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Rómulo Gallegos, el hombre cabal. A los 75 años del golpe militar en su contra

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Por ALFREDO GORROCHOTEGUI MARTELL

El 24 de noviembre de 1948, Rómulo Gallegos fue traicionado por militares que le asestaron un golpe de Estado. Y esto, luego de haber sido electo como el primer presidente de Venezuela en elecciones universales y directas, y en las que sacó el mayor porcentaje de votos —más de 80%— que jamás haya obtenido algún mandatario anterior ni posterior a él tanto en Venezuela como en la región.

Pero hoy quiero recalcar una de sus facetas menos conocidas: la de hombre cabal, apreciación que le otorga la premio Nobel de Literatura y amiga suya Gabriela Mistral. Gallegos fue un hombre apegado a sus principios. Siempre con “una actitud propia del civilizado, en quien los instintos están subordinados a la disciplina de los principios” (1), como dirá él mismo en las reflexiones de su novelado personaje Santos Luzardo luego de que este tuviese que dispararle —en defensa propia— al Brujeador, quien lo había emboscado para matarle, enviado por Doña Bárbara.

Su primer biógrafo, Lowell Dunham, decidió editar todos los escritos de Gallegos no relacionados con sus novelas con el título Una posición en la vida porque consideraba que aquellos reflejaban su pensamiento, pero en especial, su coherente conducta, la cual jamás se había desviado de sus valores y principios, entre estos “la superioridad del civismo sobre el militarismo —dirá Dunham—, la creencia de que nadie, ni como individuo, ni ninguna clase privilegiada tiene el derecho de abusar de la dignidad del hombre” (2).

En sus primeros escritos, Gallegos, a los 25 años, destaca el artículo El factor educación, donde planteaba la urgente necesidad de que se inculcase en los alumnos la decisión y empuje para actuar por sí mismos, afirmando —con mirada profética— que “la falta de iniciativa personal que nos caracteriza causa, a su vez, del estancamiento económico y moral de Venezuela y a la cual hay que referir también la razón de nuestro funesto personalismo político”. E insistiendo en lo mismo enunciaba con firmeza: “En efecto, nuestra carencia de facultades activas y espontáneas, la atrofia de nuestro carácter […] nos entrega indefensos a los desmanes del primer capataz enseñoreado, que ya puede constituirse en árbitro supremo de nuestros destinos sin tenernos en cuenta para nada” (3).

El pacificador

Cuando fue director de liceos, entre los 28 y 46 años, se le recuerda como el “pacificador” de estos porque estaban envueltos en un ambiente de gran indisciplina. Al verlo entrar uno de los estudiantes irreverentes de aquel entonces se adelantó en tono burlón y le soltó: «—A sus órdenes, bachiller». Y la respuesta fulminante del director no se dejó esperar: «—Usted está expulsado del Liceo» (4). Fue también el “pacificador” de esos ardientes espíritus juveniles que luego, madurando en sus interiores los valores inculcados por el maestro, llegarían a ser presidentes de Venezuela: Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Aunque también influyó en muchos otros como Miguel Otero Silva, Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa, etc. En otra ocasión, un estudiante muy temperamental, antes de dejar el Liceo, fue a visitar al director Gallegos y le dijo: —«Profesor Gallegos, yo deseo hacerle un obsequio antes de irme. Quiero entregarle una cosa que apreciaba mucho antes y que escuchándolo a usted durante este año he aprendido a menospreciar». El regalo fue su revólver que siempre le había sido fiel compañero, pero que este maestro le había enseñado a no tener necesidad de llevarlo, y menos de usarlo, pues, según lo enseñado por Gallegos, los conflictos debían ser remediados con la palabra (5).

Gallegos fue un perenne defensor de la paz. Siempre estuvo muy preocupado por los ambientes sociales y políticos violentos y sin capacidad de diálogo. “¿Qué será de nosotros, Gabriela Mistral ―le diría a esta en una carta de 1949―, cuando los violentos se hayan apoderado de todo el destino de la humanidad? Mejor es no pensarlo y continuar imponiéndoles a nuestras palabras el tono de llamamientos a la serenidad, cual si creyéramos que para encontrarlas estuvieran despiertos todos los oídos del mundo” (6).

