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Rafael Cadenas: Templanza y Honestidad en el Lenguaje

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Por CARMEN CRISTINA WOLF 

Hace algún tiempo tuve la fortuna de asistir a un recital de los poetas Rafael Cadenas y Eugenio Montejo. Fueron momentos inolvidables cobijados por la hondura de los versos de estos dos escritores venezolanos. Cadenas es poeta, ensayista, traductor y profesor de literatura. Es una voz poética lúcida, penetrante, que obedece a una visión del mundo fruto de un pensamiento profundo y de alcance universal.

Entre sus obras se encuentran: Cantos iniciales (1946), Una isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960), «Derrota» (1963), Falsas maniobras (1966), Anotaciones (1973), Intemperie (1977), Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones (1992). Se han publicado varias antologías de su obra y el Fondo de Cultura Económica publicó su obra entera. Sus ensayos son referencia indispensable del pensamiento contemporáneo. Sus libros En torno al lenguaje y los Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística son objeto de estudios e investigaciones. Recibió el Premio Nacional de Literatura, el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, la Beca Guggenheim y Doctorados Honoris Causa de las universidades Central de Venezuela y Los Andes. Recientemente ha recibido el Premio de la Feria Internacional del Libro otorgado en Guadalajara.

Estas líneas que ofrezco a continuación son apenas unas notas, una reflexión muy personal en torno a la visión poética que se revela en la obra del venezolano Rafael Cadenas. Acercarme a desentrañar algunos rasgos en su poesía es un ejercicio que emprendo con timidez, porque es asomarse a su alma. La lectura de sus poemas, escritos y entrevistas es un solaz para el espíritu. Comienzo haciendo mías estas palabras escritas a Rilke por Lou Andreas-Salomé en 1914: “(…) empecé a vivir con el poema mismo, pues en los primeros momentos su sentido objetivo me subyugó demasiado como para poder hacerlo. Y ahora lo leo, o mejor, no paro de recitármelo a mí misma. Hay en él como un reino recientemente conquistado, todavía no se distinguen bien sus fronteras, se extiende más allá del espacio que se puede recorrer en él; se lo adivina más amplio (…)”. (Correspondencia, Hesperus 1989).

Así suele suceder con los poemas de Cadenas: pueden algunos de ellos ser como una pluma de ave que penetra  sin ruido en mi ventana, otros rasgan silencios a tambor batiente, mas cada uno conduce a un reino de significaciones y cuando creo haber agotado su sentido surge otro y otro; es una poesía que mueve los cimientos de lo habitual y nos lanza hacia las profundidades del misterio que somos.

El personaje

A pie descalzo y con un candil en la noche suelo leer a los poetas cuyos versos  dejaron de pertenecerles para volverse míos. Cadenas, a quien no parece gustarle mucho que le llamen poeta, estará acostumbrado a ser “elucidado, disecado, menguado, enriquecido, exaltado y maltratado”, haciendo valer las palabras que escribe Paul Valéry sobre sí mismo en el prólogo al Cementerio marino. Por esta razón no quiero hablar de ese hombre pausado, de caminar distraído, a quien podemos encontrar en las Librerías El Buscón, Kalathos, Alejandría o Lugar Común. No me atrevería siquiera a asomar algún sesgo de su forma de ser, él que se confiesa aprendiz, siempre joven ante el hallazgo que es la misma vida. Dejo constancia de que a veces saluda con una secreta alegría y en ocasiones parece que mira pero no nos está viendo y hace un esfuerzo para saludar, como si no estuviera allí. Otro día vuelvo a encontrarle sentado en un quicio a la espera de que abran las puertas de algún teatro y nuevamente sonríe enigmático, juvenil, y sus ojos café se vuelven claros como el color de su portafolio de cuero. Me recuerda unas líneas que leí siendo muy joven:

“(…) él había pensado más que otros hombres, poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad (…) y sabiduría que solo tienen las personas verdaderamente espirituales a las que falta toda ambición y nunca desean brillar, ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón (…)”. (El lobo estepario, Hermann Hesse). Me atrevo a agregar que Rafael Cadenas es un personaje distinto para cada uno de los seres humanos que le conoce y permanece siempre a contraluz, en los linderos del misterio, transformado día a día en la medida en que crece su obra. Su lenguaje se enriquece y se amplía la comprensión amorosa hacia el ser humano. Es lo que percibo en su poesía y siento que ninguno de sus poemas es prescindible, cosa poco frecuente en la obra de la mayoría de los escritores.

