Por LUÍS POUSA
Avanzamos por la prosa fabulosa del chileno Roberto Bolaño (Santiago, 1953-Barcelona, 2003) en su torrencial novela 2666 —aunque más que torrencial, es esta una narración oceánica o, si prestamos oído a la poesía del atlantista Pessoa, es un colosal maelstrom que se arremolina ante los ojos alucinados del lector— y, allá por la página 239, vemos a Amalfitano salir al patio en mangas de camisa “como un señor feudal sale a caballo a contemplar la magnitud de sus territorios”. “Antes había estado tirado en el suelo de su estudio abriendo cajas de libros con un cuchillo de cocina y entre éstos había encontrado uno muy extraño, que no recordaba haber comprado jamás y que tampoco recordaba que nadie le hubiera regalado”, apostilla el creador de Los detectives salvajes.
¿Qué libro insospechado se asoma entre las cajas? Nada menos que el Testamento geométrico del escritor gallego Rafael Dieste (Rianxo, 1899-Santiago de Compostela, 1981), un ensayo tan singular y fascinante como su propio autor, uno de los secretos mejor guardados de la literatura de Galicia.
Así describe Bolaño la escena en ese relato insondable (no sólo por su desbordada extensión, sino por la infinitud de lecturas que admite) que responde al título de 2666:
“El libro en cuestión era el Testamento geométrico de Rafael Dieste, publicado por Ediciones del Castro en La Coruña, en 1975, un libro evidentemente sobre geometría, una disciplina que Amalfitano apenas conocía, dividido en tres partes, la primera una ‘Introducción a Euclides, Lobachevski y Riemann’, la segunda dedicada a ‘Los movimientos en geometría’ y la tercera parte titulada ‘Tres demostraciones del V postulado’, sin duda la más enigmática, pues Amalfitano no tenía idea qué era el V postulado ni en qué consistía, y además no le interesaba saberlo, aunque esto último tal vez no sea achacable a su falta de curiosidad, que la tenía y en grandes cantidades, sino al calor que barría por las tardes Santa Teresa, un calor seco y polvoso, de sol agitado, al que era imposible sustraerse a menos que uno viviera en un piso nuevo con aire acondicionado, lo que no era su caso”.
Amalfitano no logra averiguar cómo ha aparecido ese libro en su biblioteca embalada. Se inclina por sospechar que llegó a sus manos en alguna de sus librerías de cabecera de Barcelona, tal vez en Laie o en La Central, y que luego atravesó el Atlántico, junto a sus títulos más queridos, hasta aterrizar en México, “en esta populosa ciudad que desafiaba al desierto, en la frontera entre Sonora y Arizona”. Como respuesta —¿o tal vez como venganza?— ante el enigma, el Amalfitano de Bolaño tiene una iluminación. Una idea propia de Marcel Duchamp. Un juego a lo ready-made. Agarra tres pinzas, se acerca al tendedero y cuelga el Testamento geométrico de Dieste entre la ropa recién lavada. Su hija Rosa lo interroga sobre “el experimento”: “Se me ocurrió de repente, dijo Amalfitano, la idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real”.
Dejamos el ejemplar de Amalfitano (¿o de Bolaño?) colgado a la intemperie bajo el sol de Sonora y regresamos a Dieste y a su ensayo. ¿Qué se le perdió al escritor Rafael Dieste en los universos de la geometría? Al estallar la Guerra Civil española, el narrador, poeta y dramaturgo se exilió, primero en Cambridge (Reino Unido) y luego en Monterrey (México) antes de instalarse, como tantos intelectuales españoles de su generación, en Buenos Aires. Ya en Monterrey, en cuyo Instituto Tecnológico impartió clases de Literatura, dejó pruebas de su interés por la geometría y por la obra fundacional del griego Euclides, según relató muchos años después el escritor mexicano Gabriel Zaid, entonces estudiante de Ingeniería en Monterrey:
“Dieste se entendió muy bien con un grupo de estudiantes de Ingeniería que formamos un club de lecturas para leer y discutir a los clásicos de la ciencia. Le pedimos que hablara de los Elementos de Euclides y su charla fue como una revelación. Nunca vimos tan claro que las Matemáticas también se podían leer, no sólo operar, que es lo que se suele aprender en Ingeniería. Dieste no sólo sabía cien veces más geometría que nosotros, sino que, en forma verdaderamente socrática, nos hizo caer en la cuenta de una problemática inquietante en el ‘superado’ Euclides. Además, lo hacía con una naturalidad tan viva que, más que inclinarnos a considerarlo un ‘genio’, un ser excepcional, nos hacía sentir que lo normal era usar toda la cabeza, no sólo unos cuantos lóbulos”.
