Por JULIO BOLÍVAR
El pasado 21 de diciembre falleció en la isla de Margarita el poeta, dramaturgo y gastrónomo Rubén Osorio Canales (Barinas, 1934-, Isla de Margarita, 2019). Como un homenaje al poeta y amigo que fue, de nuestros diálogos constantes sobre la poesía y el país y sus males, dejo al lector del Papel Literario las últimas dos cartas que intercambiamos días antes. En la de él podemos leer la visión sobre la poesía que Rubén tenía, como un trabajo exigente y diario. Nadar hacía una meta, como lo hacía él con su pluma. Su febril imaginación no tenía límites, su cultura ecuménica, más allá del oficio de escribir, la mostraba también en sus libros de cocina, que compartía entre sus amigos, el teatro, el periodismo semanal, en artículos donde apuntaba sus desavenencias y apegos, además de soltarnos sus recetas en prosa que recogían el sabor venezolano de nuestra mesa cotidiana con una precisión que asombraba.
Fue un hombre de su época, los años 60 y sus vanguardias, parte de la cultura de lo que fue una época muy activa de la literatura y sus debates, en la llamada República del Este, y otras agrupaciones de poetas e intelectuales, que desde perspectivas ideológicas distintas, pudieron expresarse y dejar sus testimonios para la historia cultural; violenta en las primeras de cambio y pacificada después. Gerente de instituciones públicas; transformador de la televisión venezolana desde el canal del Estado, hoy convertido en el medio oficial de un partido político.
Rubén Osorio Canales dejó una impronta que muchos recuerdan; hombre probo que pensaba en su país antes que en prebendas y otros beneficios. Sus últimos años los pasó junto con su esposa Gisela Guédez en la isla, allí siguió escribiendo hasta el último día. Queda una obra inédita, que, en mejor momento, saldrá a buscar sus lectores. Tuve la suerte de su amistad por el amor a los libros, la memoria de los condumios de la mesa criolla y a la poesía. Va este sencillo tributo a uno de los poetas venezolanos comprometido con la democracia y la vida civil del país.
Carta inventario (De Rubén Osorio Canales a Julio Bolívar).
Querido Julio, meses atrás te envié Los Poemas de Dios y estaba por escribirte esta carta para decirte que en la actualidad estoy escribiendo unos textos bajo el nombre general de Soliloquios, los cuales una vez terminados estarán dedicados a ti junto a Alberto Hernández, Nelson Rivera y Mario César Arciniegas, si no lo hice es porque mis problemas de salud lo impidieron. (…) Pensé incluso en enviarte una primera parte del libro a la que le falta ese repaso final con el que pretendemos los poetas minimizar nuestros temores de parto, pero eso tardará algunos días porque el tiempo de reflexión pasado en la clínica me llevaron a reconsiderar alguno de los textos ya escritos.
Las razones que tengo para dedicarte esos textos reposan en la atención que siempre has tenido con mi trabajo, tanto el que me vincula con la poesía, como el que habla de fogones. Conservo con especial reconocimiento y gratitud el excelente texto que leíste en la Plaza Altamira en la presentación de la tercera edición de mis Memorias del Fogón, así como el breve comentario que hiciste en un correo acerca de mi libro Estado de Sitio, …
(…) es posible que estos Soliloquios que durante este tiempo desvelan mi lenguaje, mis sentidos, mi intuición, mi amor por el hecho poético, que me convierten en ocasiones en una especie de antropólogo del alma, representen el último acercamiento de mi palabra al servicio del hecho poético. Si bien me quedan restos de energía y claridad, siento que el tiempo se me agota, y creo que una sensibilidad (…) que ame la vida y el trabajo, puede imaginar cuanto lo siento. Y lo siento porque sé que falta, que todavía hay escollos que mi escritura debe y tiene que vencer.
