Papel Literario

Pregones peruanos, una ventana a la oralidad y a la musicalidad

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Por LUCIANA KUBE TAMAYO

En el Perú del siglo XIX es ya ampliamente conocido que sucedían un sinfín de eventos interesantes, en los que las costumbres y tradiciones se hacen visibles. De hecho, se trata de una era cautivadora por su diversidad. Entre todos sus atractivos están a mi entender los panoramas sonoros de la ciudad de Lima. Este es un tema que en tiempos recientes ha cobrado cada vez más vida, a partir de la publicación de Coros mestizos del inca Garcilaso: resonancias andinas de José Antonio Mazzotti y antes de él, la investigación de Murray Schafer sobre el paisaje sonoro o soundscape, que constituye un primer contacto con la otredad, en el que destaca el extraordinario poder de evocación de los soundscapes (Krause Wild XI).

Entre todos estos sonidos que ocurren en la ciudad durante el siglo XIX, me interesa el de los pregoneros, que con su canto y su declamación conforman una de esas voces dentro de la policoralidad colonial. Es un sujeto mestizo que recorre la ciudad de forma independiente, que puede ir y venir siendo testigo no intencional de los avatares que suceden en esa “ciudad letrada”, a la que ya nos acostumbramos gracias a Ángel Rama. El pregonero es un ser capaz de improvisar en muchos sentidos, porque muda su recorrido según las circunstancias, modifica su letra o su melodía con base en el comportamiento de los compradores reales o potenciales y se ajusta al horario en que puede colocar su mercancía. Esto le hace ser cambiante, adaptable y versátil, ya que muchas veces está en el entorno rural, donde están los cultivos, en la periferia, y se desplaza para vender hacia el entorno urbano.

El investigador Cristóbal Díaz Ayala en su libro Historia del pregón musical latinoamericano nos aporta un panorama muy completo del desarrollo de este oficio, partiendo desde el puerto de El Pireo en la Grecia clásica hasta el siglo XX. En el apartado que dedica a Perú, relata cómo el agua fue el primer producto que comenzó a ser vendido a través del “pregón comercial ambulante” en Lima, en tiempos de la fundación de la ciudad (64) por un grupo de negros libertos. Cobraban medio real de plata por dos pipas de agua, o por lo que llamaban “por viaje”. Entre sus estrictas normas estaba la de regar las plazas limeñas y la lamentable rutina de ejecutar la quincenal matanza de perros. Llegaban a golpe de campanilla, la cual sonaba a cada paso del asno sobre el cual llevaban su carga (65). Su patrono era San Benito y lo festejaban en la iglesia de San Francisco.

En su famosa tradición Con días y ollas venceremos (1821), Ricardo Palma habla de diversos pregoneros, que a cada hora del día pasaban, erigiéndose como los confiables medidores del tiempo de la ciudad: “Casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregón de los vendedores ambulantes” (38). Comenzaba la lechera a las seis de la mañana, la tisanera y la chichera a las siete, el ollero, el bizcochero y la vendedora de leche-vinagre a las ocho, a las nueve la vendedora de zanguito de ñajú y choncholíes, la tamalera a las diez, a las once se vendía melón, y por otro lado ranfañote, cocada, bocado de rey, chancaquitas de cancha y de maní y fréjoles colados. A las doce, el frutero y el vendedor de empanaditas de picadillo. A la una, el ante con ante, la arrocera y el alfajorero, a las dos la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo. Las tres era la hora del melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito. A las cuatro, la picantera y el vendedor de la piñita de nuez. A las cinco, el jazminero, el vendedor de caramanducas y el de las flores de trapo. A las seis, el raicero y el galletero. A las siete, el caramelero. La mazamorrera y la champucera. A las ocho, el heladero y el barquillero. A las nueve, el animero o sacristán pidiendo limosna y a las diez el clásico sereno.

En esta deliciosa enumeración pueden verse los gustos y hábitos de consumo del ciudadano limeño de la época, que en torno al mercado y por las calles desarrollaba su vida social. Lo espacial y lo social están inexorablemente ligados, tal como lo apunta Geoffrey Baker en su libro Imposing Harmony. Parte de su análisis sobre el Cuzco colonial, pero lo amplía a todos los espacios. En su otro libro, junto a Tess Knighton, Music and Urban Society in Latin America sigue la huella de La ciudad letrada de Ángel Rama. En esta investigación, ellos y otros ensayistas dilucidan acerca de cómo la música ha moldeado la experiencia urbana (Baker 1). En el caso de los pregoneros limeños del siglo XIX es particularmente importante ver su movilidad dentro del ámbito de la ciudad y cómo sus líneas melódicas libres son parte vital del panorama sonoro o soundscape de la ciudad.

Los vendedores, en su mayoría mestizos y mulatos, representan con sus pregones un “sincretismo conductual” (25), término acuñado por José Antonio Mazzotti en Los coros mestizos del Inca Garcilaso. Resonancias andinas. Las voces de los pregoneros se alternan y el discurso mestizo que conforman va cambiando y adaptándose a través de ese performance que es el que logra la venta gracias a esa frase, ese verso y esa melodía interpretada. Las horas del día que marcan la llegada de los productos básicos de consumo para la familia limeña marcan entre ellas un ritmo, no sólo de consumo, sino un ritmo vital, cuya constancia constituye el panorama sonoro de la cotidianeidad del ciudadano, del encuentro con su ciudad. Los momentos espléndidos del baile de la zamacueca o de los valses de salón marcan otro tipo de ritmo, más esporádico, y definen dinámicas culturales, pero los pregones son el día a día que rodea al hogar, que transita por las calles.

La identidad es sobre todo “performativa, híbrida y fluida” para el sujeto colonial, según Mabel Moraña (55). El texto de Palma tiene una funcionalidad social y un rol en el proceso identitario, ejercida por negros libertos, criollos y mestizos, representa las voces que pueden ser. Según Yolanda Martínez San-Miguel, “marginales y centrales, subalternas y hegemónicas (171). El vendedor que pregona es un intérprete que toma decisiones, que decide su ruta, el producto a vender, el precio que va a cobrar y, lo que resulta más apasionante, lo que va a decir hablando y cantando, declamando para hacerse sentir. Esto ha sido así por generaciones y siguen surgiendo alternativas para la improvisación callejera a pesar de los cambios tecnológicos y de los hábitos de consumo en las grandes ciudades.


Trabajos citados

Díaz Ayala, Cristóbal. Si te quieres por el pico divertir: Historia del pregón musical latinoamericano. Editorial Cubanacán, San Juan, 1988.

Krause, Bernie. Wild Soundscapes: Discovering the Voice of the Natural World. Yale University

Press, New Haven, 2016.

Martínez San Miguel, Yolanda. From Lack to Excess : «Minor» Readings of Latin American

Colonial Discourse. Bucknell University Press, Lewisburg, 2008

Moraña, Mabel. Crítica impura: estudios de literatura y cultura latinoamericanos.

Iberoamericana, 2004.

Palma, Ricardo. Tradiciones Peruanas. Lima, Editorial Universo, 1950.