Por JO-ANN PEÑA ANGULO
Rómulo Betancourt, admirado, denostado, divinizado y satanizado. Ríos de tinta han corrido tratando de darle un lugar a quien representa uno de los venezolanos más importantes del siglo XX, en los corifeos de la historiografía venezolana aún se intenta con resonante e interesada hipérbole opacar o ensalzar su lugar.
Su recorrido y obra permanecen reservados en los anaqueles de las bibliotecas físicas y digitales, en las miradas de otros, como las de Ramón J. Velásquez, Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, Naudy Suárez, solo por nombrar algunas, pero también en la memoria y conciencia histórica de los venezolanos. Estas últimas mediadas por los procesos de representación que posibilitaron e influyeron en la recepción de su imagen y del partido que fundó en 1941, Acción Democrática.
Este hombre y su proyecto político se deslizan entre los significados pretéritos y presentes de aliados y adversarios. Es un proceso interminable, en el cual figuras históricas como él no cesan de recorrer el crisol de las significaciones. En los párrafos que siguen me detengo en el fenómeno histórico, en la importancia de estudiar los dispositivos culturales que funcionan como vehículos de las prácticas políticas. El Rómulo Betancourt que nos interesa se inserta en la experiencia inevitable del ejercicio político y su producción cultural, elementos claves para la configuración del imaginario de la democracia venezolana. En esta creación discursiva y simbólica, el maniqueísmo tuvo y tiene un papel fundamental para el despliegue de representaciones en torno a las ideas del bien, del mal, lo bueno y lo malo. Rómulo Betancourt y AD transitan estos significados.
Con ellos veremos cómo el pasado se convierte en presente y este en futuro. Re-presentar con palabras e imágenes conlleva siempre una segunda puesta en escena, definida en el proceso de historiar las percepciones de las vivencias y las ausencias, recordando lo expresado por el historiador Roger Chartier. La historia cultural y los imaginarios trazan el camino para la construcción simbólica de Betancourt en la historia venezolana.
Desde sus primeros pasos dentro del teatro político venezolano iremos avanzando. Persiste a lo largo de la vida de este hombre de carne y hueso la preocupación constante por los problemas del país. No se conformaba Betancourt con el simple diagnóstico de la situación. A esta, la confrontaba con acciones, pero especialmente con planteamientos doctrinarios e ideológicos. Palabras y lenguajes que dieron significado a su vida política y le permitieron dibujar un futuro para Venezuela.
Como integrante de la generación del 28, inicia su frondosa experiencia en la lucha por la libertad y las demandas democráticas en tiempos de Juan Vicente Gómez. Las mismas hicieron de él un adversario de la tesis del líder único y del gendarme necesario, como lo expresó tantas veces. Todo este proceso de contienda por el poder puede considerarse como antecedente de lo que sería el primer ejercicio de pedagogía política del siglo XX venezolano. Con aciertos y errores, el proyecto político que se inauguró oficialmente con su triunfo y el de Acción Democrática el 7 de diciembre de 1958 instituye los pilares de la democracia en este país. La victoria por medio del voto universal, directo y secreto sentó las bases para el largo proceso cultural de construcción simbólica, con el que se bautizaba la era política del partido del pueblo venezolano.
Decía Betancourt: “El pueblo en abstracto es una entelequia… El pueblo en abstracto no existe” (1). Efectivamente son las representaciones, sus significaciones, re-semantizaciones y configuraciones imaginarias las que le otorgan materialidad. Bajo su Presidencia, se inicia una progresiva institución de significaciones. No solo es la tríadica Bolívar-Patria-Nación sino la lucha contra el comunismo, el militarismo y las tendencias autoritarias. Este proceso queda definido por Cornelius Castoriadis: “La institución de la sociedad es institución de las significaciones imaginarias sociales y, por principio, debe dar sentido a todo lo que pueda presentarse tanto en la sociedad como fuera de ella” (2). Estas significaciones imaginarias juegan un papel muchas veces omitido u olvidado por parte de la historiografía venezolana. Se buscaba no solo la filiación política de las élites y las masas a dicho partido, sino la consolidación de AD como símbolo y sinónimo de pueblo, la exaltación de lo popular vinculado a lo heroico y a la imagen de Juan Bimba, creación atribuida a Mariano Medina Febres o Medo, publicada por primera vez en 1936, en el diario Ahora.
