Por NELSON RIVERA
Jamaica Kincaid & Adalber Salas Hernández
Antes de los 4 años leía: le enseñó su madre lectora. Nació en 1949, en Antigua. Su primera formación ocurrió bajo los parámetros del imperio inglés (Antigua y Barbuda alcanzó su estatuto de nación independiente recién en 1981). Era una adolescente —16 años— cuando viajó a New York a trabajar. Cuidaba a los niños de una familia. A los 18 su vida giró: consiguió un empleo como recepcionista en Magnun, la agencia de fotógrafos. Tomó un curso y comenzó a explorar el mundo de la fotografía. A los 20 publicó su primer texto en The New Yorker.
Su nombre literario, Jamaica Kincaid, podría ser uno de sus primeros actos de autoafirmación. Su familia no quería que fuese escritora y se inventó ese nombre (su nombre oficial es Elaine Cynthia Potter Richardson). Escribir, lo explicaba en la Feria del Libro de Buenos Aires —2020—, ha sido “decir las cosas que no sabía que podía decir”. En sus historias —historias de familia— el testimonio se abraza con la ficción. Intensa y descriptiva, rotunda y emocional, en su prosa el lirismo convive con el resentimiento, la alegría de vivir con la rabia, la atracción con el rechazo.
En España, la editorial Txalaparta ha publicado seis de los más importantes libros de Kincaid. El que me ocupa, Un pequeño lugar, hace casi dos décadas: en el 2003. Pero hay una noticia de la que dar cuenta aquí: Pre-Textos ha publicado, a finales de 2021, Un lugar pequeño, traducido por el poeta venezolano Adalber Salas Hernández.
Es un texto breve, escrito en 1988, entre el ensayo y la crónica, el panfleto y el testimonio, la memoria cultural y la historia. Kincaid se dirige a un hipotético turista (“Si vas a Antigua como turista, esto es lo que verás”), y le cuenta del estado de las cosas: la sequía inclemente; los extremos contrastes entre riqueza y pobreza; la estructura mental donde permanecen los hábitos de la dominación inglesa (“van a la Iglesia y agradecen a Dios, un Dios británico”) y de la esclavitud; la extraña apropiación que los turistas hacemos de los lugares que visitamos (“cuando los nativos te ven, turista, te envidian”).
De la tensión impotencia/resentimiento, quizás el más urticante de los ejes de la obra de Kincaid (al menos, la traducida a nuestra lengua), no se escapa Un lugar pequeño. La autora increpa a su presunto turista: “¿Alguna vez has intentado entender por qué personas como yo no pueden superar el pasado y no pueden olvidar?”, y le hace sentir las modulaciones de su rencor irreducible. Pero de ese mismo magma, se levantan páginas de lucidez, como las que dedica a pensar la naturaleza del lugar pequeño: “Para las personas de un lugar pequeño, cada evento es un evento doméstico; la gente de un lugar pequeño no puede verse en un panorama completo, no puede ver que quizás es parte de una cadena, de algo, de lo que sea. La gente de un lugar pequeño ve el evento en la distancia, dirigiéndose hacia ellos, y dice: Veo la cosa y se dirige hacia mí”.
Alliteratïon Publishing
Lidera Garcilaso Pumar y le acompaña Betina Barrios Ayala: Alliteratïon Publishing, nacida en Miami, ha puesto en circulación tres nuevas traducciones (traducir la literatura venezolana y ponerla a disposición de lectores de otras lenguas, tal la misión que esta casa editorial se ha atribuido). Riders (Jinetes), antología de relatos de Ednodio Quintero (quien el próximo año cumplirá 75 años), aparece en versión de la poeta Rowena Hill. El volumen incluye, a modo de prólogo, un artículo sobre Quintero, que Enrique Vila-Matas publicó en 2017.
El segundo: Marea tardía (Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro), el libro que Rowena Hill publicó en 2019, viene en edición trilingüe: en español, en inglés —traducido por la propia autora— y en italiano, versionado por Silvio Mignano, poeta, novelista, cuentista, diplomático —fue embajador en Venezuela— y traductor (también ha vertido la poesía de Rafael Cadenas al italiano).
Zoocosis, del poeta, cuentista, psicólogo social y estudioso de la violencia Manuel Llorens, circula en una edición bilingüe: español e italiano, también traducido por Silvio Mignano. Sobre el poemario escribe un prólogo clarificador Carlos Colmenares Gil: “Esta convivencia con monstruos y animales, esta peligrosa diplomacia que Manuel ensaya y logra en este libro, implican que necesitamos entender la zoocosis para entender que lo humano no basta, hay que dar cuenta de las vacas y los monstruos con todo lo que ellos traen”.
Inge Müller y Geraldine Gutiérrez-Wienken
Herta Müller escribió que sobre la vida de Inge Müller habían pasado dos dictaduras: el nazismo y el estalinismo. Un bombardeo sobre Berlín, en las horas en que Hitler se suicidaba, la dejó sepultada, junto a su perro, durante 3 días. Sus padres yacían, no muy lejos, en un edificio que había sucumbido al poderío de las bombas. Fue periodista, autora de libros para niños y, en lo fundamental, una poeta que no llegó a publicar en vida. Tras intentarlo varias veces, en 1966 logró suicidarse.
Geraldine Gutiérrez-Wienken, poeta venezolana residenciada en Alemania, ha traducido y prologado ¡Que no me asfixie de hacer tanto silencio! (2021) para la Editorial Llantén, de Argentina, la misma casa en la que publicó su traducción de Canciones para dar aliento, de Hilde Domin, en 2018. Copio aquí los cuatro breves versos del poema titulado “Tal vez voy”: A desaparecer de repente/ Porque no me alcanza el aire/ Y el cadáver/ No puede ser localizado. Dice Gutiérrez-Wienken: Que no me asfixie de hacer tanto silencio es un diario de guerra de una mujer que siempre se movió en contra del viento. Cada verso marca la hora cero y los segundos de respiración de Inge.
Solo quiero agregar a este breve recuento que en la misma Editorial Llantén, en 2020, se publicó Oraciones para el viaje, de la poeta jamaiquina Lorna Goodison (1947), traducido por Adalber Salas Hernández.
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