Por MARÍA ANTONIETA FLORES
coser milagros
sólo las manos conocen el punto diestro los hilos desenhebrados
encuentran lugar
orgullosos de sus secretos
la obra de la costurera
el sonido incansable de su máquina
la fuerza del canto
las madres precedieron el rumbo
con escarcha celeste
aleteos de hojas
en los hilvanes van quedando mariposas
pequeña bocanada
entre las hojas de la siempreviva
un aparecido saluda con su mano abierta
en su palma lleva la inscripción de su sepulcro
guardadas las palabras en mi pecho
se alejan las equivocaciones
en el cielo despejado
la estrella es un trazo limpio
las siemprevivas siempre aguardan
soy fuerte me susurra
respiraste la malaria
el sonido de la sangre
el lado derecho del corazón recibe sangre
la bombea hacia los pulmones
el mundo tropical no es una fruta de pasión
es la fiebre que te llena de temblores
bajo su sombra el final se apresura
más rápido se regresa a la tierra
las palmas el caribe el azul
el reino de los insectos
los antepasados invencibles en el paisaje
algo no cesa de latir
el corazón trabaja mucho
un día mi padre decidió morir
no recuerdo el día exacto
ni las palabras que dijo
pero lo supe en ese momento
había cerrado las puertas
para consumirse
alejado de cualquier visita
que es decir abrazo
que es decir palabra
o amor
escucho sus excusas
en silencio absoluto
extiendo mi mano como un deseo
que nada atrapa
a veces me detengo
por algo sutil que pasa
la muerte es un roce
el último camino del hambre
la sazón crece en la memoria niña
todo se ha perdido y en un diente de ajo
se recobra un mundo
allá van hurgando
en constante agonía los huesos perdidos
pueden quemarse en una fogata
sin agua para el olvido
el trozo de pan duro es sólo un deseo hecho humo
*Pertenecen a su libro Los gozos del sueño (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2021).
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