I. Roberto a Paulette
Roberto:
- Nos han pedido, para este diálogo, hurgar en la naturaleza de lo transgenérico. Lo que en tu caso, Paulette, nos pone fáciles las cosas, pues el ensayo, que es la zona de tu escritura que conozco, es “el centauro de los géneros” (Alfonso Reyes); un género “mercurial” (Guillermo Sucre), el que los atraviesa o deviene todos a su manera. ¿Cómo llegaste a los dominios del ensayo? ¿Y qué riquezas y dificultades encuentras al moverte en sus aguas?
- Anotaba Montaigne, fundando el género, cómo el ensayista encuentra un punto de vista inusitado desde el cual logra sostener y apuntar su objeto, no con la amplitud de, quizás, el tratadista, sino con la mayor profundidad de la que es capaz “la razón del alma” o el “yo”. En tu trayectoria ensayística, el siglo XIX venezolano ha sido objeto recurrente de tu escritura. ¿Cómo fue tu encuentro con nuestro XIX? ¿Cómo se convirtió en “obsesión” (no sé si es la palabra adecuada)? ¿Cómo encuentras, cuando comienzas a estudiar y escribir en torno a un objeto tan aparentemente “maltratado” en nuestro campo literario como el XIX, ese punto de vista inusitado para volver a hacerlo fascinante? ¿Y qué papel juegan en tu pensar escribiendo o escribir pensando el humor y la imaginación, esos dos elementos que alejan al ensayo del “énfasis y gravedad” que le son tan ajenos (María Fernanda Palacios)?
- Quien quiera estudiar, hoy, la literatura y la cultura venezolanas del siglo XIX tiene en Una vasta morada de enmascarados (1993), De médicos, idilios y otras historias (2000) y Las tramas de los lectores (2007), tres libros capitales. Podrías contarnos, brevemente, algunas de las dificultades que tuviste que resolver frente a cada uno de esos libros, cuando aún eran proyectos, durante la investigación, la escritura, la relectura? ¿Y en qué has estado trabajando desde entonces? ¿Qué estás leyendo, pensando, anotando hoy? ¿Algún ensayo listo o en camino del que nos puedas contar?
Paulette:
Llegué al siglo XIX (si es que se llega a otra época) por casualidad: un excelente curso sobre el modernismo hispanoamericano en la Escuela de Letras de la UCV, dictado por el profesor Hugo Achugar, despertó mi interés por el fin de siglo latinoamericano. Luego tuve la valiosa oportunidad de trabajar como asistente de investigación en un proyecto coordinado por la profesora Vilma Vargas sobre la historia de la poesía venezolana (una iniciativa que fue muy importante para la formación de algunos profesores y estudiantes). Ese proyecto, con el impulso que ya traía, me permitió meterme de lleno en el siglo XIX. Las dificultades fueron muchas porque ni siquiera se contaba con una bibliografía sobre la poesía publicada en Venezuela en esa época. De hecho, fue parte del trabajo que realicé en las bibliotecas y hemerotecas, con todas las dificultades que eso significaba en Venezuela (ahora la situación es peor, así que desde la perspectiva actual hasta puedo decir que lo hice a tiempo). Fueron muchos años de trabajo (incluso, durante los fines de semana, porque en ese momento era estudiante de la Maestría en Literatura Latinoamericana de la USB) pero para mí fue también la gran oportunidad de conocer mejor un tema que me apasionaba. En esa época (finales de la década de los 80) el siglo XIX despertaba muy poco interés en las universidades. A veces producía rechazo porque era un tema tenido como propio de estudiosos conservadores o de otra época. De hecho, era motivo de muchas bromas, así que cuando me reunía con Gisela Kozak (gran amiga y compañera de estudios por muchos años), dedicábamos un rato a los nuevos chistes y anécdotas que, por supuesto, corregíamos y aumentábamos. Aunque no era su tema de investigación, a Gisela le interesaba mucho lo que estaba estudiando, con lo que me ayudó a pensar mejor. No me arrepiento porque a partir de ese trabajo y los que realicé después pude dedicarme a estudiar la literatura, la cultura, el pensamiento y la historia de Venezuela, temas que me han apasionado desde entonces. Sí lamento no haber podido dedicar más tiempo a otras épocas que también me han interesado, como la literatura más reciente. Ahora intento ocuparme más de otros momentos también muy interesantes aunque no puedo abandonar mi gran pasión por el siglo XIX latinoamericano (siempre estoy leyendo algo de o sobre esa época). La distribución de los libros venezolanos ha sido desde hace mucho un gran escollo y más para mí que no vivo allá desde hace algunos años. Afortunadamente, se consiguen cada vez más libros digitales, así que he estado aprovechando para ponerme al día (o al menos intentarlo). Creo que los escritores y editores venezolanos han demostrado una gran capacidad de trabajo y un enorme compromiso en medio de la ya muy larga crisis que ha tenido el país. Todos los días me asombran y siento admiración por ese compromiso que muchos han mostrado.
