación: «Se ha establecido en Madrid un sistema de libertad que se extiende hasta la imprenta; y con tal que no hable en mis escritos, ni de la autoridad, ni del culto, ni de la política, ni de la moral, ni de los empleados, ni de las corporaciones, ni de los cómicos, ni de nadie que pertenezca a algo, puedo imprimirlo todo libremente, previa la inspección y revisión de dos o tres censores». Mas él encontró en la capital de España la lanza del Quijote para ponerse en el camino de la libertad intelectual y combatir con la palabra suya y con la palabra ajena sembrando ideales, aupando renovaciones, conquistando paradigmas, cátedras, entarimados.
¿Qué es, pues, la Editorial-América en 1915? Una loca aventura de un trotamundos que amó la grandeza del idioma castellano y amó el espejo que se multiplica al volverse añicos. Después sería una organización con nueve dependencias bien definidas y a la vez el más elocuente y el más sobrehumano esfuerzo hecho por un solo hombre para impregnarle vida y aliento a su tierra en los horizontes culturales de otros continentes. Tal fue la hegemonía de su esfuerzo que hoy por hoy para llegar a una buena investigación histórica sobre los anales hispanoamericanos es imprescindible la consulta de cada uno de los títulos que integran la Biblioteca Ayacucho, la Biblioteca Andrés Bello, la Biblioteca Colonial, la Biblioteca de la Juventud Hispanoamericana y la Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales.
Caminemos, por la interioridad de ese hito columnar que sembró en el corazón de Madrid el polifacético Rufino Blanco Fombona, bien sin más recurso que el meollo bibliográfico, demos pauta a un somero recuento de la ínclita tarea del condottiero revolucionario y patriota:
Biblioteca Ayacucho
Como intérprete de la genial personalidad política del gran mariscal Antonio José de Sucre, Rufino Blanco Fombona crea y dirige en la Editorial-América la hermosa y trascendental Biblioteca Ayacucho (4), que, para colocarla más cerca del epónimo caudillo de impoluta grandeza, la integra con estudios que giran alrededor del campo marcial donde se libró la batalla definitiva el 9 de diciembre de 1824, observación que hace en títulos y subtítulos de cada libro donde incorpora en la gama inmarcesible a autores de patéticas Memorias; a miembros de las legiones extranjeras que combatieron por nuestra libertad y que nos dejaron compulsivos Diarios; a historiadores de tiempos posteriores que hincaron su prestigio en afanosas investigaciones y en biografías sin precedentes.
La Biblioteca Ayacucho fue dentro de la empresa editora la que mayores elogios recibió de la crítica universal, pues es nervuda y vigorosa en las áreas del pensamiento histórico y filosófico. La conforman sesenta y tres volúmenes relativos a la historia de América, que tienen prólogos, notas, comentarios y rectificaciones de Blanco Fombona, por lo cual a esta parte de la Editorial dedicó su fundador y director más tiempo y desvelos que a las otras.
Ni un solo ejemplar de cada uno de los títulos de la Biblioteca Ayacucho salió a la calle sin la paciente revisión de Blanco Fombona y sin las anotaciones y aclaratorias que consustanciaron un contorno más claro en cuanto a lo que se había escrito o se escribía por entonces sobre estos países y sus basamentos socio lógicos. Entre los más variados volúmenes hay manifestaciones históricas de Daniel Florencio O’Leary, José Antonio Páez, Francisco Burdett O’Connor, Rafael Sevilla, Andrés García Camba, Vawell, María Graham, José Francisco Heredia y Mieses, Rafael Urdaneta, Cochrane, Urquinaona, Stevenson, José María Paz, Lino Duarte Level, Ricardo Becerra, Juan Vicente González, Miller, Felipe Larrazábal, José de San Martín, Tomás de Heres, Gonzalo Bulnes, Antonio Rodríguez Villa, O’Higgins, Joaquín Posada Gutiérrez, Alcides Arguedas, Miguel Luis Amunátegui y muchos otros.
