Por LUIS ALBERTO LACALLE HERRERA*
La situación sanitaria, social y económica que el famoso COVID-19 ha traído a todo el mundo provoca, como es natural, reflexiones políticas y aún filosóficas sobre la gobernanza de los países, las relaciones entre ellos y la del ser humano con el medio ambiente. En ese terreno se interna Asdrúbal Aguiar publicando El viaje moderno llega a su final, un volumen en el que une piezas anteriores de su producción, todas ellas escritas en el año 2020. Esa unidad de tiempo es importante señalarla porque los temas tratados en cada una de ellas se superponen y se enlazan en el ancho campo que abarcan.
Nos concentraremos en La política en el ecosistema digital, El viaje moderno llega a su final, Relectura holística de la democracia y El grupo de Puebla.
Para su tarea Asdrúbal viene bien munido de armas y valores. Católico de sólido fundamento, jurista de alto nivel, político que ha ocupado los más altos niveles del gobierno de su amada Venezuela, es en el ámbito iberoamericano uno de los más altos exponentes de los valores occidentales. Su abundante producción literaria muestra un elegante manejo de nuestro idioma, una mente afilada para el análisis y una cultura humanística de excepción.
Alienta su obra un bienvenido y refrescante sentido holístico de consideración de los problemas del ser humano. Espíritu y materia, entorno geopolítico y visión filosófica de la libertad por fin son abarcadas en su totalidad brindando frutos positivos a la peripecia del hombre aquí y ahora, “hic et nunc”, como se nos enseñó.
Golpea fuerte la pandemia en el ánimo del autor, a nuestro juicio, demasiado fuerte pues de alguno de sus conceptos parece deducir que estamos en vísperas de Armagedón, del Apocalipsis.
De acuerdo con que esta peste nos enfrenta a una situación sin par. Nunca, en toda la historia humana, un flagelo sanitario ha abarcado la totalidad de la especie humana ni a todos los rincones del planeta. Merece ésta sobradamente el prefijo “pan”.
Otra característica es la de no provenir de acción humana alguna. No la trajeron ni los comunistas, ni los capitalistas ni los musulmanes, ni los cristianos, ni Wall Street ni Pekín. Por ello ha quedado de lado el facilismo de imputar este mal a “el otro”, salvando así al “nosotros” de toda culpa. El cómodo planteo maniqueo queda descartado, vamos todos a bordo de una misma nave.
Creemos en la gravedad de la situación, todos más cerca o más lejos hemos sentido sus efectos, pero creemos que pasará, dejando sus huellas por supuesto, pero sin producir un cambio copernicano. La historia no cambia de rumbo en ángulo recto, no hace un codo en el camino. El bien y el mal seguirán tallando la humanidad, bajo algunas condiciones nuevas, pero manteniendo su eterna lucha.
Sí es necesario recordar los otros cambios que siguen su curso, entre ellos el de la degradación del medio ambiente, que avanza silenciosa pero persistente, modificando grado por grado, con paciencia centenaria, la temperatura de la tierra y con ello toda su ecuación vital. Como de ello se ocupa también Asdrúbal le dedicamos un comentario.
La definición más dramática de la obra que comentamos es la del “Homo Twitteris”. Término final y actual de la serie “Homo Sapiens” y “Homo Videns”, Sartori dixit, nos parece lo más logrado de los ensayos que comentamos, entre otros motivos porque su existencia, sus costumbres y prácticas son comprobables en todo momento por cualquiera de nosotros.
Empinado sobre su aparatito “cuando mira hacia abajo mira su celular”. Solo en medio de la muchedumbre este congénere se hace autista, desecha lo social, recibe y emite desde su soledad, prendido del vínculo individual que le conecta personalmente a los mensajes. Si se une a las corrientes que navegan en lo digital lo hace en bandadas de mera coincidencia, sin pausa para reflexionar, sin escuchar las voces distintas, atrincherado en el anonimato y presa de la inmediatez de las acciones y reacciones.
Particularmente gráfica es la antinomia entre “sólidos y líquidos” que Aguiar maneja insistentemente, así como la supremacía del tiempo sobre el espacio. Dispersión y atomización, prevalencia sobre todo de lo instantáneo, receptor solamente de lo que es a “su gusto”, este individuo es la antítesis de las organizaciones democráticas representativas. De ahí que Aguiar sentencia el agotamiento del Estado y la representación, “ceder el sentido de ciudadanía, haciéndole perder sus bases, obviamente, a la idea de la representación democrática. Es esta la más dramática postulación del trabajo de Asdrúbal Aguiar.