La importancia de una comunidad política
En la historia de Rómulo Betancourt se deslizan las vivencias, la gestación, maduración y consolidación de las ideas de un hombre, que animaron la constitución de una fuerte comunidad política, cuyo origen se remonta a los mismos días del liceo Caracas y de la Universidad Central de Venezuela, en los años 20 del mismo siglo, al lado de Raúl Leoni, Rómulo Gallegos, Jóvito Villalba, entre otros. La Federación de Estudiantes de Venezuela los congregará para moldear «el movimiento estudiantil-obrero de Caracas», de acuerdo con su propia descripción.
Arengas, clandestinidad, escritos políticos, la cárcel, las torturas, forjan el carácter antidictatorial de sus primeros movimientos y agrupaciones. Con este adjetivo, Betancourt caracteriza a la Semana del Estudiante, señalando además su carácter subversivo, en una relación de sinonimia. Crea el lazo semántico que permite legitimar la subversión como medio para confrontar al tirano odiado, como lo define en uno de sus escritos. La legitimidad de la lucha por la libertad queda justificada material y simbólicamente. El ejercicio político y su correspondencia material, núcleo de todo imaginario político, se hace evidente en sus palabras de 1930:
Era necesario un distintivo del grupo; y la boina vasca arropó nuestras cabezas… No por acaso escogimos la gorra de Vizcaya como señal de grupo. Era un distintivo que no tendía a aislarnos de la multitud sino a meternos dentro de ella. Por su filiación proletaria nos distanciaba resueltamente de la chistera burguesa (3).
La intención era clara, diferenciarse de los hombres grises, de acuerdo con sus propias palabras. Opuesta a cualquier tipo de tiranía o régimen autocrático, los miembros de esta comunidad compartían su apego al marxismo como valor primordial. Rómulo Betancourt nunca lo ocultó. ¿Cómo escapar de la utopía de la época? Reunidas en millones de hojas de papel y de vida, letras de tinta y sangre divulgaban las bondades del marxismo, el modelo no era otro que aquel que confrontaba al imperialismo, al capitalismo y al poder de la burguesía. En Venezuela la respuesta fue el movimiento democrático nacionalista liderado por él, «un movimiento nacionalista revolucionario»
La “revolución a la rusa» fue el proyecto admirado. Las numerosas lecturas sobre el sufrimiento del proletariado y su posterior reivindicación a partir de la victoria de la revolución configuraron la idealización en un principio de ese proyecto para Venezuela. En su propio testimonio del año 1944:
La experiencia de Costa Rica, lecturas y meditaciones más serias, me llevaron al convencimiento de que no era la tesis comunista ni el Partido Comunista lo indicado para conducir a la meta de mis afanes de revolucionario convencido: la conquista de la liberación nacional, de la democracia política efectiva, de la justicia social para mi patria venezolana (4).
Los inicios de la explotación petrolera en Venezuela y las concesiones a empresas extranjeras desplegaron el contexto histórico que le facilitó comparar la realidad venezolana y su acomodo según la interpretación marxista. De hecho, en sus dos argumentaciones en escritura polémica con Miguel Otero Silva sobre su abandono del comunismo en 1944 se interroga: “¿Por qué dejé de creer en la fórmula comunista para solucionar los problemas americanos?”. Betancourt, en términos y categorías del marxismo, señala para el caso de Venezuela entre otros aspectos la correlación entre la existencia de un débil proletariado e industrias propias y la imposibilidad de su liderazgo en la lucha social. Incluye en su justificación la desvinculación de la III Internacional del Partido Comunista de Costa Rica con los intereses de los “trabajadores del mundo”.
