Por ALONSO MOLEIRO
El punto de partida de aquel desafortunado período lo constituyeron los prolongados disturbios y motines de los días 27 y 28 de febrero y 1 de marzo de 1989. Su momento culminante fue el parto que hizo posible el ingreso de Hugo Chávez a la política venezolana con los dos golpes militares por él acaudillados en 1992, aclamados inicialmente por buena parte de la sociedad.
En la gesta de estas dos fechas, que forman parte del marco que tutela el atraso cultural y político actual del país, quedaron sepultadas, al menos de momento, las aspiraciones para sacar a Venezuela del subdesarrollo. En La nación incivil hemos querido determinar en qué momento los problemas de Venezuela, que parecían manejables, comenzaron a agravarse tanto como para alimentar el huracán de la tragedia histórica actual. ¿Cuándo fue que la paz, la confianza, la tranquilidad, la estabilidad, el bienestar se acabaron como una sensación nacional?
Quisimos, de manera muy especial, hacer un análisis detallado de la secuencia de sucesos que comprendieron el estallido social conocido como Caracazo, y calibrar sus secuelas como nudo gordiano de la avería causada al proyecto democrático venezolano del siglo XX. Su papel como punto de partida que potenció la descomposición, el hampa, la violencia, la anomia, la rapiña… la nación incivil. Hemos procurado desprender aquellos hechos de las imposturas y los añadidos del credo político-religioso del chavismo e intentar ubicar su circunstancia dentro de un marco interpretativo equidistante y cabal.
Parte de la tesis de este libro sostiene que Hugo Chávez se apropia tendenciosamente de la narrativa oficial del sacudón porque la democracia no le había construido ninguna, y porque las gravísimas violaciones a los derechos humanos que tuvieron lugar esos días, que no fueron metabolizadas por el país democrático, y que se perpetraron en contra de personas inocentes, apagaron el fervor popular hacia el régimen representativo de partidos.
Últimamente se ha impuesto sobre el Caracazo la aérea certeza según la cual su desarrollo fue provocado por fuerzas subversivas, castristas o prechavistas, de forma deliberada, y que con esa conclusión ya es suficiente para cerrar su expediente histórico. Es una reflexión que a veces parece asumida para no encararse con los hechos y liberarse de sus conclusiones más complejas. En La nación incivil hicimos lo posible por desentrañar la matriz de esta diagonal interpretación, descartada como una hipótesis por la mayoría de la sociedad venezolana de aquel entonces. El Caracazo fue un accidente histórico cuyo desarrollo debe ser comprendido más allá de las simplificaciones y los panfletos. Será necesario deconstruir la anatomía de su instante, parafraseando al escritor español Javier Cercas.
Ya en el poder, Chávez desarrolla políticamente los componentes del 27-F y los valida como una hipótesis permanente frente a la población, los acopla como tesis, los muestra como un instrumento de asedio. Los glorifica y los recrea, los incorpora a la cultura política del país como una de sus palancas en la promoción de la conflictividad social. Estas esquirlas serán parte de los fundamentos constitutivos del producto político de la revolución bolivariana, insumo del marco cotidiano del país, en el cual se hacen ascos del pacto político y se escamotea todos los días el contenido de la Constitución Nacional. Han ingresado a las entrañas del Estado y hoy forman parte del pensamiento militar nacional.
La nación incivil es, pues, esta Venezuela de hoy, tan diferente a la del pasado, secuestrada y desnaturalizada. La hija del crimen histórico cometido por el chavo-madurismo luego del fracaso de la democracia: militar, militarizada, cívico-militar, armada, policial, conflictiva, parapolicial, sin placas, paramilitar, arisca, insegura, sin leyes, sin Estado de derecho. Dispuesta a saquear. El país de la rapiña social en el contexto revolucionario. La Venezuela que rompió con el pacto cívico, el respeto a la diferencia, el escrúpulo por lo público, el valor de la propiedad ajena, y que sale a la calle a imponerse por la fuerza y el malandraje. Que no vino a pensar en los demás, sino a atender sus propios impulsos.