Su estar en el mundo inspira una gran paz, aunque a veces hay que sobreponerse a esos silencios suyos tan férreos y armarse de valor para osar romperlos. Él es apenas un postigo entreabierto, nada más un vértigo hondo de presencia, tan dado a marcharse y regresar intacto más cercano cuanto más distante. Atravieso las páginas de sus libros y me dejo caer al vacío, al fin y al cabo “florecemos / en un abismo”.

Y en lugar de elucubrar o suponer, prefiero atenerme a sus propias palabras, tomadas del libro Entrevistas (Ediciones La Oruga Luminosa, 2000) y de recortes de prensa. En Últimas Noticias el 26/06/02, a la pregunta ¿Cuál es su forma expresiva?, él responde: “Escribo poemas en prosa”. Acerca de sus influencias, dice: “Durante un largo período la influencia principal fue de poetas franceses como Michaux, Rimbaud, Char. Después volví a la forma del verso libre”. (…) “De la India más que su literatura me ha interesado su filosofía clásica, el pensamiento que parte de los Upanishads”. También me atrevo a adivinar en su obra la lectura atenta de Lao Tsé, Chuang Tzu, Li Po, Rilke, Whitman, Lawrence…

Ante la interrogante sobre si la poesía debe tener un mensaje ideológico o religioso, Cadenas responde: “No. Lo que pasa es que lo que el poeta piensa se trasluce en lo que escribe. Si uno piensa en grande. Figuras como Dante, uno sabe que detrás de su poesía había un pensamiento filosófico, el de Tomás de Aquino. En el caso de Shakespeare se ha señalado sobre todo la influencia de los estoicos, especialmente de Séneca (…) Hay un vínculo entre filosofía y poesía aunque no se deben confundir (…)”.

En el libro Conversaciones, traducción realizada por Cadenas a una selección de  notas  de Walt Whitman (Ediciones Monte Ávila Editores Latinoamericana 1994), se lee este fragmento de Whitman: “Bueno, está muy bien la cadencia, sí bastante bien; pero hay algo anterior, más imperativo. Lo primero que se necesita es el pensamiento (…) Soy muy reflexivo, me tomo mucho trabajo con las palabras (…) lo que persigo es el contenido, no la música de las palabras”. Encuentro en la poesía de Rafael Cadenas una tendencia carcana. No se pueden leer sus versos de una sola vez, cada cuatro o cinco palabras conviene detenerse y buscar su resonancia dentro de nosotros.

Desde una Isla a un Destinatario Desconocido

En el poemario Una isla, el joven Cadenas escribe en 1960:

“Si el poema no nace, pero es real en tu vida,

eres su encarnación.

Habitas en su sombra inconquistable.

Te acompaña

diamante incumplido”.

Una existencia vivida con autenticidad puede ser tan o más poética que el poema mismo. Una isla se forja desde esta reflexión sin ser una escritura de tinte filosófico, porque emerge en la matriz luminosa del mar y ese esplendor acompaña casi todos sus poemas. Plantea la paradoja de la realidad y el lenguaje que la nombra, hasta el punto de considerar la existencia del hombre como una “sombra inconquistable” de lo real, que es el poema. Lo cual nos pone ante los ojos el antiguo interrogante de si la palabra crea las cosas o estas surgen antes que el lenguaje. ¿O son inseparables la realidad y la palabra? A veces me atrevo a pensar que la esencia es la palabra y el origen de todo es el lenguaje. Me reconozco cautiva de los primeros versículos de Juan evangelista: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios”. (Juan, 1,1-2). Lo visible no es sino una sombra de aquello que ES, el poema supremo de Sí mismo.

Cuando se vive en una isla arrojado al desarraigo se está uno sometido a la caricia o a la garra  de luces y sombras, doble visión que viene de lo alto y se refleja en las aguas. Por eso la luz entra a raudales en este poemario:

“Muelle de enormes llamas  / Navíos que viajan al sol / (…) Ciudad de corazón de árbol / (…) La luz golpea mendigos (…)”.

