No sé si para algunos traductores la teoría es una guía en su trabajo. Tengo la impresión de que para un traductor o una traductora la teoría será siempre posterior al hecho de la práctica o algo sencillamente aparte; de que al momento de acercarse a un texto por traducir se le impone una sola posibilidad, dada ya por su relación con el lenguaje, su capacidad y su gusto. Para mí es la opción fiel.
No es que no aprecie algunas traducciones libres, pero siento que para tener el derecho a recrear un poema antes de adherirse lo más posible al original, el traductor debe tener el talento y la penetración de un Octavio Paz. Y aun así, quisiera que me den también una traducción más literal de la “Elegía a su amante al acostarse”, de John Donne, distinta a la versión espléndida de Paz.
Cuando leo el poema por traducir, comienzo a escuchar ecos del otro idioma y se inicia el diálogo entre los dos. Se acercan, rápidamente o luego de varios intentos, lo más que puedan, mientras la lengua destino observa diferencias, hace concesiones, compensa a veces con un destello propio expresiones que pierden fuerza en el tránsito. En este proceso el registro del lenguaje tiende a imponerse por sí solo. Las principales decisiones por tomar afectan la sintaxis (el orden de las palabras), el ritmo y la fuerza de las imágenes. Hay que controlar y explotar los sonidos. Con un poco de suerte –y la suerte es importante en la búsqueda de palabras– la traducción corresponderá al final satisfactoriamente al original y se podrá leer como un poema en sí mismo.
Mis experiencias más duras en la traducción han sido con la poesía del escritor dalit (“intocable”) Mudnakudu Chinnaswamy, cuyo idioma es el kannada. Mi conocimiento del idioma es muy limitado; soy capaz de leer el alfabeto y una vez que me den (he trabajado siempre con escritores locales) los significados del vocabulario, puedo determinar las relaciones de las palabras entre sí (el orden de las palabras es completamente diferente del de los idiomas europeos) y apreciar hasta cierto punto los efectos de sonido. La dislocación entre el original y mi español (o inglés) era inevitablemente mucho mayor que entre el español y el inglés, y me parecía al final que quedaban solo las imágenes (a menudo sin sus asociaciones indias) y algo de la emoción de esos poemas tan estremecedores. Nunca me he sentido contenta con los resultados, aunque las versiones en inglés han sido extensamente publicadas en la India y cumplen un propósito político importante. Es otro aspecto de la traducción.
Traducir a Rafael Cadenas, por el contrario, ha sido una experiencia de muchas satisfacciones. Cadenas concibe la traducción de la poesía como un ejercicio de fidelidad máxima a los originales, y puesto que esto concuerda con mi propio “instinto” en la materia, asumía con gusto la disciplina necesaria.
Mientras hacía las traducciones de los Selected Poems, publicados en 2009 por la editorial Bid&co, tuve la suerte y el privilegio de encontrarme muchas veces con el poeta, para aclarar dudas y discutir alternativas en las versiones. Inclusive concertamos una nueva selección más completa que la anterior de la misma editorial: este libro, además de ser bilingüe, constituye la selección definitiva de su obra, hecha por el poeta mismo.
El idioma inglés no siempre es capaz de traducir felizmente la riqueza y la emotividad, efusividad a veces, de los idiomas latinos, pero descubrí que, afortunadamente para mí, podía en principio adecuarse al lenguaje depurado de Cadenas. Muchas veces me he preguntado –y no sé si los semiólogos tienen instrumentos para contestar la pregunta– si la familiaridad de Cadenas con la literatura inglesa y cierta afinidad con el espíritu irónico de muchos autores ingleses influían de alguna manera en el estilo de su poesía. Existen casos de influencia directa, como en algunos títulos o en el poema “Conjunto residencial” del libro Gestiones, que cita al poeta Shelley, pero estoy hablando de algo más sutil.
En los poemas de Falsas maniobras o “Derrota”, por ejemplo, existe un componente de exageración y de ironía; si se tomara completamente en serio la inconformidad del poeta, los maltratos que él mismo se inflige, estos textos resultarían trágicos, y no llegan a serlo. Es difícil ubicar el origen de esa ironía, pero el inglés no tiene dificultad para captarla directamente en las palabras.
Lo que no significa que el trabajo fuera menos difícil. En el caso de Los cuadernos, el drama interior se presenta sobre el fondo del ambiente exuberante de Trinidad, y de la relación erótica que el poeta celebra, dando lugar a contrastes casi esquizofrénicos. Traduciendo tuve que dejar en los textos largos, que encadenan sensaciones e imágenes, que se ensancharan los límites de la sintaxis inglesa; hacer uso constante del diccionario de sinónimos para encontrar equivalentes exactos a los vocablos por los estados anímicos y elementos sensuales descritos; y tratar de emular algo del ritmo de los originales, tan importante para comunicar las modulaciones entre plenitud y disociación. Como ejemplo sugiero el contraste entre el texto “Solo tú misma en el acto” y el que sigue.
Pero fue sobre todo el estilo de la madurez de Cadenas, el acoplamiento del lenguaje a la respiración, que se convirtió para mí en un reto, al mismo tiempo atormentador y gozoso, en la traducción de su poesía. Muchos poemas de Intemperie y Memorial, todo Amante, y gran parte también de Gestiones, exigen un lenguaje descarnado y preciso en extremo, porque siendo el despojamiento, la reducción de los discursos a lo mínimo esencial, la condición de la poesía, las líneas no dejan espacio para las variaciones, la soltura, que pueden permitir las formas tradicionales. Exigen una exactitud que se desvía de lo directamente equivalente solo donde el idioma destino no tiene ese equivalente o tendría que deformarse para crearlo. Y con todo esto, el texto tiene que sonar natural.
