Por BRYHER
Música de flechas
Un viejo egipcio dijo:
«Es un sueño el que los guía,
hacia Babilonia, hacia el mar».
Un sueño,
quemados entre los escombros por un sueño,
quemados hasta agrietárseles la piel alrededor
del casco,
hasta dejar impronta de huesos en el camino
por los guerreros que nos seguían…
morimos, pero no por un sueño.
Marchamos hacia el este,
lejos de los lobos luchando a medianoche,
de la nieve tracia, de los tejados inclinados,
de las legumbres y las judías de invierno.
Alejandro dijo:
Llenaré vuestros escudos de jaspe,
vuestros cascos de rosas;
os daré Persia por el cinturón en el que ceñís la espada;
apagaré vuestra sed con muchachas,
(frágiles violetas al viento
que hielan el aguanieve para darle color,
pesadas camelias
más blancas que tu sueño de agua;)
te mostraré maravillas en los confines del desierto,
ciervos ágata, el espejismo de una ciudad,
un elefante de ojos esmeralda.
Algunos teníamos Troya en las venas,
después de ochocientos años
una ciudad más joven, una ciudad más bella
(cenizas quemadas, música de flechas)
nos llevó de nuevo a las llanuras.
Al sur con Hannón,
al este con Alejandro;
es mejor morir bajo un rosal persa
que oler a estiércol y col durante cuarenta años.
Amazona
El capullo cerrado del alba se abre en tu rostro.
La correa de mi jabalina
no es tan flexible como tu brazo.
Has rasgado tus miembros
con espinas de aliagas, zarzas y retama.
Recuerdo
el viento, abril, la lluvia negra.
En Siria
Las jóvenes, no las lanzas, retuvieron mi tienda,
brazo circasiano y muñeca tracia
modelando un escudo de leche y bronce.
Una reina se sintió feliz porque yo loaba
sus esculpidos ojos turquesa y besaba
su ombligo (bianco y suave pétalo de amapola).
De sus labios no forzados, rojo narciso,
florecieron besos, en el transcurso de la noche.
Bailarinas corintias sujetaban las cintas
de las tensas sábanas suspendidas sobre nosotros.
Ahora, sin espada alguna bajo mis órdenes,
languidezco en una tierra resentida.
Los caballos de Tros
Si forjo caballos,
pezuñas negras, corceles de bronce,
crin reseca por el viento
en una guirlanda blanca;
si forjo caballos
tan bellos como relámpagos,
¿enviarás a tu águila, Zeus,
para ayudarme en la tierra?
¿Me llevarás con Eros,
para jugar por siempre y para siempre jamás
con esferas de prímulas y estrellas
en los prados del cielo?
Mi corazón está cegado por los relámpagos,
mi corazón está cegado por las flores de azafrán,
con un cervatillo que salta
del musgo a la hoja de azafrán,
cegado, cegado por la belleza.
Es el mundo visible el que me ha destrozado,
es el grito de la grulla el que me ha destruido,
Zeus, Zeus con tu rayo,
libérame de la tierra.
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