Y la significación polifónica de los versos abarca el lugar donde se refugia un  personaje femenino:

“tú entras en la luz (…)

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor (…)

tu cuerpo es un arrogante / palacio / donde vive / el / temblor”.

El amor transforma el exilio en libertad, porque cuando somos libres y estamos bien, poco nos damos cuenta de ello y se nos pasa la vida sin pena ni gloria, aferrados a la rueca de los hábitos que nos convierten en máscaras de mueca inmóvil:

“El amor nos transforma… el pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero a través de ti yo era innumerable.

(…)  El amado pronuncia el encantamiento que cubre una zozobra”.

Mas el poeta advierte que nada ni nadie en este mundo es para siempre y hay que partir de todo en cada instante:

“No hay luz que nos enlace 

(…) nuestras fiestas convertidas en fogatas / que avientan su ilusorio mediodía”.

En el exilio del alma los pequeños detalles salvan de la desolación, aun en la más triste de las separaciones: “El exiliado deplora las patrias / Rehuye escisiones. Se encamina hacia el instante”. Siempre lo acompaña un diamante incumplido: la libertad de poetizar.

En su obra se aprecia una observación rigurosa de su propio espíritu, así como de los pequeños sucesos cotidianos, como por ejemplo, escuchar las voces infantiles de los niños de la casa pidiendo un helado o salir a comprar el periódico. Encuentro una síntesis de la existencia y su valoración, una visión del hombre acerca de sí mismo, de sus vivencias, una  conmovedora comprensión de sus propias marchas y contramarchas y una prontitud esencial en el uso del lenguaje. Visión que siempre será fragmentaria, pues ningún ser humano puede aquilatar la verdadera dimensión de otro ser, que es infinita.

Cuadernos del destierro

“Busca tu alma, ámala, tócala, cultívala”, escribe Rimbaud en su Carta del Vidente. Se percibe  en la poesía de Cadenas a un ser que se adentra en profundidad en su condición más íntima y la desviste de eufemismos. En su poemario Cuadernos del destierro escribe:

“Yo, envés del dado, relataré no sin fabulaciones mi transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, rupturas y uniones, esplendores y derrumbes”. (Del libro Los cuadernos del destierro 1960).

El que observa sin velos la caída de sus propias máscaras anhela imperiosamente “ver” su verdadero rostro. ¿Quién soy, cuál de mis yoes, quien es el que Es?:

“(…) Un día comenzó la mudanza de los rostros (…) todos escenificaban una danza de posesos sobre mis hombros (…). Mi rostro ¿dónde estaba? Debí admitir, tras dolorosa evidencia, que lo había perdido”.

Revela el  desconcierto de quien despierta en una irrealidad habitada por cientos de espejos deformantes y no sabe cuál de todas esas imágenes es la verdadera. Estos versos desgarradores de Cadenas me hacen pensar en las palabras de Rimbaud en su Carta del Vidente:

“El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, entero; busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡debe cultivarla! (…) El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desajuste de todos los sentidos. (…)”.

Falsas maniobras

Cuando se vive la experiencia de un fracaso es frecuenta que la persona se sienta más cerca que nunca del propio ser. De los triunfos poco aprendí, ellos me alejaron del encuentro con lo insondable que se esconde más allá de la apariencia. Por eso me conmueve el poema “Fracaso” del libro Falsas maniobras. Es la extraña y honda hermosura que siento en unos versos traspasados de lucidez:

           “Cuando ponías tu marca sobre mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los tiempos.

               Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme (…) Gracias por apartarme”.

Cuando el hombre se sumerge en su propia soledad surge el poema, bien sea hecho de palabras o de sangre. “¿Quién sabe de la Noche?”, escribe Juan Liscano en el primer poema de “Nuevo Mundo Orinoco”. “¿Quién sabe de la desolación y del abatimiento a muerte, del fracaso absoluto sino aquel que lo padece?”.

