Por ROMAIN NADAL*
La muy recordada Lía Bermúdez, quien nos dejó hace justo un año, decía de Jesús Soto que al salir de la Escuela de Artes Plásticas de Maracaibo que dirigía (apenas en 1947) « Él vivía una angustia porque intuía que había algo más, por eso se planteó ver qué pasaba en el mundo de la plástica. Fue así como hizo sus maletas y se fue a Francia» (Jesús Soto en Maracaibo, BOD, 2002, J. Ollier ed).
Jesús Soto es un artista plástico venezolano de los más trascendentes, de los más influyentes y de los más representativos de su país en el mundo. Sus obras son icónicas de Venezuela, como la famosa Esfera que todos admiramos o miramos con curiosidad desde el autopista de Caracas, sus Penetrables, o el techo de la Escalera del Teatro Teresa Carreño. Son icónicas de una época cuando Caracas se abría a la verticalidad y a la transparencia, a la toma estética del espacio público, a la velocidad y al movimiento.
Para un embajador de Francia la tentación podría ser grande de considerar a Soto como un artista francés. Desarrolló la mayor parte de su vida en París, creó sus primeras obras cinéticas en la Galerie Denise René (Spirale, 1955), y su primer penetrable en el paláis de Tokyo (1969), compartió allí con los grandes maestros de su tiempo quienes llegaron a ser sus amigos (como por ejemplo Yves Klein), recibió la médaille des Arts et des lettres au rang de Chevalier otorgada por el ministerio francés de la cultura, y decidió reposar en el cementerio del Père Lachaise para la eternidad.
Pero Jesús Soto fue un artista venezolano porque hasta su último soplo recordó el río de su infancia en Ciudad Bolívar, y porque ha llevado en alto el color y la musicalidad tan venezolana de su obra a lo largo y a lo ancho del mundo, en la exposición universal de Bruselas (1958), la Bienal de Venecia (1966) o la Sede la Unesco (1970). De hecho, sigue inspirando a la joven generación como a Elias Crespin, quien instaló recién (2020) una Onde du Midi en la escalera epónima del Palais du Louvres en París.
No suelo abundar en la dudosa acaparación nacionalista de las artes. Sin ser especialista, suelo considerar al artista como un viajero, un mediador del tiempo y del espacio. Juvenal Ravelo nos recuerda que la primera idea cinética fue creada en 1920 por Naum Gabo en Moscú. Vasarely nació austro-húngaro. Los artistas nutren nuestros imaginarios compartidos, y Soto es de todos. Debe ser admirada en Petare como en París.
Azares de la vida, celebraremos en 2023 el centenario de dos grandes maestros de las artes plásticas y de la amistad franco-venezolana, a Jesús Soto y a Carlos Cruz Diez. Me complace por ende que el Grupo Orion tenga a bien iniciar desde las instalaciones del Cubo Negro de Caracas las celebraciones del centenario de Soto con una exposición “Homenaje al maestro” que nos brinda, citando a la curadora Tahia Rivero, “un breve itinerario cronológico que permita avizorar la magnitud de la indagación visual llevada a cabo por el maestro del movimiento”. Será el primer de varios homenajes previstos a los cuales la Embajada de Francia se honrará siempre de participar.
En una época de tensiones internacionales que pensábamos alejadas para siempre, deseo que el legado de Soto y del impenetrable misterio de su obra sea para siempre una invitación a lo que siempre fue, un diálogo entre generaciones, clases sociales y culturas.
*Embajador de Francia en Venezuela.
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