Biblioteca Andrés Bello
Uno de los más notables elogios que Blanco Fombona recibió como adalid de la difusión cultural de América en áreas diferentes fue ser el introductor de los próceres de las naciones hispanoamericanas en Europa para colocarlos en un buen nivel de popularidad en el margen de la difusión de las actividades que dentro del campo histórico ellos desarrollaron.
Andrés Bello, sin duda, había merecido densos estudios en las dimensiones del humanismo europeo. Su larga residencia en Londres, su prestigio como filólogo y poeta y el hecho de haber dirigido dos puntales del idioma español en la capital inglesa: la Biblioteca Americana y el Repertorio Americano, le habían dado mérito para apuntalarlo como uno más de los grandes mentores en elevadas disciplinas universales, y por ello Blanco Fombona auspicia, para rendir tributo de admiración al ínclito caraqueño de Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, la Biblioteca Andrés Bello que da su primer fruto en la primavera de 1916, para seguir desde entonces una estela ascendente, con títulos de los libros y con autores que jerarquizaron el nervio de la idea difusora de pedagogía suramericana por las universidades del mundo. Setenta y tres obras coronaron este pensamiento del gran editor en diez y nueve años de actividad, y allí figuran libros de Gutiérrez Nájera, José Martí, Rodó, Díaz Rodríguez, Sarmiento, Pocaterra, Alberto Ghiraldo, Julián del Casal, Pedro Emilio Coll, Rubén Darío, Tulio M. Cesteros, Zaldumbide, Miguel Eduardo Pardo, Baralt, Rafael Barret, Guillermo Valencia, Hernández Catá, Rodríguez-Embil, Herrera y Reissig y muchos otros.
Biblioteca de la Juventud Hispanoamericana
Buen tino el de Blanco Fombona cuando coloca la piedra angular para publicar un buen número de libros dentro de otra institución que él define como la Biblioteca de la Juventud Hispanoamericana y en la cual va a incluir, desapasionadamente, a historiadores con posiciones controvertidas, pero aunando esfuerzos para difundir el pensamiento ético de cada uno de ellos. Edita memoriales de caudillos de la colonia, de conquistadores, de naturalistas y de próceres de la gesta magna, y también densos estudios sobre acciones guerreras, leyendas de los tiempos de la gallarda lid, epistolarios, biografías y diarios.
«Esta Biblioteca —anotó Blanco Fombona en el volumen inicial— tiene un fin práctico y benéfico, principalmente para la juventud de los colegios. Pero no exclusivamente para la juventud, por cuanto en ella tendrán toda la historia real de América, desde los tiempos de los emperadores indios y la conquista española, hasta los mejores días del siglo XIX. Y todo irá sin pedagogía enfadosa y sin apartado de erudición. Será la Biblioteca más amena y necesaria, para España no menos que para América. Por ella pasarán los grandes hechos y las figuras culminantes de la historia de América: incas guerreros como Viracocha; civilizaciones como la azteca; héroes de los descubrimientos y conquistas como Cortés, Magallanes, Balboa, Díaz de Solís, Jiménez de Quesada, Ojeda, Valdivia y Pizarro; los emancipadores y caudillos, símbolos de un ideal, como Sucre, o la expresión de una época, como Rosas; los pensadores que tuvieron influencia trascendental, como Alberdi; los patriotas que representaron una época, como Juárez y Solano López, los poetas, viajeros e historiadores que han dejado huella en sus libros: Humboldt, Bernal Díaz del Castillo, Ercilla, etc., etc.».
Biblioteca Americana de Historia Colonial
Esta colección es la de menos número de volúmenes en la Editorial-América, apenas tres, y aun cuando el ilustre editor la bautizó y confirmó con tan sugestivo título, es la que ha sido objeto de muchos juicios adversos, o al menos es la única que en años posteriores ha sido estudiada detenidamente en razón de que los textos de todos los libros que la integran son apócrifos, lo que no desmerita la faena, pues el autor de los mismos resultó ser otro venezolano ilustre, Rafael Bolívar Coronado (1884-1924).
