Apóyanos

«Precario»

Entre 2014 y 2018, al trabajar en el conjunto de piezas reunidas en la exposición “Precario”, Xiomara Jiménez fue tomando notas que son, al mismo tiempo, la conjunción reflexiva y emocional de su trabajo creativo. Ofrecemos apenas una mínima sección del conjunto. “Precario” se puede ver en la sala La Caja 1 del Centro Cultural Chacao

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Sobre el arte y la creación

Siempre he sentido una gran fascinación por los colores puros, los planos, la línea y los espacios depurados, a veces incluso, me gustaría haber elegido el camino de las formas límpidas y el íntimo placer que produce componer imágenes simples, silenciosas y bellas por su sola presencia. Pero resulta que no puedo hablar sino de lo que me incomoda; miro el ángulo crispado de las cosas y mi imaginación toma el rumbo de aquello que se anuda y forma una tensión o una fractura humana. Creo firmemente que desde allí es posible comenzar a construir algo.

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Apuntes

Camino entre cartones, camino quebrada. Realizar una indagación sobre la miseria, algo que parece estar en medio del basurero, es un trabajo que por momentos me desborda. La sola imagen me resulta desagradable. Aún no sé muy bien qué sentido tiene este hacer que luce sin destino, o peor, cuyo destino podría ser su desaparición. Lo efímero de todo este material, su descomposición, su desintegración, su pérdida. Con eso forcejeo. Sin embargo, tratando de recuperar alguna dirección, pienso que es necesario preguntarse cuánto de cierto tendrá eso de hablar sobre una cultura de la pobreza, hacerse una imagen de la fragilidad y del deterioro, hacérsela, incluso, desde el lugar mismo de la fragilidad y del deterioro, no en balde vivimos traspasados por esa realidad.

A veces cuando estoy pintando sobre las malditas cajas descubro zonas de agobio, el proyecto se me torna repetitivo, cansón. La caja se ha convertido en soporte y en argumento, por momentos me entusiasma el “hallazgo”, pero no deja de tirarme para atrás. Marginalidad, precariedad, deterioro, suciedad, basura, mugre; un mundo asfixiante que tiene el poder de lo expansivo por obra de la misma repetición: los elementos comienzan a repetirse y sorpresivamente se reducen a las mismas cosas, el desecho, la destrucción. Aunque a la vez, por esa misma razón de lo abarcante, también ocurre que van abriéndose hacia un universo más cósmico. A menudo me asalta la duda, ¿el proyecto será demasiado realista, figurativo, ilustrativo, un calco extremadamente evidente de realidad? Me calmo y entonces trato de mirarlo con distancia apelando tal vez al extrañamiento, pretendiendo dar con la idea de que en esos “bordes” encontraré un verdadero espesor. Se cruza también otro concepto: componer sobre una estética de lo inestable, poder descubrir en esas representaciones algo distinto a ese feísmo que no sea un vano embellecimiento.

Una mañana recordé un programa de televisión en el que un presentador hablaba sobre “la fuerza de agarre”. El asunto discurría más o menos así: en las manos está nuestro principal instrumento de sujeción a la vida, y en la medida en que las fortifiquemos mayor será el poder para sujetarnos. Se ofrecía una serie de consejos, ejercicios y demostraciones sobre cómo tener más fuerza en las manos; sostenernos, decía el conductor del espacio, puede salvarnos de una caída peligrosa. De inmediato fui a contárselo a mi mamá, que con los años va perdiendo habilidades para aferrase y a veces luce un desprendimiento casi santo, para prevenirla frente al riesgo de un resbalón. Tienes que sostenerte al bajar o subir escaleras, asirte, le pedí a mi mamá. Mi amiga Michaelle Ascencio dijo algo que me interesó sobre el asunto: en la madurez uno debe tener algo a lo que sujetarse.

Me pregunto: ¿qué ocurre cuando aquello que sostiene –amarra, aferra– es demasiado frágil? El trabajo que estoy desarrollando, que está en proceso porque sé que tiene un nudo más allá de lo evidente, está sometido a soportes demasiado vulnerables por lo que corro el riesgo de que las piezas se corrompan tempranamente. Eso es terrible porque un artista tiene el sueño de producir obras que perduren en el tiempo para dialogar o simplemente debido a que tienen un propósito. Estos asuntos me confrontan por partida doble con otra cuestión: la incertidumbre.

