Por IDA GRAMCKO
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¿Alguien? Tal vez, alguna forma ambigua
se interpone en mi sueño.
Fluyen vahos neuróticos de enigma
hacia el cielo.
Alguna voz sin labio, algún espíritu
sin cuerpo,
algún cabello turbio y esparcido
en el viento,
fronda de alguna faz que se hunde toda
en el misterio.
Como un pájaro herido
algo se agita en torno y en silencio
viene a posarse junto a mí, en la orilla
desolada del lecho.
¡Ah! Las puertas oscilan, solitarias,
una mano invisible con un gesto
se contorsiona en la penumbra y llama
desde el margen sin fin de mi aposento.
Las cortinas se mueven, suspirando,
algo borroso y gris como un espectro
está junto a mi ser como un sollozo,
como un delirio prolongado y tenso.
¿Quién es? ¿Quién es? Mis carnes voluptuosas
se dislocan a impulsos de la fiebre;
sí, lo mismo que el grito de la vida
me apasiona el murmullo de la muerte.
Pero no, no es el vuelo de un fantasma
quien trasquila mi sueño;
es una realidad viva y convulsa
que del hálito enfermo
de la noche ha surgido fría y brillante
como el diamante de su mundo negro.
Toda una realidad brusca y salvaje
que en amoroso vértigo
atraviesa las sombras como un pulpo
silencioso y perverso,
y se estira en el agua de mis risas
salobres, y sediento,
absorbe como un lúbrico vampiro
toda mi sangre lívida y mi aliento.
*Del libro Contra el desnudo corazón del cielo. 1944.
EL CUERVO
A Edgar Allan Poe
SOLO quedan, roídos, los peldaños
de una escalera en sombras;
una percha que incita con los garfios
de dos cuernos agudos, y unas ropas
sobadas por el tiempo y el espacio
y ausentes de calor y de memoria;
solo un tapiz de raso
con manchas de oro y un sillón con borlas;
un abanico abierto, y un retrato
erguido, solitario, en una consola
un espejo que es agua de los años
con amorcillos en la cornucopia.
¡Ah, ya lo ves! Y mis dormidos pasos
que suben, sin querer, mientras azota
el viento en los cristales como un pájaro
con las húmedas alas en zozobra.
¡Ah, ya lo ves! ¿Acaso
soy el espectro errante de Leonora?
De mi cuerpo, caído campanario
se alejaron las últimas palomas.
Hoy solo anida un cuervo en mi regazo
como en una cornisa melancólica.
*Del libro La vara mágica (1948).
ASCIENDE, SUEÑO MÍO, en espirales.
No sigas en la orilla, con los juncos.
Asciende con los árboles,
da la sombra y el fruto,
acoge al peregrino, al caminante…
No permanezcas, tímido, en el musgo,
¡levántate!
La almohada en que te apoyas no es tu mundo.
Abandona las sienes en que naces.
Sé como el viento, desbordado impulso,
ala en mis hombros, ángel…
Aléjame del césped, del arbusto,
la sed de cielo agite tu ramaje,
¡quema tu vida si es preciso! El humo
subirá dulcemente por el aire.
CAMBIA
dentro de tu memoria.
Recuérdate, presencia, y hazte rauda,
volátil, viva, impersonal, persona,
olvidando la muerte que se arraiga
como imaginación y te demora.
Porque es otra la vida imaginaria,
es una vida aullante entre la norma,
una vida feroz, practica magia
del más allá… Las nubes se desbordan
con listas de creyón y una balandra
vive como la curva entre las ondas.
RECUÉRDATE, PALABRA,
como eres, como estás, pulcra y redonda,
no el agua, mas en agua y tras el agua
y con el agua sin más pie ni alfombra.
*Del libro Poemas (1952).
Si puede una total, máxima ofrenda
donarse de otro modo, conjeturo
que se necesita enmienda
y no se dio como un aliento puro.
Si ahora mi alma entera se encomienda
a afinidad total donde maduro,
cambiarla sería herir su tierna senda
por vericueto múltiple y oscuro.
Si no hay fidelidad que la defienda
¿aparezca yo en lo infiel y en lo inseguro!
Si he sido fiel al colmo compartido
de lo divino, si desamparada
el amparo esencial he mantenido:
esta máxima y diáfana morada;
si en el dolor, de su inmutable nido
—colmena de una miel honda y dorada
donde brilla, lejana del sentido,
luz de esencial y única alborada—
no dudé y su fervor he sostenido
pese a estar triste, pese a estar turbada
por el miedo a la duda, y si he sentido
lo total, padeciendo más callada,
si me alcé sobre el grito y su estallido
como entera confianza delicada,
sí no he visto y en lo único he creído
y soy la fe más bienaventurada,
¿puedo esperar lo que yo anhelo? Pido
sabiendo que mi voz será escuchada,
como se escucha un manantial sin ruido.