El maestro

Aunque Gallegos siempre fue reconocido como novelista y político, nunca se le dejó de reconocer como educador. Un testimonio de su amigo y biógrafo, Lowell Dunham, reafirma esta verdad. Sería hacia 1961, cuando Gallegos tenía 77 años: “En Caracas, cuando don Rómulo se sentía lo suficientemente bien como para acompañarnos en el automóvil, la gente lo señalaba y decía con gran respeto: ‘Ahí va el maestro” (7).

La vocación de maestro le viene desde muy temprana edad, cuando, además de cuidar y organizar actividades para sus hermanas menores, pues era el mayor entre sus hermanos, a los 14 años le dieron como responsabilidad educar a algunos niños de los primeros grados en el Colegio Sucre donde estudiaba.

Gallegos dio clases durante 18 años y fue director de cuatro liceos de varones de la época: el Colegio Federal de Varones en Barcelona, el Liceo Caracas (luego llamado Andres Bello), la Escuela Normal de Varones, también en Caracas, y el Colegio San José de la ciudad de Los Teques.

Tal vez sea la más conmovedora lección dictada por Gallegos aquella que aconteció durante los sucesos estudiantiles de febrero de 1928. Los jóvenes del Liceo Caracas estaban conmovidos por la rebeldía de los estudiantes universitarios y el consecuente gesto de haber sido apresados por el régimen por las protestas que manifestaron en contra de los atropellos de este. Gallegos oía las discusiones que estos tenían sobre este tema dentro de la sala de clases. Unos aseveraban que, no habiendo sido invitados por los universitarios, se encontraban relevados de todo compromiso. Otros se animaban a seguir el ejemplo de los universitarios. Sonó la campana de inicio de clases. Gallegos abrió el libro de texto, miró fijamente a sus alumnos y dijo: —«La lección de hoy es sobre moral cívica». Calló. Colocó sus manos sobre el libro y no articuló una palabra más. El silencio atrapó todo el momento convirtiéndose en una oportunidad para recapacitar a fondo. Nadie dijo nada, hasta que, terminado el tiempo de la clase, Gallegos se levantó y anunció: —«La clase ha terminado». Y los estudiantes ya sabían lo que correspondía hacer. Salieron a las calles a respaldar a los compañeros universitarios arbitrariamente detenidos por la dictadura (8).

El político

En uno de los temas en que también podemos ver al Gallegos cabal es en el de su papel en la política. En ella siempre actuó con el genuino deseo de que hubiese paz y orden, y que se procurase siempre el bien a todos los venezolanos. Además, un detalle curioso es que su modo personal de ser era contrario a esta tarea, y más bien entró en ella por el peso de su autoridad moral, por la invitación que le hicieran sus propios discípulos y por la imperiosa necesidad que tenía el país de entonces de una figura que invitase a la concordia y la unidad nacional.

En 1937 es elegido diputado del Congreso Nacional en representación del Distrito Federal. El 30 de abril de ese año, en un discurso a la Cámara de Diputados dijo a la audiencia presente: “La lucha política no me interesa; por el contrario, repugna a mi temperamento, más bien inspirado en normas de moderación conciliadora […] Soy un hombre con una ideología, claro está, pero sobre todo un hombre que procura el bien de su país […] Toda mi obra literaria —no lo menciono para hacerle propaganda— demuestra que soy un hombre que desea el orden; y que rinde tributo a la jerarquía humana cuando es legítima. No soy un vociferante, no soy un energúmeno, y si mis simpatías están con el pueblo, es porque este representa la porción sufrida, la porción oprimida por las injusticias que se han venido acumulando sobre la actual estructura social” (9).

El hombre de familia

Se conoce su esmerada dedicación a sus hijos, Sonia y Alexis. Un ejemplo de esa solicitud por ellos es la carta que escribiera una vez a aquel, y que puede ser la misiva de un único padre para todos sus hijos venezolanos. En ella le recordará dos defectos del ambiente social: “Quieren adueñarse de nuestras predilecciones dos vehemencias contrapuestas: ganas de irresponsabilidad, por una parte, de divertirse, de gozar por todo y con todo; y propensión a odiar, frenéticamente, a cuanto no es pensar como nosotros pensamos”. Sugiriendo al final de la carta: “Guarda esta hoja de papel y cuando algo te aflija, cuando otros golpes te den los acontecimientos adversos, vuelve a leerla y busca en ella lo que pueda ayudarte a sobrellevar contratiempos y a pensar, con optimismo, que lo mejor de la vida es lo que ella tiene de obligación indeclinable” (10).