Esos “guerreros del teclado” quitan y ponen sí en tiempo real, bajo “el umbral de la intolerancia” empujando hacia una cultura unitaria, de la “sociedad de confianza parcial a la desconfianza plena”.
Fuertes y claros conceptos se disparan: “la comunicación ata, la incomunicación disuelve”, vivimos “la democracia de casino” y ello se parece demasiado al concepto consumista de use y tire que domina nuestro mundo material.
Estado y partidos políticos son las víctimas del mundo digital, pero es en ese terreno en que se debe librar la batalla, son esos mismos instrumentos los que deben auxiliar a una mejor vida democrática.
Aguiar define certeramente a los partidos políticos como “el diafragma” que conecta a la sociedad política con la civil.
Sabemos que no hay democracia representativa sin los maltratados pero indispensables partidos. Equilibrar el proceso de voto, legitimación de los representantes y el ejercicio —también legítimo— de sus potestades con el contrato con los votantes es un gran y necesario desafío.
Seguramente que la frecuencia de los contratos y la sobre exposición de las figuras que ejercen la titularidad del poder provocará una menor “durabilidad” de los políticos, quizás una bienvenida reforma en los hechos, más que en las normas, de relevo generacional.
Esos momentáneos titulares de la representación pueden y deben internarse en el mar digital, no hay que conceder el instrumento a los anarquistas del teclado. Al relato, otro relato o, más bien, la historia, pero en el mismo ámbito digital. A los dogmas con ideas, al absolutismo con discusión, a lo vertical con lo horizontal de la variedad de opiniones. Todo ello en el mismo aparatito de marras.
Tal cual ocurría en los tiempos de prensa, escrita, radial y aún televisiva, pronto los receptores podrán apreciar si hay o no contenido en el mensaje que, adecuado a la brevedad del medio, se verá necesariamente más o menos sustancial, en desmedro de aquella oratoria de balcón, mera rellenadura del silencio. Más sustancia, menos floripondios. Menos anécdotas, más historia.
Se reivindica en estos ensayos el valor de las comunidades más pequeñas en las que la plaza, la iglesia, la tienda, el club generan la urdimbre social de pertenencia, de solidaridad.
Teniendo por muy probable que uno de los efectos de la pandemia en el modo del trabajo lo disperse desde su hábitat citadino en el centro de las urbes hacia los suburbios o pequeños pueblos, no será extraño que allí recomience la tarea de reedificación democrática.
Por muchos motivos nos sentimos en la obligación de fortalecer el concepto de nación, de patria, entre otros por haber dedicado mucho amor y mucho tiempo a la nuestra, pequeña identidad entre dos enormes vecinos. Ni la globalización ni la pandemia, ni la deriva negativa del medio ambiente logrará desteñir el concepto de patria. Entre toda la humanidad, que no nos cabe en la mente, ni la familia que implica cierto egoísmo, la categoría país, nación, tierra natal opera a nuestro juicio como “ancla del alma”.
Hay grandes naciones en cuyo ADN navegan genes de poder, a las que vemos comparecer en el escenario mundial con pergaminos renovados. China, Rusia, Persia (Irán), Turquía (el Imperio Otomano) pisan fuerte y visten con natural comodidad los ropajes del poder.
Cada una de las patrias de Iberoamérica tiene ya y para siempre una personería propia y distinta. Lo de la unidad de nuestro continente, lo que soñaron los próceres, ya no es posible. Cuanto antes lo reconozcamos, mejor.
Ello no implica por cierto las alianzas y aproximaciones, las coincidencias y acuerdos, especialmente en lo económico y comercial para enfrentar y negociar con los grandes actores internacionales.
También y por cierto para enfrentar la amenaza del plan disolvente del Foro de São Paulo que bien y claramente nos adelanta sus planes de destrucción de las democracias continentales. De este tema nos ocupamos más adelante.
La consiguiente lucha cultural debe de galvanizar nuestra fe en los principios y valores del Occidente cristiano, hijo del judaísmo, de Grecia y de Roma, lo suficiente como para poner muralla de ideas y principios practicados a la par de proclamados.
