Papel Literario

Presentación de «La concursante triste» y «Los reclamos del alma»

por El Nacional El Nacional

Leeré estas breves palabras precisamente para que sean breves. Así nos portamos como gente decente y más adelante como lo que somos…

No me sorprende si les sorprende ver a un arquitecto presentar novelas; yo también me sorprendí cuando me lo pidieron. Por eso acepté antes de que notaran su error y no pudiera festejar hoy no solo estos dos relatos tan distintos pero igualmente incitantes sino el que José Miguel siga trabajando su camino al Nobel. Doshi acaba de recibir el Pritzker con noventa cumplidos y a nuestro querido profesor Roig aún le falta para llegar a esa edad unos ¿veinte minutos…?

Paso rasante sobre las novelas que hoy se presentan (las más recientes pero seguro no las últimas del autor) porque la idea es que las compren y las lean y no arruinaré esa experiencia.

Escritas de modo casi consecutivo, entre 2015 y 17, son, ya lo dije, muy distintas en tema, estilo, tono y propósito, aunque llenas ambas de alusiones a nuestra Venezuela cotidiana y, también, preguntas universales que siguen rebotando tras el aparente fin de cada relato.

La concursante triste es más liviana; no por superficial sino por sus frases cortas y ritmo ágil. José Miguel la llama “novelita de espías”, y hay de eso; y también hay “espiítas”, pues su narrador es un chamito. Tiene, entonces, misterio mezclado con ingenuidad y hasta un toque de ciencia ficción (la madre es profesora universitaria y con ese sueldo mantiene el hogar…) y algunas referencias que no entendí del todo, como una secretaria que hace cuanto el jefe pide, llamada Tibisay, no sé por qué; o enredos con reinas de belleza, así o Roig, que concluyó esta novela hace ya casi dos años, antes que los escándalos recientes se hicieran públicos, le mete al pitoniso o él es el verdadero espía…

Los reclamos del alma es más compleja, en los dilemas que plantea, en la construcción de la historia y en los cabos que deja sueltos. Hay, otra vez, evidentes guiños a cosas conocidas, como una vehemente lideresa llamada María Carolina, un político gordito de ojos claros, verbo tan ácido como estéril y otras alusiones “incomprensibles”, mientras plantea un tema eterno y universal: la justicia. Con todas las complejas disyuntivas y ambigüedades que implica buscarla y los dobleces que la subjetividad impone a un asunto que insistimos en pretender objetivo.

No es casual y quizá hasta complementario que la primera novela se inicie con un epígrafe tomado de John Le Carré sobre la arrogante poquedad de los espías y la segunda con uno de Shakespeare sobre las heridas auto-infringidas. Pero hasta aquí mi comentario sobre las novelas, de las que hablaremos más cuando las lean.

Y es que leyendo estas y las anteriores (José Miguel dice que lleva más de quince y según Kira son con estas veintiuna, escritas y publicadas en varios idiomas y países) me imagino a mi profesor y amigo de más años de los que pienso admitir, inventando historias en su estudio, divirtiéndose con las picardías que se le ocurren para sacar al lector de la ficción y llevarlo a la realidad o viceversa, parecido a como nos paseó tantas veces a muchos de los presentes en sus clases, con todo y diapositivas invertidas, frases inconclusas, sugerencias sagaces y enunciados emocionantes.

Porque aunque presumo que varias se habrán quedado en el tintero y que por ahí vienen más, José Miguel lleva en esto ya más de treinta años, cuando publicó Recuerda Schopenhauer. En sus relatos ha tocado anécdotas, filosofía, política, ética, fogosidades, razones, extravíos, arrebatos, belleza, sacrilegios, poder, delaciones, misticismo, crudeza, diversiones, ¡de todo!

A quienes conocemos a José Miguel no nos extraña esa multiplicidad porque así han sido siempre sus clases, sus críticas de diseño, sus comentarios y sus consejos; así es él, pues. Y así también los insólitos viajes que inventa y realiza, con la aún más inexplicable anuencia de Dorila, que, encima, va y lo acompaña…

Por eso imaginarme a este hombre tejiendo historias sobre un teclado me resulta una versión distinta pero equivalente del José Miguel profesor, profesional y humano: un continuo explorador de mundos distintos que, si no los encuentra se los inventa, sumando siempre gente a esos viajes.

No es la suya, definitivamente, una actitud de viejito jubilado que, canceladas sus vivencias, se las repite a quien lo soporte. Y no es, por eso, poca ni banal esta nueva lección que nos da el profesor, sobre todo a quienes nos acercamos a una edad similar en la que, doy fe, no siempre es fácil acopiar fuerzas, plantarle cara al tiempo y decidir, si no vencer, siquiera no sucumbir.

Quizá porque hay en José Miguel mucho de la ingenuidad esperanzada de Pablo, el relator de La concursante triste, y también de las angustias existenciales de Fernando, el de Los reclamos del alma, quien afirma que “toda justicia o injusticia comienza y termina en el ser”.

Y por ahí me suena que van las indagaciones de José Miguel sobre él y su ser mientras, entre diversiones e interrogaciones, imagina historias como estas que hoy me han dado el privilegio de comentar.

Quizá la clave esté en una frase que José Miguel hace escribir a Fernando; y parafraseo: “los jóvenes tienen inquietudes que al envejecer se desvanecen en cinismo, mero cansancio sin capacidad para maravillarse ante la búsqueda”.

Roig ha hallado a través de la escritura su modo personal de mantener sus inquietudes de joven, su capacidad de maravillarse y seguir buscando y, así, no claudicar ante el cinismo falazmente maduro que solo sería cansancio ácido, olvido desesperanzado de una vida sin motivos. Una enseñanza nada menor, por cierto.

Es este el personaje a quien celebro haber conocido, poder llamarlo maestro y amigo y que, encima, me haga confesar hoy y en público lo que tanto le agradezco y admiro.

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Estas palabras fueron leídas por Enrique Larrañaga para presentar Dos novelas. “La concursante triste” .“Los reclamos del alma” de José Miguel Roig (Oscar Todtmann Editores, 2018) en la Librería Kalathos, el pasado 21 de abril.