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Poemas de Jacqueline Goldberg

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Por JACQUELINE GOLDBERG

al otro lado de angostura

está soledad

 

pueblo tristón

fundado en mil seiscientos y algo

 

mi suegro nos llevó

a tomar cerveza

a ver la piedra en medio del río

a ver su ciudad detrás del río

 

no fuimos a la plaza

no nos detuvimos en la iglesia

 

de regreso mi esposo y su padre

recordaron tiempos aluviales

 

yo pensaba 

en el gentilicio de por allá

—¿soledadenses?—

 

pensaba en lo arduo 

de pertenecerle a la soledad

aceptar su credo

corroborar que nacimos

sin entender lo de antes

el agua

la soledad de todos

volvíamos de comprar tomates 

y hediondos quesos de provincia

 

la cuesta había ensordecido mi espalda

 

nelly bajaba a darse un baño 

 

el mar era lejos ese agosto venteado 

 

no sabía que se pudiese caminar hasta la playa

 

desde la terraza la reconocí 

por su traje de baño negro 

porque iba sola

 

para llegar a la mar de trouville 

hay que cruzar pequeñas isletas 

 

¿cómo llamar esa extensión 

antes de la espuma?

 

¿bajamar?

¿gran orilla?

 

nelly dejó la toalla sobre una roca

nadó un rato

 

lo hacía todos los días

contó 

 

fui a la cocina a buscar vino

cuando regresé al jardín

no supe distinguirla 

 

el horizonte era puntos

mucha gente

sombrillas 

un cuadro de eugene boudin

puedo asegurar 

que la guía del castillo de bran

tenía los dientes caninos

un poco sobresalientes

un poco afilados

 

nos conducía 

a través de escaleras de piedra

 

—aquí la habitación de la reina marie

—aquí la cama de la reina marie

—aquí el comedor del rey fernando

 

desde sus colmillos

nos contó que todo era mentira

que vlad el empalador 

—príncipe de valaquia—

jamás vivió allí

que pasó apenas dos días

en una mazmorra del castillo

camino a una prisión de budapest

 

nosotros 

los escritores del festival ars amandi

nos hacíamos óseos en sus labios

hablábamos de linajes

traducíamos vísperas 

 

al salir compramos imanes

con el rostro de vlad iii drăculea

 

todavía hay uno en mi nevera

—obsequié otro a norberto

que sí es vampiro en maracaibo—

 

ese mismo día 

de regreso a brasov

en una estación de gasolina

vi la nieve por primera vez 

me gustaría caminar sin dolor

abandonada

en horas justas

 

no del automóvil al hospital

no en el mercado

no por mi casa a oscuras

 

como quien escala rocas

como quien se percata de lo faltante

 

caminar 

con una espalda recién nacida

un pecho para los bozales

sigo en instagram

a una estilista de san petersburgo

una enfermera de ankara

un ciclista de tai pei

 

me hacen humilde

aquí 

en mis lugares ofensivos

 

erik satie

solo ingería alimentos blancos 

 

huevos 

azúcar 

huesos rallados

grasa de animales muertos

sal 

coco 

pollo cocido en agua blanca 

moho de frutas

arroz 

nabos

embutidos alcanforados

ciertos peces sin piel

 

nelly y gilbert nos llevaron 

a la casa en la que nació satie

 

el más bello museo del mundo

en honfleur

 

almorzamos en el muelle

mariscos de colores

frutos de colores

 

volvimos a parís 

pensando en el piano de satie

en lo blanco

las amigas hablan 

del ferrocarril transiberiano

 

ir juntas

 

una partiría de moscú

 

otra cree mejor 

salir de pekín

atravesar mongolia

seguir la ruta del té y los caballos

 

la siberia de ellas

ampara vocablos de convencimiento 

 

son dieciséis días 

cuatro husos horarios

nueve mil kilómetros 

 

todo lo lejos 

que cabe en un anhelo

 

jamás iremos juntas a siberia

no nos ocupa la inmensidad

una vez volé junto a eugenio montejo

de madrid a caracas

 

no vi al poeta recoger su equipaje 

no nos despedimos

 

afuera saludó a mi esposo 

 

le dijo

«jacqueline viene cansada

muy cansada»

 

comento a sara en caracas

que vi las momias de guanajuato

en el museo de monterrey

 

ella habla de los muertos de pompeya

cóncavos tras la erupción

 

rememoro un restaurante italiano   

al que me llevaban de niña

 

un cuadro inmenso 

ocupaba la pared del fondo

con un anochecido vesubio 

líneas de fuego desparramadas 

 

no quería ir entonces a pompeya

—tampoco ahora—

 

pienso en eso

de nombrar lugares 

en otros lugares

 

lejos de sí mismos

 

como nosotros

como la poesía

 

almorzaba con piedad

en su cocina de bogotá

 

era abril de 2012

 

unos días después

ella partiría hacia la capadocia

 

nunca antes supe de alguien 

que fuera a la capadocia

 

por eso cada vez que leo 

sobre aquellos paisajes lunares

—esa tierra de bellos caballos—

pienso en piedad y su hijo

sus tránsitos de mayo

lo que no tiene nombre

 

piedad no recordaba haber mencionado 

la guerra que la obligó 

a interrumpir su viaje

 

«es como un sueño de dalí»

me escribió por whatsapp


*Los poemas aquí publicados pertenecen al libro Una isla en un lago en una isla, de Jacqueline Goldberg. Epílogo: Piedad Bonnett. Editorial Diosa Blanca, Venezuela, 2024.

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