Anterior a esto, en uno de los documentos más importante de su trayectoria política, El Plan de Barranquilla, del 22 de marzo de 1931, el primer documento de la Agrupación Revolucionaria de Izquierda, ARDI, puede verse igualmente la interpretación marxista de la realidad. Este “programa mínimo” resumía la orientación de la izquierda moderada de oposición siguiendo textualmente sus palabras. Se diferenciaba así de la izquierda radical, que apostaba por un “programa máximo” que incluía “expropiación de la propiedad privada, socialización de los medios de producción, dictadura del proletariado” (5). Hay más rastros de la influencia marxista en este documento. Lo deja claro el mismo Betancourt cuando justifica su estructura siguiendo los principios materialistas. “Ha sido articulado en su aspecto político y económico —siguiendo el consejo aquel de Lenin que a veces olvidan los radicales izquierdistas—” (6). Con el tiempo, otras relecturas vendrían.
Un elemento importante dentro de esta comunidad fue la construcción simbólica de Juan Bimba y su uso para el establecimiento del imaginario político fuera de esta. La imagen del hombre descalzo o en alpargatas, el pantalón arremangado y sombrero de cogollo semejaba a las masas rurales del país. La revista Fantoches y la Juanbimbada de Andrés Eloy Blanco tuvieron un papel fundamental en su divulgación y recepción. Para Betancourt estaba claro el valor de esta imagen cuando en 1936, en su discurso en el Mitin de Unificación de las Izquierdas, celebrado en Caracas, describe dos momentos de Juan Bimba, aparecidos en Fantoches de la mano de Leoncio Martínez —Leo—. De acuerdo con sus palabras esta caricatura expresaba mejor que cualquier literatura política o exaltado discurso la actitud del pueblo venezolano con respecto al gobierno de Eleazar López Contreras. Instituir significaciones a la producción cultural como parte de las prácticas políticas es una tarea básica de estos años.
Este es el germen de la comunidad política que inaugura el proyecto democrático en Venezuela. Lógicas divisiones y fracturas se dieron dentro de ella. A lo largo del tiempo, dicha comunidad supo cohesionar las simpatías, los derechos y anhelos de una sociedad que, si bien adquiere nuevas responsabilidades y deberes, sigue manteniendo en el fondo ciertas prácticas políticas de antaño. Así fue perdiendo simpatías y cohesión a lo largo del siglo XX con la entrada de nuevos paradigmas, por decisiones erradas, por el ejercicio dudoso del poder, por el mantenimiento del pasado como simple fuente inspiradora y movilizadora. Quizás esto último siga siendo el pegamento de la comunidad política fundada y liderada por el padre de la democracia venezolana, hoy en día.
La percepción de Acción Democrática como partido y comunidad política puede y no ser la misma en el presente. Esto no desvirtúa en absoluto su papel y el de Rómulo Betancourt en el largo transitar para el cambio de régimen político, gracias a la institución de la democracia representativa. Recordar la grandeza del pasado nacional es parte de un proceso humano. Permite identificarse con algo, no quedarse huérfano y desamparado ante el incierto futuro y el caos presente. En este devenir, lo político y lo humano se hacen uno, suele olvidarse.
En este reconocimiento del pasado la memoria y la conciencia histórica, el primero como repositorio cotidiano y el segundo como acto reflexivo pugnan entre sí. No es un asunto simple. En ambas, el proceso simultáneo de recepción y creación simbólica y discursiva permitieron la circulación no solo de la realidad materialmente hablando. Los rumores, los errores, las mentiras, las ficciones repetidas una y otra vez alimentaron históricamente el llamado antiadequismo. Término que no reposa como simple conjunto de vocales y consonantes para denotar lo opuesto y lo contrario a lo adeco, sino que, dentro de la memoria popular e histórica, se desliza —en algunos escenarios subrepticiamente— como fenómeno cultural y como práctica política.