Acercarme más al ensayo que a la escritura académica fue el resultado de una inquietud que siempre me ha acompañado. Creo que las universidades constituyen (y construyen) islas en casi todas partes. Se hacen excelentes investigaciones pero a veces esos trabajos no se conocen fuera de las islas universitarias (a veces ni siquiera en ellas). Por otra parte, para mi investigación leí a grandes ensayistas, como Mariano Picón Salas, que me dejaban ver que la escritura era una parte importante del trabajo. Creo que era una inquietud que mi paso por la llamada Área III de la Escuela de Letras reforzó: recibir clases de excelentes escritores y ensayistas, como Rafael Cadenas o María Fernanda Palacios, era para mí una gran oportunidad. Las otras dos áreas me aportaron esa tendencia a indagar con rigor. Para la investigación, encontraba ensayos muy buenos y, al mismo tiempo, escritos para cualquiera que quisiera acercarse a esos temas, a diferencia de lo que ocurre muchas veces con la escritura académica (que en cierto modo busca alejar, a veces expulsar, a los no conocedores). Algunos son libros que siempre recomiendo a cualquier persona interesada, como los trabajos de Aquiles Nazoa o los de Pedro Grases, para mencionar dos propuestas totalmente diferentes pero igualmente valiosas. En ese momento aún no estaban de moda los estudios culturales pero estos ensayistas tenían una perspectiva abarcadora que no dejaba fuera la historia ni los movimientos culturales. Mi idea fue tomar como ejemplo esa larga tradición de ensayistas (no solo venezolanos) y, al mismo tiempo, trabajar mi propia entonación (por decirlo así). En Una vasta morada de enmascarados, por ejemplo, quise que el humor sirviera para mi exploración pero también como vínculo con los lectores, pues no podía olvidar que los temas trabajados eran vistos como lejanos, poco atractivos y hasta fastidiosos (caudillos, montoneras, pobreza, poco interés por la cultura, analfabetismo eran parte de los rasgos que se le atribuían sin matices al siglo XIX).
Tengo en este momento un par de proyectos en los que he venido trabajando pero antes quiero terminar de recoger algunos ensayos sobre diversos aspectos del siglo XIX (sí, otra vez el XIX, para eso es una obsesión). Nunca dejo de leer literatura venezolana y ya se sabe que la lectura conduce muchas veces a la escritura. He venido retomando también un viejo proyecto que me ha resultado difícil porque no cuento con una buena biblioteca sobre temas latinoamericanos y la mía se quedó en la otra orilla. He podido reunir los libros fundamentales y voy poco a poco revisando, reflexionando, escribiendo, buscando. A veces me desanimo un poco, creo que por la distancia. Y sigo siendo una apasionada del siglo XIX, de la literatura, del ensayo, de la cultura venezolana y de la latinoamericana. Quería mencionar a propósito de estas reflexiones una pregunta que aparece con frecuencia con relación al término “transgenérico” en el premio de la Fundación para la Cultura Urbana. Dada la importancia que, afortunadamente, han tenido en la opinión pública los movimientos LGTBI, muchas personas suelen relacionar la palabra “transgenérico” con una orientación sexual y no con la literatura, con los géneros literarios. Por supuesto, siempre termino aclarando el sentido que tiene la palabra en un premio literario, pero no deja de ser origen de muchos comentarios y bromas. Para mí, ha sido un gran acierto que no se haya escogido un género particular, que todos los géneros (consolidados o nuevas propuestas, híbridos o no) tengan cabida y compitan al mismo tiempo. No debe ser fácil para el jurado, pues generalmente se escoge precisamente por el género literario (especialistas o escritores de uno en particular). Sin embargo, en este caso esa iniciativa ha permitido crear un fondo editorial que reúne distintos géneros, algunos híbridos, y eso siempre me ha parecido una gran ventaja. En cada edición del Premio de la Fundación me alegro, no solo por los libros ganadores, sino también porque el premio haya podido continuar a pesar de tantas dificultades. Como sabemos, la continuidad de los buenos proyectos nunca ha sido fácil en Venezuela y en estas últimas décadas ha sido un reto, un desafío.