Un ejemplo mínimo:
“Sé
que si no llego a ser nadie
habré perdido mi vida.
I know
that if I don’t become nobody
I’ll have wasted my life”.
Algunas veces tuve que insistirle a Rafael, quien tiene por supuesto un conocimiento considerable del inglés, que era imposible traducir literalmente alguna palabra o frase, que las traducciones aparentemente correctas eran “falsos amigos”, palabras derivadas usualmente de la misma raíz latina, pero con significado diverso. Él me dejaba siempre la decisión final, que a veces se modificaba por su intervención. Y yo entendía que su preocupación surgía del apego a cada palabra, cada pausa, en sus poemas, porque correspondían (corresponden) exactamente y necesariamente a la realidad, al pedazo del ser, que manifestaban. “Que cada palabra lleve lo que dice”, como escribe Cadenas en su poema “Ars poética”. Sustituirlas entonces por otras palabras, en otro idioma, es una operación muy arriesgada. Espero que mi fidelidad haya logrado salvar el hoyo.
Traducir una obra da una oportunidad privilegiada para acercarse íntimamente a su génesis, al momento donde nace, porque es precisamente ese nacimiento que la traducción trata de reproducir. Traduciendo a Rafael, pude apreciar cómo su palabra busca y al mismo tiempo revela lo que está más allá de la palabra, a través de la intuición inmediata, la percepción de lo intemporal en lo usual, la verdad revelada por el mismo intenso deseo de participar en ella.
Con Igor Barreto el proceso ha sido diferente. Él tiene poco conocimiento del inglés (al menos, así lo afirma), y cuando hemos trabajado juntos le he hecho preguntas, a veces preguntas tontas, para hacer que me hable y me ilumine los puntos donde tengo dudas, respecto a expresiones e imágenes, en el contexto de los mundos particulares de sus poemas.
Asumí el reto de traducir una selección consistente de la antología El campo / El ascensor mientras viajaba por Europa. Cuando tenía tiempo, en la noche o en un día en que no me movía, hacía borradores de algunos poemas, y entrar en su mundo me llevaba de regreso a Venezuela, donde está mi casa y adonde iba a volver, a sus miserias además de a su belleza natural y a la humanidad singular de los Llanos.
Encontraba muchos problemas específicos, sobre todo términos y expresiones particulares de los Llanos, que no se podían resolver con diccionarios, físicos o en línea, y a mi regreso a Mérida Igor me visitó para pasar varios días juntos revisándolos y encontrando soluciones. Ocurrió que la primera pregunta que le hice fue sobre un pájaro, el ciéntaro. Igor confesó nunca haberlo visto y saber de él solo por las historias de otros. Consultamos Google, el libro de las aves venezolanas y a algunos conocidos del poeta, y el ciéntaro nos siguió eludiendo. Tuvimos que sustituirlo; no me gusta dejar nombres en español, aunque a veces no lo pude evitar, porque le quita sustancia física al pájaro, animal o planta. Muchos otros seres de los Llanos, animales y matas, tipos de caballos, encontraron sus nombres propios en inglés.
Descubrí adentrándome en la antología que los textos no solo cantan (algunos lo hacen), sino que de manera indirecta exploran la historia, cuentan los destinos de personajes particulares, y meditan sobre cuestiones filosóficas en torno a la relación de los seres humanos, de los poetas en particular y del lenguaje, con la naturaleza. Algunos tienen toques surreales. Las varias facetas implican modulaciones del registro de los poemas, a veces lírico, a menudo narrativo, reflexivo, hasta técnico, y espero haber logrado trasladar las diferencias. El lenguaje de Igor no deja nunca de ser un castellano culto, y creo que el tipo de inglés que me es natural corresponde a ese nivel.
Los textos más difíciles desde mi punto de vista eran los pasajes en prosa, o semi-prosa, que se intercalan en varios de sus libros, pero sobre todo en El llano ciego donde las diferentes formas se relacionan de manera significativa. Los pasajes netamente discursivos, donde no importa la división en líneas, son relativamente sencillos, aunque allá también existen ritmos de la voz que hay que tratar de imitar. Otros textos, aunque aparentemente en prosa, adquieren cadencias rítmicas que algunas veces me llevaron a ordenarlos en inglés de manera más formal, acercándolos a versos (por ejemplo en el poema “En mis oídos están mis ojos”.)
Los poemas narrativos y descriptivos fluían sin mayores dificultades (aparte a veces el vocabulario especial del Llano), porque su soltura me daba los espacios necesarios para usar formas y estructuras que para el inglés son naturales, y para buscar imágenes precisas y sonidos sugerentes. Debo admitir que para mí el placer más grande fue traducir los poemas más condensados y escuetos, que aparecen a lo largo de la antología, donde mi deseo de exactitud en la traducción se podía cumplir. Muchos poemas del libro El duelo, por ejemplo, expresan con una música grave y discreta la capacidad de identificación compasiva que impregna la obra de Igor Barreto.
“Silenciosos caballos
privados de la queja
y la plegaria.
Pero su miedo
tendrá fin,
y desaparecerá para siempre.
Silent horses
deprived of complaint
and prayer.
But their fear
will end
and disappear forever”.