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Rubén Monasterios, dos reseñas: Juan Liscano y Guillermo Morón

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Por RUBÉN MONASTERIOS

Liscano: el nuevo monje del erotismo

Un libro sencillo y llanamente dicho, apasionante por la naturaleza del tema, la forma como es abordado y la estética de la exposición, es el último entregado por Juan Liscano: Los mitos de la sexualidad en oriente y occidente. Se trata de una obra que con todo derecho puede buscar su lugar entre los clásicos de la reflexión sobre el erotismo de todos los tiempos; en ella el erotógrafo de Cármenes y erotólogo de tantos ensayos e indagaciones alcanza la plenitud creadora en esa última dimensión de su quehacer de escritor. Con el respeto debido a estas cosas Liscano se aproxima al tópico expuesto en su título tal como se configura en la remota antigüedad de Egipto y Grecia, en el contexto de la cultura de la Edad Media y del Renacimiento europeos, y en las culturas aborígenes venezolanas, terminando con una lúcida maniobra intelectual con la que evita caer en el lugar común de examinar los «mitos de la sexualidad» de nuestros días desde un enfoque convencional —las tantas veces revisadas Diosas de la Pantalla y esas cosas— y en lugar de ello nos ofrece una reflexión cósmica y mística respecto a la sexualidad del Hombre contemporáneo.

Se habla de «los mitos», así, en plural, pero Liscano parece haber compuesto esta obra sometido a la fascinación de uno solo de ellos, dedicándole a éste casi todo el espacio: el de la Superhembra Dominante Primordial; su imagen magnífica y aterradora viene a ser el mero eje de Los mitos de la sexualidad. Al poner de manifiesto su existencia en diferentes épocas y culturas la obra adquiere, desde una perspectiva científica, el valor de una demostración adicional de la hipótesis central de la Teoría Analógica de los Mitos, originada por Bastián, que los supone un bien común de todos los pueblos; tal hipótesis sólo está virtualmente presente en el trabajo de Liscano, en cuanto someterla a verificación no es exactamente su objetivo; su propósito es otro; en efecto, aunque el libro que nos ocupa tiene un valor científico reconocible no es en modo alguno una escritura animada por el espíritu racional-objetivo característico de los ensayos de esa naturaleza; más bien, diría yo, lo está por otro que indaga un aspecto de la realidad buscando la comprensión trascendente. Más allá de los datos y de su interpretación tal como se exponen en la literatura científica, parece existir «algo más», una suerte de esencia a la que sólo puede accederse por la vía de lo subjetivo. El científico pretende penetrar la realidad para encontrar la verdad; en la otra forma de aproximación a lo existente el indagador subjetivo trata de ser penetrado por la verdad; anhela la fusión de su ser con lo indagado, y el resultado de esa clase de búsqueda no es otra cosa que el hecho poético. Los mitos de la sexualidad se resuelven primordialmente por tal vertiente. El anhelo de fusión mística con el enigma: el mito sexual, arquetípico en la experiencia humana, eterno en su existencia, inmutable en su esencia, representado por la Diosa Madre Primordial —Gran Prostituta de Vagina Dentada—, Mantis Religiosa Temida y Venerada, transfiguraciones que he pretendido sintetizar en la idea de Superhembra Dominante Primordial, ilumina todo este libro con su prodigiosa luz sobrenatural. De aquí que uno y otro momento se transgreda en él la noción formal de ensayo para adentrarse la escritura en el ámbito de lo poético.

Siente uno, el lector, que el autor alcanza el límite de una reflexión racional a partir del cual sólo puede continuar su discurso mediante la expresión poética. De lo exterior accede a su interior y el verso fluye paradójicamente apolíneo en su estructura, en su elegante y límpida estructura verbal, y dionisíaco en el convulsionado sentimiento que se desborda de tan organizadas palabras y versos.

Los poemas, que no son en sentido estricto simples «interpolaciones» sino auténticas extensiones, son a un mismo tiempo un pequeño misterio del libro de Liscano y las magnas claves para su comprensión; misterio, porque a partir de una primera ojeada no sabe quién es su autor, ni se entiende muy claramente el papel que juegan en la obra; claves, porque a partir de la lectura propiamente dicha se descubre en ellos lo fundamental del mensaje intentado en el discurso, y porque mediante los mismos el autor conduce a los más sensitivos de sus lectores a eso que ha sido llamado por los esotéricos, niveles superiores de conciencia.

En los poemas está la comprensión plena y la fusión.