El imaginario político de la democracia
Instituir la sociedad democrática en Venezuela a partir de 1958 era tarea obligatoria. Un complejo simbólico y discursivo encontró en el sistema gubernamental, institucional y partidista el escenario propicio para la difusión de elementos retóricos fotográficos e iconográficos y dar a conocer las bondades y conveniencias del gobierno accióndemocratista. Se trata, ayer como hoy, de uno de los procesos básicos de la política: atribuir significados, movilizar sentimientos y cohesionar en torno a ellos. Las palabras de Cornelius Castoriadis pueden alumbrarnos el camino: “La institución de la sociedad implica establecer determinaciones y leyes diferentes, no solo leyes jurídicas, sino maneras obligatorias de percibir y concebir el mundo social y físico y maneras obligatorias de actuar” (7). Dicha obligatoriedad no implica imposición sino creación y sentido.
La experiencia de Betancourt en el poder entre 1945-1948, así como la de Rómulo Gallegos, no escaparon de las representaciones simbólicas y discursivas contrarias. Míster X y las caricaturas de Raman buscaban en los hechos una vinculación para la crítica y la sátira. Una de las ilustraciones de Raman muestra a Betancourt con anteojos, un parche en el ojo derecho y una corona en su cabeza. Se alude al refrán popular “en tierra de ciegos el tuerto es el rey”. La imagen es también el medio de los adversarios políticos.
Durante la presidencia constitucional de Betancourt, se distinguen dos mecanismos de construcción político-simbólica. En el primero, se combina la imagen elegante y culta del Rómulo Betancourt de traje pulcro, sombreros de corte europeo como el stenson y el borsalino y, en algunos casos, el sombrero de cogollo criollo —característico de Juan Bimba— y la compañía de su infaltable pipa.
Yo estaba enconchado en la época de López Contreras y fumaba cigarrillos negros. En una de esas conchas encontré un libro sobre el arte de fumar la pipa. Entonces hice la prueba: comencé fumando picadura criolla negra, ese tabaco picado que fumaban los arrieros. Desde entonces decidí cambiar la amistad efímera del cigarrillo por la más permanente de la pipa (8).
Se convierte en el símbolo sagrado de AD. Dicha imagen reforzaba las virtudes innatas de su liderazgo y popularidad entre las masas. En el fondo, esta apariencia lo vinculaba simbólicamente con las masas. A esto se añade su preocupación constante por el cuidado del lenguaje. Lograr el entendimiento y la recepción popular era el objetivo. Lo expresa en muchos de sus escritos desde los inicios de la comunidad política: “Debemos ajustar nuestro lenguaje a nuestros problemas; que emplear una terminología familiar a los proletarios del Occidente culto, pero inaceptable por nuestras peonadas es condenarnos a ser incomprendidos” (9).
Entre simpatizantes y adversarios, no se concebía la idea de desligar al hombre accióndemocratista de sus símbolos permanentes: la pipa y el sombrero. “Rómulo sin sombrero no es Rómulo” (10), llegó a decir una vez. Esta fue la representación del padre de la democracia venezolana. El segundo mecanismo de construcción político-simbólica está relacionado con la difusión y divulgación de folletos informativos destinados a justificar las obras del “buen” gobierno adeco. La parte introductoria del fascículo de bolsillo La Hora de Construir, de 1960, distribuido por el gobierno, advierte al lector: “Cuánto es el empeño creador del gobierno constitucional frente a la dramática herencia que nos dejó el despotismo” (11). Más adelante: “La democracia habla con los hechos por delante. El testimonio definitivo de las fotografías que ilustran esta relación, respalda, por otra parte, los informes del texto” (12). Junto a los recursos de imagen, el discurso apunta al establecimiento de una época completamente nueva, libre de militares, tiranías y comunismos, sobre todo en momentos que se necesitaba el fortalecimiento del Pacto de Punto Fijo. Es la semántica del parteaguas y su poder simbólico.
