Por BEATRIZ SOGBE
I
Un año de pandemia, confinamiento y reflexión. Por muchos años, he conversado con decenas de artistas y arquitectos sobre su obra. En cada caso, me preparaba previamente para la entrevista. Debo reconocer que, con los arquitectos, siempre fue fluida la comunicación. Quizás porque el arquitecto, desde su formación, se acostumbró a la corrección y a las preguntas difíciles. De los artistas recuerdo la interviú con el escultor inglés Lynn Chadwick (U.K 1914-2003), que luego fue amistad personal. Fue un paseo por sus inicios desde que estudiaba arquitectura, fue piloto de guerra en la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, devino en escultor. Un trabajo plástico de una coherencia impresionante. Posteriormente, cuando escribí para el también escultor inglés Reg Butler (U.K. 1913-1981) —que ya estaba fallecido—, fue Chadwick quien me ilustró sobre las incógnitas que tenía respecto a la obra. Habían estudiado juntos arquitectura y era su mejor amigo. También recuerdo una que le hice a Jesús Soto (Venezuela, 1923-Francia, 2005) , donde la conversación se desvió hacia las matemáticas —de las que era fanático—. Entonces me doy cuenta de que la obra de Soto tiene una unión intrínseca entre las matemáticas y la música. Finalmente, la inolvidable entrevista a Fernando de Szyszlo (Perú, 1925-2019), a quien considero el artista más agudo e inteligente que he conocido.
II
En las semanas previas de la pandemia, me cité con Jacobo Borges (Venezuela, 1931), con el objeto de hacerle una entrevista sobre el desarrollo de su obra. Bueno, al menos lo que quiso ser una entrevista. Aún me pregunto qué asunto fue. Deseaba un análisis exhaustivo del desarrollo de su obra. Se pautó, con tropiezos, fecha y hora. Como es habitual me había leído todo lo que tuve a mi alcance, libros y catálogos sobre la obra del artista. Confieso que tenía preguntas inquietantes porque considero que el hombre fue un gran protagonista de los sesenta y los setenta en la plástica venezolana. Pero en los 90 algo ocurrió. Comenzó a divagar desde la etapa de los nadadores (exposición del Banco Consolidado, 1991). Y desde ese momento he querido conversar con el artista sobre qué ocurrió. ¿Como un artista que hacía plástica —y a la vez denuncia desgarradora— pasa en su madurez a pintar flores cuya única novedad es la técnica utilizada? Es algo incomprensible para el crítico.
III
Llegamos Vasco Szinetar y quien escribe puntuales a la cita. Vasco de inmediato se va a una sesión de fotografías con el artista. Finalizada, se reunió Borges, en algún lugar de la casa, con otra persona que nunca supe de quién se trataba. Mientras tanto la esposa —amable y gentil— me mostraba la casa. Inicialmente observo muchos cuadros de gran formato —que erróneamente creí que eran de Manolo Valdez (España, 1942)—. Estaba equivocada. De repente me percato de que eran piezas de Borges. Me confundo. Pienso: ¿qué es esto? Otra pregunta para el artista. Y continúo tomando notas.
Al fin aparece Borges. Su esposa sirve unas galletas deliciosas, café y agua. De repente Borges empieza a hablar, sin detenerse, del libro del Sun Tzu. Habló del tema por dos horas, sin tomar aliento, sin permitir preguntas. Fue tan atropellante que había momentos en que solo pensaba en comer galletas. Cuando se detuvo comenzó a hablar de su niñez, de Catia, de sus carencias, de su estadía en París. Pero yo todas esas cosas las conocía. Incluso había asistido a dos charlas que había dado el artista, donde también evadió hablar de la obra y solo habló de sus vivencias personales. Yo estaba ahí para disertar sobre su trabajo, no su vida. Por un momento logro interrumpirlo y le hablo de la obra de los 60. Entonces responde que de esa etapa solo hizo muy pocos cuadros —apenas unos 10, apunta—. Me confunde de nuevo. ¿Menosprecia la etapa de su propia obra que es considerada su época maestra? ¿Quién niega que esa obra expresionista, de seres deformes, no fueran de una plástica fenomenal?
