Por GUADALUPE GRANDE AGUIRRE
La ceniza
Digo que no existe el olvido;
hay muerte y sombras de lo vivo,
hay naufragios y pálidos recuerdos,
hay miedo e imprudencia
y otra vez sombras y frío y piedra.
Olvidar es sólo un artificio del sonido;
tan sólo un perpetuo acabamiento que va
de la carne a la piel y de la piel al hueso.
Así como las palabras primero son de agua
y luego de barro
y después de piedra y de viento.
Letanía sin nosotros
Es en este tiempo incierto, intacto,
es en este instante desnudo,
sin palabras, sin nosotros, tan sólo
tendido suavemente en el olvido.
Es bajo esta lluvia muda y ciega,
esta lluvia sin nosotros,
esta hora sin nosotros,
esta agua sin sed.
Es. Es sin siempre, es sin memoria,
es sin llanto y sin risa,
es sin miedo y sin gracias te sean dadas.
Es, como si eso fuera poco,
sin causa y sin remedio,
a pesar nuestro,
Y es, desde luego, sin calles ni avenidas,
sin fuentes ni estaciones,
sin la tristeza que da mirar el firmamento.
En relativo
Que el mundo es imposible. Que las calles no pueden cabernos en el pecho.
Que nada cabe en el hueco que le está destinado y así nos van las cosas.
Que las hojas de los árboles siguen cayendo y el mar sigue diciendo una palabra que no
podemos descifrar: una palabra en movimiento, una palabra en la que cabe el tiempo.
Que estamos hechos de tiempo, pero no de mar.
Que llevamos la cuenta del tiempo que vivimos, mareados, como si pudiéramos llevar las cuentas del mar.
Que contamos la lluvia de los días y los pasos tartamudos de las horas.
Que hacemos balance de minucias.
Que se nos caen las palabras de la boca, sin entenderlas, como la nieve se aturde en el asfalto.
Que confundimos la nieve con la sal, los relojes con la sangre, el pecho con un garaje, y
nos consolamos creyendo que todo es relativo, como este pronombre.
Estación de cerezos
Estación de cerezos… llueve, llueve, no para de llover. Se suceden los ciclos, se suceden las voces. Se suceden las horas y las estaciones mientras el tren arranca la cosecha de estar lejos. Pero este año llueve, este año llueve demasiado, dicen, y todo son adverbios y adjetivos y muy pocos verbos que llevarse a la boca.
Hoy llueve. Desde la ventana de mi casa veo una hilera de cerezos florecidos:palabras para los ojos que se quedarán mudas para el paladar. Nadie sabrá de esas cerezas, nadie.
Cruza el tren la estación de no saber y a pesar de todo, sobre todo a pesar de la incertidumbre, a pesar de las cerezas que no brotarán, a pesar del asfalto y gracias a la lluvia, los árboles florecen.
Es esta mancha rosa contra el gris, son estas tempranas flores, empujadas por la memoria de lo que no sucederá, quienes nos avisan de la llegada de un mayo náufrago al andén.
Así las horas, así los días. Así los parques y los árboles urbanos. Así el mercado y nuestra despensa, así la lluvia y los recuerdos. Así las estaciones, el postre y el vagón de tercera para las cerezas. Así la lluvia y la memoria entre el racimo de cerezas que acabo de colocar en el frutero mientras el tren cruza la estación de estar lejos y no saber.
Oficio de crisálida
Durante un tiempo estuve muerta:
hubo hambre y cansancio,
y el sonido del mar y el aroma de los alimentos
y la luz de la vida poblándose, reuniéndose;
pero algo estuvo muerto.
(nada existe más allá del instante
nada germina nada surge
las horas pasan sin hacer ruido
niebla que empaña cuanto toca)
Fue imposible rastrear los pasos en el tapiz
y ni siquiera hubo obstinación,
pues lo primero que un muerto pierde es la memoria;
comencé a olvidar sin ningún plan ni itinerario
y no hubo signo premonitorio
que advirtiera la llegada de esa calamidad.
(acariciaste mi sombra afanosamente amor
pero entonces ya estaba muerta
hilachas de deseo en la piel y espuma muerta en la boca
que estar muerto es triste y dura mucho e indigna a quien lo presencia)
Durante un tiempo estuve muerta
como una crisálida guardada en una caja de cartón,
detenida en el umbral, olvidada del gusano y de la mariposa.
Instante perpetuo, cómo duele despertar de tu sosegada indiferencia,
de tu dócil y atónita bondad.
Gatas pariendo
Así escuchas las cosas de tu vida como el maullido de un gato al fondo del jardín
Te despiertas de madrugada y oyes al fondo muy al fondo ese remoto maullido de gato
recién nacido
Y un verano y luego otro y otro más hasta llegar a esta noche
al fondo del jardín al fondo
Así escuchas las cosas de tu vida así escuchas las cosas del mundo
a oscuras de noche palpando el susto de no entender o el de no
querer hacerlo
y ese gato no para de maullar y es una pequeña herida no sabes
de qué no sabes de quién pero ahí está insistiendo clamando de hambre y noche al
borde del peligro al borde del abismo al borde del jardín Un coche
un faro luego nada
Y continuarán los maullidos más obcecados que tú y si no al tiempo al próximo verano
hasta la próxima canícula sonido desvalido como una onomatopeya tan poco lírica que no la puedes escribir
Qué pensaría nadie y quién es nadie al leer esa onomatopeya tan líricamente escrita
tan ridículamente sonora tan de viñeta de posguerra
pero suena suena cada noche
y tú para bordear la herida dices que así empezó todo con una onomatopeya con un
sonido tan innombrable como ahora el insistente aullido del gato recién nacido convocándote a dónde pidiéndote qué
O quizá algo peor tal vez nada te convoque y tan solo te despiertas en medio de la
noche para ser el precario testigo que no puede traducir una onomatopeya Eso te
dices para bordear la herida
Escuchas el maullido del gato Has visto un hombre sin brazos al borde de la limosna
has rozado la pierna perdida del animal en el pantalón doblado sobre el muslo has
comprendido que la muerte es un ramo de rosas de plástico atado a un farol
y te has preguntado qué palabra no es una onomatopeya indescifrable una
persecución en la sombra
Un verano y otro al fondo de la vida al fondo del jardín al fondo del sonido
Y las gatas siguen pariendo sin parar y paren onomatopeyas que al fondo del jardín
resuenan como las tablas de la ley.
*Guadalupe Aguirre Grande (1965-2021) fue poeta, compiladora, traductora y ensayista. Hija de Francisca Aguirre, estudió Antropología Social, fue reconocida con el Premio Rafael Alberti por El libro de Lilit (1995).