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Pregunta sobre la poesía de Jesús Sanoja Hernández

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Por CAMILA PULGAR MACHADO

Un hombre respira el aire de “un enorme hueco”, está tendido en una “lentísima palabra” que gravita en el “desahogo del espacio” y “lo hueco crece para inflar sonidos”. Allí, ya maduro, “caballero”, “explorador”, “cazador de miedos”, “un hombre tembloroso en mitad del cielo” siente cómo “ofrécese la materia en desnuda pierna, ofuscada mirada de ángeles”. Tan alto, tan cerca del agua se descubre con cierto vértigo en un bote, “fenómeno celeste”, “turquesa a través del vidrio”, donde se palpa a sí mismo apaciblemente, colmándose de “eternidad” “en el círculo tenaz” de su bosque selvático a orillas del Orinoco. Allí está a punto de navegar el éxtasis “antes de caer el agua en el turbulento huerto de los dioses”: la flora es “bejucos”, “orquídeas”, “la esmeralda”, “las lianas”, “el bautismo de las uvas”, “la guayaba” “sustancia pulposa y ebria”, “montes y aparejos”, “piñas de color”, “moriche”. Él siente las fuerzas de “lo elevado, latido de los ángeles, más, más, más inquina en el espacio, invento del tiempo sobre matas para instalar ritmos por detrás, arriba, en las señales, mientras la música troza corolas y pone fuegos y perfumes”. “Góngora”, “Bach”.

Y abajo, “viendo el bosque”, el hombre percibe también cómo “zumban toros fantásticos”, “salen gritos de transparentes gallos”, “la sacudida en cada animal que corre”, “el papagayo dulce entre las lianas”, “el minué”, “insectos silvestres”, “el tucusito rondando su corazón de magia”, “el perico gorgorán de cielo”, todo conduce hacia “la mágica enfermedad”. Y él, “el perro de Venus”, escribe “ciertas palabras” “con la letra B” de “besos”: “biblia, balde, berrido, brote”:

La mujer brilla en forma de dos estrellas, una hacia mi pata,

otra con el tedio de anoche, con lengua y congoja.

Muy joven, puedo ser vencido, muy violento, pueden matarme,

yo, el perro de Venus, el ganado del deseo

que promueve voces contra el vestido,

ella, el leopardo fecundado que juega con una pelota en la cama,

yo, maraña ante la traición, y ella y yo,

hasta qué grupas, una rueca sin pasado y un revuelco,

y ella por cuarta vez, la verde isla,

la mágica enfermedad.

No obstante, la conciencia de este hombre maduro ya hizo “cenizas”, “lo que estorba en prisión”, y ha endurecido demasiado en “la memoria de la guerra”. Dice: “lo que escribo de noche, lo corrijo de día”.

Estoy en el poema donde aparece la única mención que Sanoja Hernández hace al título de su único poemario publicado, La mágica enfermedad (1968). Y, además, estoy en las conclusiones de mi indagatoria sobre el arte de verbo gráfico –arte en la prensa– y de impulso archivístico de este intelectual venezolano a quien considero un escritor de crónicas.

Empecé esta larga vuelta por sus materiales creyendo lo contrario, estando entonces bajo el influjo de la mitología sobre su poesía, y con la emoción de haber encontrado en su archivo casero dos poemarios inéditos. Sin embargo, y adelantando lo que considero es un resultado de esta investigación, la relación con su archivo literario conformado por materiales de naturaleza archivística además –válganme la redundancia–,  me condujo a entender que si Sanoja Hernández no escribió, no publicó más poesía, solo las dos ediciones de La mágica enfermedad (más los poemas de juventud en revistas como Cruz del Sur y Tabla Redonda), se debió a que su fascinación máxima fue producir sus escenas estéticas-políticas en el vórtice de la opinión pública.

Su escritura se sostuvo gracias al soporte de sus datos enmarcados en cuadros expresivos, breves ensayos, donde fotografiaba elementos nativos de nuestra estética y episteme pintoresca e idiosincrática, histórica y política.

En realidad, llegué a este entendimiento al punto de evitar que esta reflexión partiera de la discusión de si Sanoja fue o no sobre todo un poeta. Es decir, comencé el trabajo de escritura teniendo conmigo este resultado gracias a mi inmersión tan tangible y material: digitalizando yo misma su poesía, topándome a cada rato con silencios, poemas que sacó, botó o no escribió, en esos poemarios inéditos en los que trabajaba como si fueran rompecabezas de pocas piezas de las que, sin embargo, se perdieron varias.