El autor de títulos hoy clásicos de la literatura en gallego como la colección de relatos Dos arquivos do trasno (1926) o la obra de teatro A fiestra valdeira (1927) y de tesoros narrativos en español como Historias e invenciones de Félix Muriel (publicado en 1943 en su exilio argentino) peleó durante décadas para desentrañar los fundamentos en los que se basa la geometría y lo hizo desde una formación autodidacta (no cursó estudios superiores de Matemáticas) pero también desde el rigor que exige la materia. Se ocupó (y preocupó) con especial empeño del quinto postulado de los Elementos de Euclides (el mismo ante el que el Amalfitano de Bolaño mostraba su pasmo bajo el cielo riguroso de Sonora). Sin entrar en mayores profundidades matemáticas, apuntaremos simplemente que este postulado fundamental de la geometría euclídea indica que, dada una línea recta y un punto fuera de esa recta, se puede trazar una y sólo una línea recta paralela a la primera pasando por dicho punto. Como sucede a menudo con algunos de los axiomas sobre los que se levanta el laberíntico edificio de las matemáticas, la aparente sencillez del enunciado no permite adivinar los quebraderos de cabeza que provoca tanto intentar demostrar esta proposición a partir de un cierto conjunto de premisas bien asentadas como intentar prescindir de esa proposición y construir un itinerario alternativo.
Como recogen en su estudio Espacio, movimiento y geometría las profesoras Carme Sueiras Romero, María Díaz Marzoa y María Buceta Fernández, lo que atraía a Dieste del quinto postulado era precisamente el problema de conocimiento en sí mismo. “El interés especial que mostró Rafael Dieste por la epistemología fue la razón por la que se inició en los fundamentos de la geometría como campo ideal de experimentación para la teoría del conocimiento. De hecho, en una de las varias cartas que se cruzó con el profesor húngaro Szabó en 1963 escribe: ‘… No me interesa el problema como geómetra, sino como escritor, como pensador; mis estudios de geometría están orientados por la Teoría del Conocimiento y los problemas de Identidad”.
A los entresijos del conocimiento, a pensar y repensar las ideas de axioma y postulado, dedicó Dieste tres ensayos antes de este Testamento geométrico que Bolaño colgó de una cuerda imaginaria en 2666: Nuevo tratado de paralelismo (Buenos Aires, Atlántida, 1956), Variaciones sobre Zenón de Elea (incluido en Diálogo de Manuel y David y otros ensayos, Vigo, Edicións Teseo, 1963) y ¿Qué es un axioma? Movilidad y semejanza (Vigo, Edicións Teseo, 1967). Un itinerario que culminó en el ensayo aparecido entre las cajas de Amalfitano en Santa Teresa, con un misterioso sello de la librería Follas Novas de Santiago de Compostela, en el que Dieste se zambulle de lleno en el problema del quinto postulado y en las consecuencias de aparcar esta premisa para alumbrar las geometrías no euclídeas de Lobachevski y Riemann.
¿Hay entonces dos Diestes? ¿Uno que analiza el Espacio —siempre lo escribe con mayúscula mayestática— y otro que se deja asombrar por la minuciosidad de lo real en sus relatos? Para Domingo García-Sabell, autor del prólogo del Testamento geométrico, “la tónica creadora continúa siendo la misma” en el Dieste literario y en el Dieste matemático. Tal vez por eso, por su ilimitada capacidad de asombro, el escritor saltaba sin pestañear desde los axiomas de la geometría euclídea a su delicada literatura, un viaje de ida y vuelta en el que lo mismo nos entregaba un teorema (con la aplastante belleza de lo que se demuestra como verdadero ante nuestros ojos) que nos obsequiaba con las formidables líneas de arranque de sus Historias e invenciones de Félix Muriel:
“Alumbrando el rellano de la escalera había un quinqué de petróleo, cuyo depósito era de cristal color guinda y levemente modelado como un pequeño mar en miniatura en que estuviera meciéndose el crepúsculo.