En esta unión altísima y sagrada
se oye la claridad y no el sonido,
se escucha el resplandor de la cascada.
*Del libro Lo máximo murmura (1965).
La galaxia en la gleba (1965-1966). Fragmento
I.
Para nosotros, lo divino era más fuerte y preciso que el roble. Para nosotros, lo Divino era más resistente que una roca. Para nosotros, lo Divino era más recio que una montaña o un océano.
Lo Divino era como un acantilado de Luz. ajenos a él, la vaguedad, el desconocimiento y el misterio. No era una esperanza vagorosa. Era una rotunda evidencia. Lo Divino, sólido, macizo, en su incorporeidad. En cambio, lo corpóreo era una fantasía de los sentidos. El apetito, el sexo y el orgasmo no eran más que ficciones exaltadas del cuerpo. Y el cuerpo un forjador de fantasmagorías deleitosas.
Sólo lo Divino es verdad. La Verdad y su ensueño. Lo humano, un espejismo con enjundia atrayente o con pulpa gozosa. Lo Divino, completa certidumbre. Lo Humano, la quimera.
Pensamiento y sentimiento eran limitados pues pertenecían al alma y no a la pasión ni al cerebro. Y eso lo poseímos, como nunca se dio, en despertar sin párpados, un despertar que se abrió en pétalos, en una Flor de Luz.
Era lo compartido. Lo claro. Calma y calor durante varios años.
No era una etapa, era una Esencia. No era un período, era la Perfección. Y precisamente por serlo, eran imprescindibles la presencia y la comunicación, y si no las había, la compensación al otro día en cálida palabra o en además intenso.
Pero ahora, de pronto, se me dice que lo Divino nunca puede determinarse con exactitud y concisión como se determinan un muro o una mesa. Lo Divino es, pues, indefinido. Y sin embargo, ya sabíamos desde antes que una mesa sólo era un simulacro de la reciedumbre. Y que lo Eterno era lo firme y su esencialidad bien podía explicarse porque la poseíamos por entero. Sabíamos desde antes que una pared era figuración de poderío. Y que lo Inmutable era lo nítido y enérgico.
Lo divino era para nosotros como una balsa horizontal, inmensa, hecha de un tronco de total ternura. Y era un muro estrellado que sólo impide paso a las sombras precarias y terrenas. Nuestros sentires y nuestros pensares no poseían límites porque, identificados a infinito, atravesaban todos los oscuros secretos.
¿Entonces? ¿Cansancio? ¿Ánimo adormecido?
Igualmente sabíamos que el alma vuelta Sol vestía la absoluta bondad. Pero ahora, de pronto, se me dice que aspiro a que se me busque y se me invoque. Según este decir, envolvía un oscuro proyecto. ¿Soy, entonces, capaz de truco y de tramoya?
Y esta no ha sido la primera vez. Desde hace días, al llegar con ofrenda, al llegar con entrega, se me recibía con dudas de mi don. Detrás de los presentes, se me adjudicaba deseo ganancioso. Pareciera que detrás de lo mago, de lo manso, de lo melodioso y de lo máximo, como detrás de un horno planetario, se ocultase una miga mínima de mercader. Y ante eso, yo protesto. Ante eso, me defiendo.
La poesía es la voz de mi Verdad, es el acento de mi
Amor y si se desconfía ligeramente de mi dádiva, todo lo que yo haga en adelante, todo lo que yo escriba ahora lo haré calladamente, dando sólo el suceso sucinto y no su luz solar.
Informar, no explayarme. Pues sé que esta Verdad y este Amor son intactos, ilesos ante el más minúsculo ardid, y un Amor y Verdad semejantes merecen que se les venere y respete. Mi poesía y mi Verdad reclaman un completo creyente.
No voy a negar —no engaño— que ante cada denuedo sufrido, hecho por lo salubre, que ante cada dejadez de mi atuendo, hecha por una obra, era natural que encontrase estímulo, agradecimiento y efusión. Aguardaba amor y poesía, lo enternecido, lo vibrante, no lo enfático ni lo versallesco. Nunca pensé, porque eso no es posible, en una escaramuza meliflua ni esperé alambicada corrección. No es lo mismo la cortesía, la convencional alabanza que profundamente conmoverse.