Un día, hace algo más de cincuenta años, andaba yo inmerso por los mares agitados y a veces enfurecidos de Ezra Pound tan lleno de juicios extremos, pero muy certeros sobre la poesía, y leyendo sus consideraciones sobre William Blake y T.S. Elliot, se me vino a la mente y por asalto, más que una imagen, una secuencia cinematográfica en la que aparecía un mar muy extenso, como suelen ser los mares, y en sus orillas una multitud de poetas cuyo reto era llegar a la otra orilla. De pronto una señal ordenó la partida y la carrera empezó y en la medida que el mar se hacía más intenso y poderoso, aquella multitud se iba reduciendo de manera alarmante, algunos devorados por el oleaje, otros sin avanzar a pesar de las brazadas infructuosas, y la gran mayoría sin haber dado el salto para comenzar la travesía. Al final, en la otra orilla aparecían robustos y llenos de vida Homero, Dante, Petrarca, Safo, Lao Tse, Dasgupta, Hafiz, Tagore, Garcilaso, Villón, Rilke, Bacon, Baudelaire, Whitman, otros seguían luchando y tratando de mantenerse a flote y fueron muy pocos los que lograron completar la travesía. Unos se ahogaron y otros siguen allí flotando todavía lejos de esa orilla.-
Para entonces yo andaba por los veinte años, y esa suerte de revelación plasmada en la secuencia que acabo de describirte, me llevó a entender lo largo del camino, la inmensidad del reto, la fortaleza de sus oleajes y corrientes invisibles por superar y a que, si me aventuraba a recorrerlo, sería a cuenta y riesgo, sin póliza de seguro contra el naufragio. Después de un tiempo de vacilaciones, decidí recorrerlo en solitario y lo que trato de saber ahora después de tantas brazadas, para decírmelo a mí mismo, es hasta que parte del mar llegué. Esa secuencia que mi imaginación produjo al leer y releer a Pound, luego a Vigorelli, Pavese, Prampolini y tantos otros incluyendo a Elliot, Dámaso Alonso y tantos otros, ha sido una guía y al mismo tiempo un temor que me acompaña cada vez que mi lenguaje se detiene y entra de lleno en el hecho poético, lo que de alguna manera y con otras palabras se lo escribí a Juan Sánchez Peláez, en el poema “Sin ningún regocijo” que le dediqué en mi libro Amigo Mío, Hermano Mío que alguna vez te envié.
… Importan las palabras.
Quedarán algunas, ciertamente,
de esas que se dijeron y escribieron antes,
entre ellas las tuyas.
Quedarán grabadas en el aire,
esculpidas en las aguas de un mar azul e intenso,
talladas en los lomos de caballos rojos
que correrán sobre prados verdes.
Sí, es posible que algunas palabras queden
después de esta tormenta que se anuncia
y estos rayos que dejan caer su ira,
sobre los campos de Dios.
Soliloquios es el resultado de un impulso que sentí como una necesidad vital e inaplazable de poner en blanco y negro estas ansias de vivir y buscar la poesía y un intento también de rescatar una memoria llena de recuerdos esquivos y difusos y encontrar algunas respuestas a las muchas preguntas que a lo largo de la vida me he formulado. Estos soliloquios son simplemente textos escritos con las palabras de la poesía. Los poemas, querido Julio, los que pude y me atreví a escribir, están en La Vida Por Los Pies, Asuntos, La Rara tregua, Amigo Mío, Hermano Mío, Estado de Sitio, Los Poemas de Dios y Extravíos, libros que escribí pausadamente tratando de llegar a la otra orilla.
No sé hasta dónde llegué, no sé cuán larga es la distancia que me separa de la orilla, pero lo que sí sé es que todavía estoy vivo y no he naufragado y que en muchas de esas brazadas que he dado para superar el oleaje, toqué la poesía. Y esto lo digo desde las profundidades de mi verdad interior y sin jactancia, porque si algo me enseñó y atesoro en mi alma en este largo andar en la búsqueda de la palabra, fue la humildad.
Te dije antes, que el envío de la primera parte de los Soliloquios, se tardara unos días, no muchos, porque lo logrado hasta ahora si bien es algo, siento, sobre todo después de los largos soliloquios que tuve a plena conciencia en la soledad de la terapia intensiva, que aún falta y esa es una sensación que nada tiene que ver, ni con la filología, ni con sesudos ejercicios semánticos, ni con intentos de propuestas para revolucionar nada, si no conmigo, con mi visión, con mi lenguaje, y con mi manera de entender la poesía, con lo que ella es para mí, con lo que pude, puedo y podré hacer con ella.