El Caracazo fue un suceso al que la Venezuela democrática pretendió minimizar durante mucho tiempo. Sus consecuencias, por el contrario, deberían continuar siendo estudiadas en el futuro. No hay un solo político de la democracia que haya podido hacerse cargo de la herencia del Sacudón. Buena parte de la sociedad nacional se pasó años, décadas, haciendo una interpretación un poco desprolija, algo deshumanizada de sus consecuencias. Muchas personas consideraban aquellos muertos y fosas comunes de seres humanos inocentes registros inevitables para restaurar el orden.
El 27-F fue el día en el cual fracasó la democracia. Sus cicatrices fueron tan hondas que con ellos cristalizó definitivamente el movimiento de derechos humanos del país.
Presentamos acá unos perfiles de Carlos Andrés Pérez, Arturo Uslar Pietri, Rafael Caldera y José Vicente Rangel, personajes fundamentales de la sociedad nacional de la segunda mitad del siglo XX, para poner en contexto la responsabilidad que tuvieron en el tránsito de aquella a esta Venezuela.
He escrito estas páginas bajo la absoluta convicción personal de que en algún momento nuestro país podrá rehacer su pacto republicano, recobrar su dignidad y superar este oscuro momento, restaurando el voto, la alternabilidad política y la soberanía popular. Pienso que la sociedad venezolana está lista para recomponer su democracia, que los grandes valores del chavismo han entrado en crisis para las mayorías y que el país solo necesita una oportunidad para expresarse sin presiones ni engañifas.
Reconstruir la convivencia desde el poder reconociendo y asumiendo los errores del pasado le abrirá las puertas a un complejo período que demandará un verdadero acuerdo de unidad nacional. Derrotar al chavismo y liberarse definitivamente de su oscura influencia es un horizonte que exige neutralizar sus efectos y su conflictividad, pero también tener completamente claro cuáles son aquellos errores que no se pueden volver a cometer en un régimen de derecho. El país está obligado a revisar de forma más exigente el trienio 1989-1992, ahora que media una cantidad de tiempo suficiente para establecer un juicio sereno sobre sus contenidos y consecuencias.
El estudio del fatídico lapso 1989-1992 tiene ya importantes trabajos periodísticos y obras escritas publicadas en estos años, animadas por la curiosidad intelectual y el interés en ofrecer una relectura veraz de nuestro turbulento pasado reciente. Muy especialmente. Del Viernes Negro al Referendo Revocatorio, de Margarita López Maya; La rebelión de los náufragos, de Mirta Rivero; La democracia traicionada, de Carlos Raúl Hernández y Luis Emilio Rondón, y 4’F, el espejo roto, de Gustavo Tarre Briceño. Considero que estos materiales son lectura obligada como punto de partida en la comprensión de la crisis que hundió a nuestra democracia. Esta entrega procura hacer suyos parte de los hallazgos de esos libros y propone el concurso de otros factores, la influencia de otros desarrollos no del todo analizados en el lienzo de aquel naufragio.
Quise hacer este recorrido, una crónica periodística en clave de ensayo en torno al momento en el cual se creó la génesis de la fosa venezolana actual. No es este un libro de testimonios, ni una colección de fotos, ni una suma documental de experiencias con nombres y rostros. No. Quise hacer un examen exhaustivo de las consecuencias del Caracazo y analizar el desarrollo de nuestra historia reciente para encontrarle una explicación al tan temido fin de la democracia y a la decadencia actual de mi país. Finalmente, una de las funciones del periodismo consiste en darles tratamiento a las noticias que más adelante van a ser la materia prima de la historia.
*Fragmento del texto introductorio del autor de La nación incivil. El caracazo, sus consecuencias y el fin de la democracia, publicado por la Editorial Dahbar, Venezuela, 2021.