Pero aún cuando no hubo expresiva acogida, yo siempre fui la misma. Y por eso pronuncio lo que soy. El musgo lastimado por pasos de cazadores y lebreles, no busca un abogado defensor para que les recuerde a los hombres que fue delicado, tibio y tierno y que sobre él pudieron reposar. No es de esa índole. Sigue siendo solícito y suave.
Mas pareciera que detrás de toda la maravilla modulada, de todo el milagro manifiesto, no son totales don ni desinterés. Pareciera que en lo mejor cabe la malicia. Pareciera que en lo profundo cabe la picardía. Y ante eso yo protesto. Ante eso, me defiendo. Las finanzas no se compaginan con fervores. Las huchas no se ligan con halos astrales. El tesoro total no cabe en avaro escondrijo. La riqueza verídica nunca tiene un eclipse.
Traiga lo que traiga mi alma, sea cielo constelado, ese cielo es gratuito. Traiga lo que traiga mi alma, sea estrella centelleante, esa estrella no cuesta. Traiga lo que traiga mi alma, sea amanecer iluminado, ese amanecer no tiene cálculo. Traiga lo que traiga mi alma, sea una nube de nieve, mi nubecilla nunca es usurera.
No aspiraba al favor sino al fervor. No a la paga contante y sonante con que mis manos de hada jamás se mancillaron, con que mis ojos de oro jamás se oscurecieron, con que mi alma alada, que nunca fue una urraca, se aminoró y encandiló. Y cuando hablo de paga contante y sonante yo no me refiero a monedas sino a obligatorios halagos. El elogio forzado vale menos que la moneda en manos del mendigo, porque este sabe lo que es estar solo y sediento.
¿Entonces?
Yo no pido limosnas por mi luz.
Yo no pido migajas por mi magno y maduro misticismo.
Y, por favor, ya que creen que mi amor no es totalmente etéreo, por favor, desde estas, mis hondas, mis heridas alturas, desde esta cima azul que es también arduo impulso, desde mi poesía que también es pesar, desde mi amor que también es angustia, desde este padecer del que no puedo prescindir porque yo elegí espacios, cumbre, poesía y amor con toda su carga responsable, con todo su gran peso a conciencia, por favor, desde lo Divino que me dulcifica y me duele, por favor, ni una búsqueda de mi presencia y mi comunicación si no las sienten níveas y necesarias, ni un llamamiento si mi voz no se concibe totalmente buena, ni una demostración, ni una expresividad si mi sensibilidad no se ve enteramente segura ni resulta mi espíritu acreedor a la frase feliz o al gran gesto.
Este es mi orgullo.
Pero también hay mi emoción.
Aunque se me crea en lo elevado, aunque se me sienta en la cúspide, aunque se me sepa en el canto celeste, aunque se me asevere en lo adorable, ¡nada para mí, nada, nada! Que yo seguiré amando densamente. Yo seguiría amando las galaxias aunque no me observasen los injustos luceros. Yo seguiría amando la espuma aunque el ingrato mar no me humedeciera ni los dedos. Si me proporcionan agua azul, apacible, yo donaré la perla. Pero si me otorgan penumbra de pantano, también daré la perla. Eso es dar la vida. Dar la vida no es irse en un momento. Dar la vida es donar igualmente en dicha y en dolor. Seré fragancia pese a todo. Seré gracia inmensa pero humilde, astro ideal y abnegado. Pues elegí, con toda humildad, con toda mansedumbre, mi supremo sentir, aún si significaba sufrimiento. Llegaría a pedir hasta el grito para que viesen que, ante él, mi Luz sigue siendo grandioso gorjeo. Seré entonces la yerba que, aún no siendo regada, en corola de luz se abre y florece.
*Del libro Sol y soledades (1966).
SONETO DEL SUAVÍSIMO LLAMADO
No niego que la captes o percibas,
sé que oyes sin cesar mi suave fuente
llamándote a las auras sensitivas
y a su rara palabra reluciente
mas yo no sé si, a veces, las ojivas
de mi ascenso total pidiendo fluente
decir de tu alma, mis expectativas
te llegan tenaz, tierna, totalmente.
Mas quiero asegurarte, temeroso c
antor que has sido mi estelar hallazgo,
que ellas nunca han cedido en su copioso
y mágico hontanar y que no yazgo
en su oro. Aunque no escuches, sin reposo
mi duende actúa, mi profundo trasgo.
*Del libro Sol y soledades (1966).
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Pues soy una curiosa providente.
Fundo un tul, una fábula. Diluida,
hago nacer el velo transparente
de la niebla sabiendo que se olvida
de todo lo corpóreo. Suavemente
se aleja como un alma apetecida.
La pálida burbuja del relente
contiene al duende díscolo y al druida.