I. Paulette a Roberto:
Paulette:
- Con relación a la palabra “transgenérico” del premio de la Fundación para la Cultura Urbana, creo que eres la persona apropiada para hablar del paso por diversos géneros, siempre con aciertos. Ensayos, poesía y relatos, fundamentalmente. Como tuve que dejar mi biblioteca en Venezuela y quería releerte, he tenido que conformarme con lo que se encuentra en Internet. Así encontré algunos relatos que han vuelto a despertar mi interés por tu escritura y también la nostalgia por mi biblioteca en Caracas para leer los volúmenes completos. Recuerdo tu excelente trabajo sobre Antonia Palacios, Tiempo hendido, justamente la obra con la que ganaste el Premio transgenérico (2010). También tus relatos de Las guerras íntimas (Lugar Común, 2012) y de Vulgar (Universidad de Carabobo, 2000), así como, el volumen de poesía Las noches de cobalto (Funsagú, 2002). ¿Podrías hablarnos un poco sobre tu experiencia con los distintos géneros que has cultivado? ¿Tienes alguna preferencia como escritor y/o como lector?
- Buscando información sobre tu trayectoria, encontré una entrevista en Letras Libres (24 de noviembre de 2011) que no había leído. Después de esas 20 preguntas pensé que no sería justo contigo ponerte en la situación de responder a nuevas interrogantes. Sin embargo, encontré de nuevo tu exquisito sentido del humor, ese que tanto he disfrutado en tus obras pero también personalmente. ¿Crees que el humor ha jugado un papel importante en tu escritura? ¿No es el humor justamente uno de los elementos que ha permitido romper con esa separación de géneros que a veces se entiende de un modo estricto?
- No puedo perder la oportunidad de preguntarte sobre tus nuevos proyectos. ¿Tienes algún volumen en preparación? ¿Qué has escrito en estos últimos años? ¿Ha sido para ti la crisis venezolana, esa que nos ha llevado a tantos a emigrar, un tema para tus trabajos?
Roberto:
Si de escritura hablamos supongo que soy, si acaso, un narrador. Es lo que se me da sin desangrarme, sin quedar agonizante, creo. El aparente receso editorial entre Vulgar y Las guerras tiene que ver más con lo dilatado de los tiempos de escritura y con cierta neurosis del eterno reescribir. Pero creo que, a pesar de eso, la narrativa me deja vivir casi alegremente, casi en paz. Con la poesía es otra historia: una relación difícil, de enganches, divorcios, muertes. Y así vamos, como en perpetuo funeral y duelo, hasta que viene el golpe, el milagro, la desgracia, tiembla la mano del cadáver, se vuelve a abrir el párpado zombi y vienen el instante y el instinto: el hambre y el habla de la imagen, su música. Y no se puede hacer gran cosa, ni cuando pasa, ni cuando deja de pasar. Acatar y trabajar. O detenerse y dejar ir. Ahora bien, la poesía es, sin duda, lo que prefiero como lector. Un buen poeta suele darme algo que no consigo tan fácilmente en un buen narrador o ensayista, a no ser, claro, que ese narrador o ese ensayista sean, también, medio poetas. En todo caso, es una cuestión de intensidad verbal y emocional incomparable, la del buen poema. Y ya quisiera yo ser poeta cabal, pero el refranero enseña que si del cielo te caen limones, al que nace barrigón, hay que arroparse… y así sucesivamente. Con el ensayo, en general, la relación es más libre y menos dramática, acaso porque no soy, si al hueso vamos, un verdadero pensador. Pienso mejor si estoy narrando, creo. Y ello, probablemente, porque al narrar voy dejando de pensar.
