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Prestancia y autoridad genuinas

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Por MARÍA ANTONIETA FLORES

Una de las primeras asignaturas que cursé cuando ingresé al Pedagógico de Caracas fue metodología de la investigación, dictada por Rafael Ángel Rivas, quien es individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua y un riguroso profesor a quien admiro. Esta fortuita y afortunada circunstancia me llevó a dos experiencias valiosas para mi formación de investigadora y de escritora. A ambas llegué por recomendación del profesor Rivas.

La primera fue en la biblioteca de la Casa Rómulo Gallegos en su primera sede, cumplía con la labor de ser auxiliar en la biblioteca. La segunda fue en el Instituto de Filología Andrés Bello de la UCV, con el proyecto del Diccionario de venezolanismos. También allí ejercí de auxiliar de labores, mi actividad estaba ligada a la investigación, algo que amo. Había casi finalizado mis estudios para optar al grado de Profesora de Literatura y Lengua Castellana. En esa época me sentía muy cercana a los Cuentos grotescos de Pocaterra, una lectura de adolescencia que me marcó, releía la obra y me parecía magistral. Cuando me hablaron del Diccionario de venezolanismos y de María Josefina Tejera, pensé de inmediato en su libro José Rafael Pocaterra, ficción y denuncia (1975).

En la emoción y la expectativa de la primera entrevista, viene a mí una gentil María Josefina mostrándome los ficheros de madera donde se resguardaba el trabajo de Ángel Rosenblat, quien había dejado abundantes fichas con registro de venezolanismos en recortes de periódicos cuyos datos faltaban y que se necesitaban documentar, identificar la fuente de cada uno. María Josefina con sus lentes, con una belleza que remitía al color del melocotón, abría las gavetas del fichero y yo sentía que me asomaba a un misterio. Ella sacaba recortes de periódico sin identificación y me explicaba lo que tenía que hacer. Mi labor sería todo un reto. Me tocaba ir a la hemeroteca de la Academia de la Historia para ubicar esos fragmentos y traer los datos hemerográficos encontrados. La experiencia me llevó a identificar hasta los tipos de letra de los periódicos El Nacional, El Universal, Últimas Noticias, La Esfera y otros. Fue, para mí, un trabajo apasionante, un aprendizaje inmenso.  Pasaba muy poco tiempo en el Instituto. Me instalaba en la hemeroteca, disfrutaba la belleza del palacio de las Academias y, luego, una o dos veces a la semana registraba los resultados de mis pesquisas. Todavía siento el olor de esos periódicos de los años 40, 50 y 60, el mundo pasado que atrapaban. Disfrutaba esa labor.

Por lo general, iba al Instituto a las horas del mediodía, horas sin tanta actividad. Ahí estaba María Josefina Tejera en su escritorio concentrada, trabajando callada. En torno a ella había un aura de respeto con cierto temor. Supe allí que le decían Pepita.

Conversamos pocas veces. Por supuesto, aproveché la oportunidad de hablarle acerca de su libro sobre Pocaterra y, la verdad, no recuerdo de qué otros temas hablábamos, aparte de lo vinculado a los recortes de periódicos. Han pasado 35 años… Allí conocí a Violeta Urbina y a Elena Iglesias.

Si todavía sigo ejerciendo la timidez y la prudencia, en aquella época de estudiante a punto de graduarse la ejercía con mucha más intensidad. Así, me dedicaba a escuchar las pocas conversaciones que presencié entre María Josefina, Paola Bentivoglio y María Teresa Rojas, y que me hacían suspender la tarea que estaba haciendo solo para escucharlas. Y hacía bien porque eran grandes investigadoras y pioneras en los estudios de lingüística en el país. El rigor de María Josefina Tejera fue una de las cosas que tuve el privilegio de apreciar de cerca. Yo le reportaba a ella mis resultados. Admiraba su prestancia y autoridad genuinas.

En mi currículo consigné: Auxiliar de labores en el proyecto «Diccionario de venezolanismos». Enero 1986 – Junio 1986. UCV. Instituto de Filología «Andrés Bello». Un par de líneas que dicen poco de esos seis meses que marcaron mi formación. Todavía me contenta recordar haber visto en los créditos del Diccionario, casi al final, mi nombre y agradezco haber contribuido un poquito para lograr una obra tan fundamental y necesaria para nuestra lengua.

Escribo esto no sin dejar de pensar que estoy rescatando de mi memoria pequeñas vivencias cuyos significados devela el tiempo. Con seguridad, mucho otros tuvieron experiencias más enriquecedoras, más afectivas, más cercanas en torno a María Josefina Tejera. Pero supongo que, de alguna manera, represento la vivencia de muchos de lo que fueron sus alumnos o que trabajaron cerca de ella. La admiración distante es otra forma de cercanía.

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