Por RAQUEL ABEND VAN DALEN
En memoria de Brancusi
(Título de escultura de Harry Abend)
De algo sirven las líneas
que saben sostenerse
por sí mismas o al menos con las
uñas clavadas en la tierra.
Creemos que los muertos
son líneas que pasan el tiempo
recogiéndonos
desde una ausencia que ya no peca,
que ya no hace un daño vulgar.
Ellos respiran desde las grietas,
a esa hora precisa de la noche,
quizás unos segundos antes del amanecer,
cuando todos duermen
las ruinas
del día anterior.
Nos hablan, nos piden
que no dejemos de memorizar
las sombras aún húmedas
de tanta repetición y condena gratuita.
De tanta obra nacida
por un quebranto mayor
que el mismo nacimiento.
De algo sirven las líneas
que todavía pueden levantarnos
sin apretar la soga.
***
La otra oreja
Otra que sea el caracol de piel agrietada,
balanceándose, descubriéndose
insuficiente,
materia émula de tanta eternidad
sin música.
Otra que escuche por ti
las bombas de guerra, las rocas que gruñen
al explotar cielos desgranados y
gallos hambrientos.
Los quejidos del abuelo que se quedó atrás,
los campos de concentración,
la madre en la jaula de caballo que te llama,
te grita te lanza el pan a través del muro.
Que sea otra
la que se contagie de otitis,
la que escuche los ronquidos nazis
y sobreviva tres matrimonios.
Que sea la otra oreja
la que escuche la ausencia de los hijos,
las pisadas de rata en la espalda,
las uñas rascando costras de soriasis.
La que permanezca sorda.
*Del libro: Los días pasan y las formas regresan. Edición bilingüe. Textos: Raquel Abend van Dalen, Adalber Salas Hernández. Fotografía: Paolo Gasparini, Luis Brito–Charlie Riera, Bárbara Brändli. Traducción: Beverly Pérez–Rego. Caracas, Bid&co.Editor, 2013.
XIV
1939. A mi papá le arrancan su tetero. La infancia queda revuelta en leche rancia.
Apuntan a mis abuelos con una Luger P08.
870 gramos les roza la espalda. El cuello.
Grito de metal.
Longitud: 222,25 mm
Velocidad máxima: 425 m/s
Calibre: 7,65 mm
9mm
Tienen 24 horas para salir de Polonia.
Empacan latas, plumas de ganso. 10 medias en cada pie.
Cruzan la frontera hacia Rusia. Río. Piel cruda.
Los lanzan en un camión como perros hambrientos.
Olvidan el sonido de la luz.
Pasan meses. Deciden cambiarlos de transporte. Los encierran en un vagón de ganado. Se restriegan contra el olor de los piojos. Las costras de la otitis.
La burla del insomnio.
(es gibt kein Essen)
Nuevo año. Siberia. Barracas. 60º bajo cero.
Auroras borealis
Intoxicación por comer huevos de quién sabe qué animal.
Kazakhstan. Les cosen La Estrella de David en la ropa. Hambre y frío. Viven y sueñan como animales enclaustrados. Fábricas. Estajanovismo. Dormitan en las ruinas. Comercio ilegal. Quema de cuerpos.
A mi papá y a su hermano los golpean en el colegio. “Cochinos judíos”. Deben cantar el Himno Nacional de la Unión Soviética. Por la Patria y por Stalin.
Del libro: Sobre las fábricas. Nueva York, Sudaquia Editores, 2014.
Los domingos eran los días de la siesta
papá en el sofá de la sala
sin camisa y con los lentes acumulados
en la punta de la nariz
las pestañas volaban en todas direcciones
algún ventilador viejo girando como el reloj
borrando el tiempo como el reloj
y mosquitos mordiendo la carne dormida
yo escuchaba el carrito del heladero
pasando infinitamente frente a la puerta
de El Callejón, una reja torcida y pintada de blanco
el sol pesado del domingo, más grisáceo que rojo
derramado en los muebles de Abend, en
las mesas de Abend, las esculturas de Abend, los
relieves de Abend, los zapatos sucios de Abend, las
puertas de Abend, el whisky de Abend, la camisa
de Abend en el respaldar de la silla.