Estoy claro, sé que llegué al punto de no retorno, lo que fue, fue, y lo que no fue, sencillamente, no fue, pero lo que no puedo, ni quiero apartar de mí, por ser lo mejor y más puro de mi aventura, fue el amor y la humildad con que lo hice.
Hoy mi intuición pareciera estar llegando a una revelación y esto me da pie para rogar a Dios un poco más de tiempo y poderla desnudar, tal y como la veo, lleno de rituales, a veces extraños, que rara vez imaginamos. No oculto mis temores, ni la ansiedad que me da estar en semejante antesala, pero tengo que ir a su encuentro, aun corriendo el riesgo de perderme y no llegar, en cuyo caso no me quedará otra, que volver a empezar.
La que llamo segunda parte está concebida en la mente, puesta parcialmente en el papel y solo falta poner los dedos sobre el teclado y dejar correr las palabras que faltan, por la autopista de mi alma. La materia prima ya está procesada, almacenada, y escrita y, si se quiere, listas para la impresión de un libro que titulé Extravíos, con el que batallo desde hace ya doce años y toda vez que, a veces, su visión se me hace borrosa, antes de dejarlo a la intemperie y en el olvido, recordé que Giacometti decía que había que desbaratar lo hecho y volver a intentarlo de nuevo para lograr aproximarse a la verdad del objeto pintado y, en mi criterio, esto ha valido también y siempre, para la poesía.
En el caso de Extravíos, hay algo así como una nube que me impide no ver claros algunos de sus recodos, no sé si se trata de un exceso de autocrítica, a la cual soy adicto, o si esa nube que cuelga y ensombrece mi claridad, es parte viva del mismo extravío. Hace dos días con renovado entusiasmo, comencé a fijar en el papel una versión distinta de los mismos textos y tengo la sensación, en la medida de su desarrollo, que se les abre una nueva perspectiva. Dios quiera que tenga el tiempo necesario para concluirlo. La mente quiere hacerlo y el cuerpo, resentido como está, lo acompaña a ratos. La selva que recorro me es desconocida, pero no importa, igual me adentro en su maraña. Ahora mismo Gisela, mi divina alondra, prepara el tratamiento con el que la ciencia trata de concederme el tiempo que necesito para terminarlo, solo que hace falta el permiso de Dios.
Querido Julio, prescindiendo de lo que Dios disponga, quiero decirte que celebro en grado sumo nuestra amistad, real, verdadera, sólida, respetuosa y con diálogos ya realizados y otros por realizar, que ya van siendo suficientes para afianzar nuestra mutua fe en la poesía y en el hombre, teniendo siempre presente que ambos son obra de Dios. Por los momentos y con la fe puesta en que tendremos otros momentos para seguir nuestro diálogo, este poeta solitario que soy, deja estas líneas hasta aquí.
Un abrazo inmenso.
Tu amigo ROC
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Selección de poemas
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Te he llevado a la roca y a la pequeña flor
Te he llevado a la roca y a la pequeña flor,
Me has llevado a la llanura y el abismo
Y al mar
Y al misterio
Y a la soledad.
Nos hemos repartido por todo el universo
Sin permanecer totales en ninguna de sus partes,
Sin permanecer simplemente.
En el fondo no hemos sido
Tan generosos como creímos
Y posiblemente ni siquiera generosos.
Te he defendido y me has defendido
En el laberinto que nos dieron a recorrer
Y quizás, digo quizás, por eso mismo
Seguimos vivos,
Hasta ahora ni tan maltrechos,
Siempre a distancia de los verdugos
Y de sus fantásticas escopetas,
Bajo cuyos golpes
Han caído tantos de los nuestros.
Hemos tenido tiempo,
Bastante tiempo,
Para ver sus perdigones.
