Por NAHUEL LARDIES
De Álbum (2021)
Ángeles
Donde estaba el impulso
ahora hay una cuchara.
Donde estaba la taza
hay un círculo negro.
Donde estaba el verano
quedan miga y harina.
Donde va el adjetivo
hay un círculo negro.
Búhos
Siempre que te acercabas el café a la boca
se te empañaban los anteojos.
Ibas perdiendo las pupilas en el gris.
Me acordé de esa foto que sacaste
de unos búhos por la niebla,
medio fuera de foco.
Íbamos en un remís de Miramar a Mar del Sur.
Por mi ventana se veía el bosque,
por tu ventana se veía el campo,
Atrás quedaba la tormenta.
Había dejado un brillo como pocas veces vi.
Mar del Sur
Habíamos llegado después de una tormenta;
daba la sensación de que el lugar
se iba secando, pero del otro lado del arroyo
el pueblo parecía estar a punto
de hundirse en el barro.
La primera caminata por la playa
nos impresionó bastante:
trizas de caracoles, pinzas de cangrejos;
esos cuerpos de gaviotas por ahí,
pescados descompuestos por allá;
unos pingüinos, a lo lejos, relucían
inmóviles y putrefactos.
Todo tenía una pátina a catástrofe.
Una y otra vez se repetía la escena
como las aves que dijiste en el remís
que esa era la casa.
En un momento
vimos que una ola en retirada
había dejado un pez
sobre la arena humedecida;
abría y cerraba la boca
como si el aire lo estuviera ahorcando.
Salvalo, me pediste, así que me acerqué.
Lo toqué con la punta del dedo:
una película viscosa recubría las escamas.
Quise agarrarlo de la cola,
tirarlo al agua desde ahí
pero se me cayó y la lástima
no pudo reprimirte una sonrisa.
Me refregué las manos con arena
para que no se resbalara;
las branquias se le abrían y cerraban,
haciéndome cosquillas;
fui hundiéndome de a poco, despacio,
hasta que no sé cómo
ni de dónde le volvió el impulso.
Se sacudió y en menos de un segundo
lo perdimos para siempre.
De Falso coral (inédito)
Exvoto
La sombra del laurel se extendió
sobre las oraciones tibetanas,
dando refugio en la promesa de iluminación
y yo pensé excelente, vamos por ahí,
hacia la puerta blanca, a donde el viento
lleve las palabras que se pierdan en el viento.
Ninguno busca adversidad, es mediodía
de resurrección; el pensamiento
ya no está en las nubes si no en la forma
que les vamos percibiendo,
lejanas, compactas, acumuladas
para señalar la posibilidad
de una inquietud, sin voluntad alguna
de cambiarle el tono al lienzo.
Que suceda algo feliz. Tampoco tanto.
Pasa un Martín Pescador, deja un reflejo
en el río, como un subtítulo
que encaja bien en la película que estabas viendo;
sentidos llegan, surge un misterio,
quedás vibrante por un roce de alas.
Existen las distancias, enigmas
que venimos transitando
como existen los acantilados, grutas,
los barcos corroídos por el óxido,
los fósiles de caracoles
en lugares donde ya no corre gota de agua.
No voy a preguntarte nada nunca más,
saber es alejarse y, a diferencia nuestra,
hay cosas que se acercan, con suerte se funden
como el polvo en la espiral de luz,
la dispersión del polen en la espalda
del río que se angosta y es curva,
ligereza, Paraná: quietos, silencio,
los ojos ceden su esfuerzo
ante todo lo que venga con las aguas turbias,
columna fluida, la gran yarará
es demasiado: abramos la sombrilla,
habrá barreras, lugares
donde no será posible hacer un picnic,
propiedades privadas, miedo a perderse
en los rencores.
La fruta está dulce y madura,
la tetera expectante,
hay arepas en flor, peras y pan,
¿qué nos tiene encandilados?
Dame refugio en la iluminación
de los días fluviales,
en el don no deseado de un punto de vista.
Quiero volver a ese lugar
donde la sombra del laurel se extendió
sobre las oraciones tibetanas.