«La idea de estas publicaciones —afirma Blanco Fombona— nos ha parecido oportuna por dos aspectos: uno, porque creemos acrecentar el acervo documental de la historia de la conquista de América con una colección que acaso puede dar margen a nuevas deducciones a los que estudian aquel proceso, y otro por que con ello creemos salvar del olvido unos papeles que son recuerdos auténticos de un pasado que no puede ser materia de indiferencia ni para el pueblo conquistador ni para el pueblo conquistado… , arcaicos escritos que en muda impasividad esperan que el soplo reverente de la historia disipe la nube de polvo que los vela … «.
Pero lo que realmente impresiona es el pensamiento de Blanco Fombona en cuanto a la difusión del libro y a la colaboración de los autores en facilitar originales para la impresión de los mismos. Agrega: «Los que hayan observado con algún interés el proceso editorial de Europa en estos últimos cincuenta años no habrán dejado de reparar que en ellos se ha llegado al extremo, produciéndose, por la competencia, y por el crecimiento de la emisión, una verdadera crisis en la materia de originales. Descontando la obra inédita del autor moderno y afamado que generalmente está pagada por el editor mucho antes de escribirse la última cuartilla, el texto sorprendente, raro o de sensación histórica, el fragmento extraviado en una época y aparecido en otra, son cosas que se han explotado tanto, que es un verdadero milagro en estos últimos tiempos poder ofrecer una obra como la que presentamos ahora a los numerosos favorecedores de esta Editorial.
«En los copiosísimos archivos, bibliotecas, centros docentes de España, había una suma inmensa de papeles históricos, políticos, de ciencia, de legislación, de arte y hasta de magia, esgrima y de otras actividades de curiosidad o mero entretenimiento; pero por el ansia cada vez más creciente de publicidad, ha ido lenta, pero de modo seguro, cavándose el agotamiento…, a la manera de esas tierras feraces y jugosas que, después de muchos años de prodigar la riqueza, concluyen por hacer inútil hasta el abono, negándose a producir cuanto no sea cardos y jaramagos amarillos».
Como ya lo expresamos, ignoraba Blanco Fombona, y lo ignoró hasta su muerte, que había sido engañado por otro venezolano famoso en cuanto a los originales de esta serie, ya que no existieron los personajes que escribieron las obras y que éstas fueron producto de la acuciosa investigación y de la acción creadora de un cerebro privilegiado como el de Rafael Bolívar Coronado, quien años después confesó ésta y otras travesuras literarias.
Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales
Escritores de temas políticos, sociólogos de larga y fructífera trayectoria, la mayoría hispanoamericanos, conformaron la estructura de la Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales que es, con definición concienzuda un recio baluarte para interpretar de cerca nuestra huella por la rectoría intelectual de América, en el conjunto de los treinta y cuatro volúmenes que la integran.
Blanco Fombona, que supo asimilar con tácito respeto de opinión lo uno y lo otro de hombres de posiciones disímiles, incluso de enemigos suyos en las contiendas de la política y del intelecto, no vaciló en editar libros que engloban todo un ciclo vital para la historia del continente, y entre unos y otros se unifica, a pesar del contrasentido, el juicio central de lo que hemos sido, de cuanto somos y de lo que deberíamos aunar para hacemos verdaderamente independientes, soberanos y dueños absolutos de nuestra identidad nacional. Así es como el editor puso en circulación fehacientes testimonios de Orestes Ferrara, Alejandro Álvarez, Carlos Pereira, Julio C. Salas, Manuel Oliveira Lima, Gil Fortoul, Ángel César Rivas, Pedro Manuel Arcaya, Fernando Ortiz, Eugenio María de Hostos, Emilio Rabasa, Cecilio Acosta, José Ingenieros, Alberdi, García Calderón, J. D. Monsalve, Augusto Cuervo Márquez y otros.
Biblioteca de Autores Célebres
En 1918 inició Blanco Fombona en la Editorial-América las ediciones de autores no hispanoamericanos. Tuvo acierto en la elección de las obras de los escritores. Así es como incorpora al habla castellana un sinnúmero de novelas, ensayos, biografías, textos de política contemporánea y de historia que nunca habían sido traducidos o que apenas se conocían en ediciones pequeñas para Europa o en algunos folletines de periódicos españoles.