Mi esposo me ha dicho mientras desayunábamos (nuestra mesa del pequeño comedor está llena de estos objetos con los que compartimos de manera cotidiana) que esta obra es como un descenso. ¿Tal vez un tránsito al infierno? Permanentemente confronto la tensión del objeto que intento que se sostenga: sello con tirros, cintas pegantes, uso implementos para embalaje. Trato de resolver los problemas plásticos que van surgiendo agarrada a la idea de una “estética de lo sucio”, pero el material se rebela y muestra su delgado equilibrio rebajándose hacia la dirección contraria, desbaratando poco a poco lo que había logrado levantar.

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La precariedad que se ha ido mimetizando con el paisaje

Los peatones que atraviesan mortales autopistas como si se tratara de calles muy seguras.

Enormes basureros que crecen a orillas de cualquier camino.

Las bolsas plásticas negras que vuelan por los aires como globos aerostáticos.

Familias de hasta tres personas y un bebé que viajan en moto.

Los miles de cables atravesados de banda a banda en lo alto de los postes eléctricos de esta ciudad, líneas increíbles que forman una enrevesada trama de dibujos arracimados.

La imagen de un trabajador sentado en la acera, a pleno sol, almorzando lo que ha llevado consigo en un envase plástico: pasta, arroz y un copo de fritura rojiza en donde se divisa algo sólido e indefinido.

Niños muy pequeños que caminan al borde de las vías por donde transitan busetas de pasajeros, carros destartalados, veloces motos o algún camión de volteo. Nunca he sabido por qué van tan solitos llevando sobre sus hombros botellas o pesadas bolsas.

La preñez de las niñas es una escena que encoge el alma.

Tuberías de aguas negras y servidas donde codos y recodos se van añadiendo por encima de cualquier superficie hasta desembocar en alguna toma o desaguadero. Por lo general, la vía pública termina siendo el lugar hacia donde borbotea un raudal de agua jabonosa y pestilente.

La música estridente, continua: una compañía permanente que se interpone e impide cualquier diálogo.

Un maestro que grita a los niños en la clase.

La poltrona sucia y destartalada que lleva meses abandonada a un lado de la calle.

El hueco de la avenida que fue reparado y se ha vuelto a romper, y que volvió a taparse y ahora está abierto.

Una cola de gente apretujada contra el muro de un supermercado esperando que abran para comprar comida, jabón, leche, toallas sanitarias, pasta de dientes o cualquier otro artículo corriente regulado.

Una mujer embarazada que mira con tristeza su barriga. Me dice que es su séptimo hijo.

Techos de zinc.

Paredes sin frisar.

Rejas.

Escalinatas.

Cabillas que se elevan en lo alto de las platabandas e insinúan la próxima pieza que la familia construirá pero, mientras eso ocurre, la estructura muestra su desnudez metálica que progresivamente se va oxidando.

Materiales apilados que reposan en la vía.

La agresión de los motorizados que se atraviesan en las autopistas, en las esquinas, en las aceras. Ahora les ha dado por conducir con los faros apagados.

Un tobo azul de plástico que permanece lleno en el baño para auxiliar la perenne falta de agua.

El chofer de la camioneta por puesto que viaja a toda velocidad encandilando con sus faros al conductor de adelante para que se aparte de su camino. Los pasajeros apenas si pueden sostenerse de las barandas.

Lo que queda de un perro atropellado en la vía, su cuero reseco.

La banda de asaltantes armada de palos y tubos destrozando los parabrisas de cientos de carros detenidos en una larga cola la noche de un viernes, cuando la gente regresaba a sus casas luego de una semana de trabajo.

Una familia que busca comida entre los desperdicios abandonados en bolsas negras junto al poste de la esquina en una urbanización de la ciudad.

Las torres de materiales acodados que crecen como las cajas de cartón sobre las que pinto.

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Acumulación, enumeración

Dos elementos que se asemejan, o al menos se encuentran cercanos a una explicación sobre la precariedad, sobre el mundo que se forma y crece a partir de la acumulación de cosas superpuestas, capas, despojos y cúmulos con trozos indescifrables que trato de inventariar en un listado de enumeraciones que parece expandirse cada vez más. Lo cierto es que la pobreza no es una sola cosa precisa y redonda.

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