Antonio Gramsci es sin duda uno de los marxistas más inteligentes en el planteo de la conquista de las sociedades. En Iberoamérica ha tenido grandes éxitos y ha conquistado a las élites cultas y a muchos dirigentes políticos. Fidel y Chávez bien lo practicaron y ganaron terreno en las universidades, sindicatos y sistemas educativos, de salud, culturales.
Una vez más es allí donde se debe erguir esta manifestación de libertad responsable de derecho ejercido, de separación de poderes que defendemos.
Opinábamos al inicio de estas líneas que una faceta original de este trabajo de Asdrúbal Aguiar era el segmento dedicado a analizar el tema del medio ambiente y su deterioro en los tiempos pandémicos. Asimismo, remarcábamos que más allá de los efectos universales del COVID-19, el lento sufrir de nuestro clima es una amenaza aún más grave que el ya famoso virus.
En alto vuelo y honda profundidad el discurrir de Asdrúbal Aguiar inserta el tema ambiental en la decadencia del Occidente cristiano o más exactamente en la propia baja estima en que quienes lo integramos como personas y naciones, lo tenemos.
El tejido argumental de este aspecto de la época moderna lo ubica el autor en un imaginario, pero documentado contrapunto entre las opiniones de los tres últimos ocupantes del sillón de Pedro.
Antes de proseguir corresponde aclarar que somos parte de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y que por lo tanto fuimos formados, en relación con los papas y de acuerdo con el texto de catecismo que aun recordamos textualmente, a definir al pontífice romano como “el sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo en la tierra, obispo de Roma, a quien todos debemos obedecer”. El paso de los años ha relativizado en algo nuestra posición respecto de los titulares de la Iglesia, pero en materia de fe y cuando se expresan “ex cátedra” acatamos sus expresiones como provenientes de la infalibilidad establecida por la doctrina a esa voz.
Tres papas diferentes, elevados a esa cátedra en tiempos muy distintos, son convocados por Asdrúbal Aguiar a opinar sobre el tema más general de la civilización occidental y del cuidado del mundo material.
Sus transcripciones los ubican en dos posiciones prácticamente antagónicas.
El actual, Francisco de un lado, del otro San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Los tres por supuesto integrantes anteriores del Colegio cardenalicio, pero de tres trayectorias bastante disímiles. El polaco hijo de una patria perennemente amenazada, claro adversario del comunismo soviético es pontífice, “pontifex”, militante en los más altos niveles políticos y su prédica mueve palancas eficaces en el derrumbe del tiránico régimen en 1989.
El alemán nace y vive bajo el nazismo, pero su vocación religiosa, al hundirse en lo más esencial de la teología, lo lleva a marcar alto nivel filosófico que, aplicado a la interpretación de la historia de Europa, nos brinda definiciones del más clásico cuño.
El argentino es químicamente puro producto de esa su sociedad natal. El rigor de la Compañía de Jesús no logró encaminar totalmente a las vivencias centrales de quien ha sido definido como un papa muy aferrado a concepciones sociopolíticas de determinado sector de opinión en su patria.
Repetimos, no cabe juicio acerca de la doctrina, sí en la materia opinable de la orientación política.
Es en ese campo en el que el papa “venido del otro mundo” desentona, no en la elección de los temas a tratar, sino en su enfoque sesgado, parcial y segmentado de los fenómenos político-económico-sociales, poco propio de un hijo de San Ignacio. Mira y proclama una visión de la sociedad con faltantes gruesos, con lentes parcialmente oscurecidos que reflejan una exclusión de algunos respecto de la sociedad tales como la consideración de la actividad privada como factor de prosperidad. Su acentuado pobrismo, su preferencia por los desposeídos es evangélicamente sin reproche, pero carente de la mención a su remedio mediante la generación de empleo mediante el mecanismo del mercado y del “emprendedurismo”.
Alguna vez linda con una suerte de elogio a la anarquía, “hagan lío”, anima a los jóvenes cuando en América del Sur se encienden hogueras desmadradas.
Un rupturismo más propio de un dirigente político que de un pontífice que ha provocado serias polémicas en el seno de la catolicidad y no menos graves perplejidades entre sus fieles.
En el tema ambiental y de la actual estima de los valores occidentales se contraponen las opiniones pastorales de los sucesores de Pedro. En 2013 relata Asdrúbal Aguiar los sucesos, sin antecedente, que provocan la primera renuncia papal en más de veinte siglos. Rompiendo la tradición el tantas veces acusado de conservador Benedicto XVI analiza con realismo amoroso la tarea que le espera y se confiesa carente de las fuerzas físicas y aún espirituales para enfrentarla.