En el vórtice del torbellino más negro puede asomar un celaje de esperanza. Por eso me gusta el poema “Beloved Country”, con su arcoiris de sentidos, porque según sea el estado del ánimo de quien lo lee, significa el canto nupcial con el “sí mismo”, o la llama del encuentro con el amado(a), tal vez el regreso al núcleo de la tierra, o también el reencuentro con la palabra que se había negado a volver al poeta en su abandono:

“Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.

País al que regreso cada vez que me he empobrecido.

(…)

Nunca me has negado tu leche de virgen.

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

Ignoro el alcance de tu olor de especia, pero sé que has estado en todos mis puntos de partida, envolviéndome. Oriente solícito, como una ceremonia.

País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro, mi anillo de bodas. Seguramente estás cerca del centro”.

Este poema trae el lejano aroma de la raíz que tiene sed de beber en la fuente de la vida y se hunde al fondo de la tierra en búsqueda de la madre, amante, esposa y alma en exilio. Que no otra cosa es estar en este mundo más que un exilio del alma que ha sido apartada temporalmente de la palabra que la creó.

Intemperie

Del poemario Intemperie me cautivan estos versos:

“Hazte a tu nada

plena.

Déjala florecer.

Acostúmbrate al ayuno que eres.

Que tu cuerpo se la aprenda”.

                    (Poemas selectos)

 

Esta referencia trae a mi mente los versos sobre la “Nada” leídos en el libro La Nueva Tierra del hombre nuevo (Ediciones Custodia de Tierra Santa, 1977):

“La ‘Nada’ es lo más cercano al Ser

y es lo que somos:

somos ‘Nada’.

La ‘Nada’ está más allá del pensamiento,

ella está por encima del entendimiento.

Por tanto, no se llega a ella por el conocimiento,

sino por la ‘renunciación’.

Para llegar al Ser hay que dar un salto

en el vacío,

    ese ‘vacío’ es la ‘Nada’ ”.  

 

En casi toda la poesía de Cadenas y sus escritos en prosa, como los Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística se percibe un desprendimiento para alcanzar la sabiduría en la más absoluta sencillez, sin pretender ser moralizante, lejos del culto a la personalidad. En la flaqueza y sobre todo a través de ella se roza el borde del amor, en la mayor indigencia se siente la intensidad de lo hermoso, ese “diamante incumplido” que se haya detrás del espejismo de la nada.

Amante

Como si no se pudiera respirar, en un ahogo, en asfixia casi mortal se vive cuando se está lejos del amado. Nada interesa al cuerpo, todo es  baratija, remedo de vida cuando él o ella no ama o no sabe que ama. El libro Amante es, si se quiere, uno de los poemarios más hermosos y originales de la poesía contemporánea y ha sido traducido en varios idiomas. He aquí uno de sus poemas más delicados y maravillosos:

 

“¿Cómo pudiste vivir 

de la idea

que la ocultaba,

con un sabor

que no era el de ella,

huyendo

de su aparecer

que era también el tuyo?”       

(Amante)

 

Cuando se está lejos de la presencia amada el mundo se desdibuja, pierde peso, se regresa al bosquejo, a aquello en el anhelo bosquejado. Únicamente importa él o ella, su latido, su respiración. Quien se enamora está dispuesto a traer, como escribe Emily Dickinson “rosas de Zanzíbar / abejas por millas, / desfiladeros azules / ejércitos de mariposas”.  Ningún elixir calma la sed ni cura el mal; apenas se respira y el pulso se suelta a latir sin concierto porque uno se quiebra y es capaz de lo imposible. Es el enamoramiento sin correspondencia una semilla de la más loca imaginación, lo imaginado sobrepasa casi siempre a la realidad, es más atrayente porque no se transforma en concreciones que suelen no cumplir el ensueño. Muestra de ello la pasión del Quijote por su adorada Dulcinea del Toboso, ejemplo de la hermosura y el encanto que el propio Quijote inventó en su pensamiento y en su corazón.  El dolor del amor ausente no desaparece sino con presencia tangible:

   

“Llegas

    no a modo de visitación

    ni a modo de promesa

    ni a modo de fábula

    sino

    como firme corporeidad, como ardimiento,

    como inmediatez”.       

                    (Amante)

 

La realidad refleja casi siempre un solo lado de las cosas y si nos damos vuelta, el espejo, con esa terquedad tan lógica de su sino, continuará  revelando tan solo el otro lado del ser. Así también, los otros reflejan nuestro rostro empañado por sus ideas predeterminadas sobre cómo se imaginan que somos, o como quisieran que fuéramos.