***
A los viejos solo les queda contar
Mando a mis amigos a casa de papá a que
escuchen su vida, sus hazañas en la segunda guerra mundial,
sus tres matrimonios, sus seis hijos, sus premios y derrotas.
A algunos jóvenes nos gusta escuchar esas historias.
A papá lo escucho por teléfono desde nueva York,
me habla de la nueva escasez en Caracas,
de que otra vez falta pan en su vida, otra vez,
como cuando le faltó en Siberia, en los charcos de nieve roja,
barracas, eternas filas de esqueletos congelados.
Me llama porque se ha quedado encerrado en su casa,
porque no tiene batería, está sin carro, no tiene comida ni
medicinas, ya en Caracas no hay medicinas para la tensión alta,
no hay químicos que bajen el nivel de delincuencia ni la corrupción
masiva y embarrada entre cables sin electricidad.
Me llama porque se accidentó en una carretera vigilada por perros
hambrientos y balas perdidas, y se tuvo que esconder detrás
de un árbol para que no lo mataran.
La vegetación tropical sigue siendo el pulmón izquierdo de Caracas.
Me llama porque su asistente le estuvo robando botellas de ron
por cinco años. Su bodegón de madera quedó resguardando
la orina de infieles, la cédula de identidad de cientos de anónimos
que encadenan una banda de comercio ilegal.
Me llama porque mis hermanos menores tienen
problemas de rabia, porque destruyen todo, porque se sienten feos,
porque qué más da: son adolescentes. Me llama porque se siente solo,
porque todos sus amigos están muertos,
y el que queda vivo es su analista.
Porque tenemos casi un año sin vernos, porque no hay pasajes de Venezuela a Estados Unidos los siguientes meses. Porque los que se van nunca quieren regresar y quienes regresan solo trasladan su cuerpo.
Ya no hay pan ni vino sobre el altar.
***
Y entonces recuerdo a mi papá, viejo en su taller, bajo un techo dañado que lleva reparando desde hace una década. Los trabajadores lo estafan. Todos estafan a papá. Iluminado y bebedor de whisky. Poco le importa que lo estafen. Le importan otras cosas. La madera, el bronce. El Pobre Juan. Un chiste sobre judíos o españoles.
Ir a comer chino.
***
Decidí dejar los lirismos
para que papá me entienda
y no me diga:
muy difícil la poesía, hija,
la vida es difícil.
II
Llamé a papá y le leí el poema:
lirismos
liri- ¿qué?
lirismos
liri- ¿qué?
nada, papá.
III
Papá, descubrí un vodka polaco
¿un qué?
vodka polaco
¿cómo se llama?
gorzka
¿gorzka o vodka?
es un vodka que se llama gorzka,
te voy a comprar una botella cuando vengas
gracias, hija, gracias anticipadas.
***
–Papá, ¿cómo estás?
–Cansado, ¿y tú?
–Cansada.
–Bueno… ¿Nos seguimos comunicando?
–Sí, nos seguimos llamando.
–Seguimos compartiendo nuestros cansancios.
***
Mi papá me cuenta que se va a la playa.
Qué bueno, papá, vas a descansar.
A mí no me interesa eso.
A ti te gusta el mar.
Todos están retirados. Hombres y mujeres retirados.
A ti te gusta el sol.
Retirarse es como morirse. Yo no puedo con eso.
A ti te gusta el pescado.
Los artistas no nos retiramos.
*Del libro: Una trinitaria encendida. Nueva York, Sudaquia Editores, 2018.
**Raquel Abend van Dalen (Caracas, 1989). Autora en poesía de La beata de las locas (Entropía Ediciones, 2019), Una trinitaria encendida (Sudaquia Editores, 2018) y Sobre las fábricas, (Sudaquia Editores, 2014). En narrativa: La señora Varsovia (Lp5 Editora, 2020), Cuarto Azul (Kalathos Ediciones, 2017) y Andor (SubUrbano Ediciones, 2017). Es coautora del libro Los días pasan y las formas regresan (Caracas, Bid&Co. Editor, 2013).