Como gobierno Acción Democrática reconstruye la imagen del líder. La naturaleza paternalista, bienhechora y sacra, ahora bajo la figura civil del presidente Betancourt, representaba para muchos a “Dios, defensor de libertades” (13). Entre los simpatizantes del partido y miembros de la comunidad política, códigos y lenguaje se habían establecido desde los tiempos del tirano odiado. En el pasado, la clandestinidad instituyó redes, células y prácticas políticas aparentemente poco elaboradas, muchas de las cuales se mantuvieron a lo largo del tiempo. Sellos de caucho, tinta púrpura y papeletas se juntaban para difundir los nombres de Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez, Luis Piñerúa, Jaime Lusinchi. Esto era lo que hacía el señor Froilán (14), desde su hogar todas las noches en épocas de campaña electoral. Era una actividad que lo identificaba con su comunidad política.
En estos primeros años de la democracia venezolana, el maniqueísmo se reinventa. Ya no se debate entre la tiranía y la libertad, sino entre los adversarios políticos e ideológicos del juego democrático. En esa batalla simbólica, el Pacto de Puntofijo, y tiempo después el bipartidismo entre AD y Copei sientan las bases para la institución de fenómenos culturales aún por discutir en el presente. Ambos influyeron en la percepción política del venezolano. En la memoria y la conciencia histórica estos hechos se convierten en fenómenos culturales.
La historia de Betancourt y AD no escapa de una tarea fundamental del ejercicio político, la institución de un imaginario que refuerza y consolida el proyecto propuesto. Es la historia cultural de las significaciones. En ese devenir, el hombre y la política se entrelazan en prácticas y fenómenos de sentido. La política exige la comprensión de los mecanismos que de ella derivan. Sus prácticas incluyen la producción material y cultural que sirven de medios para la divulgación de las ideas. Esto lo hizo Rómulo Betancourt y lo hizo Acción Democrática.
En este maremágnum, el proceso continuo de atribución semántica y re-significaciones políticas e ideológicas justifica la acción del hombre. En la temporalidad —pasado, presente y futuro— estos significados viajan sin estar exentos de los peligros de las tergiversaciones, sacralizaciones y satanizaciones. En esta travesía viajan también la mentira y las animadversiones personales que, bajo narrativas intencionadas, se vuelven colectivas.
Junto a la realidad material del proyecto democrático venezolano definida en libertades, derechos, deberes, leyes, obras e instituciones estuvo presente el cuidado de construir el vínculo, identificar y cohesionar en torno a este. Es la vitalidad de la comunidad política. La fundación de la democracia en Venezuela no es solo una historia factual, es la historia de las representaciones discursivas y simbólicas, de las prácticas políticas y culturales que dotaron de forma y contenido al imaginario nacional. Es la historia que no se conforma con recordar el pasado como simple acto memorialista, sino que se detiene en la interpretación pretérita de las representaciones para intentar responder al inexorable vínculo de Rómulo Betancourt y AD en el imaginario político venezolano.
Notas
1 Presidencia de la República, Mensajes Presidenciales, tomo VI, p. 12.
2 Cornelius Castoriadis, Los Dominios del Hombre. Las Encrucijadas del Laberinto, p. 178
3 Repertorio Americano en Naudy Suárez Figueroa, Rómulo Betancourt. Selección de escritos políticos (1929-1981), p. 41
4 Hacia el comienzo de una polémica, El País, nro. 79, 31 de marzo, 1944, p. 1 y 4 en Naudy Suárez Figueroa, Rómulo Betancourt. Selección de escritos políticos (1929-1981), p. 152
5 Rómulo Betancourt, Antología política, Vol. 1 en Ibid, p. 58
6 Estados Unidos de Venezuela. Servicio Secreto de Investigaciones, La verdad de las actividades comunistas en Venezuela, p. 280-281
7 Castoriadis, Op. cit., p.100.
8 Juan Liscano y Carlos Gottberg, Multimagen de Rómulo. Vida y acción de Rómulo Betancourt en gráficas, s/p
9 Rómulo Betancourt, Antología política, Vol. 1, p. 404-417
10 Juan Liscano y Carlos Gottberg, Op. cit, s/p
11 Dirección Nacional de Información, La Hora de Construir, p. 5
12 Ibid
13 Testimonio del año 2008 de la señora María de Angulo, militante de Acción Democrática desde su fundación.
14 Esposo de la señora María de Angulo.