Nadie logra conocernos absolutamente. Solo existe un ser que en un instante es capaz de ver, sentir, saborear y saber cómo somos. Debiera decir, más bien, qué somos, quiénes somos:

 

“Eludías 

el encuentro

con el tú

magnífico,

el que te toma

y te anula como tempestad

y de ti arranca al que busca”.

                    (Amante)

 

El amante posee por entero nuestra imagen y nos la devuelve intacta, íntegra, plena de toda plenitud. Nos entrega también algo más que antes no éramos, porque habíamos sido fragmentados, porque cuando llegábamos a ser, no había espejo que nos contemplara, ni había cáliz que contuviera nuestra sangre toda.

Después de haber vivido la experiencia de la otredad salvada y vencida por lo inexorable, el amor, que se revela por encima de cualquier pensamiento, de cualquier medida, el hombre se encuentra íntegro ante sí  y adquiere la “conciencia cósmica que nace de una compenetración del fondo más profundo del individuo con la vida de todos los seres y con el universo”, esa conciencia a la cual se refiere Rafael Cadenas en el prefacio a su traducción de algunos fragmentos de Walt Whitman (Conversaciones). Me gusta pensar que cuando Cadenas se refiere a esa “conciencia cósmica”, se describe también a sí mismo.

Y el poeta deja de verse separado, fragmentado, solo de toda soledad, porque posa el pie en la experiencia única, irrepetible, imborrable de ser uno con la vida, de ser vida en la Vida.

No es el éxtasis de los amantes la única vía del encuentro con la totalidad. Recordemos a San Juan de la Cruz: “Sin arrimo y con arrimo / sin luz y a oscuras viviendo / todo me voy consumiendo. / Mi alma está desasida / de toda cosa criada / y sobre sí, levantada / y en una sabrosa vida / sólo a su Dios arrimada”. La agonía y el éxtasis del fraile Juan florece en la unión con el Amado.

Voluptuosa experiencia irreversible, “restaurada inocencia”, florecimiento “en un abismo”, el abismo del ser. Cadenas invita a “Vivir / en el sabor de ser”.

 

Y nos  confiesa:

 

“Solo he conocido la libertad por instantes, cuando me volvía de repente cuerpo”. Manera de decir, con prontitud de lenguaje, haber encontrado un rostro ajeno que lo refleja íntegro y le permite ser con absoluta libertad, porque decir cuerpo es decir un todo, es no estar escindido en esas incómodas, a veces penosas categorías del cuerpo y el alma. Versos que ya son míos y de todo aquel que sea tocado por ellos. Palabras que conducen al resplandor, magnífico y terrible, de entregarnos al abrazo del origen:

 

“Y ella lo obligó a la más honda encuesta,

A preguntarse qué era en realidad suyo.

Después lo tomó en sus manos

Y fue formando su rostro

(…)

y lo devolvió a los brazos del origen”.     

                    (Amante)

 

Importancia del Lenguaje

 

En 1984 Cadenas escribe: “(…) La situación de deterioro que he descrito de manera muy sucinta tiene graves consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad (…) lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje (…)”. Nunca como hoy tiene validez esta aseveración, cuando la falsedad  se extiende cada vez más en casi todos los ámbitos.

Estamos ante una de las reflexiones esenciales contenidas en este libro. Un lenguaje deficiente y empobrecido hace a un pueblo esclavo de la ignorancia. Con frecuencia recuerdo las palabras del profesor de Fonética Higgins, personaje de la obra Pigmalión de Bernard Shaw, que se conduele amargamente de la joven vendedora de flores por su “espantosa” manera de hablar, con graves errores en la pronunciación del idioma inglés. Él asegura que si tuviera ocasión de enseñarle a expresarse correctamente, la joven se convertiría en una dama capaz de ser la dueña de una floristería. No es asunto de afincarse en el sentido utilitario de dominar una lengua, más bien se trata del dolor que causa el incomprensible desprecio por aquello que nos es más ínsito. No amar el lenguaje es dejar de amarnos a nosotros mismos.

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