El beso del ídolo
Nacería de nuevo donde la nieve es una reliquia
los grandes humos son tan reales como las palabras
y una langosta coronada de piña hacen el deleite cotidiano.
Mejor la frente irascible
como tormenta de veloces potros salvajes
que besar tu costado apagado por la desidia
murmurando un lamento quedo pero orgulloso:
Masticaría tu nombre hasta sangrar roda duda
Saciando una sed indescifrablemente seca
que transforma el sueño engañoso e iracundo
de dormir cuando quiero estar despìerto.
Tratado matemático
Para Carlos Contramaestre
Es tan difícil amar lo fácilmente logrado
que lo erótico ya no está en la lejanía
sino en lo inconcluso de un espacio eterno
que nos proyecte a distancias inalcanzables.
Amar es dejar de ser
sin excusas pasajeras.
Imposible es dividirse
y mejor sería multiplicarse.
Sumar poros es lo que cuenta.
Restar es la impotencia de un gran desafío.
Más vale toda álgebra amorosa
y caso la trigonometría
que pensar en axiomas existenciales.
Al final, somos como líneas paralelas,
La nada más matemática y plural:
Intentar siempre un idilio que nunca termine.
Repensando en cubano un poema de Nicanor Parra
Para Louis Bourne
Todas las mujeres en un definitivo poema:
las calladas, las patidifusas o acomplejadas,
las tímidas –nerviosas del colchón-,
las inconclusas,
También las secretarias.
Todas las féminas en desfile amoroso:
la bizca y la atormentada,
la miope o la cuerda.
Todas las damas lascivas
como miel de vida,
sensibles:
la señora o la ramera,
la matrona y la madama
(con perdón de Madonna).
La fiel esposa que después deviene loba,
la media naranja y la cara mitad,
el ángel del hogar o la dulce enemiga.
La mujer pública, mundana, perdida.
La costilla de Adán
y las hembras.
Esas son algunas de las inquietas musas.
Faltan las que nunca deben olvidarse:
las amantes,
las imposibles,
las soñolientas
hasta las perfectas
que en interminable orgasmo consumen todo su ser.
¡Esas son las magníficas!
Finalmente quedan las irreparables,
Las que cuestan lágrimas.
¡Esas son las perdibles!
Díptico del eterno exiliado
Para José Mario, in memoriam
Soy un exiliado total
Guillermo Rosales
I
Nos quedamos con tantas dudas e interrogantes
que faltó más de una conversación
con la frecuencia del abrazo que todo lo sella.
No obstante, ahora revives en la cercanía de nuestra memoria,
justo cuando has iniciado un viaje sin retorno
con tus ciudades amadas como equipaje:
esas interminables calles neoyorquinas.
tus sueños en un tranvía lisboeta,
taciturno quizá en Café de Flore
o la presencia en Praga del verdadero rostro humano
sesenta y ocho veces congelado.
Hasta tu cotidiano caminar por los madriles
-de Lavapiés a Sol y viceversa-
donde repites con la ebriedad de tus versos
la travesía de los deseos.
Pero aún falta regodearte en otras latitudes
que reclaman tu regreso,
en este preciso instante
cuando deambulas en la nada.
Ahora que no necesitas ningún trámite
para volver a tu Isla,
porque llevas su mapa incrustado en tus neuronas.
Y así trasnochas como fantasma en tu Habana,
Ansioso de recuperar todo aquello que te sostuvo en vida:
El Gato Tuerto, La Roca, el puerto;
El Pastores o la Rampa,
hasta la escalinata que libertino frecuentabas
con la lucidez de tus poemas más subversivos,
irremediablemente proféticos de tu posterior destino:
¡Un Rimbaud que ardía en el trópico
mientras toda querencia se convertía en cenizas!
Volver a ese espacio vital
de tu primer bautizo amoroso.
como el alegre y travieso adolescente
que asombraba a su entorno familiar leyendo a Proust.
Sentar tu precocidad en la lujuria del Malecón
y ver escapar los abrazos idos
que retornan con la incertidumbre del oleaje,
donde el susurro de otras voces
danzan en la intimidad de un caracol
y repiten con la sonoridad de la nostalgia
el ceremonial de esas canciones
-preferiblemente de Bola de Nieve o de Vicentino Valdés-
grabadas en lluvia de tus recuerdos
en un bar sin nombre
de una esquina cualquiera…
II
Tan caro precio pagaste por el amor de ese paisaje
que tan solo se escucha el triste eco solitario de u voz.
Con tu poesía rodeas la esencia del verdor insular,
vitral ausente de todo tipo de emblemas patrios.
Sin datos inscritos en tu pasaporte
deshaces la telaraña de tus ensueños
y confirmas la más trágica verdad:
los hombres don más libres después de muertos.