No más una imagen como la que vimos de su antecesor, prisionero del alzhéimer degradante, mantenido en su cúspide eclesial por la mera costumbre. El gran teólogo alemán se adelanta a los tiempos —recordemos el concepto de Asdrúbal Aguiar sobre la durabilidad de los liderazgos— y abre el camino a un sucesor. La lucidez del renunciante es un bienvenido suceso que, lejos de debilitar la institución, refleja una adecuación a los tiempos que la fortalece. El considerado más conservador abre un cauce a la modernización, distingue entre el “soporte del órgano” y la función pastoral, haciéndola más eficaz y eficiente.
El “primer sólido cultural universal”, o sea el cristianismo, no se tambalea ni debilita ante la decisión.
“En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
Días antes predice: “… podemos, en el silencio de la “noche oscura”, escuchar sin embargo la Palabra, (pues) creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver su Amor”.
El resignante deja piedras miliares en materia de definiciones políticas. No calla ante el relajamiento de la “teología moral”.
Afirma con propiedad Asdrúbal Aguiar: “Un ecosistema emergente a partir de 1989, más ganado para el relativismo y la disgregación global de las voluntades se impone, imponiendo la prostitución del significado cierto de las palabras que facilitan la comunicación entre todos los habitantes del planeta y su manipulación, tanto como para darle visos de veracidad a la mentira que correrá a borbotones por sobre las autopistas de la información”. Ratzinger lo constata.
El actual papa “corta grueso” al decir de mis paisanos, golpea fuerte en un mensaje de debilitante contenido: “No estamos más en la cristiandad. Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados… No estamos ya en un régimen de cristianismo, porque la Fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida en común…”.
Apunta a las bases del pensamiento cristiano-occidental y las golpea. Como comenta Asdrúbal Aguiar se diluye así el valor de nuestras bases valóricas, se las relativiza: “Ya no se trata solamente de usar instrumentos de comunicación, sino de vivir una cultura ampliamente digitalizada que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás”, observa.
¡Cuán lejos transita Benedicto XVI!
Recuerda:
“A la luz de la extraordinaria experiencia jurídica madurada a lo largo de los siglos a partir de la Roma pagana, ¡cómo no sentir, por ejemplo, el compromiso de seguir ofreciendo al mundo el mensaje fundamental según el cual, en el centro de todo orden civil justo, debe estar el respeto al hombre, a su dignidad y a sus derechos inalienables!”.
Ante el avance del relativismo y del anarquismo advertía: “En los últimos decenios hemos visto ampliamente en nuestras calles y en nuestras plazas cómo el pacifismo puede desviarse hacia un anarquismo destructivo y hacia el terrorismo. El moralismo político de los años setenta, cuyas raíces no están muertas ni mucho menos, fue un moralismo con una dirección errada, pues estaba privado de racionalidad serena y, en último término, ponía la utopía política más allá de la dignidad del individuo, mostrando que podía llegar a despreciar al hombre en nombre de grandes objetivos”, reza su discurso.
Occidente se odia a sí mismo, renuncia, cancela, disuelve sus esencias, cede ante el empuje del siglo y su materialismo relativista.
“Los musulmanes, a los que tantas veces y de tan buena gana se hace referencia en este aspecto, no se sentirán amenazados por nuestros fundamentos morales cristianos, sino por el cinismo de una cultura secularizada que niega sus propios principios básicos”, comenta el papa jubilado. “Tampoco nuestros conciudadanos hebreos se sentirán ofendidos por la referencia a las raíces cristianas de Europa, ya que estas raíces se remontan hasta el monte Sinaí. Los hebreos, que llevan la impronta de la voz que resonó en el monte de Dios, comparten con nosotros las orientaciones fundamentales que el Decálogo ofrece a la humanidad. Y lo mismo vale para la referencia a Dios”, agrega.
Desde estas tan distintas visiones llegan los tres actores a opinar sobre la naturaleza y su cuidado a cargo del ser humano.
Avanza Francisco sobre el tema del mundo material, cede ante él el señorío del hombre que desde el Génesis se le ha otorgado y encomendado. Busca claves en la naturaleza y se inclina ante la Amazonia “como un misterio sagrado” lindante con el panteísmo.