La Biblioteca de Autores Célebres se conformó en dos etapas, la primera con treinta y nueve títulos; la segunda con ciento cuatro y aparecen entre los autores Kierkegaard, Heine, Eca de Queiroz, Poe, Carducci, Papini, Sainte-Beuve, Stendhal, Wilde, Balzac, Gorki, Maeterlinck, Mario Puccini, Chéjov, Amiel, Machado de Asis, Kipling, Gontcharov, Edgar Quinet, Perú de la Croix, Apollinaire, Flaubert, Teófilo Gautier, Mallarmé, Turgueniev, Dostoievski, Tolstoy y Nerval.
Biblioteca de Autores Varios
Otra hermosa sección de la Editorial-América es la Biblioteca de Autores Varios con piramidales producciones, especialmente poéticas y literarias, aun cuando hay también temas históricos, biografías y trabajos de replanteamientos de política generacional, como los de Rafael Altamira, Andrés González Blanco, Manuel Machado, Castelar, Cansinos-Assens, Alberdi, Balseiro, Diez Canedo, Isaac Goldberg, Gómez de la Serna, Vasconcelos, José Verissimo, Nervo, Juana de Ibarbourou y otros. Son cuarenta y cuatro títulos.
Biblioteca Porvenir
Selló el gran editor el ciclo vital de la Editorial-América con dos pequeñas colecciones que se afirman en la obra y en las circunstancias de la época en donde aflora una muy genuina cooperación, franca y sobradamente imparcial, para la escogencia de los autores. La primera es la Biblioteca Porvenir para la difusión de las ideas socialistas que entonces recorrían tempestuosas el orbe a raíz de la Revolución Rusa, y en cuyos catorce títulos está expuesto el pro y el contra de la joven doctrina revolucionaria, con trabajos de Lenín, Bujarín, Ingenieros, Baüer, Engels, Gaida, Trotsky, Gorky, Zimoniev, Rodek y Kurt Eisner. La otra colección es La novela para todos. También con catorce títulos de autores rusos, franceses e italianos.
En suma, Rufino Blanco Fombona en la Editorial-América publicó entre junio de 1915 y diciembre de 1935 trescientos ochenta y ocho títulos en las referidas Bibliotecas y cuanto más fuera de ellas, para totalizar trescientos noventa y dos libros diferentes, con un promedio de veinte libros por año, es decir una producción de un libro cada veinte días, proeza, como dijimos ya, quijotesca y notable, mucho más cuando se trataba de un hombre acechado por el espionaje venezolano en España, y algunas veces, asediado por los cordones policiales madrileños.
Referencias:
- SAINZ DE ROBLES, FEDERICO CARLOS. Por qué es Madrid capital de España. Madrid, Aguilar, 1962 pp. 393-394 (Colección Crisol, número 16).
- MESONERO ROMANOS, RAMÓN DE. Escenas matritenses, Madrid, M. Aguilar Editor, 1945, p. 780.
- LARRA, MARIANO JOSÉ DE. Obras Completas de Fígaro, Librería de Garnier Hermanos. LARRA, MARIANO JOSÉ DE. Obras Completas de Fígaro. París, Librería de Garnier Hermanos, 1870, Tomo 11, p. 289.
- CARTELLANOS, RAFAEL RAMÓN. Rufino Blanco Fombona, Ensayo Biobibliográfico, Caracas, Ediciones del Congreso de la República 1975, págs. 92-104.
*Ensayo publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
*Rafael Ramón Castellanos. Historiador, librero, periodista, diplomático y biógrafo nacido en 1931 en Santa Ana de Trujillo. Miembro de las academias venezolanas de la Lengua y de la Historia, Venezuela (1995); Academia Colombiana de Historia y de la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias de Colombia. Doctor en Filosofía y Letras y licenciado en Periodismo, ganó el Premio Internacional Gran Mariscal de Ayacucho. Fundador de las legendarias librerías Historia y La Gran Pulpería del Libro Venezolano, es autor de una numerosísima cantidad de libros. Murió en Caracas en 2019.