En cuanto a Tiempo hendido, que es medio novela, medio ensayo, medio quién sabe qué (y que nunca se hubiera publicado, me temo, de no existir el Premio Transgenérico de la Fundación que este diálogo celebra), la biografía fue una experiencia completamente distinta a todo lo que yo haya escrito, antes o después. También porque solo una parte del libro es mía. Lo demás es de toda la gente que compartió su propia memoria de Antonia, textos y entrevistas en vaivén que fundan el corazón del libro y le bombean sangre de pies a cabeza. Tramar todo eso no fue fácil, ni para el cuerpo ni para el alma. Y así, la pequeña parte del libro que es mía, aunque pequeña, me dejó agotado, tirado en la lona, enamorado y deprimido por siglos. Pero puedo decir, ya hoy, que me alegra mucho haberme metido en ese paquete cuando aún tenía unas fuerzas para hacerlo que no sabía que tenía, entonces, y que sé, hoy, que ya no tengo. Antonia merecía todo el amor y la energía que le dimos en ese libro. Merece, de hecho, mucho más. Y aunque luego me ha tentado de nuevo la tarea biográfica (Juan Antonio Navarrete y Salustio González Rincones, por ejemplo) el hecho de que sean figuras más o menos imposibles me pone a salvo de la locura. Un mínimo relámpago de cordura quiere afirmar en mí que no escribiré otra biografía, nunca más, ni de vaina. Pero algo tendré que hacer (un breve trueno de insensatez retumba adentro) con esas figuras incandescentes. En otro género, acaso, y si la vida alcanza.
Seguro que sí, que el humor derrite un montón de barreras y no solo entre géneros: el humor abre y cierra linderos a su gusto, oxida y disuelve lo que parece más resistente, crea montones de horizontes insospechados. Y una de las cosas que más he extrañado de Venezuela en estos años afuera es el humor que allá es parte de la cotidianidad (aquí eso es tan distinto, y tan triste), incluso en medio de las situaciones más espantosas. No obstante, en mi escritura, no sé qué tanto se da el humor o cómo. Quizás en Vulgar, pero creo que de resto debe ser algo menos consciente, involuntario tal vez. Aquí entre nos, sin embargo, me parece que la del extraordinario humor eres tú, Paulette (perdóname la acusación). Y es una de las múltiples razones, lo reitero, por las que admiro tu trabajo.
Patricio Guzmán, el cineasta chileno, dice en una entrevista que el exilio te hace perder como unos diez años, creativamente hablando. Mientras intentas rehacerte un lugar, si es que en verdad eso intentas, y si es que lo logras. Lo de Venezuela, hoy, es una herida muy gorda y profunda. Y mientras lo sea, creo que no puede ser tema, al menos no de manera directa (porque si agarras las transversales, si te precipitas por las diagonales y las paralelas, ahí sí), de mi trabajo. La cicatrización es muy lenta, o es imposible, si a cada rato la herida vuelve a abrirse, como en efecto. Y si además te la pasas pensando en (y queriendo) volver, puedas o no hacerlo, a la larga. De modo que escribir sobre lo que está pasando ahora se me hace enormemente difícil. Ya llegará el día, pero no es hoy. Entiendo que, por fortuna, esto no funciona así para todo el mundo (se están escribiendo cosas importantísimas en medio de todo esto). Es más bien una suerte de tara personalísima. Esto no obsta para que mi único tema de escritura desde que empecé el doctorado acá sea Venezuela. Pero no esta Venezuela, no la de hoy. Me las he ingeniado aquí, haciendo toda clase de malabarismos y trampas, para obviar cualquier otro tema. Al menos en la escritura académica. Y en eso ando justo ahora, comenzando a escribir una tesis acerca del horror (transversales, diagonales, paralelas, como te decía) en un libro delirante de mediados del siglo XVIII sobre el río Orinoco.
En cuanto a la otra escritura, la no académica, la feliz, va muy espaciada, porque lo que exige el doctorado, al menos en este sistema tan ajeno al nuestro (¡cómo extraño, cada día, la Escuela de Letras de la UCV: su gente, sus materias, su pasillo, su alma!), no deja casi tiempo ni energías para leer o escribir cualquier cosa que se salga del plan. Total que ahí vamos, remando lentamente, esquivando caimanes y pirañas. Algunos cuentos van cogiendo cuerpo, otros se desinflan. Algunos viejos proyectos de novela resurgen, otros se abandonan. Quisiera volver a tener el tiempo y el espacio necesarios, claro, para escribir como se debe, pero sé que esa hora tampoco es la de hoy. En cualquier caso, intento no desesperarme, darle largas a la angustia, torear la ansiedad. Y voy por la vida como los ex alcohólicos, los viudos, los desairados: un día a la vez.