La materia nos tienta tal como relata Pierre Teilhard de Chardin en su maravilloso Le Coeur de la Matière (El corazón de la materia). Su armonía y belleza encandilan, conmueven, cautivan al punto de hacernos olvidar la jerarquía del espíritu sobre ella. El sabio jesuita francés edificó una conexión del mundo natural con el espiritual que se aleja del panteísmo, pero no deja de lado el don divino de la naturaleza. La ve “cristificándose” en el avance hacia lo alto, hacia el “punto omega”, conjunción final de los seres y los bienes en una dirección muy paulina. Mereció esta posición duras condenas del Vaticano, pero se ha dicho sin embargo de ella que procura una línea vertical que lleva desde la molécula a la comunión con Cristo.
No así esta tendencia papal que se tiñe de materialismo marxista en lo que Asdrúbal Aguiar define como “idea del ecosocialismo contemporáneo”. En frente, Benedicto XVI. Se trata de entender que “al ver la belleza de las criaturas y constatar la bondad que existe en todas ellas” es imposible no creer en Dios y a través de Él abrirnos a nuestros semejantes. Habría, así, un orden de prelaciones ya que “que somos más hijos de la cultura, y por tanto de la fe, que de la naturaleza”.
Francisco en pro de “un sueño social” con ecos de Rousseau considera a la naturaleza como más importante que la persona humana misma, un nuevo paganismo.
No más citas, solo la que nos parece más clara.
La naturaleza está a nuestra disposición no como un “montón de desechos esparcidos al azar”, dice Benedicto XVI, sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para “guardarla y cultivarla”.
Concluye Asdrúbal Aguiar, lapidariamente: “El papa verde es Benedicto XVI”.
El cuarto tema que incluye Asdrúbal Aguiar en la publicación que comentamos es su análisis de las propuestas del “Grupo de Puebla” (10 de febrero de 2021), correctamente calificado de “causahabiente” del “Foro de São Paulo” de treinta años atrás.
Como es sabido este manifiesto signado por todos los líderes populistas y sus correspondientes partidos que actúan en América Latina, se apoya en la corriente pandemia para publicitar su cosmovisión, modelo 2021, que es una relativa adecuación del anterior 1991, con retoques, pero sin cambios sustanciales.
Los dos extremos entre los que se desarrolla esta propuesta son a nuestro juicio la adjetivación de la democracia y el apoyo a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Elegimos esos dos parámetros porque se nos representan como los dos pilares teórico-históricos que caracterizan lo que entre ellos se discurre y propone.
Cada vez que al término “democracia” se le agrega algún calificativo, hay que ponerse en guardia, hay que tener por la sencilla razón de que nunca ha sido ello sino un intento de recorte, debilitamiento o vaciamiento del verdadero y cabal significado y el manifiesto “poblano” no es una excepción ni en las actuaciones de sus patrocinadores ni en la de los sectores políticos que lo ambientan. Ya lo veremos en detalle, pero basta recordar la “democracia popular” de las naciones soviéticas, el “centralismo democrático” del leninismo, la “democracia participativa” de ayer y la “progresista” de hoy.
En el otro extremo el ancla sexagenaria de Cuba y sus fotocopias, la añeja y maltrecha Revolución Cubana, numen inspirador y santo grial de nuestras izquierdas locales. Si para este siglo y para esta pandemia la solución se fundamenta en el apoyo a las dictaduras neo marxistas en boga, mal vamos…
Argumental que parece ser herramienta indispensable para el sustento de las propuestas. Los buenos “nosotros”, los malos “los otros”. Reeditando la Guerra Fría el cuco asustador es el imperialismo de los EE UU, el neoliberalismo, las democracias «restringidas».
La corrupción del lenguaje es arma preferida y harto utilizada. Los “golpes de Estado híbridos” son aquellos mecanismos constitucionales previstos en las respectivas legislaciones, cuando se usan para enjuiciar políticamente a Dilma Rousseff en el Brasil o a Fernando Lugo en Paraguay. También se les llama “lawfare” cuando procesan por latrocinios a gobernantes de izquierda.
Por el contrario, son instrumento idóneo cuando se esgrimen por el presidente Luis Arce de Bolivia.
