Por ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZA
Luis Gerardo Mármol Bosch en más de una oportunidad ha dicho que titulará toda su obra con la palabra Entusiasmos. Por eso quiero traer a cuento dos fragmentos de una conversación con el autor publicada —hace varios años ya— en la revista Poesía: “He pensado dar el nombre de Entusiasmos al conjunto de mi obra poética, un poco a la manera de Baudelaire, Whitman, Pound, Guillén o Juarroz. El término ‘entusiasmo’ no debiera tomarse por una suerte de manía o euforia más o menos incontrolada o banal, monocromática y monocorde. Esta palabra griega podría traducirse más o menos literalmente como ‘estar en Dios’. Es inconmensurable la cifra de estados o movimientos del alma y del espíritu que el rapto anima o desencadena. ¿Cómo podría entenderse una palabra como ‘entusiasmo’ de manera unívoca?”.
“No me interesa la poesía sino como arte y oficio tradicional. Como conocimiento tradicional, vale decir, ciencia sagrada. Como el camino de la interioridad, que es el significado primigenio de la palabra esoterismo. Más aún, estoy convencido de algo que a más de uno le resultará una contradicción ofensiva (un escándalo, diría San Pablo), cuando no un ridículo juego de palabras: quienes actúan de acuerdo con el verdadero espíritu tradicional son los más innovadores, los más originales. La explicación de la aparente paradoja es de una sencillez pasmosa: sólo quien tiene acceso al conocimiento tradicional puede, a su vez, conocerse a sí mismo”.
La poesía de Mármol Bosch hace de la pregunta —y todos los ecos que suscita— su principal medio expresivo. En el campo de la retórica se suele hablar de una figura llamada erotema y tiene que ver con el arte de inquirir constantemente para obtener el conocimiento buscado. Bien puede decirse que en este rasgo —muy mayéutico, presente en los textos sagrados y los Diálogos platónicos— se asientan sus libros hasta ahora editados —Sueño de un día, Purgatorio, Entusiasmos, ahora El tercer libro de los entusiasmos— y buena parte de su obra (ocho libros inéditos y otro más en proceso de composición).
Las preguntas que emanan de su poesía vienen a ser una suerte de principio axial. Así el poeta abarca una amplia variedad de registros: desde la síntesis aforística, la contestación, la glosa y la conversación, hasta el poema de largo aliento, en ocasiones muy cercano al monólogo interior. Y más que las preguntas, Mármol Bosch se adentra en sus preguntas, las más entrañables, las que llevan dentro de sí muchos asentimientos, exclamaciones y desarrollos de considerable prominencia metafórica, siempre con una dicción líricamente honda, sensorial, analógica. El poema, para Mármol Bosch, más que el desarrollo de una exclamación, como lo proponía Paul Valéry, suele encerrar preguntas que van ramificándose y expandiéndose. Un pasaje de El tercer libro de los entusiasmos lo hace evidente: “¿Quién hace preguntas/cuando celebran sus bodas el Cielo y la Tierra?”. Insisto: las repercusiones de sus preguntas le sirven de basso continuo y punto de gravitación. Vale ahora recordar un verso de Entusiasmos: “¿Cómo puede hacerse el entusiasmo tantas preguntas?”. Este particular motivo impregna buena parte de una poesía que se las juega entre los estados más exaltados y cierto tono melancólico, bluesy. Bien puede aparecer a la hora de hacer una meditación de los árboles y el mar (dos de sus paisajes imaginales preferidos), el amor carnal y divino, la charla con el amigo que se cruza en el camino y el poeta leído, al que necesita decirle algo. Esta vertiente se asoma con claridad en El tercer libro de los entusiasmos cuando Mármol Bosch dialoga con la más antigua poesía china y otro poeta y matemático muy admirado por él: Omar Khayam. Ante la muy eventual extrañeza —¡todavía!— de ciertos lectores por la combinación de estas vocaciones en un creador, habría que recordar las palabras de Saint-John Perse cuando ganó el Premio Nobel en 1960. El científico y el poeta, enfatizaba el antillano, “sostienen la misma interrogación sobre un mismo abismo, y únicamente difieren sus modos de investigación”. Por esta vía ocurren asentimientos y epifanías ante los paisajes más frecuentados por el poeta. También puede ocurrir que las preguntas cesan, le abren paso a profundas comprensiones interiores y en una bella vuelta paradójica se pueden convertir en exclamaciones y afirmaciones. Ya lo apuntó Santos López en la addenda que le hace a Entusiasmos: la poesía de Mármol Bosch expresa “un madurado lenguaje del alma”. Se trata de un poeta que busca y vive, así lo ha dicho López, “el arrebato de la luz”.
De repasar algunas de las preguntas que recorren El tercer libro de los entusiasmos, por ejemplo, es posible ver que siempre encierran muchos misterios. El poema los va desplegando en el discurrir de sus imágenes: “¿Podremos decir que el mundo derrota a la historia, finalmente, /si andamos por un barrio que es nuestra alma?”. Más adelante reincide: “¿Cómo olvidar la lección del giróvago, /el que habita el Templo que es todos los templos?”. Por este camino es posible entrever que el leit motiv de la pregunta le abre paso a la agudeza del epigrama y las contemplaciones de la naturaleza: “¿No es el Amor más que el firmamento?”, “¿Es también la mar el brillo de una flecha?”, “¿De qué color es el fuego que acariciamos?”.
Y en estos avances el poeta comienza a tantear el terreno del mito. Lo noto particularmente en tres ocasiones: “¿Eres Parsifal u Odiseo? /¡Vaya pregunta! ¿No podrías ser ambos?”, “¿Por qué el laúd de Orfeo amansa las fieras/y a la vez las excita?”, “¿Qué tinajas de piedra, blancas como cúpulas, como la luz del día, /guardan el agua de Proteo?”.
Los rasgos anteriormente evocados, decía más arriba, se asoman con nitidez ya desde Sueño de un día y particularmente en “Canción báquica de la serenidad de la tierra”. Aquí Mármol Bosch comienza a darle forma a su camino en la poesía con una dicción sutilmente lúcida y de largo aliento que no reniega de las expresiones culturales más populares, ni de los tesoros que hay en el cancionero venezolano. No es azar que manifieste en las notas eruditas de El tercer libro de los entusiasmos su cercanía con Luis Felipe Ramón y Rivera.
Hay en la poesía de Mármol Bosch momentos de una embriaguez claramente dionisíaca, pero ese vino al que tanto alude y que dice probar es también otro; impregnado de sabiduría metafísica, se va destilando de manera dosificada en muchos de sus poemas. En muchas ocasiones, de hecho, la voz del poeta pareciera sugerir que va cantando mientras liba y camina: pareciera, por momentos, adentrarse en profundos monólogos interiores (en el fondo está siguiendo la máxima de Antonio Machado: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”). Este sentido de ir cantando un tanto embriagado por los caminos hace recordar un poema de Friedrich von Schiller: “El paseo”.
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