Pero el hombre era una máquina indetenible de hablar. De repente, empieza a rememorar el trabajo de Imagen de Caracas. Aquella instalación que hizo en los setenta que unía arte con mix media. Me lleva a su impresionante taller. Habían pasado seis horas y no tenía nada. La noche acechaba. Queda acordada otra reunión que, por supuesto, nunca se dio. Salgo aturdida y pensando que yo creía que estaba ansiosa por una importante entrevista y reflexiono que el ansioso era el artista. ¿Vejez? ¿Decadencia? ¿Temor? No lo sé aún.
IV
Ahora, meses después, rememoro ese extraño y singular encuentro. Analizo que en Venezuela resulta muy complicado hacer crítica de arte. No hay exposiciones. Las pocas que se hacen son virtuales. No hay medios en donde publicar. El esfuerzo de hacer una muestra es enorme. La mediocridad impera. La mayoría de los artistas no aceptan la crítica, solo desean la aceptación de la obra. Se reconocen las fallas del contrario, pero nunca sus valores. Y con los afines solo se observan los méritos. Nunca los errores. Un panorama polarizado y sesgado.
La historia del arte se escribe en cafés, en paseos y, a veces, en disentir con el otro. Tomarse un descanso con un cigarrillo, un trago o un respetable silencio. No es pelear. Es confrontar puntos de vista. No creo que esa época dorada del arte como fue el Renacimiento hubiera sido posible sin esa mezcla maravillosa de mecenas, artistas y crítica. Y es que los que están de acuerdo con las opiniones la llaman opinión. Los que no están de acuerdo la llaman herejía. Muchos piensan que lo más caro y raro son los diamantes y el oro. Están equivocados. Lo más costoso y escaso es la capacidad de discernir. Tampoco imagino los avances de la plástica, la música y la literatura del siglo XIX sin las discusiones infinitas entre músicos, escritores, críticos y artistas, en los cafés parisinos. Ha debido ser un deleite participar en esas polémicas —que, por cierto, estaban muy lejos de los salones franceses—. Fue en los suburbios que se gestó ese mágico momento.
Hacer crítica es algo complicado. Hay que tener percepción y sensibilidad. Y después desarrollarla. La mala crítica se conoce cuando se habla de la vida del artista y no de la obra. Y se desprecia a aquellos que hacemos preguntas incómodas. Olvidan que ser discutido es ser reconocido. Ningún artista debe avergonzarse de los dislates de sus inicios. Son parte de su desarrollo evolutivo. De la misma manera que los primeros escritos críticos pueden ser, en el tiempo, terribles en el estilo y redacción. Pero lo que hay que tener claro es que todo debe llevar un aliento de progreso y de autenticidad. Hay que tener sentido de la historia porque lo más importante de cualquier obra es la coherencia. Y nunca olvidar que el lector —o el espectador— sabe percibir cuando se le engaña, sobre todo cuando el que escribe es tan entusiasta que vocifera adulancia.
El siglo XXI ha traído un triste saldo. Se refiere a que el género de la plástica —en el arte— es donde se pueden observar los mayores fraudes. El marketing, las falsas ventas, la publicidad exacerbada y descarada en medios digitales o impresos del exterior hacen de la crítica una utopía. En estos momentos —y en medio de una pandemia infinita— analizar una obra o una exposición, con espíritu crítico, está mal visto. Y cuando se hace el examen de una exposición de un artista, sin que sea un panegírico del interfecto —este ofendido—, lo toma como algo personal. Recuerdo cuántas veces me hizo ese comentario, amargamente, Juan Carlos Palenzuela (Venezuela, 1955-2007). La pandemia no ha traído como consecuencia la reflexión, la introspección, la discusión. No. Se quedaron viéndose el ombligo. A alabarse unos a otros. A celebrar la mediocridad, los falsos premios. Decido seguir en mi jardín.