Y qué distinta esta experiencia a la que yo tenía cada vez que me aproximaba al conjunto de crónicas, de sus rizomas hemerográficos; escenas de mundanidad vernácula extraídas de sus intensas incursiones en la prensa nacional. Y creadas a partir de una prosa ensayística descriptiva y literaria, curatorial, gustadora de sus cosas y sus palabras. No exagero al decir que trabajé investigando una de las mejores prosas en la historia de la opinión pública de este país, ni me interesa demostrarlo tampoco.

Pero, insisto, en cuanto a la poesía de Sanoja tuve toda una inquietud, una verdadera interrogación. No solo el mito en torno al poeta que no fue es poderoso. Sino que, añado, tiene poemas magníficos. Y de hecho esta recreación de sus versos buscan algo más que entretener.

El universo poético expresado en La mágica enfermedad posee otro orden, subrepticio al sensualismo barroco de sus imágenes, del que, además, se infiere porqué no fue sobre todo un poeta. Dice:

El deseo de dormir, el deseo de salir,

La decisión y la indecisión

y la reseña de lo que se ha hecho entre la promesa

y la verdad. El fragmento de uno mismo.

La pregunta frente a la pantalla iluminada.

Todo finalmente yerto, cadáver del tiempo

de cuyos labios no saldrá jamás una palabra.

Claro que hubo en él el referente constante de la poesía y el estudio profundo del adjetivo, los significantes, los datos esotéricos, y sus indagatorias en algunos comportamientos de la vanguardia histórica; y luego su propia vanguardia que él mismo protagoniza a partir del órgano divulgativo de Tabla Redonda. Pero no hay una vida hacia la poesía como la de Guillermo Sucre y Rafael Cadenas, manteniéndome en su generación. O sea, este poema “Objetos y sujetos” nos hace tropezar con la razón de porqué escribió en función de otras estructuras literarias. El poema es nítido: el sujeto se consume en el tiempo áspero de la historia de donde no es que no salga jamás una palabra, exactamente, sino sale otro tipo de palabra distinta al logos cosmogónico de la poesía. Sanoja prefiere las palabras y las cosas, los objetos y sujetos en estadios, tal vez, previos al viaje metafórico de la imago que metamorfosea la gravedad histórica y política.

Es decir, los ritornelos de Sanoja —los que más se acumulan en su producción estética— se asientan en la morada del ethos civil; y no realizan la operación cosmogónica de toda gran poesía. Porque el arconte lo quiere así, además. Porque allí, en ese rigor existencial, gusta más que guardar, gusta retener las marcas de la intelectualidad criolla para luego, entre diversas líneas de fuga de sus materialismos, componer sus dispositivos periodísticos de orden literario con que educa a la opinión pública de un país lector.

El interés originario o el más persistente de Sanoja está allí, en lo que circula “en el ciclo terrible del escritor venezolano formado en el clima asfixiante de las dictaduras”; y “en el fondo, el país sin memoria”. Este devenir que cumple Pío Tamayo, por mencionar a uno de la lista, es, en principio, el de los revolucionarios: “contaminación en plena adolescencia, persecución, exilio, vuelta a la patria, cárcel, enfermedad, muerte” (cito al autor). Pero, incluso, la obsesión del archivista por coleccionar las pistas de los itinerarios personológicos de estos intelectuales nuestros sobrepasa la división ideológica. Sanoja asedia otros circuitos como el de Picón Salas, Uslar Pietri, Liscano, Gerbasi. En verdad, casi cualquier ensayo suyo sobre los intelectuales del país está diseñado, ha sido pensado, a partir de la reunión de huellas cronológicas, objetos, sujetos y palabras que deambularon en vectores de existencia específicos de estas inteligencias. Destino y estilo son una pareja o foco de sentido en las fotos existenciales que Sanoja construyó con el poder captador de su prosa detectivesca de verbo hemerográfico.

*Este ensayo forma parte de la tesis doctoral de la autora, que puede leerse en https://archivosanoja.wixsite.com/jesussanojahernandez.


La sobria distancia

Blanca Strepponi

En nuestros tiempos escépticos pocas personas despiertan unánime respeto. Una de ellas es Jesús Sanoja Hernández. Una mirada sensible percibe en él una experiencia de vida que no ha sido ajena al dolor y que sin embargo lo ha preservado de todo resentimiento. ¿Es un hombre sabio entonces? ¿Es un hombre sabio aquel que ejerce su libertad sin perder ecuanimidad? ¿Es signo de sabiduría el que la propia erudición no impida escuchar al otro? ¿Es signo de sabiduría mantener una sobria distancia ante el mundo? Yo, que me siento cada vez más incapacitada para responder a preguntas de importancia, sólo puedo decir que tener la oportunidad de conocer al profesor Sanoja,  como muchos lo llamamos con deferencia, es un privilegio.


*Publicado en el Papel Literario, edición del 18 de enero de 1998, primera entrega de la Serie 50 Imprescindibles.

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