Tengo cierta malicia de vidente,
como una magia exacta y precavida,
y he sido despaciosa y diligente
creando lo que a lo táctil invalida.
La neblina en su ámbito envolvente
trae un hada feliz, fácil y fluida.
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No sé qué voy a hacer con esta suma
potencia maternal, con esta llama
que hace crear hasta el llanto pues la bruma
si la visión empañase, se trama.
¿Tanto se puede ser raíz? ¿No abruma
originar sin tregua? Se derrama
savia desde los ojos y rezuma
un brillo de madrépora y escama,
algo fluvial, de párpados: la espuma.
De pronto el blanco almácigo se inflama
y ya el ensueño tiéndese, trashuma,
alisa todo lo que he creado en rama
y surge, suavizada hasta la pluma
ligera, casi angélica, la grama.
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No niego la heredad mas la obediencia
a lo afincado. Hiéreme el apego
al río discursivo. Esa elocuencia
glacial amaina flor y amaina fuego.
Despunto en una alada florescencia.
Es como hallar de nuevo que el espliego
es fresco y huele bien. Una creencia
no impone sino llama como ruego.
Y acato. Una suavísima conciencia.
La hipótesis falló. Vivo. Me entrego.
Al sol no puedo hacerle resistencia.
Me iriso. Irradio. Esparzo. Me despliego.
Me censura la antigua suficiencia.
El raciocinio suele ser muy ciego.
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Acepto así lo que me solicite
tras lo eventual. Y mi desenvoltura
deja que tras lo fáctico me invite
un secreto, sin gélida censura.
No es de infantes jugar al escondite.
Encontrar una insólita frescura,
tan fresca que su ráfaga suscite
felicidad, no es fácil compostura.
No dejo que la forma me limite.
Tras mi contorno está mi desmesura.
Y a esta ligereza le permite
entrar mi corazón. ¡Cuánta soltura
si otorgo que el amor se deposite!
Puedes llamarlo: densa travesura.
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Es el estado de lo que perdura.
Es día eterno donde no hay andante
busca. Es encuentro. Y es una hermosura
como si hubiese un diáfano diamante
en una pluma de paloma. Pura
pechuga o paz se unió a lo cintilante.
Sufrí para hacer leve mi envoltura,
para dejarla así como un guisante
que siembra. Cuando el cuerpo se depura,
cuando se vuelve trémulo el instante,
no de vacilación mas de ventura,
ese temblor, que es víspera danzante,
descorre enigma, sombra, colgadura.
Y entonces aparece lo radiante.
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De lo quebrado mana la riqueza.
Y de este quiebre del que te hablo, suelo
hacer una posada, una dehesa
abierta siempre al hálito y al vuelo.
¿Duelen los quiebres? ¿Qué razón opresa
en cada hendija dice que hay un duelo?
Piensa: ¿nada en el frío se confiesa?
¿No florecen escarchas en el hielo?
Pienso sin lo inmediato. Con pureza,
más allá de los crótalos del suelo.
Y digo, yo que estuve en la tristeza,
que algo brotó de mi ávido subsuelo.
En la bohardilla, huero de maleza,
musgoso, un infinito terciopelo.
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No. Yo no escribo sino están devotas
mis manos. Mas bien creo que no escribo.
Lo que hago yo es sentirme sin derrotas,
sentirme el corazón continuo y vivo.
Quizás escriba para las gaviotas
porque en su vuelo hay algo pensativo.
O quizás lo haga para las bellotas…
O quizás para el pájaro cautivo.
Yo isoy tan libre! Pues las alas rotas
nunca miré en el ángel. Me desvivo
muy bien fluyendo luz en tantas gotas.
Siembro tan sólo lo que en ti cultivo
porque tú sólo de mi canto brotas.
No me pido quehacer. Yo te percibo.
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Y es tanto lo que se halla con saberte
hambriento de expresión y sensitivo,
es tanto comprender que no hay la muerte
cuando en cada frescura te revivo,
que sola quedo sin que en mí diserte
palabra. Hay sólo amor. Es tan activo
mirar que eres mi lumbre y encenderte
que no pregunto nunca si el olivo
de llevarte la gracia y me despierte
por mí tu ser, es algo discursivo.
Yo sé que hay algo en mí lúcido y fuerte,
sé que te doy y nunca me cohibo.
No inquiero —pues la dádiva se vierte—
por vocablos. Es dar definitivo.
*Del libro Sonetos del origen (1972).
*Copiados de Ida Gramcko. Poesía reunida. Volúmenes 1, 2 y 3. LP5 Editora. Diseño y diagramación: Gladys Mendía. Santiago de Chile, 2024.
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