Al final, quemaste tu vida a grandes sorbos:
rebelde, iconoclasta, irreverente,
doblemente exiliado,
poeta madito en tierra y en el destierro.
Precursor de tantos enfrentamientos,
rechazas la fugacidad de las vanidades
-incluido los transitorios ismos-
y nos dejas tu paso por este mundo
como un enigma injustamente inacabado.
Portador de la más cínica sonrisa,
ya saltas y brincas a tu libre albedrío,
a carcajadas te retuerces
de toda pequeñez humana.
Repiensas tu vida como un misterio
al borde del más inusual abismo.
Rehaces tus huellas
como testigo de una época
teñida de sangre a borbotones:
¡Ay Cuba!
La historia se equivoca tantas veces.
Jack Daniel’s galopa de nuevo
El dolor en la nuca es extenuante,
los poros destilan un sudor ebrio de felicidad
par saciar la sed intempestiva de cada mañana.
Es como un amanecer azucarado
con unos brillantes ojos achinados
que reclaman amor a destajo
en la impaciencia de toda memoria.
Es la vida misma, como carrusel cotidiano,
dictando vaciar el cáliz de un solo trago
cuando los hielos no llegan a consumir
su inevitable tiempo de desgaste,
pues el calor verbal consume todo líquido
y el mejor espejo es el fondo de cualquier vaso.
Ella, la escurridiza
Para Alfredo, en su reino salmantino.
Ella presidía el desayuno de poetas.
Era la más animosa,
la más concreta presencia de nuestros versos.
Gozaba, saltaba de una loncha de salmón ahumado
a las copas del cava casi congelado,
que cómplice libaba a hurtadillas;
despejadas las reales dudas de esa mañana.
En pandilla caminamos juntos hacia la Plaza Mayor
-a donde siempre se vuelve
y pasea toda la juventud del Universo-.
Recordábamos poemas y anécdotas de bardos,
buscando la complicidad del mediodía,
de la tarde o de la noche salmantina
hasta ese amanecer único de piedras rojizas
que nos incrusta la Historia en cada poro de nuestra aturdida piel.
Ella, la escurridiza, nos seguía a todas partes.
La recuerdo tomando tragos a mansalva hasta la madrugada,
rastreando nuestras huellas:
de bar en bar,
de taberna en taberna.
Sí, ella ha bebido a nuestro lado.
Doy fe de ello.
Sentada en una alta butaca,
como una silente señorita aristócrata,
nos platicaba a susurros, de amores y desamores
hasta desvanecerse en la niebla de la ebriedad
y volver sigilosamente –como cada mañanita-
a su perfecto estado pétreo
para que los incesantes visitantes la busquen en la piedra.
Ella, socarrona y divertida,
duerme, ya eterna, su resaca milenaria.
Memoria de mandarín
En la Isla Entera.
Sigiloso cabecea con un largo suspiro,
como si hiciese un gesto afirmativo.
En su sueño, un gato deslumbrado
degusta
el contenido de la neverita del hotel.
A sorbos acompasados,
el felino bebe lo etílicamente posible:
botellines de cerveza,
botellitas de whisky, vodka o ginebra
-según su más estricto estado de ánimo-.
Rituales engulle, glotonamente,
bombones de varios sabores,
casca maníes en abundancia.
Adereza el condumio con diminutas bolsas de patatas fritas
que le encanta rasgar con sus finas uñas bien cuidadas.
Ya en el protocolario acto,
ante el tedioso turno de lectura
-entre aturdido y soñoliento.
el poeta rememora con sabiduría de mandarín
su propia afición de catador
y todos sus recuerdos bebibles
se mezclan como el más eficaz somnífero.
De repente, todo el auditorio se percata de su dormidera.
El salón se estremece con una estruendosa ovación.
Todavía se escucha el bullicioso lenguaje de aprobación
de un público entregado a la poesía
Mientras, el soñador ausente,
silente y taciturno,
solo deja escapar una lágrima.
Tiempo de exilio
Haber heredado el silencio por costumbre.
La nada acumulándose a pasos agigantados
estériles segundos que apenas se suceden
cuando el calendario pesa más que la vida
y es incierto el respirar constante.
Ya nada asombra a no ser la bondad.
Y el equilibrio necesario de los días
aturdido
experimenta con la lejanía.
Felipe Lázaro (Cuba, 1948). Poeta, narrador y editor. Desde hace 33 años dirige la editorial Betania, en España. Sus últimos títulos publicados son Tiempo de exilio. Antología poética, 1974-2016 (2017), el libro de relatos Invisibles triángulos de muerte. Con Cuba en la memoria (2018) y la quinta edición de Conversaciones con Gastón Baquero (2019).
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