Por ROSA AMELIA GONZÁLEZ
Conocí esta faceta de Ramón Piñango en 1986, cuando impartía la materia Comportamiento Organizacional —uno de los cursos del primer trimestre de la Maestría en Administración del IESA en ese entonces—. Como estudiante, tenía altas expectativas sobre su desempeño docente; era, nada más y nada menos, uno de los editores del Caso Venezuela: una ilusión de armonía, libro que desmontó la imagen que los venezolanos teníamos del país a mediados de los 80.
Ciertamente disfruté el curso y aprendí mucho; sin embargo, siendo totalmente sincera, Ramón no estaba entre mis profesores favoritos del IESA. Lo encontraba distante y un poco arrogante, lo cual atribuía a su creciente notoriedad como intelectual. Además, su estilo contrastaba notablemente con el histrionismo de Antonio Cova, responsable de algunas clases del curso (una competencia perdida para cualquiera, por cierto). Poco tiempo después, cuando me incorporé al IESA en 1988 como investigadora de planta, descubriría que era timidez y no arrogancia lo que en aquel tiempo marcaba la distancia existente entre Ramón y sus estudiantes.
En 1987 Ramón fue designado director académico del IESA y en 1993 asumió la presidencia del Instituto. El ejercicio de esos cargos lo alejó de las aulas hasta 2001, cuando “regresó al pasillo” como un profesor de planta más. Quienes hemos tenido que hacer pausas semejantes para cumplir con obligaciones de servicio en el IESA, sabemos que retomar la docencia es un desafío. El perfil e intereses de los estudiantes puede cambiar en pocos años y es preciso adaptarse.
Para hacer frente al reto, lo primero que hizo Ramón fue reunirse con sus colegas del área de liderazgo y organizaciones. Patricia Márquez —integrante de una generación más joven de profesores— había introducido interesantes innovaciones en sus clases (como juegos y dinámicas) y buscaba un relevo para sus cursos, porque pasaría a ocupar la Dirección Académica. Ella compartió con Ramón todos sus materiales y su visión sobre el proceso de aprendizaje. En 2002 Patricia había participado en el Coloquio sobre Aprendizaje Centrado en el Participante (CPCL, por sus siglas en inglés), ofrecido por la Universidad de Harvard, donde se discutían las virtudes de esa filosofía en el aprendizaje de la gerencia y se entrenaba a los profesores en el uso del método de casos, utilizado con mucho éxito en la Escuela de Negocios durante décadas.
Ramón resultó no sólo convencido, sino que se convirtió en un fiel militante del Aprendizaje Centrado en el Participante, incorporando las recomendaciones de Patricia y sus propios aportes. En 2005 Ramón tuvo la oportunidad de participar en el CPCL. Paralelamente se incorporó a la Red de Conocimiento en Empresas Sociales (SEKN, por sus siglas en inglés), donde él y otros profesores del IESA (incluyéndome) tuvimos la oportunidad de recibir asesoría y acompañamiento en el proceso de elaboración de casos docentes propios por parte de un equipo de Harvard conformado por Jim Austin, Michael Chu y Gustavo Herrero. Ramón, junto con Josefina Bruni Celli, publicó el caso de la Fundación Proyecto Paria, para mí uno de los mejores casos de la Colección de Casos SEKN (https://www.sekn.org/).
Debo aclarar que Ramón no descubrió el método de casos en ese momento. Los empleaba previamente de manera puntual en las clases; por ejemplo, recuerdo todavía vívidamente el Caso de Las Bandejas, que exponía el comportamiento descuidado del personal de una empresa con las bandejas de comida en su comedor y proporcionaba a los estudiantes algunas teorías que podían explicarlo y ayudar a encontrar una solución. También había participado en la elaboración de algún caso, como El Vaso de Leche Escolar, que retrata la complejidad de la implementación de un programa público aparentemente simple, con el objeto de situar al estudiante en las particularidades organizaciones del sector público. Sin embargo, esta experiencia previa no había modificado significativamente su aproximación pedagógica, como ocurrió a raíz de su participación en las actividades antes mencionadas.
Aunque ya no puedo hablar desde la perspectiva de un estudiante, como colega que ha dictado cursos en conjunto con Ramón puedo dar testimonio del valor aportado por sus clases y de la diferencia que existe con el profesor que conocí en los años 80. Contrariamente a mi impresión inicial, Ramón es un ejemplo de humildad. El reconocido intelectual y expresidente del IESA estuvo dispuesto a revisar y cambiar su desempeño docente, así como a aprovechar las oportunidades para aprender de otros. Estas son lecciones de gran valor para quienes nos dedicamos a la labor académica.