Casi resulta obvio decir a estas altura que Los mitos de la sexualidad no es un ensayo —en su parte resuelta como tal— expositivo de información básica ni descriptivo; es interpretativo; no se trata, pues, de una obra introductoria al conocimiento de los mitos de la sexualidad, o el mito de la Gran Madre-Ramera Primordial; en ella el autor supone un conocimiento compartido con el lector, a partir del cual desprende sus elaboraciones; por esta razón, y hasta por su refinado lenguaje, Los mitos de la sexualidad dista mucho de ser lo que llamamos un libro «fácil»; impone sus exigencias, pero como siempre ocurre la recompensa es inefable, el esfuerzo vale la pena.

*Los mitos de la sexualidad en Oriente y Occidente. Juan Liscano. Coedición LAIA-Alfadil. Caracas, 1988.

*Publicado en Lectores, encartado en el Diario de Caracas, el 29 de enero de 1989.

Bestias de Venezuela

Tienen una venerable tradición histórica; proliferaron durante la Edad Media, pero la más antigua y veraz fuente nutricia de todos los demás que se hicieron, el bestiario llamado Fisiólogo, data del s. Il a.C. (otros investigadores lo ubican en algún punto entre los ss. V y ll a.C.): es obra de un desconocido recopilador que expone las ideas de un personaje llamado Fisiólogo, apodado «El Naturalista», de quien nada más se sabe.

Durante siglos el Fisiólogo fue traducido a decenas de lenguas, copiado y recopiado con añadidos y alteraciones; su popularidad fue inmensa porque amén de presentar una gran cantidad de información zoológica —toda considerada verídica en su época— explicaba la significación moral y religiosa de los animales y de su comportamiento. Se estima que su circulación durante la Edad Media sólo fue superada por la Biblia.

Un bestiario es una colección de textos cada uno de ellos dedicado a narrar una historia que tiene como eje a un animal, o a describirlo en sus reales o supuestas características anatómicas y conductuales; algunas obras del género extienden su interés hasta las plantas y las piedras; siendo éstas el asunto principal, la obra se llama lapidario. Todos los bestiarios presentan alegorías cristianas de carácter moral e instrucciones religiosas y advertencias; lo típico de ellos es que tratan asuntos inherentes a la naturaleza y que en su discursos entrelazan de una manera fluida la realidad —en menor extensión— y la fantasía.

En el marco de la literatura venezolana existe al menos una pieza del género; se trata de Ciertos animales criollos, original de quien además de ser acucioso investigador de nuestra historia, es el formidable narrador de El gallo de las espuelas de oro, Guillermo Morón.

Reúne esta obra las condiciones que la enraízan en la tradición de los grandes y bellos bestiarios conocidos en Occidente; en ellas se entremezclan realidad y fantasía; sus fuentes son mitos y creencias populares referidas a los animales criollos, y la imaginación del autor; su deleitable lectura nos lleva al encuentro de descripciones y cuentos. Como todo bestiario respetable, figuran en él animales imaginarios; del mismo modo en que los medievales no podían evitar la descripción del unicornio, o la inclusión de una historia en torno a tan prodigioso animal, en éste se convoca a la esfinge y al basilisco; y si no figuran más es porque la fantasía vernácula ha derivado por la vertiente de la atribución de facultades a los animales existentes, en lugar de hacerlo —por la de la creación de nuevas especies; en aquellos se apunta sin dejar lugar a la menor sombra de duda, que el ciervo lleva a la serpiente, su «enemiga natural», enredada en la cornamenta; en el nuestro con idéntica convicción se afirma que «si un basilisco muerde el bastón de un hombre, muere instantáneamente el hombre».

Ciertos animales criollos asimismo están ennoblecidos por ilustraciones y por su diseño gráfico; ahora bien —y he aquí otra diferencia respecto a sus pares— en el de Morón estos excelente aspectos de la obra no son el resultado del trabajo anónimo de artesanos, sino de la creatividad de artistas conocidos y con bien sedimentado prestigio en sus respectivas especialidades: Régulo Pérez y Alberto Monteagudo. Todas estas cosas, complementadas por una impresión impecable en materiales de primerísima calidad, hacen de Ciertos animales un libro-objeto de arte: una de esas piezas raras y maravillosas que los aficionados guardamos con amor, tanto por la gratificación estética que nos proporciona su lectura y el hojearlas de vez en cuando, como por tener conciencia de que su valor sustantivo aumenta con el correr del tiempo.

*Ciertos animales criollos. Guillermo Morón. Italgráfica Impresores Editores. Caracas, 1985.

*Publicado en Lectores el 14 de mayo de 1989.

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