Tienen tantas formas extrañas
Y ofrecen tantas sutiles tentaciones
Y son tan duras y mordaces
Y tan bárbaras y sentimentales
Con formas de serpientes
Y de ríos mansos y alargados,
Con sonidos de canciones y manzanas
Y agresiones de pelícanos,
Que un día, quién sabe,
Tú o yo ¿y por qué no los dos juntos?
Pudiéramos terminar atrapados
Y golpeados
Y hasta muertos en sus redes,
En sus explosiones,
En sus desvaríos
y hasta en esos laberintos
que saben inventar
para que se pierda el hombre
y hasta un pequeño corazón
frágil y asustado, como tú.
(De La rara tregua,1974)
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Y entonces dijo:
Que los océanos serían pastos de la muerte
las montañas y la tierra toda
pastos de la muerte;
que las soledades sepultarían a los silencios.
También dijo
que, de toda la penumbra, de la terrible penumbra
saldría la nueva luz
y la mansedumbre de las panteras
y las forestas del encanto
y los arroyos hechos voces
dispuestas a rezar
los himnos de las multitudes por nacer.
Y luego elevó la voz hasta el estruendo
Y dijo el Verbo de la Anunciación del Nuevo Reino.
Allí, en la estancia del fulgor,
Florecerían los corazones
Y la ternura sería como una flor
Y la vida sería sin el susto de la muerte.
También dijo para el asombro de las rocas
Y de los pelícanos, y de las magnolias de carbón
Que el principio y el fin
Sería la palabra
Y la palabra sería Dios.
(De El nuevo Reino, 1980)
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Todo está lleno
de un lento misterio que asusta.
Hay sombras que se mueven de un lado a otro,
almas borrachas de tanta sed,
gritos ahogados en algún estanque,
madrigueras llenas de fantasmas,
dioses y diablos en pleno litigio,
sombras, sombras y más sombras.
Nadie sabe quién está detrás de la pared
más allá del murmullo.
Cuentan que los abismos se desplazan
como si fuesen pájaros furiosos.
Permaneceremos entre silencios
para que nadie nos vea,
para que nadie nos oiga,
para que nadie nos toque…
El silencio es la clave
de la más segura salvación.
(De Estado de sitio, 2018)
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Tengo un Dios
A mi hija Antonella
Tengo un Dios único, irrepetible
que solo lo entiendo yo.
Un Dios sereno,
que se aflige,
que llora,
que riñe
y también ríe,
que me deja meditar a solas,
otras veces me amarra a su verbo
sin condolerse,
o hace silencio,
siembra flores en la gruta más oscura
para hablar de paz
y también afila las espadas del combate.
Es un Dios que me llena de sorpresas.
Impredecible en su bondad,
sabe advertirme
cuando los caminos tuercen sus señales.
Me muestra con su dedo las velas que se rasgan
en mares que agitan su soledad
y cuando tantos adioses
enferman a la espina y a la rosa.
Habla cuando cada cosa
se desdibuja en la niebla,
o se pierden en la huella más luminosa,
¡cosas de la vida!
O cuando la vida corre de regreso
y nos encuentra en el mismo lugar,
petrificados de susto y extravíos
en una selva de astros sin destino.
Su palabra se anticipa
a la hora de rasgar la niebla,
aquietar los mares
y ponernos a mirar espacios perdidos.
A la hora de dejar caer la rosa,
de saber que está el vuelo y el alcatraz,
y el precipicio,
la gaviota y el pez,
el hueco y la hormiga,
la abeja y la miel,
el río que corre y el mar que lo espera,
lo oscuro y lo claro,
lo cierto y lo incierto,
lo bello y lo feo,
repitiéndome siempre
que no hay otros límites
en nuestra descarnada geografía.
Tengo un Dios que me guía,
que me escucha,
que me da la luz de los días
y apaga mis nieblas en la oscuridad.
Tengo un Dios único,
irrepetible,
que habla mi lenguaje
y a veces le gusta mirar con mis ojos
y oír con mis oídos.
Lo descubrí un día,
tumbado en el césped de una colina,
mientras miraba el infinito del infinito
y en mi mente dije,
Claro que sí, Dios mío, tú existes y estás allí,
siempre,
donde la palabra requiera tu luz
Y el manto de su sombra, tu resplandor.