El fallecimiento de su amadísima esposa Teotiste, el 7 de septiembre de 1950, lo dejó profundamente desconsolado. No obstante, lo superó. Su cronista, Lowell Dunham, quien lo tuvo de huésped varias veces en su casa, detalla el modo tan especial como el viudo recordaba a su amada esposa. Sucedió en 1953: “La devoción de Gallegos —nos dice Dunham— por la memoria de su señora […] y su amor por ella eran notables. Mientras estuvo en mi casa […] colocó un retrato grande de la señora Gallegos sobre la cómoda de su habitación. Siempre había flores frescas al lado de su retrato” (11).

El hombre de una pieza

Debemos reconocer que Gallegos, además de escritor y político, nos dejó el ejemplo de una vida rectilínea, coherente, honesta, propia del hombre cabal. Acudimos nuevamente a Mistral quien con ocasión de un homenaje literario internacional por el 25° aniversario de Doña Bárbara (1929-1954), expresó de Gallegos: “Los escritores de nuestra lengua hemos recibido de él, además de la gracia subida de su obra magistral, el ejemplo de su limpia y noble vida” (12).

Gallegos influyó profundamente en muchas personas que convivieron con él. Inspiró a innumerables jóvenes tanto del ámbito literario como del ámbito político. Fue uno de esos maestros que dan lecciones no solo en la sala de clase, sino en su propia casa, alrededor de una comida, en la calle, haciendo un paseo, en una tertulia familiar, etc. Son muchas las evidencias de este legado. Terminamos con uno de estos testimonios dado por un seguidor de Gallegos, el escritor mexicano Andrés Iduarte, leal acompañante de su exilio en España en los años 30 del pasado siglo: “No era el literato ―no lo es por Dios―, ni siquiera el escritor a secas lo que en Gallegos nos apasionaba, sino el hombre de una pieza, en el que el pensamiento y la vida cotidiana no mostraban, nunca, ni fraude, ni engaño, ni artificio, ni odio, ni rencor, ni vicio, ni cobardía, ni quiebre, ni torcedura, ni caída” (13).

*Alfredo Gorrochotegui Martell es doctor en Educación. Magíster en Historia. Director de Investigación de la Facultad de Educación. Universidad San Sebastián, Chile. Entre otros, es autor de artículos y libros sobre Gabriela Mistral.

Notas

1 Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, en: Rómulo Gallegos, obras completas (Madrid. Aguilar, 1958), 761.

2 Rómulo Gallegos, Una posición en la vida (México: Ediciones Humanismo, 1954), 1-2

3 Gallegos, Una posición en la vida, 59.

4 Simón Alberto Consalvi, Rómulo Gallegos (Caracas: Editora El Nacional, 2006), 61.

5 Lidia Martínez, Rómulo Gallegos, novelista y político (Barcelona: Edicumunicación, S. A., 2001), 35.

6 Carta Gallegos a Gabriela Mistral. México, 24 de octubre, 1949. Biblioteca Nacional Digital de Chile.

7 Lowell Dunham, Rómulo Gallegos. Un encuentro en Oklahoma y la escritura de la última novela (Caracas: La Casa de Bello, 1987), 46.

8 Consalvi, Rómulo Gallegos, 62.

9 Gallegos, Una posición en la vida, 146-148.

10 Rómulo Gallegos, “A mi querido hijo”. En Lowell Dunham, Cartas familiares de Rómulo Gallegos (Caracas: Cuadernos Lagoven, 1990), 40.

11 Dunham, Rómulo Gallegos. Un encuentro, 28.

12 Gabriela Mistral, “Para el homenaje de Rómulo Gallegos” [manuscrito]. Roslyn Harbor, Nueva York, 8 de agosto 1954. Archivo del Escritor, Legado Gabriela Mistral Donación de Doris Atkinson 2007. Biblioteca Nacional de Chile.

13 Andrés Iduarte, “Homenaje Continental a Rómulo Gallegos”, Cuadernos Americanos, Año XIII, 5, septiembre-octubre (1954): 77.

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