Aquel rellano fue siempre lugar en que se dieron cita a la vez la gran franqueza y el dilatado misterio”.
Aquel rellano era como la obra misma de Dieste —la del geómetra autodidacta y la del escritor fabuloso—, una obra donde se dan cita a la vez la gran franqueza y el dilatado misterio
*Luís Pousa es profesor titular de Matemáticas de la Universidad Intercontinental de la Empresa, fellow del Aspen Institute España y escritor.
Sobre Rafael Dieste González
Dieste González, Rafael. Rianxo (La Coruña), 29.I.1899 —Santiago de Compostela (La Coruña), 1.X.1981. Escritor. Es el menor de siete hermanos y el único nacido en la pequeña villa de Rianxo, en donde se instaló la familia procedente de Uruguay, país del que son naturales sus tres hermanos mayores. A pesar de las adversas circunstancias que le tocó vivir —luchas anticaciquiles en su Rianxo natal, emigración temprana a México, Guerra de África como soldado, Guerra Civil como voluntario, exilio en Buenos Aires, Monterrey (México) y Londres durante más de veinte años— nos ha legado una fecunda obra literaria, tanto en gallego como en castellano, en la que se conjugan sabiamente humanismo, estética y ética solidaria.
Sus inicios literarios coinciden con un viaje juvenil a México, en donde residían sus hermanos Antonio y Manuel, en el año 1917; cuando regresa trae entre su equipaje un cuaderno manuscrito con siete cuentos, hoy felizmente recuperados y publicados.
En 1918 reanuda sus estudios en la Escuela Normal de Santiago, animado siempre por su voluntad de diálogo y servicio que le llevan a manifestar que su vocación esencial es “ser persona”. Ni siquiera la movilización, en 1921, como soldado en África, con el desastre de Annual por medio, le aparta de sus colaboraciones en revistas juveniles como Cuentos Nuevos (Santiago, 1922) o Charamuscas (Marruecos, 1923).
A finales de 1923, liberado del servicio militar, inicia una etapa decisiva de su vida como periodista en Vigo con colaboraciones sucesivas en Faro de Vigo, Galicia y El Pueblo Gallego. Las animadas tertulias, el debate y hasta el combate ideológico revelan un espíritu culto y de gran capacidad dialéctica.
Esta etapa galleguista de Rafael Dieste se verá culminada con la publicación de dos obras que le consagran, junto a su amigo rianxeiro Manuel Antonio y a Amado Carballo, como uno de los grandes renovadores de la literatura gallega. Se trata del libro de relatos Dos arquivos do trasno (1926) y de la obra de teatro A fiestra valdeira (1927).
A partir de 1929, con un viaje a Londres para visitar a su hermano Eduardo, a la sazón cónsul de Uruguay en esa ciudad, abandona sus afanes galleguistas y se trasladará a Madrid, iniciando una nueva etapa consagrada a la literatura en castellano. Ingresa en las Misiones Pedagógicas, es becado por la Junta de Ampliación de Estudios, viaja por varios países europeos, Francia, Bélgica e Italia, para familiarizarse con el nuevo teatro, y publica varias obras: teatro (Viaje y fin de don Frontán (1930); poesía (Rojo farol amante, 1933); ensayo (La vieja piel del mundo, 1936); y colabora en distintas publicaciones periódicas (P.A.N., Hoja Literaria, Nueva España).
Ni siquiera la gran desbandada que produce la Guerra Civil interrumpe su obra que se proyecta en muy variadas publicaciones de combate como El Buque Rojo y especialmente en Hora de España, revista de la que es fundador y redactor, durante su estancia en Valencia, a donde había llegado procedente de Madrid. Acabará dirigiendo en Barcelona la revista que había fundado Castelao, otro ilustre artista rianxeiro, Nova Galiza a partir de 1938. Se alista como voluntario en el Ejército del Este después de haber colaborado en la empresa de un teatro de guerra junto con Alberti, Casona y Sender. Antes había dirigido en Madrid, durante unos meses, el Teatro Nacional.
*Breve biografía copiada del portal de la Real Academia de Historia de España.