(De Los poemas de Dios, 2018 inédito)
&
1
Cuando la palabra pierde su imperio
Se convierte en ruido que nada dice.
2
Tejer las palabras en el basto cielo de la nada
es el arduo trabajo del poeta.
3
Si la vida es para ti una maraña de espinas, clávatela.
Si tiene rosas o es rosa pura y viva, acaricia sus pétalos.
Si es sólo un aire que pasa, entonces toma su fragancia.
4
La vida no es vida si no conjugas un verbo.
5
Márcate, hazte un tatuaje de sangre, pura y roja en las victorias.
De las derrotas no hables, sirven sólo para el llanto y la vergüenza.
6
No digas tanto de ti, tus palabras sonarán huecas.
Deja que tu vuelo, hable por ti.
7
Es efímera la rosa.
Tallos, pétalos, hojas y espinas, caen y van al detritus.
Y su aroma, se lo lleva el viento.
8
La memoria siempre está en los próximos pasos.
9
Para poder ser, las palabras, deben entrar en ti y recorrer tu sangre.
Haz tuya la palabra para que diga algo.
10
Amar es perdonar, Perdonar es amar.
Estar vivos es amar y perdonar.
(De Ars poética, Ars vitae, 2000)
&
Un Soliloquio inesperado*
Familia: Esta madrugada me desperté muy inquieto, me levanté a las tres y media y como hago siempre cuando el sueño se me corta, me vine al escritorio a trabajar. Tomé un poco de café, leí las noticias del día, por cierto, ninguna que nos pudiera dar esperanza de un futuro menos trágico, y cerrada la sesión informativa, me dispuse a revisar los Soliloquios ya en su fase de revisión, y logré escribir en medio de un sobresalto muy pocas veces sentido: Ayer tenía una palabra llamando mi atención. Hacia piruetas, se escondía, volvía a aparecer y de nuevo se hacía inasible. No me gustó su rostro. Ni tampoco su actitud. Tenía los modales de un payaso inesperado que se ponía frente a mí y no precisamente para hacerme reír. Sus intenciones no estaban a la vista, pero le abrían las puertas a la sospecha. Ella exhibía comportamientos, por decir lo menos, extraños, y de cada movimiento suyo se desprendía una estela que me llevó a pensar en las señales que hace el tiempo a punto de extinguirse. No me gusta jugar a las premoniciones porque alteran mis sentidos y aceleran los latidos de mi cansado corazón. Pero es mi norma llegar al fondo de lo que siento, y eso no lo puedo, ni quiero remediar. De pronto la palabra se hizo más visible, cambio su forma y su grafía fue otra y, para mí más alarmante, porque moviéndose como una serpentina impulsada por una brisa proveniente de una estación desconocida, y con cierto desparpajo, dibujó cada una de sus letras hasta mostrarse toda completa: I N C O N C L U S O, pude leer, y eso me hizo entrar en las zonas del miedo, no porque presentada de manera tan extravagante la muerte, si es que de eso se tratase, se estuviese anunciando, sino por todo lo que me queda sin terminar. Una de ellas la publicación de Los Poemas de Dios, libro que quiero ver con mis ojos, palpar con mi tacto, sentirlo de nuevo en el corazón y releer con mi alma, hecho fundamental para que mis pasos por la tierra se vayan en paz, y la culminación de estos soliloquios de los cuales, forzosamente, este que estoy tecleando en este preciso momento forma parte.
Después de una larga pausa que me llevó a recorrer buena parte de mi existencia con un predominio de todos mis afectos, y mirando hacia un horizonte imaginario, escribí con dolor: Todo lo que no se concluye termina siendo un acto fallido, y eso no figuraba hasta hoy en la agenda de lo posible y fatal en mi vida. Por eso, una vez más pido a Dios que venga en mi auxilio y me permita concluir lo que Él me permitió comenzar.
(Soliloquios, 2019. Inédito)
*Este último soliloquio fue escrito en la mañana del último día de vida en la tierra.