Por EVARISTO MARÍN
En 1987, bajo persistente aguacero, en festivo sábado que motivó muchas ausencias, el foro “MOS, visto por sus amigos”, convocado en El Tigre para recordarlo en sus dos años de fallecido, derivó en excelente cátedra a cinco voces de literatura, política y humor.
Alfredo Armas Alfonzo, el cuentista, lo evocó “desde los tiempos de la infancia, que no fue del todo barcelonesa, como muchos piensan”. Pedro Díaz Seijas, crítico literario, calificó La Piedra que era Cristo como su obra fundamental. Jesús Sanoja Hernández, periodista e investigador de historia contemporánea, reveló que la desaparición de Otero Silva, el 28 de agosto de 1985, truncó dos formidables proyectos: “El quería llevar a la novela las vidas de Fidel Castro y de Gustavo Machado”.
El moderador , Gustavo Arsntein, recordó al Miguel Otero Silva anecdótico, humorista, y el pintor Manuel Espinosa, como un consecuente defensor de la cultura.
Con ellos, el cronista de El Tigre, Maximino Melchor, compartió presídium y micrófono para decir que “la huella de Oficina No. 1 y la poesía de Miguel Otero Silva persisten, como llama inapagable, en la reciedumbre de estas sabanas”. Melchor habría de recordarnos que “algunos de esos personajes de Oficina Nro. 1 aún están, al voltear de cada calle, en este pedazo de la geografía venezolana”.
Armas Alfonso declamó un poema de la infancia de Otero Silva .“No digo que con Miguel Otero Silva perdí a un hermano. Yo perdí a Tolstoi, perdí la última oportunidad de escribir frente al mar de Lechería un libro que muy probablemente él habría visto”. Se emocionó con aquel poema en el cual MOS trata de revivir episodios de su infancia en Puerto La Cruz.
Yo tenía siete años y un perro
entonces amaba la playera
retórica del mar.
Recuerdo las catorce casas de palma
la escuela y su coral abecedario
la capilla y su gruta
y el calabozo de bahareque
donde el Comisario encerraba
entre murciélagos, los sábados,
al único borracho, Antonio Sánchez
o tal vez Antonio Salazar…”.
Concluiría que todo eso “no es más que una invención de Miguel. El no tuvo compañeras de playa, con boca de agua mala. Cuando sale de Barcelona tiene apenas dos años..”.
Pedro Díaz Seijas: Casas muertas, la historia del éxodo de Ortiz, el pueblo guariqueño diezmado por el paludismo, es la primera de las obras que acredita a Otero como verdadero novelista. Rómulo Gallegos le observó que los tres sacerdotes que allí aparecen casualmente son tres curas buenos. Miguel aceptó la observación, y le dijo: “No se preocupe, Don Rómulo, en Oficina No.1 me he encontrado con un curita suficientemente malo”. En Otero Silva, según Díaz Seijas, se da el gran cambio con Cuando quiero llorar no lloro. MOS no fue un narrador de personajes fuertes, aislados. Estos tenían más bien un valor colectivo.
-Finalmente nos encontramos con un escritor maduro en La Piedra que era Cristo. Esa novela es un mensaje lírico y nos deja la referencia de un gran personaje, el Cristo, en una obra donde Otero Silva se afinca como gran escritor.
Manuel Espinosa califica a Otero Silva como defensor de la cultura, enfatiza en sus luchas por la creación del INCIBA —transformado luego en el Conac— y a nivel personal por la plástica, como lo prueban sus colecciones de pintura, una parte de las cuales donó a su ciudad natal, Barcelona.
Sanoja Hernández: A Otero Silva le enardeció el que se pretendiera, a través de ciertas telenovelas, exaltar la figura de Juan Vicente Gómez, el tirano contra quien luchó en su época de rebeldía estudiantil. El propio Miguel me encargó una especie de memorial sobre la larga lista de víctimas del gomecismo. Otra idea suya fue preguntarse por qué no revivimos las constancias de las luchas contra Gómez . Estaban pendientes por allí dos ejemplares, únicos, del folleto o libro de Gustavo Machado sobre “El Asalto a Curazao”, prologado cuando vivía en el destierro, en 1931. Recuerda Sanoja que se consiguió y lo reeditó José Agustín Catalá, un ejemplar de Presidios de Venezuela, folleto que nadie conseguía y Miguel y Gustavo Machado persistían en divulgar para las nuevas generaciones. Cuando ese folleto se estaba terminando de imprimir, en Bogotá, murió Gómez y los desterrados precipitaron el regreso.
Sanoja afirma que lo periodístico está definitivamente arraigado en Miguel Otero como “una particularidad consecuente”.
–Cuando quiero llorar no lloro comienza con noticias sacadas de la prensa. Miguel quería recordar lo que era Venezuela aquel 8 de noviembre de 1948, cuando concluía la carrera automovilística Buenos Aires – Caracas. Yo fui alumno del liceo Fermín Toro —recuerda Sanoja— y ese día nos escapamos, profesores y alumnos, a presenciar la culminación de la carrera. Deseábamos que ganara Oscar Gálvez y el ganador fue un gordo fumador de tabaco llamado “Marimón”.
En el caso de Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad, a MOS le costó mucho documentarse. Se recargó de libros, hasta en italiano y en francés, y al final le dio un vuelco inesperado.
Arnstein resaltó el humor como particularidad de Otero Silva. Refiere que durante la toma de posesión del presidente Sanguinetti, en Uruguay, a la cual fueron invitados, a Otero y el rector de la UCV, Edmundo Chirinos, les asignaron un espigado guía mucho más alto que MOS y super más alto que Chirinos. Cuando el guía iba por Montevideo, entre ambos, Miguel le sugirió al rector separarse un poco. ¿La razón? “Es que así, tan pegados los tres, nos pueden confundir con artistas de circo”.