La más estridente clarinada de los signatarios de Puebla es la novísima teoría del “derecho humano al Estado”, como titula Asdrúbal Aguiar a esta tendencia totalitaria modelo 2021 de los antiguos folletines fascistas y comunistas. Hacia un Estado más fuerte todos, tanto individuos que perdemos en sus pliegues nuestro protagonismo esencial como la iniciativa privada que “debe ser solidaria con el Estado respecto de sus metas.
Por otra parte, mal puede edificarse un Estado sobre la base pulverizada de una población partida y dividida entre los inmensos “colectivos” que simultáneamente se propician. Separación entre grupos de preferencias sexuales, orígenes raciales, pueblos originarios, mal pueden servir de cimiento a un poder estático por definición único y central.
No es de menor importancia la deriva de organismos internacionales en un sentido similar. Hace ya tiempo que la ONU navega en singladura siniestra. Basta recordar que en su seno ocupan cargos en la Comisión de Derechos Humanos Venezuela, Arabia Saudita y demás para apreciar la devaluación de la organización que desde 1945 se supuso que otra iba a ser su ruta.
“Más poder al Estado para que pueda cumplir los mandatos ciudadanos”, dice el PNUD (La democracia en América Latina)”.
¿Qué ciudadanos, podemos preguntarnos?
Pues los poblanos nos contestan con la construcción de una ciudadanía de la región y del mundo, ejercitable en cualquier parte. Adiós, nación, patria, soberanía, identidad nacional.
Ciudadanos del mundo, flotantes en un insípido fluido de generalismos, errantes cifras sin patria y sin ley.
Todas nuestras historias nacionales subsumidas en un menjunje socialistoide que atrasaría el reloj de la historia hasta la hora anterior a las conquistas de las libertades políticas y económicas que hoy gozamos que, si bien son esencialmente perfectibles, lo son por la vía de fortalecer el derecho de los individuos, el ejercicio de la libertad en el Estado de derecho, la separación de poderes, la libertad de prensa y la democracia.
Un similar intento de crear una “ciudadanía Mercosur” se llevó a cabo, sin consecuencias en la realidad como era predecible, en el seno del denominado “Parlasur” que funge como tal sin ser titular de poder real alguno.
En todo el planteo hay un, al parecer inevitable, descenso de la persona en su ubicación en sociedad, un descaecimiento de su jerarquía primigenia sobre las cosas. Asdrúbal Aguiar lo concreta en un término impecable al calificar a este proceso de “metabolización” del ser humano con la naturaleza.
Con todo respeto hacia las formas de vida en las que permanecen los integrantes de las comunidades indígenas del continente no parece, no es, el modelo de vida a perseguir el de volver el reloj de la historia hacia atrás hasta la América precolombina. Aparte de su imposibilidad fáctica, revela esta intención un rousseaunismo frágil y simplote más propio de una experiencia hippie de los ‘60 que de un documento político del siglo XXI.
La real preocupación respecto a las relaciones del ser humano con su entorno no pasa por la utopía sino por la concreta imbricación de la vida actual en el entorno actual. Centenares de acciones concretas en todos los espacios de acción humana, pueden mejorar esa relación sin el absurdo intento de regreso al pasado. Sabido es que, con motivo de menos actividades humanas debido a la pandemia, se han vuelto límpidas las aguas de Venecia…
En resumen, un rechazo a la sociedad organizada tal cual es hoy en día, pero a ser sustituida por un regreso, por un lado, al estado de naturaleza y por otro al avance del viejo Leviatán rector de la vida en su totalidad.
Más simple y eventualmente eficaz parecía la propuesta original de Fidel y Chávez de procurar el poder mediante el voto y simplemente seguir un camino que tuvo sus éxitos. El desmadre subsiguiente mostró el juego detrás de los naipes, pero dio oportunidades a todos los partidos.
Conocerlas es esencial, desenmascararlas principal, vencerlas la prioridad absoluta de nuestras democracias.
Esfuerzo de honda raíz conceptual, de alto nivel intelectual y palpitante actualidad.
Asdrúbal Aguiar nos regala su apasionamiento por la causa de la libertad, por el fortalecimiento del Estado de derecho, por la primacía del ser humano ante la materia.
La versación y solidez de sus valores y propuestas nos enriquece en un presente tan lleno de dudas, incertidumbres y palabras huecas.
¡Buena semilla, buen sembrador!
*Expresidente de Uruguay entre 1990 y 1995